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Y sin embargo…

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Mensaje por Azali Dom Jun 03, 2012 4:11 pm

Y sin embargo…





  • Y sin embargo… Oulloa
  • Om Ulloa
    Chicago, EE UU




Y sin embargo… Embargo

Siempre, desde que entendí lo que era, me opuse al embargo estadounidense a(l gobierno de) Cuba. Siempre opiné, dondequiera que surgía, que el único beneficiado de esa ley era el desgobierno castrista y sus secuaces, además de los desfachatados comerciantes del producto “tema cubano” que residen fuera de Cuba, cubanos y extranjeros, y viven de la desgracia de un país y sus ciudadanos. Tenía(tengo) bien claro que el embargo era(es) la gran muleta de Castros y Cía., por igual. El único bloqueado era(es) “el pueblo cubano”, mi gente… más o menos. Ahora pienso lo mismo, pero opino que no es el momento apropiado de levantarlo, el embargo. No, ahora no, de eso estoy convencida. Y sin embargo, lo siento por esa gente que tal vez pudiera ser mía, de ambos lados compatriotas, pero no; ahora que se vislumbra un fin —aunque no sea El Fin—, no se vale.

Pensé que lo levantaría Carter, allá por los 70, cuando Cuba no era tan importante entre mis prioridades de sexo, funk y rock´n roll. Pensé que tal vez Reagan (iluminado en su mejor actuación) se diera cuenta del error, en esos tiempos en que Cuba me empezaba a picar la puntita del hígado y me daba cuenta de que había que hacer $ de alguna manera para no morirme como otra artista sufrida en medio de la gran manzana podrida por el sida. Papa Bush me agarró en el intento de reubicarme en otro país donde empezaban a llegar cubanos a raudales por vías ilícitas. ¡Y qué poco tenía yo en común con aquellos cubanos!, pensaba mientras los escuchaba —hombres, mujeres y niños— regurgitar “aseres” y “pingas” aceleradas en medio de los nativos, que los miraban tan estupefactos como yo. Imaginé que Clinton por lo menos trataría de hacer algo al respecto, en aquella época en que Cuba ya era un virus apoderado de mi cuerpo, débil carne contagiada por el intercambio de flujos con aquellos “especiales” cubanos de otro macabro período de nuestra maldita historia. Con el niño Bush ya Cuba era un cáncer que me comía las entrañas y me desesperaba sentirme diezmada una vez más. Cuando llegó Obama —sin mi euforia; soy Hilariana—, se asomó una leve esperanza en mi horizonte del “no me da mi gana americana ser cubana y republicana” de que tal vez ahora, tal vez….

Ya van casi cuatro años desde aquel histórico 2008, in more ways than one. Han sucedido tantas cosas… Fue el año en que casi me monto en un avión para ir a Cuba por primera vez desde que salí cuarenta años antes, a la edad de diez años. A última hora, casi con pasaje comprado, no pude. Algo en mí no me dejó. Una avalancha de múltiples ofensas, mentiras y abusos del desgobierno arrasó con los pocos recuerdos infantiles a los que intentaba agarrarme en ese regreso simbólico de la niña que aún llevo dentro. El insulto de tener que “pedir permiso para regresar”; el exagerado costo de un vuelo de apenas 45 minutos; las surrealistas bifurcaciones burocráticas; el tono de la voz de la gente que contesta el teléfono en el 2639 de la calle 16; los ojos tristes de mi madre, que juró nunca volver “con ellos” en el poder… todo eso pudo más. Sufrí lo que se dice un meltdown, y el líquido derretido que resultó del cuerpo canceroso tenía el agrio sabor de una rebeldía desaforada y una convicción aplastante: Yo no podía regresar y jugar con las reglas “de ellos”, nunca. Aunque me muriera sin volver. Muchos amigos lo han hecho —volver, una y otra vez, por diferentes motivos— y cuentan maravillas. Me tachan de liberal radical, tremendo oxímoron si los hubo. Los envidio sin afán de burla y respeto su derecho a su decisión. Yo me tacho de tener moral y ser liberal, y me respeto por mi decisión. Sé que la razón principal por la que la mayoría regresa es “ver-ayudar la familia” que atrás dejó… la que hace unos cuantos años —dos, tres, uno— no ve. No los culpo. Entiendo, a medias, pero entiendo porque la familia es la carnada en el anzuelo, la lombricita dispuesta que complementa nuestro fragmentado corazoncito gusano-cubano… ah, y qué bien lo saben los pescadores más allá del malecón, los mismos culpables de tanta y duradera división.

