Cuba, congelada en el tiempo
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Cuba, congelada en el tiempo
domingo, 23 de septiembre de 2012
Cuba, congelada en el tiempo
Varada en el Caribe con su sugerente forma de cocodrilo y sus 1.500 kilómetros de punta a punta, Cuba impacta por su alta dosis de surrealismo. La isla sobrevive con un régimen político anclado en la mitología revolucionaria y una economía difícilmente catalogable, resultado de cinco décadas de experimento comunista en el insólito marco de una isla tropical.
Su capital, La Habana, funciona como espejo de una contradictoria sensación: el esplendor colonial de sus edificios aún incita a la imaginación del viajero, a pesar de estar carcomidos por un abandono solo comparable al de una posguerra. Así, la ciudad parece transmutarse en un auténtico Sarajevo caribeño que emana continuas ráfagas de olor a gasolina y negras bocanadas de tubos de escape.
Por las calles circulan, como recién resucitadas, las viejas glorias de la industria del automóvil: Chevrolets, Cadillacs o Dodges que parecen sumergidos en el rodaje de una película ambientada en los años 50. Y esta es exactamente la década en la que parece haberse detenido la isla, como si fuese un reptil aletargado en el océano, ajeno a la evolución del resto del mundo.
En La Habana se contrastan dos versiones contrapuestas de la capital cubana: mientras la Habana Vieja concentra el rehabilitado esplendor colonial en bellísimas plazas (la Vieja, la de la Catedral y la de San Francisco), Centro Habana es una palpable visión de la cruda decadencia. La frontera entre ambos mundos se sitúa en los alrededores del Parque Central, un núcleo de lujosos hoteles e imponentes edificios, como el Teatro Nacional de Cuba, el Museo Nacional de Bellas Artes y el Capitolio, una réplica del de Washington.
Dos mundos y dos estéticas conviven en La Habana: la colonial y la revolucionaria. En la Plaza de la Revolución se concentran los grandes símbolos de la Cuba socialista, como las monumentales réplicas en acero de los retratos del Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Por las calles, la única publicidad llamativa es la de las paredes, muros y vallas que lanzan proclamas como "Defendiendo el socialismo", "Venceremos" o "Todo por la Revolución".
Producen el efecto de un nostálgico decorado para mitómanos, porque los cubanos bien saben que de proclamas no se vive. "Soy un peón del Estado, un manipulado. Todo lo que gano, quitando las propinas, es para el gobierno", reconoce un trabajador de la empresa Cubataxi.
"Soy ingeniera agrónoma y mírame, estoy arrendataria, de "cuentapropista", dice resignada una vecina del distrito de Centro Habana que se gana la vida alquilando habitaciones a turistas. Si trabajara como ingeniera, recibiría un sueldo tan precario que no le llegaría para mantener a sus dos hijos. Para hacerse una idea, el salario mensual de un cubano puede llegar a ser tan ridículo (250 pesos cubanos, el equivalente a 10 dólares al mes) que a un turista esa cantidad sólo le alcanzaría para pagar el menú de un restaurante en la Habana Vieja.
El valor de un peso cubano es tan escaso que los extranjeros deben pagar en otra moneda 25 veces más fuerte: el peso convertible (CUC), que funciona como sustituto del dólar y por tanto se cotiza igual. La circulación de ambas monedas no solo da lugar a la confusión, sino también a situaciones extrañas. En la heladería más famosa de La Habana, Coppelia, es habitual ver guardando cola a los clientes cubanos, que pagan en "moneda nacional" (es decir, en pesos cubanos). Pero los turistas, nada más llegar, son reconducidos por un vigilante a una pequeña terraza exclusivamente reservada para los extranjeros. Tienen la ventaja de comprar su helado sin esperar cola, pero a cambio de tener que pagarlo en pesos convertibles.
Para quien visita Cuba por primera vez, el callejeo por ciudades como La Habana o Santiago de Cuba es un ejercicio de continuos encuentros y desencuentros con los "jineteros", es decir, los "profesionales" dotados de un especial ingenio para sacarle unos pesos convertibles al turista, ya sea por hacerle de guía, venderle ron o puros Cohiba, o incluso ejercer de intermediarios para otra clase de servicios más carnales.
Otros imprescindibles de la fauna callejera son los "bicitaxis" que circulan llevando acoplados un par de bafles a todo volumen. La música se cuela por cualquier rincón: desde la ventana abierta de una casa hasta los grupos de músicos habituales en cualquier local de comida o bebida, así como en las terrazas de restaurantes y hoteles.
