El antimperialismo lucrativo de Fidel Castro
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El antimperialismo lucrativo de Fidel Castro
El antimperialismo lucrativo de Fidel Castro
Dice la historiografía nacional -la contada, claro está, por los vencedores- que una mañana de diciembre de 1958, desde su comandancia en el macizo montañoso de la Sierra Maestra, Fidel Castro observaba un despiadado ataque de la aviación del ejército de Fulgencio Batista. Después del raid aéreo escribió una carta a su secretaria Celia Sánchez donde describía los destrozos provocados por bombas facturadas en Estados Unidos y lanzaba una premonición: a partir de ese momento su lucha sería contra el ‘imperialismo yanqui’.
La relación de Castro con el vecino del Norte es una historia de amor y odio. Cuando era un chico lampiño, en plena guerra mundial, le escribió una nota al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, haciéndole saber de los grandes yacimientos de níquel y cobre en el oriente cubano. Como pago por la información, considerada confidencial por el adolescente Castro, reclamaba el pago de 10 dólares. Roosevelt no le dio acuse de recibo. Y según algunos psicólogos, ese menosprecio en personas con un ego elevado provoca oleadas de odio estacionarias.
Los narcisistas son tipos complejos. Fidel Castro creció en una finca lejos de la ciudad donde el cariño de su áspero padre, ex soldado español que combatió a los mambises independentistas, fue a cuentagotas. Ángel Castro formalizó su matrimonio y reconoció al niño pasado los 6 años. La madre los llamaba a almorzar con tiros de escopetas. Y entre los partes de la Guerra Civil española, que escuchaba junto al cocinero de su familia, y la pasión por los grandes guerreros universales, creció el joven Castro.
Más tarde fue pistolero universitario, agitador y guerrillero. Luego se convirtió en el presidente con mayor tiempo en el poder en un estado moderno. Quedan dudas si su autocracia de 50 años fue un plan meditado o una carambola de la historia. En sus entrevistas ha confesado que siempre fue un comunista convencido, pero dado el feroz anticomunismo de la época, camufló sus intenciones políticas.
No lo creo. La ideología de Fidel Castro es la de Fidel Castro. No hay otra. El marxismo le vino como anillo al dedo. Es un sistema de un solo partido sin elecciones presidenciales y poder casi absoluto. Ha ejercido la autoridad como si Cuba fuese un campamento guerrillero. De campaña en campaña. Avizorando agresiones yanquis. Prometiendo un futuro luminoso. Construyendo un socialismo tropical que nunca ha crecido más allá de sus cimientos.
En el plano económico ha sido un mal administrador. Ni siquiera sus apologistas pueden defenderlo. Cuba hoy se encuentra entre los países más pobres y con peor PIB del continente. El arma esencial del comandante único en su política interior y exterior ha sido el antimperialismo.
Todos los enemigos de Estados Unidos eran sus amigos. No importaba sus crueldades o métodos de luchas. Desde Sendero Luminoso en Perú, el MR-19 y la FARC en Colombia, hasta los sanguinarios Muamar Gadafi en Libia o Pol Pot en Kampuchea en su momento recibieron apoyo político.
El combustible que sostiene su autocracia es el enfrentamiento con los gringos. Real o imaginario. Es cierto que al otro lado del Estrecho algunas administraciones estadounidenses han recurrido a acciones desestabilizadoras para destronarlo. Pero Castro tampoco ha sido un angelito. Desde los primeros años de su revolución, apoyó a grupos y personajes de dudosa reputación.
Algunos como ETA, FARC o Carlos el Chacal se entrenaron en campamentos militares cubanos y terminaron en terroristas. Emplazar en la isla armas nucleares soviéticas en octubre de 1962 fue un error colosal que estuvo al borde de provocar una catástrofe nuclear. En sus cartas cruzadas con Nikita Kruchov, le sugería al ruso que disparara primero los misiles.
