Falleció el escritor mexicano Carlos Fuentes
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Falleció el escritor mexicano Carlos Fuentes
CARLOS FUENTES: UNA VIDA DE NOVELA
Por Carlos Eduardo Díaz
Tal vez la mayor virtud de Carlos Fuentes sea ser Carlos Fuentes. No hay otro, no hay nadie más. El escritor mexicano, que cumple 80 años de vida, es como un personaje extraído de sus novelas: sabe de todo, habla de todo, observa, se emociona, sufre. Literariamente hablando, él inventó la ciudad de México, y es como ella: denso, ágil, lleno de voces, con un corazón de cemento y multitudes de gritos furiosos que se expresan en sus letras.
Nacido el 11 de noviembre de 1928 en la ciudad de Panamá, Carlos Fuentes Macías es el más universal de los escritores mexicanos. Este título es verdad, pero no es gratuito ni sencillo. Fuentes provoca por igual placeres que envidias incontenibles. Sus detractores lo han acusado de todo: de ser un niño rico con aspiraciones de intelectual, de exagerar lo mexicano, de distorsionar lo nacional, de carecer de talento.
Lo cierto es que sus millones de lectores dan fe de lo contrario. Carlos Fuentes es un trabajador de la palabra. Gracias a las actividades diplomáticas de su padre, desde niño tuvo la oportunidad de concebir a México desde el exterior. En su mente se construyó esa ciudad caótica llena de todo y vacía de muchas cosas a la que llamó ciudad de México.
Sus estilos son variados, y en sus escritos conviven por igual los recuerdos que las fantasías, la denuncia y la mentira, las verdades desgarradoras y los más absurdos personajes, que por ello son tan fieles a la esencia mexicana.
Fuentes no cree en la inspiración; cree en la disciplina. Por eso escribe todos los días por la mañana, como parte de un ritual que comienza con la observación, el análisis y también la sospecha. Duda de muchas cosas, pero cree en muchas más.
A veces su lectura no es sencilla. Estoy convencido de que sus mejores libros son los cortos, los que poseen pocas páginas. Aura, por ejemplo, es una novela perfecta. Perfecta en todos los aspectos. La historia sobrenatural, esos fantasmas que se arrastran, condenados a vivir un círculo perverso en el tiempo y el espacio, encerrados en una casona de la calle Donceles, son atractivos y terroríficos a la vez. Aura, la protagonista, es la personificación de la belleza eterna porque también el demonio fue bello alguna vez. Felipe, el protagonista masculino, puede ser cualquiera. Yo soy Felipe, tú eres Felipe, el lector cualquiera se convierte en el Felipe que encuentra un anuncio en el periódico, el cual lo lleva a vivir los días más amargos, pero también los más amorosos de toda su existencia.
Tal vez el Carlos Fuentes que más disfruto es el que usa lo sobrenatural como herramienta para sorprendernos. Instinto de Inez es un libro brillante, repleto de todas las fascinaciones. El amor como telón de fondo y la música de Berlioz para ambientar una ópera que habla de la vida, impregnada por lo misterioso, lo mágico, lo que no podemos comprender pero que sin embargo existe.
Inquieta compañía es trágico, cómico, estremecedor. Es un libro que nos lleva a enamorarnos de Calixta Brand, a sentir ternura por sus emociones, a identificarnos con sus pensamientos, y a sentir rabia al enterarnos de su destino fatal que luego se compensa al ser elevada al cielo en los brazos de un ángel. Pero también es una obra donde conviven fantasmas, brujas, gatos malditos y un personaje fantástico llamado Vlad: un vampiro antiguo asentado en el corazón del Distrito Federal.
Suceden situaciones similares en algunos cuentos suyos, como en Tlactocatzine del jardín de Flandes, Por boca de los dioses, Letanía de la orquídea, La muñeca reina, Un fantasma tropical, Pantera en jazz, Chac Mool. Su imaginación nos introduce a mundos increíbles donde lo pequeño es grande y lo grande pasa caminando junto a nuestros ojos distraídos. Sin duda, Carlos Fuentes es un autor bien logrado que gusta de caminar entre las fronteras de la realidad y de esos sueños donde todo puede suceder.
