MAÑANA, PARTIDO AMISTOSO ESPAÑA - ARABIA SAUDITA
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MAÑANA, PARTIDO AMISTOSO ESPAÑA - ARABIA SAUDITA
En Pontevedra.
El rival de mañana de la selección española de fútbol representa a un país dominado por la probablemente más despótica monarquía del mundo, aunque con mucho dinero del petróleo e íntima amiga del centro del imperio.
Los yanquis, "campeones de la democracia", como dicen ciertos mamarrachos, son aliados y protectores de ese régimen, el cual a su vez es fiel al imperio, condición elemental para poder subsistir sin peligro de invasiones, al menos mientras su pueblo no se lo impida.
Así es Arabia Saudita:
http://www.publico.es/espana/436262/el-rey-los-saudies-y-la-venta-de-tanques
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El rival de mañana de la selección española de fútbol representa a un país dominado por la probablemente más despótica monarquía del mundo, aunque con mucho dinero del petróleo e íntima amiga del centro del imperio.
Los yanquis, "campeones de la democracia", como dicen ciertos mamarrachos, son aliados y protectores de ese régimen, el cual a su vez es fiel al imperio, condición elemental para poder subsistir sin peligro de invasiones, al menos mientras su pueblo no se lo impida.
Así es Arabia Saudita:
http://www.publico.es/espana/436262/el-rey-los-saudies-y-la-venta-de-tanques
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Margarita- Cantidad de envíos : 831
Fecha de inscripción : 07/03/2009
Re: MAÑANA, PARTIDO AMISTOSO ESPAÑA - ARABIA SAUDITA
Más sobre este régimen gran amigo de los "campeones de la democracia":
http://www.webislam.com/articulos/32623-arabia_saudita_crueldad_por_genero.html
Arabia Saudita: crueldad por género
Hoy, en un país llamado Arabia Saudita, el mal es un apartheid genérico.
02/12/2007 - Autor: Mona Eltahawy - Fuente: La Nación
Mona Eltahawy
En otros tiempos, en un país llamado Sudáfrica, el color de la piel determinaba dónde vivías, qué trabajos podías hacer y si tenías o no derecho al voto. Las naciones decentes del mundo entero combatieron el mal del apartheid racial convirtiendo a Sudáfrica en un Estado paria. Lo excluyeron de las Olimpíadas y otros eventos mundiales. Las empresas y las universidades lo boicotearon. Esto diezmó su economía y agravó el aislamiento de la minoría blanca gobernante que finalmente, en 1991, derogó las leyes discriminatorias.
Hoy, en un país llamado Arabia Saudita, el mal es un apartheid más genérico que racial. Pero la comunidad internacional lo observa en silencio, sin hacer nada.
La mujer saudita no puede votar ni conducir vehículos. No puede recibir asistencia médica en un hospital ni viajar sin la autorización por escrito de un tutor masculino. No puede cursar los mismos estudios que le están permitidos al varón y está excluida de ciertas profesiones. Se le niegan muchos de los derechos que la Sudáfrica del apartheid denegaba a los habitantes “negros” y “de color” (esto es, asiáticos o de raza mixta). Sin embargo, el reino saudita sigue perteneciendo a la misma comunidad internacional que ayer expulsó de su club a Pretoria.
Para comprender esta odiosa doble vara, basta considerar el caso de una joven saudita de 19 años que en 2006 fue raptada y violada por una patota de siete hombres. Pese a ser ella la víctima, un tribunal saudita la condenó a recibir 90 latigazos porque, en el momento del rapto, estaba en un auto con un hombre que no era pariente suyo. (La ultraortodoxa interpretación saudita de la ley islámica predica la segregación estricta de los sexos.) La muchacha tuvo la temeridad de apelar y de difundir su caso en los medios. Y bien, el tribunal al que apeló acaba de aumentar la pena... ¡a 200 latigazos y 6 meses de cárcel! Su abogado, un eminente defensor de los derechos humanos, fue suspendido y afronta una audiencia disciplinaria.
¿Y los raptores y violadores? Deberán cumplir entre 2 y 9 años de prisión. En Arabia Saudita, una violación suele ser castigada con la muerte. Los jueces no la impusieron por “falta de testigos” y “ausencia de confesiones”.
Farida Deif, investigadora de Human Rights Watch en la división Derechos de la Mujer, mantuvo una larga entrevista con la joven y su abogado. Según me contó, uno de los violadores había filmado el hecho con su celular, pero los jueces no permitieron presentar el clip como prueba. Comparen esto con lo sucedido hace poco en Egipto, donde un tribunal se basó en una prueba similar para condenar a dos policías por los cargos de tortura y sodomía en perjuicio de un chofer de ómnibus.