Muy socarronamente, los cubanos dicen que pertenecen al país con mayor número de científicos del mundo: se pasan la vida "inventando", porque todos sus esfuerzos los invierten en la mera subsistencia, en el "resolver" el día a día, como dicen ellos. Si tienen que cambiar el motor de su coche, tratarán de "trasplantarle" el de otro vehículo.
Si necesitan echar combustible, evitarán pasar por la gasolinera y acudirán a alguna casa particular donde discretamente les llenarán el depósito a un precio bastante más barato. La operación se lleva a cabo en el garaje de la vivienda, con la simple ayuda de un bidón y una manguera. Cuentan que hubo una época en que se registró tal índice de robos en las gasolineras, que los empleados fueron sustituidos por funcionarios del régimen, para evitar que se hicieran de la "vista gorda".
La maltrecha economía de la isla, sometida a décadas de embargo comercial por parte de Estados Unidos, continúa arrastrando el lastre del desabastecimiento y la escasez. El símbolo más patente es la pervivencia de la cartilla de racionamiento, un resumen de la dieta básica de los cubanos: arroz, frijoles, café, azúcar, sal, aceite y pollo.
En los últimos años, las reformas económicas promovidas por el presidente Raúl Castro han favorecido el auge del "cuentapropismo", es decir, los negocios por cuenta propia, como los puestos de comida, bebida o artesanía que se montan en las propias viviendas. Sin embargo, a pesar de estos avances, aún no se ha dado un solo paso hacia una mayor libertad de expresión. La única vía de información se limita al gubernamental periódico Granma, el altavoz oficial del Partido Comunista de Cuba.
A pie de calle las críticas al gobierno se hacen de manera confidencial, para mantenerse a salvo de los Comités de Defensa de la Revolución, cuyos ojos y oídos están presentes en todos los barrios para delatar a los 'contrarrevolucionarios'. Mientras, los cubanos otean el futuro con una mezcla de resignación, crítica y sentido del humor. De hecho, recurren a una frase muy popular para definir el surrealismo en el que viven: "Los cubanos hacen como si trabajaran, y el Estado, como si les pagara".
En Centro Habana, a una "cuadra" (manzana) del Malecón y a 15 minutos andando de la Habana Vieja, una elegante casona colonial de 1923 se ha convertido en una casa de huéspedes habitualmente frecuentada por navarros. Se trata de "Casa Marina", regentada por Marina Rodríguez y su hija Mae. Lleva una década acogiendo a viajeros de Pamplona y sus alrededores, e incluso del valle de Baztan, de donde conserva algunos recuerdos, como un "Ongi Etorri" tallado en madera, regalo de unos amigos de Elizondo.
La conexión que Marina Rodríguez llega a establecer con sus huéspedes es tal que hace cinco años, en diciembre de 2006, logró viajar a Pamplona y en el aeropuerto de Noáin fue recibida por decenas de personas a las que había alojado en su casa de La Habana. Entre todos le organizaron un periplo por Navarra, el País Vasco y otros lugares de España. Tres meses después, Marina volvió a Cuba con 1.700 fotografías que guarda como un auténtico tesoro en tres gruesos álbumes que le permiten compartir sus recuerdos de Navarra. Además, la sala-comedor de Casa Marina está presidida por un gran mural compuesto con decenas de fotos, otro regalo realizado por el fotógrafo pamplonés Alain Unzu.
"Lo que más me gusta de los navarros es su nobleza y el concepto tan sincero que tienen de la amistad. Las cuadrillas son como una familia. Además, yo me sentí muy acogida", comenta Marina Rodríguez. Recientemente, el gobierno de Raúl Castro anunció que facilitaría los trámites para que los cubanos puedan viajar al extranjero. "Nos parece fenomenal, porque antes había más burocratismo. Sin embargo, las mayores trabas para viajar como turista te las crean en la propia embajada del país que quieres visitar. Te exigen muchas condiciones con el pretexto de que no seas un posible emigrante, es como si nunca te creyeran. Siempre tienes que decir que vas a visitar a familiares o a amigos, como fue mi caso", explica Marina.
En Cuba, la oferta de alojamiento abarca desde una mediocre (y no precisamente barata) gama de hoteles hasta las "boutique" de la cadena Habaguanex, con preciosos edificios restaurados en el corazón de La Habana Vieja (a 110 euros la noche). En los últimos años, por toda Cuba se ha creado una red de "casas particulares" que alquilan habitaciones a extranjeros, aunque las hay que admiten a acompañantes cubanos.