Sin embargo, no sólo de literatura fantástica se compone su obra. Cambio de piel es una novela de giros, llena de temas y de voces que acepta diversas lecturas e interpretaciones. La muerte de Artemio Cruz es agónica; Los años con Laura Díaz son un mural de historia mexicana; Gringo viejo es a la vez evocadora, irónica y con matices de tristeza; Las buenas conciencias es una crítica, una autocompasión hacia el intelectual encerrado en una pequeña ciudad de provincia, que lucha contra la sociedad con la que no puede.
Además de novelas y cuentos, Fuentes ha desarrollado ampliamente el ensayo. Conoce el mundo y el mundo lo conoce a él. Ésta es una de las razones por las que es envidiado: pocos, muy pocos escritores logran habitar en todos los rincones de la Tierra, como Carlos lo ha hecho.
En su juventud, su grupo de amigos era de sobra conocido. Los nuevos intelectuales se adueñaban de los centros nocturnos, de las fiestas en Las Lomas, de los cafés y de los bares. A la cabeza, Fuentes. Detrás de él, Monsiváis, García Márquez, José Luis Cuevas, José Luis y Juan Ibáñez, Elena Garro, Arturo Ripstein, Ernesto de la Peña y los actores Enrique Rocha y Julissa, hija de su entonces esposa Rita Macedo.
Fue también amigo, gran amigo, del poeta y ensayista Octavio Paz, con quien rompió relaciones por un malentendido. Paz era director de una revista cultural donde colaboraba un joven historiador que comenzaba a abrirse paso y cuyo nombre era Enrique Krauze. Este joven, perteneciente al círculo más estrecho de amigos del poeta, escribió un ensayo llamado La novela mexicana de Carlos Fuentes, en el cual, básicamente le sugería a Fuentes que se olvidara de escribir ensayos y se enfocara en su carrera como novelista. Paz supo que el texto lo enemistaría con Fuentes, sin embargo, en nombre de la libertad de expresión, sacrificó la amistad.
Carlos Fuentes conoció los bajos barrios y las altas esferas compuestas por millonarios, políticos y diplomáticos. Gracias a ello logró escribir su novela cumbre, también la primera que publicó: La región más transparente, título que surge de la primera frase del ensayo Visión del Anáhuac, de Alfonso Reyes.
Ganador de premios como el Biblioteca Breve, el Xavier Villaurrutia, el Rómulo Gallegos, el Alfonos Reyes, el Cervantes, el Príncipe de Asturias y la Legión de Honor del Gobierno Francés, entre muchos otros galardones y doctorados honoris causa, Fuentes cumple 80 años de reinventar al mundo por medio de su pluma.
Nuestro mexicano más internacional, leído por Bill Clinton y premios Nobel, guionista cinematográfico, inventor de la película Los Caifanes, amigo de intelectuales, periodistas y cineastas. Carlos Fuentes el único, el que ha sufrido y vivido tanto; el que debe seguir escribiendo porque aún es poseído por muchos demonios que debe exorcizar.
Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar la oscuridad de ese callejón techado - patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso -. Buscas en vano una luz que te guíe. Buscas la caja de fósforos en la bolsa de tu saco pero esa voz aguda y cascada te advierte desde lejos:
- No... no es necesario. Le ruego. Camine trece pasos hacia el frente y encontrará la escalera a su derecha. Suba, por favor. Son veintidós escalones. Cuéntelos.
Trece. Derecha. Veintidós.
El olor de la humedad, de las plantas podridas, te envolverá mientras marcas tus pasos, primero sobre las baldosas de piedra, enseguida sobre esa madera crujiente, fofa por la humedad y el encierro. Cuentas en voz baja hasta veintidós y te detienes, con la caja de fósforos entre las manos, el portafolio apretado contra las costillas. Tocas esa puerta que huele a pino viejo y húmedo; buscas una manija; terminas por empujar y sentir, ahora, un tapete bajo tus pies. Un tapete delgado, mal extendido, que te hará tropezar y darte cuenta de la nueva luz, grisácea y filtrada, que ilumina ciertos contornos.
- Señora - dices con una voz monótona, porque crees recordar una voz de mujer - Señora...
- Ahora a su izquierda. La primera puerta. Tenga la amabilidad.
