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Mensaje por Azali Vie Ene 15, 2010 6:33 pm

Cabeza ajena
Escrito por Raul Rivero
Lunes 11 de Enero de 2010 09:31

Cabeza ajena 411856341dfbf0e79c11c8c2780f22b1ae4abe9d_200x200El odio de los dirigentes totalitarios tiene en su escudo, como emblema de la soberbia, un par de esposas y una reja de hierro. El de los poetas mediocres no tiene escudo. Es un odio incoloro, bien enmascarado, que se trasmite a los grupos humanos por contacto directo, como algunas enfermedades. El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal vive ahora, allá en el archipiélago de Solentiname, acosado por esas dos variantes del rencor.



El autor de Oración por Marilyn Monroe, de 84 años, un símbolo de la batalla contra la dictadura de Anastasio Somoza, fue ministro de Cultura en el primer gobierno sandinista. Hoy se considera un perseguido político del presidente Daniel Ortega y de su esposa, la poetisa Rosario Murillo.

El Gobierno nicaragüense ordenó en noviembre pasado que se desalojara un hotel enclavado en la isla de Solentiname, en el Gran Lago. La instalación es propiedad de una asociación dirigida por Cardenal.

Desde el verano de 2008, el poeta tenía un pleito por el inmueble con un ciudadano alemán. Cardenal fue condenado a una multa de 1,025 dólares por injuriar al extranjero.

«Yo culpo a Daniel Ortega y a su esposa por el atropello que nos están haciendo en Solentiname», dijo el poeta cuando el episodio del desalojo. La acción de la policía incluyó el arresto de dos de sus colaboradores. «A pesar de la persecución política», añadió, «no temo de nada, ni de nadie y no dejaré de denunciar al mundo la dictadura que se vive en Nicaragua».

Esta semana, Sergio Ramírez, ex vicepresidente del país, declaró en Managua que «todos los que critican al Gobierno terminan pagando un precio, pero la otra alternativa es el silencio, callarse, y me parece que eso no está en la alternativa de alguien que quiere actuar y aspira a que haya una democracia».

Ramírez comentó que es difícil entender que una figura internacional como Cardenal que «siempre está en la lista de finalistas de los premios Nobel de literatura, sea objeto de esa persecución absurda».

Poco después de la caída de Somoza, en 1979, Julio Cortázar sobrevoló la isla de Solentiname. Recordó la comunidad de creadores que había fundado allí el poeta de Cánticos Cósmicos y dijo a los amigos que le acompañaban en el avión: «Ahí está la paz».

Ni el argentino, que le dio la vuelta al día en 80 mundos, podía sospechar que quien iba a llevar la represión al pie del Gran Lago sería Daniel Ortega, un joven guerrillero que no ha querido desguindar la hamaca de los horcones del palacio presidencial.

Eran otros tiempos y estos versos de Cardenal tenían otros destinos: «No me pierdas con los políticos sanguinarios/ en cuyos cartapacios no hay más que el crimen/ y cuyas cuentas bancarias están hechas de sobornos./ No me entregues al Partido de los hombres inicuos./ ¡Libértame señor¡».



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