Entre las ruinas de La Habana
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Entre las ruinas de La Habana
Entre las ruinas de La Habana
Funcionarios del Instituto de la Vivienda comentan que el gobernante Raúl Castro “prohibió” las muertes causadas por los cada vez más frecuentes derrumbes de edificaciones en La Habana. En este sentido, ha delegado en las tropas ingenieras de las Fuerzas Armadas el derribo de todos los edificios declarados en peligro de derrumbe.
Construcciones que durante años amenazaron con aplastar a los transeúntes, caen ahora bajo los martillazos de los zapadores, elevados por inmensas grúas. Las ruinosas edificaciones obviamente inhabitables, pero repobladas con insistencia por tanta gente sin hogar, van dejando de ser una alternativa suicida para los desesperados sin techo. Todo lo que esté en peligro de derrumbe, será derribado. Ha sido la orden que dio el General.
Según las estadísticas de la Oficina de Rehabilitación y Desarrollo, el estado del 78% de las viviendas en la capital es de regular a malo. Está catalogado como malo el 40%, algo menos de la mitad del fondo habitacional.
Sólo en el municipio Centro Habana existen 207 edificaciones clasificadas como de “estática milagrosa”, un pintoresco eufemismo que significa que están en pie solo por obra y gracia del espíritu santo. Mientras, con el también gracioso nombre de “vivienda nueva construida” se clasifican los edificios remodelados o remendados.
Las falsas estadísticas triunfalistas del sistema se desploman, como los edificios del país, como el país mismo. La realidad de los derrumbes ocurridos en los últimos años revela el abandono del gobierno –dueño absoluto de todo- , durante muchas décadas, por más que ahora pretendan disimularlo, demoliendo lo que aún queda en pie, pero siempre sin construir. Y es que en eso de destruir la revolución sí tiene una larga experiencia; construir nunca ha sido su fuerte.
Algunos de los edificios, objetos del plan demoledor, fueron desalojados al declararlos inhabitables por peligro de derrumbe. Según los funcionarios del Instituto de la Vivienda encargados del desalojo, la tarea no es fácil. Les toma tiempo convencer a las familias para que se muden a un albergue, donde saben que pueden pasar años y hasta décadas antes de volver a ocupar una casa.
Los desalojados también temen ser ubicados en los llamados albergues porque el índice delictivo en estos sitios es muy elevado. Cambute 1, 2 y 3, ubicados en la carretera Monumental y Lucero, en Mantilla, son albergues rechazados, debido a la violencia y la delincuencia que imperan en ellos.
El actual plan de demolición se elaboró sin tener en cuenta el fondo habitacional del Estado. ¿A dónde irán a parar los desalojados cuando se acaben de repletar los albergues? La realidad requeriría la demolición total de media ciudad, excluyendo algunos barrios residenciales donde viven los dirigentes.
Por lo general, las demoliciones provocan más gastos que el mantenimiento o reparación mayor, efectuados a tiempo. La acumulación de escombros, gastos de combustible para la recogida de desechos, el cierre de calles o avenidas, y la pérdida del equilibrio arquitectónico de la ciudad, lo confirman.
Si no se destinara 60% del cemento disponible solo a la construcción y mantenimiento de instalaciones que generan dólares al gobierno, se podría realizar un mantenimiento preventivo, racional y eficaz de La Habana.
Una crisis habitacional de tamaña escala y un deterioro arquitectónico tan prolongado y crítico no se solucionan vendiendo algunos materiales de construcción después de tantos años en que fuera imposible comprar legalmente un ladrillo en este país; tampoco se arreglará donando las “casas de visitas” que mantienen el Estado en propiedad para el disfrute de sus funcionarios. El plan de demoliciones preventivas de Raúl Castro, que no contempla la construcción de remplazos, es un remedio que lejos de solucionar, agrava la enfermedad; algo así como el viejo chiste del cornudo que opta por “botar el sofá”.
La demolición de La Habana pasará a la historia como uno de los últimos “logros” de esta dictadura, de esta revolución que se ha empeñado en dejarnos entre ruinas y harapos.