Aquí y allá, unos pocos gobiernos han condenado el comportamiento del tribunal saudita. Pero estén seguros de que Arabia Saudita participará en las próximas Olimpíadas –aunque excluya a las mujeres de su equipo olímpico– y el mundo seguirá agasajando a sus representantes sin pronunciar una sola palabra recriminatoria.
Arabia Saudita mereció ocupar los titulares por el mero hecho de haber accedido a asistir a las conversaciones de paz entre israelíes y palestinos, en Annapolis.
La apatía mundial frente a la situación de la mujer saudita tiene una explicación fácil: ese reino está sentado sobre la mayor reserva petrolera del planeta. Es verdad. La explicación más difícil –la que muchos, demasiados, evitan– es que los sauditas han conseguido poner en un brete al mundo cuando atribuyen el maltrato de la mujer a motivos religiosos.
Soy musulmana y me pregunto constantemente cómo puedo adorar al mismo Dios que los sauditas. El islam habrá nacido en La Meca, situada en la actual Arabia Saudita, pero la interpretación distorsionada que allí prevalece es, por decirlo así, un intento perverso de destruir lo que en él hay de bueno. De anular las bondades de lo que, según creemos los mahometanos, nos fue revelado por el profeta Mahoma en la Arabia del sigo VII.
¿Qué clase de Dios castigaría a una mujer violada? Los musulmanes deberíamos preguntárselo a Arabia Saudita. Si nosotros no desafiamos las enseñanzas decididamente misóginas de su versión del islam, ese reino siempre tendrá la vía libre.
Sus imanes afirman que el islam justifica su trato ultrajante de las mujeres y niñas. Es fácil desbaratar este argumento. En Arabia Saudita, la voz femenina se considera pecaminosa. En Indonesia, el país con mayor población musulmana, las mujeres gozan de derechos que sus congéneres sauditas sólo podrían soñar y recitan los versículos del Corán por televisión, a la vista y oídos de todos. En Egipto, Siria y los Emiratos Arabes Unidos, países vecinos de Arabia Saudita con mayorías musulmanas, las mujeres conducen vehículos, votan y ejercen los cargos de jueza y ministra.
La comunidad internacional no debe olvidar a los sauditas corajudos –que son muchos– como esta joven violada, su abogado y los activistas que se oponen tenazmente a esta opresión estatal y clerical. Su valentía merece el mismo apoyo que ofreció el mundo a los activistas sudafricanos que combatieron el apartheid.
Tampoco debería olvidar a las víctimas de las atrocidades sauditas. En 2002, se incendió una escuela y murieron 15 alumnas. Los guardianes de la moral (un cuerpo policial) no las dejaron salir ni permitieron que los bomberos las rescataran porque las niñas no llevaban el manto negro ni el chal que toda mujer debe usar en público.
¿Cuántas niñas más deben morir? ¿Cuántas mujeres deben ser violadas, antes de que la comunidad internacional denuncie este apartheid genérico y lo condene como corresponde?
La autora es una periodista egipcia residente en N.Y., especialista en cuestiones árabes y musulmanas.
Traducción Zoraida J. Valcárcel
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http://www.webislam.com/articulos/32623-arabia_saudita_crueldad_por_genero.html
Arabia Saudita: crueldad por género
Hoy, en un país llamado Arabia Saudita, el mal es un apartheid genérico.
02/12/2007 - Autor: Mona Eltahawy - Fuente: La Nación
- apartheid
- arabia
- discriminacion
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- pais
- saudita
Mona Eltahawy
En otros tiempos, en un país llamado Sudáfrica, el color de la piel determinaba dónde vivías, qué trabajos podías hacer y si tenías o no derecho al voto. Las naciones decentes del mundo entero combatieron el mal del apartheid racial convirtiendo a Sudáfrica en un Estado paria. Lo excluyeron de las Olimpíadas y otros eventos mundiales. Las empresas y las universidades lo boicotearon. Esto diezmó su economía y agravó el aislamiento de la minoría blanca gobernante que finalmente, en 1991, derogó las leyes discriminatorias.
Hoy, en un país llamado Arabia Saudita, el mal es un apartheid más genérico que racial. Pero la comunidad internacional lo observa en silencio, sin hacer nada.
La mujer saudita no puede votar ni conducir vehículos. No puede recibir asistencia médica en un hospital ni viajar sin la autorización por escrito de un tutor masculino. No puede cursar los mismos estudios que le están permitidos al varón y está excluida de ciertas profesiones. Se le niegan muchos de los derechos que la Sudáfrica del apartheid denegaba a los habitantes “negros” y “de color” (esto es, asiáticos o de raza mixta). Sin embargo, el reino saudita sigue perteneciendo a la misma comunidad internacional que ayer expulsó de su club a Pretoria.