Para el turista es la mejor manera de acercarse a la realidad del país y de contribuir a mejorar las economías domésticas. Las tarifas son oficiales: 20 o 25 CUC por habitación con baño privado, aire acondicionado (o ventilador) y ducha con agua caliente. Se ofrecen suculentos desayunos con fruta (mango, piña, plátano), zumos naturales, huevos fritos o dulces por 3 CUC (por persona), así como copiosas cenas por 7 CUC. Estas casas de alquiler están señaladas con un distintivo de color azul colocado junto a la puerta. Sus dueños están obligados a pagar impuestos y reciben la visita de inspectores.
En algunas casas hay acceso a Internet, pero la conexión es bastante lenta. Dada la poca predisposición del gobierno cubano para favorecer el acceso a la red, ni siquiera en La Habana es fácil encontrar un cibercafé y hay que recurrir a las salas de conexión de los hoteles de lujo.
Para viajar a Cuba es obligatorio solicitar un visado de turista, válido solamente para una única entrada y salida del país. Si el viajero coge un vuelo a otro país, deberá entregar su visado a los funcionarios del aeropuerto y a su regreso a Cuba tendrá que pedir un segundo visado. Sin embargo, si la segunda estancia en la isla no supera las 72 horas, se suele conceder una tarjeta provisional que sirve como justificante, evitando tener que pagar de nuevo el visado.
El viajero que se tenga que manejar con un presupuesto bajo, puede proponerse el reto de sobrevivir con unos pocos euros al día. La fórmula es cambiar una pequeña cantidad de pesos convertibles a pesos cubanos. Con ellos se podrán comprar tentempiés o helados por cinco o diez pesos cubanos, que equivalen a céntimos de euro.
Los cubanos saben apreciar muy bien cualquier regalo. Conviene hacer hueco en la maleta para llevar con nosotros toda esa ropa que ya no usamos, así como medicamentos o básicos del botiquín (vendas, curitas, cepillos de dientes, jabón, etc.) que aquí nos parecen tan normales y allí no son fáciles de conseguir. En la calle es habitual encontrarse con gente que pide ropa, incluso la que uno mismo lleva puesta.
Una de las tácticas "jineteriles" es acercarse al viajero con la idea de llevarle a un local de música o un bar, donde se le invitará a sentarse con la excusa de querer darle más información. Sólo es una estrategia para embolsarse el pago de la bebida y repartirse el beneficio con el dueño del local.
Texto y foto: Diario de Navarra, 2 de septiembre de 2011.
Leer también: Crónica de un viaje corto a La Habana, 1ra parte y 2da. parte y final.
http://taniaquintero.blogspot.com/
Cuba, congelada en el tiempo
Por Nerea Alejos
Varada en el Caribe con su sugerente forma de cocodrilo y sus 1.500 kilómetros de punta a punta, Cuba impacta por su alta dosis de surrealismo. La isla sobrevive con un régimen político anclado en la mitología revolucionaria y una economía difícilmente catalogable, resultado de cinco décadas de experimento comunista en el insólito marco de una isla tropical.
Su capital, La Habana, funciona como espejo de una contradictoria sensación: el esplendor colonial de sus edificios aún incita a la imaginación del viajero, a pesar de estar carcomidos por un abandono solo comparable al de una posguerra. Así, la ciudad parece transmutarse en un auténtico Sarajevo caribeño que emana continuas ráfagas de olor a gasolina y negras bocanadas de tubos de escape.
Por las calles circulan, como recién resucitadas, las viejas glorias de la industria del automóvil: Chevrolets, Cadillacs o Dodges que parecen sumergidos en el rodaje de una película ambientada en los años 50. Y esta es exactamente la década en la que parece haberse detenido la isla, como si fuese un reptil aletargado en el océano, ajeno a la evolución del resto del mundo.
En La Habana se contrastan dos versiones contrapuestas de la capital cubana: mientras la Habana Vieja concentra el rehabilitado esplendor colonial en bellísimas plazas (la Vieja, la de la Catedral y la de San Francisco), Centro Habana es una palpable visión de la cruda decadencia. La frontera entre ambos mundos se sitúa en los alrededores del Parque Central, un núcleo de lujosos hoteles e imponentes edificios, como el Teatro Nacional de Cuba, el Museo Nacional de Bellas Artes y el Capitolio, una réplica del de Washington.