Mi familia inmediata salió de Cuba en 1968. En 1961, una sobrina de mi madre fue la primera en irse, con su esposo e hijos. Fue ella quien, tras mucho trabajo nos ayudó a salir. Fue ella y su esposo quienes má$ no$ ayudaron durante cinco años en España, quienes nos ubicaron al llegar a EE UU, quienes hoy en día viven al lado de mis padres ancianos, cuidándose mutuamente. Fue esa sobrina quien se fue de Cuba sin despedirse de sus padres —quienes habían abrazado de lleno el nuevo gobierno— porque ellos la habían repudiado por su deseo de salida. Estuvieron un mes “de vacaciones” junto a tres familias más en Varadero hasta que por fin lograron pasaje en un vuelo a Miami —todos vendidos a tope al principio de aquella pandemia del “vámonos, que pronto regresamos”. Esta sobrina de mi madre estuvo casi 18 años sin ver a sus padres. No fue hasta 1979, en uno de los primeros viajes de “la comunidad”, que mi prima volvió a Cuba. De allá regresó deprimidísima después de una semana, pero aun así en 1982 sus padres, aún declarándose “socialistas” después del apoteósico Mariel, vinieron invitados por ella y luego le siguieron sus dos hermanas.

Ah, la familia cubana y sus fragmentos opacos, tan manipulados…. Esa hermana de mi madre y su esposo fueron representantes del CDR de su cuadra del 61 al 68. Mi padre fracasó en varios intentos de huída en ese período y rápidamente nos convertimos en “los segundos gusanos” de la familia, entre aquellos cederistas, otros milicianos, otras alfabetizadoras, muchos borrachos y varios locos. Éramos repudiados a medias, y a veces del todo, entre tan numerosa y variada familia por parte de mi madre. Una de las hermanas de la “sobrina ida” era directora de escuela y evitaba saludarnos en la calle. Cuando visitábamos la casa de sus padres —los ejemplares e idealistas obreros cederistas quienes, a pesar de todo, nos invitaban a mi hermano y a mí a sus meritorias vacaciones obreras en el mismo hotel de Varadero donde estuvo su hija escondida sin verlos un mes antes de irse— para ver las fotos que la “sobrina ida” mandaba en sus cartas que sólo su otra hermana “gusana” respondía, la directora nos miraba furiosa y hablaba pestes del imperio y el “lujo” capitalista que se veía en las fotos. Yo miraba aquellas fotos con miope intensidad detallista de niña seria porque todo me parecía una maravilla exótica. Aquel “norte” que yo veía de bellas y jóvenes mujeres y hombres con abrigos y bufandas entre palmas, y luego nieve, en el fondo al lado de carros brillosos o dentro de casas con mesas grandes y búcaros con flores Kodak-chrome me parecía el paraíso. Luego las miraría de nuevo, recuperadas, y me daría cuenta —ya educada conocedora de épocas— que todos los muebles en las fotos eran de segunda y tercera mano (nosotros heredamos algunos al llegar), que los carros tenían abolladuras y les faltaban focos, y que en los ojos y los gestos de todos los fotografiados se leía una tristeza ambigua, a pesar de las medias sonrisas.

A principios de los 90, apretando “aquello” después del derrumbe soviético, la viuda del cederista y sus hijas llegaron a Miami para quedarse, y los hijos y nietos (unos “ex combatientes de Angola”) se fueron de Cuba por vía ilícita a terceros países, todos ayudado$ por la “$obrina ida” y nosotros$, “lo$ segundo$ gusano$” de la familia. La viuda y sus hijas, incluida la directora de escuela anti-imperio, recibieron ayuda económica del gobierno estadounidense (y aún hoy, muerta la viuda, las hijas y algunos nietos y bisnietos aún la reciben). La ex directora de escuela trabajó un año en Miami cuidando niños. Después se declaró “loca” porque se consiguió un medicucho que firmó el “disability”. Hoy sigue hablando pestes del imperio, aunque ya es ciudadana estadounidense y vive en una casa pagada por el gobierno estadounidense para personas de bajos recursos, a pesar de que uno de sus hijos que se quedó en un tercer país se hizo rico haciendo negocios que tenían que ver con entradas y salidas ilícitas de “cubanos ansiosos por ver sus familias”, entre otros “bisnes”. Hoy la ex directora de escuela va a Cuba al menos tres veces al año, aunque no tiene madre ni padre allá, sólo primos y conocidos. Cada vez que regresa dice que “Cuba está mejorando, que allí no falta nada”. Allá, tres veces al año, deja todo el $ que el gobierno estadounidense le paga por ser tremenda “loca” hipócrita.

