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Eduardo Fontes y yo ( el aduardo ese es el tipo del video de los segurosos , el calvo)

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Mensaje por Azali Mar Mar 01, 2011 12:20 pm

Eduardo Fontes y yo


March 1, 2011
http://www.penultimosdias.com/2011/03/01/eduardo-fontes-y-yo/
la foto se ve en el link

Eduardo Fontes y yo ( el aduardo ese es el tipo del video de los segurosos , el calvo) Fontes-500x373
Ahí estamos todos. Tan jóvenes, tan inocentes, tan cómplices. Una foto puede más que mil videos del Ministerio del Interior filtrados por Cubaleaks.
Los años noventa. El Período Especial. La Opción Cero. Entonces.
La muerte en blanco y negro. La risa cadavérica. Las miradas en el horizonte más allá de la camarita de rollo. La tristeza de ser hermosos y esperanzados en este país. La ropita.
La Universidad de La Habana. Qué frase tan linda. La repito. La Universidad de La Habana.
En la extrema derecha, Eduardo Fontes, casi un bebé. A dos muchachas preciosas de él, la cara lampiña de Orlando Luis, fantasma que por esa fecha nunca se había conectado a internet.
No nos conocimos apenas, Eduardo Fontes y yo. Ni esa noche de fiesta en una azotea habanera, ni ninguna otra noche del mundo tampoco. Acaso él lea a diario este blog. Acaso sea un seguidor apócrifo del Twitter @OLPL. Nunca cruzamos ni una sílaba, pero un flash efímero nos unió de cara a la eternidad. Y también ahora su labor profesional de perito en píxeles políticos en el MININT.
De niños todos jugamos juntos. Somos libres e ignorantes. Tenemos nuestros cuerpos a la mano. Tocarse. Sin barreras, más allá de la vigilancia burlable de los padres. Disparatar.
Luego la adolescencia es la pura atracción por el otro. Todo está como hechizado. Respirar duele de tan intenso. Amamos. Tememos. El mundo gira porque nosotros lo empujamos con cada mínimo gesto.
Luego nos especializamos porque creamos un hogar y una muralla y necesitamos demostrarle a los nuestros que somos útiles y vamos a triunfar. Y entonces el encantamiento se hace de piedra y la realidad es aún más rala, inexplicable, beligerante. Todos son malos alrededor. Y nosotros nos quedamos muy solos imaginando que estamos haciendo el bien. Y ya no amamos si no es por inercia. Y nuestros propios colegas que hoy aplauden serán mañana los que nos condenen con el mismo desinterés. Es el fin.
La muerte. La muerte de verdad. La de Eduardo Fontes y la mía y la de los nueve jóvenes y tres adultos que se asoman al horror de una foto cubana. Recuerdo todavía sus nombres. Estoy tentado de nombrarlos ahora. Lo hago, en la penumbra de mi sala. Sílabas que hacía siglos no salían de mi garganta. Palabras que creí olvidadas y de pronto otra vez duelen. Duelen para siempre. Como la vida mediocre en que fuimos cayendo como por fuerza ingrávida de la gravedad. Los digo, pero no los tecleo. Ellos y ellas saben. Estaban en mi alma y yo no me acordaba. Y, como de costumbre, la pantalla de mi laptop mercenaria se ve borrosa por las lágrimas que post tras post me acompañan.
No supe crecer. Envejecí siendo bebé. Lo siento.
Así mismo he visto fotos de Yoani Sánchez disfrazada de pionera moncadista, con su risa destartalada de niña de barrio pobre más sabia que sus padres para poder sobrevivir. Éramos lo mismo. La debacle. Lo informe. Un imposible. Y la vida adulta ideologizada nos trastornó, enfermedad de la desesperanza a cambio de un salario mensual. Dan ganas de salir desnudo a la calle. De ser loco. De vomitar y escarbar entre los jugos gástricos a ver si algo brilla puro todavía en medio de la mediocridad indigerible de ser cubanos de mentirita.
Es horrible no habernos entendido. No haberlo intentado. Como habitantes libres de una ciudad cosmopolita, nosotros los habaneros, los hijos bastardos de esta gran puta indomeñable por la pacatería populista de una Revolución, debimos tener los cojones civiles de no dejar que los guajirones barbados se comieran a Cuba por una pata. Habana significa resistencia en lenguaje imaginario.
Los jóvenes en blanco y negro de los más tempranos años noventa estábamos llamados a consumar el collage de un futuro menos fútil para el resto de la Isla, pero ni siquiera lo intentamos. Al carajo. Mejor mil veces es el exilio (esta foto es un testimonio estadístico de esa fuga). Mejor vil veces es hacer la guerra en lugar del diálogo.
Siento pena por mí. Por mi memoria de ustedes. Eduardo Fontes: ¿este post merece un reporte oficial o sigue avanzando a ciegas mi caso operativo?

Orlando Luis Pardo
La Habana

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