En su época de oro, Fidel apoyó con armas, hombres y logísticas a numerosos grupos armados de América y África. Desde un chalet de Nuevo Vedado, con una maqueta a gran escala, con tanques y soldaditos de plomo, dirigía a distancia la guerra en Etiopía y Angola. Era tan meticuloso, que sabía la cantidad exacta de chocolates y latas de sardinas a repartir entre las tropas. Cuando el Muro de Berlín se vino abajo y la Guerra Fría dijo adiós, Fidel Castro tuvo que despedirse de la subversión y de sus juegos bélicos.
Ya no había dinero soviético para tales empeños. La economía interna hacía agua. Y la gente disgustada se tiraba al mar en balsas de goma para huir a la Florida. Aunque nunca del discurso oficial se borró la arenga antiyanqui. Se cambió de estrategia. A finales de los 80, altos jefes militares que se dedicaban a introducir en la isla mercancías prohibidas por el embargo de Estados Unidos traficaron con drogas y contactaron con el Cartel de Medellín.
La amistad de Castro con el hombre fuerte de Panamá, Manuel Antonio Noriega, conocido por su apoyo al narcotráfico, era sólida. Si Castro usó el bombardeo de estupefacientes como método para alienar a la sociedad norteamericana está por verificar. Muchos no creen que un tipo que llevaba en una libreta de notas las raciones a repartir entre sus soldados, hubiera podido desconocer el tráfico de cocaína en el que se vieron involucrados varios de sus jefes militares.
Hoy sus mejores aliados están en el Sur. Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. Autoritarios en ciernes que llegaron al poder gracias al voto democrático. Son el relevo para no bajar la guardia ante las supuestas apetencias ultramarinas de Estados Unidos.
Desbarrar contra los gringos vende. Es un sentimiento natural apoyar a los más débiles. Es el punto central del discurso antimperialista. En pos de una revolución mundial, suele ser políticamente correcto hablar en nombre de los pobres del planeta y llorar por los hambrientos en Somalia. Aunque usted viva como un jeque.
Castro ya no es peligroso. Jubilado y con 86 años recién cumplidos, a ratos con su vitriólica pluma ataca la “perversión imperial”. Es lo que le va quedando de su lucrativo antimperialismo.
Iván García
Foto: Tomada de Kroutchev Planet Photo. Fidel Castro, probablemente en los años 90, contempla un mural con una cuestionable versión artística de las montañas de la Sierra Maestra.
http://www.desdelahabana.net/?p=7963
Dice la historiografía nacional -la contada, claro está, por los vencedores- que una mañana de diciembre de 1958, desde su comandancia en el macizo montañoso de la Sierra Maestra, Fidel Castro observaba un despiadado ataque de la aviación del ejército de Fulgencio Batista. Después del raid aéreo escribió una carta a su secretaria Celia Sánchez donde describía los destrozos provocados por bombas facturadas en Estados Unidos y lanzaba una premonición: a partir de ese momento su lucha sería contra el ‘imperialismo yanqui’.
La relación de Castro con el vecino del Norte es una historia de amor y odio. Cuando era un chico lampiño, en plena guerra mundial, le escribió una nota al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, haciéndole saber de los grandes yacimientos de níquel y cobre en el oriente cubano. Como pago por la información, considerada confidencial por el adolescente Castro, reclamaba el pago de 10 dólares. Roosevelt no le dio acuse de recibo. Y según algunos psicólogos, ese menosprecio en personas con un ego elevado provoca oleadas de odio estacionarias.
Los narcisistas son tipos complejos. Fidel Castro creció en una finca lejos de la ciudad donde el cariño de su áspero padre, ex soldado español que combatió a los mambises independentistas, fue a cuentagotas. Ángel Castro formalizó su matrimonio y reconoció al niño pasado los 6 años. La madre los llamaba a almorzar con tiros de escopetas. Y entre los partes de la Guerra Civil española, que escuchaba junto al cocinero de su familia, y la pasión por los grandes guerreros universales, creció el joven Castro.
Más tarde fue pistolero universitario, agitador y guerrillero. Luego se convirtió en el presidente con mayor tiempo en el poder en un estado moderno. Quedan dudas si su autocracia de 50 años fue un plan meditado o una carambola de la historia. En sus entrevistas ha confesado que siempre fue un comunista convencido, pero dado el feroz anticomunismo de la época, camufló sus intenciones políticas.
