Lo que tiene que decir la psiquitatría sobre los perdedores bufones como el legendariño
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Lo que tiene que decir la psiquitatría sobre los perdedores bufones como el legendariño
Desde luego que si uno ve desde la ventana un perro cerca de la farola del parque, y luego baja y ve allí orines, uno no puede afirmar que aquel perro fue el autor, pero tampoco va nada descaminado.
Y es desde esta suposición que me atrevo a retratar la infancia maltratada del legenariño masoquista que regersa una y otra vez a recibir palos trágica y predecible obra a la que sus bufones ponen una nota de risa triste.
¿En qué pensar? En un padre facha, poco afectuoso, siendo el maltrato ( palizas o azotes ) lo más cercano al contacto físico; Búsqueda del dolor físico o, más generalmente, del sufrimiento y de la decadencia, que puede ser conciente pero también inconciente, especialmente en el caso del masoquismo moral.
El término masoquismo proviene del nombre de Leopold von Sacher-Masoch, escritor austríaco (1836-1895) que describió en sus novelas una actitud de sumisión masculina a la mujer amada, con búsqueda del sufrimiento y la humillación. Para el psicoanálisis, el masoquismo constituye una de las formas en las que puede comprometerse la libido, de una manera mucho más frecuente de lo que dejaría pensarlo el número bastante reducido de masoquistas en el sentido trivial de este término, es decir, de adultos que no pueden encontrar una satisfacción sexual a menos que se les inflija un dolor determinado. La toma en consideración de la sexualidad infantil muestra que la pulsión sexual puede adquirir corrientemente en la infancia una dimensión sádica o masoquista. El masoquismo aparece allí más precisamente como una inversión del sadismo (actividad trasformada en pasividad) y una vuelta contra la propia persona. Por otra parte, Freud destaca que originalmente el sadismo busca más bien la humillación o la dominación del otro. Es con la inversión masoquista como la sensación de dolor puede ligarse con la excitación sexual. Sólo entonces puede aparecer el objetivo sádico de infligirle dolores al otro, lo que quiere decir que en ese momento «se goza de manera masoquista en la identificación con el objeto sufriente». El masoquismo infantil cede generalmente a la represión. A partir de allí subsiste en el inconciente bajo la forma de fantasmas. Estos fantasmas pueden retornar a la conciencia, generalmente a través de una formulación trasformada. Este es el caso especialmente del fantasma «pegan a un niño», célebre porque Freud le ha dedicado uno de los artículos más importantes concernientes a la teoría psicoanalítica del fantasma. Esta representación fantasmática -indica- es confesada con una frecuencia sorprendente en los sujetos histéricos u obsesivos que han demandado un análisis. Se ligan a ella sentimientos de placer y, con frecuencia, una satisfacción onanista eventualmente rechazada y que vuelve entonces de modo compulsivo. Freud desmonta, a partir de cuatro casos, todos femeninos, los diferentes tiempos de este fantasma. Un primer tiempo en el que el fantasma se presenta bajo la forma «el padre le pega al niño odiado por mí», forma que da testimonio de una rivalidad infantil primitiva. El segundo, reconstruido por el análisis, en el que es el sujeto mismo el azotado: «Soy azotado(a) por el padre».
Y es desde esta suposición que me atrevo a retratar la infancia maltratada del legenariño masoquista que regersa una y otra vez a recibir palos trágica y predecible obra a la que sus bufones ponen una nota de risa triste.
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El término masoquismo proviene del nombre de Leopold von Sacher-Masoch, escritor austríaco (1836-1895) que describió en sus novelas una actitud de sumisión masculina a la mujer amada, con búsqueda del sufrimiento y la humillación. Para el psicoanálisis, el masoquismo constituye una de las formas en las que puede comprometerse la libido, de una manera mucho más frecuente de lo que dejaría pensarlo el número bastante reducido de masoquistas en el sentido trivial de este término, es decir, de adultos que no pueden encontrar una satisfacción sexual a menos que se les inflija un dolor determinado. La toma en consideración de la sexualidad infantil muestra que la pulsión sexual puede adquirir corrientemente en la infancia una dimensión sádica o masoquista. El masoquismo aparece allí más precisamente como una inversión del sadismo (actividad trasformada en pasividad) y una vuelta contra la propia persona. Por otra parte, Freud destaca que originalmente el sadismo busca más bien la humillación o la dominación del otro. Es con la inversión masoquista como la sensación de dolor puede ligarse con la excitación sexual. Sólo entonces puede aparecer el objetivo sádico de infligirle dolores al otro, lo que quiere decir que en ese momento «se goza de manera masoquista en la identificación con el objeto sufriente». El masoquismo infantil cede generalmente a la represión. A partir de allí subsiste en el inconciente bajo la forma de fantasmas. Estos fantasmas pueden retornar a la conciencia, generalmente a través de una formulación trasformada. Este es el caso especialmente del fantasma «pegan a un niño», célebre porque Freud le ha dedicado uno de los artículos más importantes concernientes a la teoría psicoanalítica del fantasma. Esta representación fantasmática -indica- es confesada con una frecuencia sorprendente en los sujetos histéricos u obsesivos que han demandado un análisis. Se ligan a ella sentimientos de placer y, con frecuencia, una satisfacción onanista eventualmente rechazada y que vuelve entonces de modo compulsivo. Freud desmonta, a partir de cuatro casos, todos femeninos, los diferentes tiempos de este fantasma. Un primer tiempo en el que el fantasma se presenta bajo la forma «el padre le pega al niño odiado por mí», forma que da testimonio de una rivalidad infantil primitiva. El segundo, reconstruido por el análisis, en el que es el sujeto mismo el azotado: «Soy azotado(a) por el padre».
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