Para comprender esta odiosa doble vara, basta considerar el caso de una joven saudita de 19 años que en 2006 fue raptada y violada por una patota de siete hombres. Pese a ser ella la víctima, un tribunal saudita la condenó a recibir 90 latigazos porque, en el momento del rapto, estaba en un auto con un hombre que no era pariente suyo. (La ultraortodoxa interpretación saudita de la ley islámica predica la segregación estricta de los sexos.) La muchacha tuvo la temeridad de apelar y de difundir su caso en los medios. Y bien, el tribunal al que apeló acaba de aumentar la pena... ¡a 200 latigazos y 6 meses de cárcel! Su abogado, un eminente defensor de los derechos humanos, fue suspendido y afronta una audiencia disciplinaria.
¿Y los raptores y violadores? Deberán cumplir entre 2 y 9 años de prisión. En Arabia Saudita, una violación suele ser castigada con la muerte. Los jueces no la impusieron por “falta de testigos” y “ausencia de confesiones”.
Farida Deif, investigadora de Human Rights Watch en la división Derechos de la Mujer, mantuvo una larga entrevista con la joven y su abogado. Según me contó, uno de los violadores había filmado el hecho con su celular, pero los jueces no permitieron presentar el clip como prueba. Comparen esto con lo sucedido hace poco en Egipto, donde un tribunal se basó en una prueba similar para condenar a dos policías por los cargos de tortura y sodomía en perjuicio de un chofer de ómnibus.
Aquí y allá, unos pocos gobiernos han condenado el comportamiento del tribunal saudita. Pero estén seguros de que Arabia Saudita participará en las próximas Olimpíadas –aunque excluya a las mujeres de su equipo olímpico– y el mundo seguirá agasajando a sus representantes sin pronunciar una sola palabra recriminatoria.
Arabia Saudita mereció ocupar los titulares por el mero hecho de haber accedido a asistir a las conversaciones de paz entre israelíes y palestinos, en Annapolis.
La apatía mundial frente a la situación de la mujer saudita tiene una explicación fácil: ese reino está sentado sobre la mayor reserva petrolera del planeta. Es verdad. La explicación más difícil –la que muchos, demasiados, evitan– es que los sauditas han conseguido poner en un brete al mundo cuando atribuyen el maltrato de la mujer a motivos religiosos.
Soy musulmana y me pregunto constantemente cómo puedo adorar al mismo Dios que los sauditas. El islam habrá nacido en La Meca, situada en la actual Arabia Saudita, pero la interpretación distorsionada que allí prevalece es, por decirlo así, un intento perverso de destruir lo que en él hay de bueno. De anular las bondades de lo que, según creemos los mahometanos, nos fue revelado por el profeta Mahoma en la Arabia del sigo VII.
¿Qué clase de Dios castigaría a una mujer violada? Los musulmanes deberíamos preguntárselo a Arabia Saudita. Si nosotros no desafiamos las enseñanzas decididamente misóginas de su versión del islam, ese reino siempre tendrá la vía libre.
Sus imanes afirman que el islam justifica su trato ultrajante de las mujeres y niñas. Es fácil desbaratar este argumento. En Arabia Saudita, la voz femenina se considera pecaminosa. En Indonesia, el país con mayor población musulmana, las mujeres gozan de derechos que sus congéneres sauditas sólo podrían soñar y recitan los versículos del Corán por televisión, a la vista y oídos de todos. En Egipto, Siria y los Emiratos Arabes Unidos, países vecinos de Arabia Saudita con mayorías musulmanas, las mujeres conducen vehículos, votan y ejercen los cargos de jueza y ministra.
La comunidad internacional no debe olvidar a los sauditas corajudos –que son muchos– como esta joven violada, su abogado y los activistas que se oponen tenazmente a esta opresión estatal y clerical. Su valentía merece el mismo apoyo que ofreció el mundo a los activistas sudafricanos que combatieron el apartheid.
Tampoco debería olvidar a las víctimas de las atrocidades sauditas. En 2002, se incendió una escuela y murieron 15 alumnas. Los guardianes de la moral (un cuerpo policial) no las dejaron salir ni permitieron que los bomberos las rescataran porque las niñas no llevaban el manto negro ni el chal que toda mujer debe usar en público.
¿Cuántas niñas más deben morir? ¿Cuántas mujeres deben ser violadas, antes de que la comunidad internacional denuncie este apartheid genérico y lo condene como corresponde?
La autora es una periodista egipcia residente en N.Y., especialista en cuestiones árabes y musulmanas.
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Margarita- Cantidad de envíos : 831
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Re: MAÑANA, PARTIDO AMISTOSO ESPAÑA - ARABIA SAUDITA
Cuando con ese ahinco condenes y denuncies la dictadura cubana , podrias ser de fiar, mientras, solo actuas como papagayo.
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Azali- Admin
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