No lo creo. La ideología de Fidel Castro es la de Fidel Castro. No hay otra. El marxismo le vino como anillo al dedo. Es un sistema de un solo partido sin elecciones presidenciales y poder casi absoluto. Ha ejercido la autoridad como si Cuba fuese un campamento guerrillero. De campaña en campaña. Avizorando agresiones yanquis. Prometiendo un futuro luminoso. Construyendo un socialismo tropical que nunca ha crecido más allá de sus cimientos.
En el plano económico ha sido un mal administrador. Ni siquiera sus apologistas pueden defenderlo. Cuba hoy se encuentra entre los países más pobres y con peor PIB del continente. El arma esencial del comandante único en su política interior y exterior ha sido el antimperialismo.
Todos los enemigos de Estados Unidos eran sus amigos. No importaba sus crueldades o métodos de luchas. Desde Sendero Luminoso en Perú, el MR-19 y la FARC en Colombia, hasta los sanguinarios Muamar Gadafi en Libia o Pol Pot en Kampuchea en su momento recibieron apoyo político.
El combustible que sostiene su autocracia es el enfrentamiento con los gringos. Real o imaginario. Es cierto que al otro lado del Estrecho algunas administraciones estadounidenses han recurrido a acciones desestabilizadoras para destronarlo. Pero Castro tampoco ha sido un angelito. Desde los primeros años de su revolución, apoyó a grupos y personajes de dudosa reputación.
Algunos como ETA, FARC o Carlos el Chacal se entrenaron en campamentos militares cubanos y terminaron en terroristas. Emplazar en la isla armas nucleares soviéticas en octubre de 1962 fue un error colosal que estuvo al borde de provocar una catástrofe nuclear. En sus cartas cruzadas con Nikita Kruchov, le sugería al ruso que disparara primero los misiles.
En su época de oro, Fidel apoyó con armas, hombres y logísticas a numerosos grupos armados de América y África. Desde un chalet de Nuevo Vedado, con una maqueta a gran escala, con tanques y soldaditos de plomo, dirigía a distancia la guerra en Etiopía y Angola. Era tan meticuloso, que sabía la cantidad exacta de chocolates y latas de sardinas a repartir entre las tropas. Cuando el Muro de Berlín se vino abajo y la Guerra Fría dijo adiós, Fidel Castro tuvo que despedirse de la subversión y de sus juegos bélicos.
Ya no había dinero soviético para tales empeños. La economía interna hacía agua. Y la gente disgustada se tiraba al mar en balsas de goma para huir a la Florida. Aunque nunca del discurso oficial se borró la arenga antiyanqui. Se cambió de estrategia. A finales de los 80, altos jefes militares que se dedicaban a introducir en la isla mercancías prohibidas por el embargo de Estados Unidos traficaron con drogas y contactaron con el Cartel de Medellín.
La amistad de Castro con el hombre fuerte de Panamá, Manuel Antonio Noriega, conocido por su apoyo al narcotráfico, era sólida. Si Castro usó el bombardeo de estupefacientes como método para alienar a la sociedad norteamericana está por verificar. Muchos no creen que un tipo que llevaba en una libreta de notas las raciones a repartir entre sus soldados, hubiera podido desconocer el tráfico de cocaína en el que se vieron involucrados varios de sus jefes militares.
Hoy sus mejores aliados están en el Sur. Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. Autoritarios en ciernes que llegaron al poder gracias al voto democrático. Son el relevo para no bajar la guardia ante las supuestas apetencias ultramarinas de Estados Unidos.
Desbarrar contra los gringos vende. Es un sentimiento natural apoyar a los más débiles. Es el punto central del discurso antimperialista. En pos de una revolución mundial, suele ser políticamente correcto hablar en nombre de los pobres del planeta y llorar por los hambrientos en Somalia. Aunque usted viva como un jeque.
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Iván García
Foto: Tomada de Kroutchev Planet Photo. Fidel Castro, probablemente en los años 90, contempla un mural con una cuestionable versión artística de las montañas de la Sierra Maestra.
http://www.desdelahabana.net/?p=7963
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