El exiliado y el Tiempo
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El exiliado y el Tiempo
viernes 28 de octubre de 2011
El exiliado y el Tiempo
“Sándor Márai se quitó la vida en San Diego, California, pocos meses antes de la caída del muro de Berlín” así finaliza la nota de solapa que acompañan todos los títulos del escritor húngaro que ha publicado la editorial Salamandra. La lectura de su “Diarios 1984-1989” despeja el misterio de la vida anterior. En esas páginas se recogen de manera más bien transparente las razones del suicidio: muerte de la mujer y el único hijo y pérdida progresiva y torturante de sus capacidades vitales. Esos diarios explican algo que al parecer no entienden los escritores de notas de solapa: que por mucho que se intente sincronizar a la gente con la Historia una y otra se rigen por ritmos y preocupaciones distintas. (Conste que no culpo a los editores por su incomprensión porque respecto a los extraños todos somos –en el mejor de los casos- redactores de notas de solapa). ¿De qué le valía a Márai –incluso poseyendo el don de la profecía- aguantar unos a meses a que cayera el muro de Berlín si ya no le quedaba a nadie querido con quien celebrarlo, si los giros de la Historia le importaban menos que su creciente incapacidad de caminar o leer?
Pero ni la mengua física ni su desgana por seguir los pasos de la Historia le impedían aferrarse a su deshilachada dignidad de exiliado, más bien lo contrario. Como si entendiera en el anacronismo de su exilio la única manera de sobrevivir a los sobornos del Tiempo, de permitirle –achacoso como estaba- negarse a ser arrastrado por su corriente y así seguir jugando a ser eterno. Sospecho que fue por eso que en 1985, cuando la caída del comunismo era apenas una ilusión en la que había dejado de creer, anotara en su diario:
Publicado por Enrisco en 11:39
http://enrisco.blogspot.com/
El exiliado y el Tiempo
“Sándor Márai se quitó la vida en San Diego, California, pocos meses antes de la caída del muro de Berlín” así finaliza la nota de solapa que acompañan todos los títulos del escritor húngaro que ha publicado la editorial Salamandra. La lectura de su “Diarios 1984-1989” despeja el misterio de la vida anterior. En esas páginas se recogen de manera más bien transparente las razones del suicidio: muerte de la mujer y el único hijo y pérdida progresiva y torturante de sus capacidades vitales. Esos diarios explican algo que al parecer no entienden los escritores de notas de solapa: que por mucho que se intente sincronizar a la gente con la Historia una y otra se rigen por ritmos y preocupaciones distintas. (Conste que no culpo a los editores por su incomprensión porque respecto a los extraños todos somos –en el mejor de los casos- redactores de notas de solapa). ¿De qué le valía a Márai –incluso poseyendo el don de la profecía- aguantar unos a meses a que cayera el muro de Berlín si ya no le quedaba a nadie querido con quien celebrarlo, si los giros de la Historia le importaban menos que su creciente incapacidad de caminar o leer?
Pero ni la mengua física ni su desgana por seguir los pasos de la Historia le impedían aferrarse a su deshilachada dignidad de exiliado, más bien lo contrario. Como si entendiera en el anacronismo de su exilio la única manera de sobrevivir a los sobornos del Tiempo, de permitirle –achacoso como estaba- negarse a ser arrastrado por su corriente y así seguir jugando a ser eterno. Sospecho que fue por eso que en 1985, cuando la caída del comunismo era apenas una ilusión en la que había dejado de creer, anotara en su diario:
Un director de cine de Budapest (nunca había oído su nombre) me escribe una carta donde me pide que vuelva porque “el gesto vacío”, esto es, el exilio, carece ya de sentido; en Hungría todo ha cambiado para bien, la vida es alegre, etc. Califica de “gesto” el hecho de que yo lleve treinta y seis años en el extranjero y me invita volver a casa, donde me recibirán "a bombo y platillo o de incógnito”, como yo prefiera. En estos casos me dejan estupefacto por lo poco que saben los contemporáneos sobre las razones que motivan a cada uno. Mi desconocido corresponsal da por supuesto que voy a formar parte de los “idiotas útiles”, por emplear la expresión de Lenin. Y entonces siento un gran alivio al pensar que todo un océano me separa de esa clase de gente.
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