Y como ella, que es “mi familia” a mi pesar, hay muchos y muchas en ese vaivén desmoralizado y oportunista. Aprendieron bien todos, nada menos que de los grandes maestros de la mentira e hipocresía. Qué vivos, qué estupendos sobrevivientes de nuestro naufragio comunitario son, no les puedo negar cierta admiración. Qué ágiles ratas entre tantos ratones cobardes, porque todos somos culpables del “sálvese quien pueda” unipartidista que nos gobierna desde hace 53 años. Algunos partieron primero, otros en el medio, otros después y otros de último, dejando atrás “el problema” para que lo solucionara alguien más. Cada grupo perdió algo, de más o menos valor material en la escala por la que se miden esas cosas, pero todos, estoy segura, perdieron o fragmentaron lo principal y más valorado en la escala emocional cubana, la familia. Ah, la familia… la carnada ideal de la que se aprovechan tantos y tan descaradamente hoy en día, beneficiándose de la ya arcaica generosidad de la Ley de Ajuste, esa que ahora un republicano cubanoamericano, también con su merecido grado de desfachatez oportunista, dice que quiere cambiar.

Y yo, que sigo en mis trece de “no me da mi gana americana ser cubana y republicana” y votaré por Obama en noviembre, siento, sin embargo y a mi pesar, que no sería tan mala idea modificar esa injusta ley (injusta con tantos otros inmigrantes económicos del resto del mundo que dejan el alma trabajando y mandando remesas a sus familias, que no ven durante décadas, a quienes se les niega residencia legal durante años) y dejar el bloquembargo tranquilo, donde está, cuando por fin tiene algo de sentido. Sí, yo, con mis idealismos bobos y mis esperanzas vacuas para toda esa gente que tal vez pudiera ser mi gente, a mi pesar, y que sin embargo sé que muy poco tienen en común conmigo. Yo con mi liberalismo a cuesta de costarme mis compatriotas de todos lados, los cubanos, los cubanoamericanos y los estadounidenses… yo lo siento, pero no; ahora sí que no se vale levantar el embargo. Tampoco recrudecerlo, porque sí apoyo permitir los intercambios culturales aunque beneficien a más y más hipócritas, pero también saca provecho algún que otro bienintencionado de ambas partes, y eso cuenta. Sí dejar que fluyan las ideas, las epidemias de libre expresión, los foros abiertos, pero agarrar el $ que tanto necesita el desgobierno. Agarrarlo y no soltárselo a manos llenas por la vía del regreso espléndido en nombre de “ayudar a la familia”. Ésa ya tan fragmentada y hecha mierda por todos, empezando con la familia-en-jefe. Y es que pienso en mi prima, “la sobrina ida” que no vio a sus padres en 18 años y entonces no me conmueve que los recién llegados no vean a sus familias en ¡sólo! cinco años. Pienso en Celia que no se pudo despedir de su madre enferma y en mis viejos que cada cual perdió a sus padres al año de irnos de Cuba y no pudieron ir a enterrarlos siquiera. Y no se murieron del desespero, la impotencia y la tristeza que para siempre los marcó. Entonces, por lo tanto, pienso en todos los viejos del “exilio histórico”, que hoy mueren a diario sin nunca haber regresado, como ocurrirá con los míos… como tal vez ocurra conmigo. Todos se aguantaron la nostalgia y echaron pa´lante defendiendo sus ideales, que no son precisamente los míos, pero a los cuales tenían y tienen derecho. Pienso en ellos, en ustedes, en nosotros y en aquellos, y no… lo siento… pero ahora no es momento de levantar el embargo, a pesar del tremendo oxímoron que yo misma me planteo. No ahora que se vislumbra un fin —aunque no sea El Fin.

Om Ulloa
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