Empujas esa puerta - ya no esperas que alguna se cierre propiamente; ya sabes que todas son puertas de golpe - y las luces dispersas se trenzan en tus pestañas, como si atravesaras una tenue red de seda. Sólo tienes ojos para esos muros de reflejos desiguales, donde parpadean docenas de luces. Consigues, al cabo, definirlas como veladoras, colocadas sobre repisas y entrepaños de ubicación asimétrica. Levemente, iluminan otras luces que son corazones de plata, frascos de cristal, vidrios enmarcados, y sólo detrás de este brillo intermitente verás, al fondo, la cama y el signo de una mano que parece atraerte con su movimiento pausado.
Lograrás verla cuando des la espalda a ese firmamento de luces devotas. Tropiezas al pie de la cama; debes rodearla para acercarte a la cabecera. Allí, esa figura pequeña se pierde en la inmensidad de la cama; al extender la mano no tocas otra mano, sino la piel gruesa, afieltrada, las orejas de ese objeto que roe con un silencio tenaz y te ofrece sus ojos rojos: sonríes y acaricias al conejo que yace al lado de la mano que, por fin, toca la tuya con unos dedos sin temperatura que se detienen largo tiempo sobre tu palma húmeda, la voltean y acercan tus dedos abiertos a la almohada de encajes que tocas para alejar tu mano de la otra.
- Felipe Montero. Leí su anuncio.
- Sí, ya sé. Perdón no hay asiento.
Aura, fragmento.
Por Carlos Eduardo Díaz
Tal vez la mayor virtud de Carlos Fuentes sea ser Carlos Fuentes. No hay otro, no hay nadie más. El escritor mexicano, que cumple 80 años de vida, es como un personaje extraído de sus novelas: sabe de todo, habla de todo, observa, se emociona, sufre. Literariamente hablando, él inventó la ciudad de México, y es como ella: denso, ágil, lleno de voces, con un corazón de cemento y multitudes de gritos furiosos que se expresan en sus letras.
Nacido el 11 de noviembre de 1928 en la ciudad de Panamá, Carlos Fuentes Macías es el más universal de los escritores mexicanos. Este título es verdad, pero no es gratuito ni sencillo. Fuentes provoca por igual placeres que envidias incontenibles. Sus detractores lo han acusado de todo: de ser un niño rico con aspiraciones de intelectual, de exagerar lo mexicano, de distorsionar lo nacional, de carecer de talento.
Lo cierto es que sus millones de lectores dan fe de lo contrario. Carlos Fuentes es un trabajador de la palabra. Gracias a las actividades diplomáticas de su padre, desde niño tuvo la oportunidad de concebir a México desde el exterior. En su mente se construyó esa ciudad caótica llena de todo y vacía de muchas cosas a la que llamó ciudad de México.
Sus estilos son variados, y en sus escritos conviven por igual los recuerdos que las fantasías, la denuncia y la mentira, las verdades desgarradoras y los más absurdos personajes, que por ello son tan fieles a la esencia mexicana.
Fuentes no cree en la inspiración; cree en la disciplina. Por eso escribe todos los días por la mañana, como parte de un ritual que comienza con la observación, el análisis y también la sospecha. Duda de muchas cosas, pero cree en muchas más.
A veces su lectura no es sencilla. Estoy convencido de que sus mejores libros son los cortos, los que poseen pocas páginas. Aura, por ejemplo, es una novela perfecta. Perfecta en todos los aspectos. La historia sobrenatural, esos fantasmas que se arrastran, condenados a vivir un círculo perverso en el tiempo y el espacio, encerrados en una casona de la calle Donceles, son atractivos y terroríficos a la vez. Aura, la protagonista, es la personificación de la belleza eterna porque también el demonio fue bello alguna vez. Felipe, el protagonista masculino, puede ser cualquiera. Yo soy Felipe, tú eres Felipe, el lector cualquiera se convierte en el Felipe que encuentra un anuncio en el periódico, el cual lo lleva a vivir los días más amargos, pero también los más amorosos de toda su existencia.
Tal vez el Carlos Fuentes que más disfruto es el que usa lo sobrenatural como herramienta para sorprendernos. Instinto de Inez es un libro brillante, repleto de todas las fascinaciones. El amor como telón de fondo y la música de Berlioz para ambientar una ópera que habla de la vida, impregnada por lo misterioso, lo mágico, lo que no podemos comprender pero que sin embargo existe.
