Retratando a los muertos*

Retratando a los muertos*


October 21, 2011




por Jon Lee Anderson

Momentos antes de que el revolucionario argentino Ernesto Che Guevara fuera muerto por sus captores en Bolivia, en 1967, el agente de la CIA presente en el lugar le dijo a su ejecutor, un sargento boliviano, que disparase al Che por debajo del cuello, para que pareciese que había muerto de sus heridas en combate.
Así se hizo; la verdad de lo que realmente le había sucedido al Che tardó años en revelarse, incluso, tal y como sucedió, a pesar de que el hombre de la CIA no resistiese la tentación de posar con Che cuando éste aún estaba vivo. Era algo muy arriesgado, desde luego. Pero aquella era la época del cine, no de YouTube, y las fotos y negativos del hombre de la CIA permanecieron bajo llave durante veinte años. Fue tan sólo cuando escogió decir la verdad sobre la ejecución del Che que las pruebas visuales, bajo la forma de aquellas fotos estremecedoras, también aparecieron. Sin embargo, incluso después de su publicación fueron censuradas en la misma Cuba, donde el Che había vivido y se había vuelto famoso como uno de los camaradas y revolucionarios más próximos a Fidel Castro. También lo fueron las fotos del cuerpo del Che, que habían sido vistas por millones de personas alrededor del mundo días después de su muerte.
En una ocasión la pregunta a la viuda del Che el por qué del secretismo, y me explicó que no era tan sólo una cuestión de pudor; se trataba también de una decisión tomada al “más alto nivel” en Cuba inmediatamente después de la muerte del Che, una decisión con la que ella estaba de acuerdo. Estaba basada en la idea que mientras el Che no fuera visto como muerto podría de alguna manera permanecer eternamente vivo en las mentes y corazones de nuevas generaciones de cubanos y de otros jóvenes alrededor del mundo, que intentarían seguir su ejemplo en la causa revolucionaria.
Vivimos en tiempos distintos, en que todo bajo el sol es grabado por las cámaras de los teléfonos —incluyendo las muertes, y los sufrimientos mortales de figuras de renombre mundial, icónicas. Las imágenes son entonces distribuidas y vistas por millones de personas alrededor del mundo, a veces a las pocas horas, o incluso minutos, del suceso. La muerte hoy de Muammar Gadafi —en circunstancias confusas, aún no explicadas, a manos de rebeldes libios en Sierte— es la segunda en una serie de eventos noticiosos del nuevo género “ante tus ojos” que puede ser llamada “Muertes de antiguos dictadores”. El primero fue, desde luego, el inolvidable video telefónico del ahorcamiento del antiguo dictador de Irak, Saddam Hussein, en Bagdad, en 2006, rodeado por la burlona canalla de sus enemigos.
Vemos las imágenes que salen hoy de Sirte, confusas como son, y tratamos de examinarlas forensicamente como para tener un relato de lo realmente sucedido. Se han hecho muchas afirmaciones, y muchas de ellas se contradicen; y a veces las imágenes parecen contradecirlas. Oímos primero que Gadafi había sido capturado vivo, herido después, y que había muerto de sus heridas. Un testigo presente en el lugar le dijo a un reportero que vio a Gadafi herido de bala en el abdomen. Pero vemos la imagen de un hombre aparentemente muerto, que parece ser Gadafi, su cara sin sangre, al que se hace rodar por el suelo, los rebeldes le quitan la camisa; pies y manos se mueven rápidamente alrededor suyo; gritos.
En otra escena, le están golpeando violentamente. Hay otra imagen, sin embargo —la primera, de hecho, que circuló— en la que Gadhafi está cubierto en sangre. Sigue llevando ropa, y aparentemente esta sujeto entre varios combatientes; ¿está vivo o muriendo? La imagen no lo deja claro. Más siniestro es el video de Gadafi que eventualmente llegó a estar en línea, que le muestra vivo, confuso, arrastrado violentamente hasta quedar de pie desde detrás de una camioneta llena de combatientes, en medio de gritos de “Allah Akhbar” —Dios es grande— y maltratado por la turbe. El video se interrumpe. Presumiblemente, es entonces cuando le dan muerte.



Ahora también llegan las noticias de la captura, heridas y posible muerte del hijo de Gadhafi, Moatassem, que se había dicho que estaba con él en Sirte. No hay aún imágenes que circulen para compararlas con los informes, pero seguramente aparecerán en breve. Y también así, presumiblemente, las pruebas visuales de la salud física del otro hijo y aparente heredero de Gadhafi, Seil-Al-Islam. De pronto, después de semanas de silencio sobre su paradero, unas horas después de la muerte de su padre en Sirte, hay informes de que también él ha sido capturado y herido, o muerto, pero en otra parte del país.
Cualesquiera que sean las circunstancias que las hicieron posibles, las imágenes de Gadafi muerto tendrán un gran efecto entre los libios, como lo tuvieron las retransmisiones radiales de la voz grabada de Gadafi estas últimas semanas. La persistencia de la voz de Gadafi —inconfundiblemente suya, desafiante y amenazadora, muy viva— resultaba, de alguna manera, incluso más inquietante que si hubiera mantenido una presencia televisiva, porque le permitía asirse al aura de invencibilidad que había construido durante cuarenta años. Invisible, Gadafi, podía estar en cualquier parte y a la vez en ningún lugar, era un fénix potencial dispuesto a renacer de las cenizas libias. La imagen de Gadafi muriéndose o muerto sobre el terreno, pateado por sus asesinos ha puesto fin a todo eso.

Foto: El agente de la CIA Félix Rodríguez, a la izquierda, con el Che Guevara, en el centro. Guevara fue ejecutado en Bolivia en 1967. Fotografía AP. Cortesía de Félix Rodríguez.

* Este artículo fue publicado ayer en la edición electrónica de The New Yorker. Traducción: Juan Carlos Castillón.

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