Por Augusto César San Martín
Funcionarios del Instituto de la Vivienda comentan que el gobernante Raúl Castro “prohibió” las muertes causadas por los cada vez más frecuentes derrumbes de edificaciones en La Habana. En este sentido, ha delegado en las tropas ingenieras de las Fuerzas Armadas el derribo de todos los edificios declarados en peligro de derrumbe.
Construcciones que durante años amenazaron con aplastar a los transeúntes, caen ahora bajo los martillazos de los zapadores, elevados por inmensas grúas. Las ruinosas edificaciones obviamente inhabitables, pero repobladas con insistencia por tanta gente sin hogar, van dejando de ser una alternativa suicida para los desesperados sin techo. Todo lo que esté en peligro de derrumbe, será derribado. Ha sido la orden que dio el General.
Según las estadísticas de la Oficina de Rehabilitación y Desarrollo, el estado del 78% de las viviendas en la capital es de regular a malo. Está catalogado como malo el 40%, algo menos de la mitad del fondo habitacional.
Sólo en el municipio Centro Habana existen 207 edificaciones clasificadas como de “estática milagrosa”, un pintoresco eufemismo que significa que están en pie solo por obra y gracia del espíritu santo. Mientras, con el también gracioso nombre de “vivienda nueva construida” se clasifican los edificios remodelados o remendados.
Las falsas estadísticas triunfalistas del sistema se desploman, como los edificios del país, como el país mismo. La realidad de los derrumbes ocurridos en los últimos años revela el abandono del gobierno –dueño absoluto de todo- , durante muchas décadas, por más que ahora pretendan disimularlo, demoliendo lo que aún queda en pie, pero siempre sin construir. Y es que en eso de destruir la revolución sí tiene una larga experiencia; construir nunca ha sido su fuerte.
Algunos de los edificios, objetos del plan demoledor, fueron desalojados al declararlos inhabitables por peligro de derrumbe. Según los funcionarios del Instituto de la Vivienda encargados del desalojo, la tarea no es fácil. Les toma tiempo convencer a las familias para que se muden a un albergue, donde saben que pueden pasar años y hasta décadas antes de volver a ocupar una casa.
Los desalojados también temen ser ubicados en los llamados albergues porque el índice delictivo en estos sitios es muy elevado. Cambute 1, 2 y 3, ubicados en la carretera Monumental y Lucero, en Mantilla, son albergues rechazados, debido a la violencia y la delincuencia que imperan en ellos.
El actual plan de demolición se elaboró sin tener en cuenta el fondo habitacional del Estado. ¿A dónde irán a parar los desalojados cuando se acaben de repletar los albergues? La realidad requeriría la demolición total de media ciudad, excluyendo algunos barrios residenciales donde viven los dirigentes.
Por lo general, las demoliciones provocan más gastos que el mantenimiento o reparación mayor, efectuados a tiempo. La acumulación de escombros, gastos de combustible para la recogida de desechos, el cierre de calles o avenidas, y la pérdida del equilibrio arquitectónico de la ciudad, lo confirman.
Si no se destinara 60% del cemento disponible solo a la construcción y mantenimiento de instalaciones que generan dólares al gobierno, se podría realizar un mantenimiento preventivo, racional y eficaz de La Habana.
Una crisis habitacional de tamaña escala y un deterioro arquitectónico tan prolongado y crítico no se solucionan vendiendo algunos materiales de construcción después de tantos años en que fuera imposible comprar legalmente un ladrillo en este país; tampoco se arreglará donando las “casas de visitas” que mantienen el Estado en propiedad para el disfrute de sus funcionarios. El plan de demoliciones preventivas de Raúl Castro, que no contempla la construcción de remplazos, es un remedio que lejos de solucionar, agrava la enfermedad; algo así como el viejo chiste del cornudo que opta por “botar el sofá”.
La demolición de La Habana pasará a la historia como uno de los últimos “logros” de esta dictadura, de esta revolución que se ha empeñado en dejarnos entre ruinas y harapos.
Texto y foto: Cubanet, 2 de julio de 2012.
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