Inquieta compañía es trágico, cómico, estremecedor. Es un libro que nos lleva a enamorarnos de Calixta Brand, a sentir ternura por sus emociones, a identificarnos con sus pensamientos, y a sentir rabia al enterarnos de su destino fatal que luego se compensa al ser elevada al cielo en los brazos de un ángel. Pero también es una obra donde conviven fantasmas, brujas, gatos malditos y un personaje fantástico llamado Vlad: un vampiro antiguo asentado en el corazón del Distrito Federal.
Suceden situaciones similares en algunos cuentos suyos, como en Tlactocatzine del jardín de Flandes, Por boca de los dioses, Letanía de la orquídea, La muñeca reina, Un fantasma tropical, Pantera en jazz, Chac Mool. Su imaginación nos introduce a mundos increíbles donde lo pequeño es grande y lo grande pasa caminando junto a nuestros ojos distraídos. Sin duda, Carlos Fuentes es un autor bien logrado que gusta de caminar entre las fronteras de la realidad y de esos sueños donde todo puede suceder.
Sin embargo, no sólo de literatura fantástica se compone su obra. Cambio de piel es una novela de giros, llena de temas y de voces que acepta diversas lecturas e interpretaciones. La muerte de Artemio Cruz es agónica; Los años con Laura Díaz son un mural de historia mexicana; Gringo viejo es a la vez evocadora, irónica y con matices de tristeza; Las buenas conciencias es una crítica, una autocompasión hacia el intelectual encerrado en una pequeña ciudad de provincia, que lucha contra la sociedad con la que no puede.
Además de novelas y cuentos, Fuentes ha desarrollado ampliamente el ensayo. Conoce el mundo y el mundo lo conoce a él. Ésta es una de las razones por las que es envidiado: pocos, muy pocos escritores logran habitar en todos los rincones de la Tierra, como Carlos lo ha hecho.
En su juventud, su grupo de amigos era de sobra conocido. Los nuevos intelectuales se adueñaban de los centros nocturnos, de las fiestas en Las Lomas, de los cafés y de los bares. A la cabeza, Fuentes. Detrás de él, Monsiváis, García Márquez, José Luis Cuevas, José Luis y Juan Ibáñez, Elena Garro, Arturo Ripstein, Ernesto de la Peña y los actores Enrique Rocha y Julissa, hija de su entonces esposa Rita Macedo.
Fue también amigo, gran amigo, del poeta y ensayista Octavio Paz, con quien rompió relaciones por un malentendido. Paz era director de una revista cultural donde colaboraba un joven historiador que comenzaba a abrirse paso y cuyo nombre era Enrique Krauze. Este joven, perteneciente al círculo más estrecho de amigos del poeta, escribió un ensayo llamado La novela mexicana de Carlos Fuentes, en el cual, básicamente le sugería a Fuentes que se olvidara de escribir ensayos y se enfocara en su carrera como novelista. Paz supo que el texto lo enemistaría con Fuentes, sin embargo, en nombre de la libertad de expresión, sacrificó la amistad.
Carlos Fuentes conoció los bajos barrios y las altas esferas compuestas por millonarios, políticos y diplomáticos. Gracias a ello logró escribir su novela cumbre, también la primera que publicó: La región más transparente, título que surge de la primera frase del ensayo Visión del Anáhuac, de Alfonso Reyes.
Ganador de premios como el Biblioteca Breve, el Xavier Villaurrutia, el Rómulo Gallegos, el Alfonos Reyes, el Cervantes, el Príncipe de Asturias y la Legión de Honor del Gobierno Francés, entre muchos otros galardones y doctorados honoris causa, Fuentes cumple 80 años de reinventar al mundo por medio de su pluma.
Nuestro mexicano más internacional, leído por Bill Clinton y premios Nobel, guionista cinematográfico, inventor de la película Los Caifanes, amigo de intelectuales, periodistas y cineastas. Carlos Fuentes el único, el que ha sufrido y vivido tanto; el que debe seguir escribiendo porque aún es poseído por muchos demonios que debe exorcizar.
Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar la oscuridad de ese callejón techado - patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso -. Buscas en vano una luz que te guíe. Buscas la caja de fósforos en la bolsa de tu saco pero esa voz aguda y cascada te advierte desde lejos:
- No... no es necesario. Le ruego. Camine trece pasos hacia el frente y encontrará la escalera a su derecha. Suba, por favor. Son veintidós escalones. Cuéntelos.
Trece. Derecha. Veintidós.
El olor de la humedad, de las plantas podridas, te envolverá mientras marcas tus pasos, primero sobre las baldosas de piedra, enseguida sobre esa madera crujiente, fofa por la humedad y el encierro. Cuentas en voz baja hasta veintidós y te detienes, con la caja de fósforos entre las manos, el portafolio apretado contra las costillas. Tocas esa puerta que huele a pino viejo y húmedo; buscas una manija; terminas por empujar y sentir, ahora, un tapete bajo tus pies. Un tapete delgado, mal extendido, que te hará tropezar y darte cuenta de la nueva luz, grisácea y filtrada, que ilumina ciertos contornos.
- Señora - dices con una voz monótona, porque crees recordar una voz de mujer - Señora...
- Ahora a su izquierda. La primera puerta. Tenga la amabilidad.
Empujas esa puerta - ya no esperas que alguna se cierre propiamente; ya sabes que todas son puertas de golpe - y las luces dispersas se trenzan en tus pestañas, como si atravesaras una tenue red de seda. Sólo tienes ojos para esos muros de reflejos desiguales, donde parpadean docenas de luces. Consigues, al cabo, definirlas como veladoras, colocadas sobre repisas y entrepaños de ubicación asimétrica. Levemente, iluminan otras luces que son corazones de plata, frascos de cristal, vidrios enmarcados, y sólo detrás de este brillo intermitente verás, al fondo, la cama y el signo de una mano que parece atraerte con su movimiento pausado.
Lograrás verla cuando des la espalda a ese firmamento de luces devotas. Tropiezas al pie de la cama; debes rodearla para acercarte a la cabecera. Allí, esa figura pequeña se pierde en la inmensidad de la cama; al extender la mano no tocas otra mano, sino la piel gruesa, afieltrada, las orejas de ese objeto que roe con un silencio tenaz y te ofrece sus ojos rojos: sonríes y acaricias al conejo que yace al lado de la mano que, por fin, toca la tuya con unos dedos sin temperatura que se detienen largo tiempo sobre tu palma húmeda, la voltean y acercan tus dedos abiertos a la almohada de encajes que tocas para alejar tu mano de la otra.
- Felipe Montero. Leí su anuncio.
- Sí, ya sé. Perdón no hay asiento.
Aura, fragmento.
luik- Cantidad de envíos : 9436
Fecha de inscripción : 11/07/2011
Edad : 41
Azali- Admin
- Cantidad de envíos : 50980
Fecha de inscripción : 27/10/2008
Re: Falleció el escritor mexicano Carlos Fuentes
Azali escribió:Que en paz descanse.
Firmó un manifiesto pro aborto, igual que Monsiváis, y ambos murieron poco después. ¿Habrá intervenido el Ángel Exterminador?
luik- Cantidad de envíos : 9436
Fecha de inscripción : 11/07/2011
Edad : 41
Re: Falleció el escritor mexicano Carlos Fuentes
Fuentes no cree en la inspiración; cree en la disciplina.
La misma creencia de G.G. Márquez.
Lo malo de que se mueran los faraones antiguos es que no está surgiendo nada que los reemplaze.
La misma creencia de G.G. Márquez.
Lo malo de que se mueran los faraones antiguos es que no está surgiendo nada que los reemplaze.
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
Re: Falleció el escritor mexicano Carlos Fuentes
Un buen exponente de la narrativa y orgullo de las letras en Latinoamérica,México y el Mundo.Sin dudas.Su mérito como escritor no hay quien se lo quite.
En Paz Descanse!
En Paz Descanse!
Alver- Cantidad de envíos : 6935
Fecha de inscripción : 26/02/2009
Re: Falleció el escritor mexicano Carlos Fuentes
Cala,es verdad lo que tú dices...Esos que se han muerto y los que ya estan mayorcitos,no parece que vayan a tener reemplazo.
Saludos.
Alv.
Alver- Cantidad de envíos : 6935
Fecha de inscripción : 26/02/2009
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