Dos mundos y dos estéticas conviven en La Habana: la colonial y la revolucionaria. En la Plaza de la Revolución se concentran los grandes símbolos de la Cuba socialista, como las monumentales réplicas en acero de los retratos del Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Por las calles, la única publicidad llamativa es la de las paredes, muros y vallas que lanzan proclamas como "Defendiendo el socialismo", "Venceremos" o "Todo por la Revolución".
Producen el efecto de un nostálgico decorado para mitómanos, porque los cubanos bien saben que de proclamas no se vive. "Soy un peón del Estado, un manipulado. Todo lo que gano, quitando las propinas, es para el gobierno", reconoce un trabajador de la empresa Cubataxi.
"Soy ingeniera agrónoma y mírame, estoy arrendataria, de "cuentapropista", dice resignada una vecina del distrito de Centro Habana que se gana la vida alquilando habitaciones a turistas. Si trabajara como ingeniera, recibiría un sueldo tan precario que no le llegaría para mantener a sus dos hijos. Para hacerse una idea, el salario mensual de un cubano puede llegar a ser tan ridículo (250 pesos cubanos, el equivalente a 10 dólares al mes) que a un turista esa cantidad sólo le alcanzaría para pagar el menú de un restaurante en la Habana Vieja.
El valor de un peso cubano es tan escaso que los extranjeros deben pagar en otra moneda 25 veces más fuerte: el peso convertible (CUC), que funciona como sustituto del dólar y por tanto se cotiza igual. La circulación de ambas monedas no solo da lugar a la confusión, sino también a situaciones extrañas. En la heladería más famosa de La Habana, Coppelia, es habitual ver guardando cola a los clientes cubanos, que pagan en "moneda nacional" (es decir, en pesos cubanos). Pero los turistas, nada más llegar, son reconducidos por un vigilante a una pequeña terraza exclusivamente reservada para los extranjeros. Tienen la ventaja de comprar su helado sin esperar cola, pero a cambio de tener que pagarlo en pesos convertibles.
Para quien visita Cuba por primera vez, el callejeo por ciudades como La Habana o Santiago de Cuba es un ejercicio de continuos encuentros y desencuentros con los "jineteros", es decir, los "profesionales" dotados de un especial ingenio para sacarle unos pesos convertibles al turista, ya sea por hacerle de guía, venderle ron o puros Cohiba, o incluso ejercer de intermediarios para otra clase de servicios más carnales.
Otros imprescindibles de la fauna callejera son los "bicitaxis" que circulan llevando acoplados un par de bafles a todo volumen. La música se cuela por cualquier rincón: desde la ventana abierta de una casa hasta los grupos de músicos habituales en cualquier local de comida o bebida, así como en las terrazas de restaurantes y hoteles.
Muy socarronamente, los cubanos dicen que pertenecen al país con mayor número de científicos del mundo: se pasan la vida "inventando", porque todos sus esfuerzos los invierten en la mera subsistencia, en el "resolver" el día a día, como dicen ellos. Si tienen que cambiar el motor de su coche, tratarán de "trasplantarle" el de otro vehículo.
Si necesitan echar combustible, evitarán pasar por la gasolinera y acudirán a alguna casa particular donde discretamente les llenarán el depósito a un precio bastante más barato. La operación se lleva a cabo en el garaje de la vivienda, con la simple ayuda de un bidón y una manguera. Cuentan que hubo una época en que se registró tal índice de robos en las gasolineras, que los empleados fueron sustituidos por funcionarios del régimen, para evitar que se hicieran de la "vista gorda".
La maltrecha economía de la isla, sometida a décadas de embargo comercial por parte de Estados Unidos, continúa arrastrando el lastre del desabastecimiento y la escasez. El símbolo más patente es la pervivencia de la cartilla de racionamiento, un resumen de la dieta básica de los cubanos: arroz, frijoles, café, azúcar, sal, aceite y pollo.
En los últimos años, las reformas económicas promovidas por el presidente Raúl Castro han favorecido el auge del "cuentapropismo", es decir, los negocios por cuenta propia, como los puestos de comida, bebida o artesanía que se montan en las propias viviendas. Sin embargo, a pesar de estos avances, aún no se ha dado un solo paso hacia una mayor libertad de expresión. La única vía de información se limita al gubernamental periódico Granma, el altavoz oficial del Partido Comunista de Cuba.
A pie de calle las críticas al gobierno se hacen de manera confidencial, para mantenerse a salvo de los Comités de Defensa de la Revolución, cuyos ojos y oídos están presentes en todos los barrios para delatar a los 'contrarrevolucionarios'. Mientras, los cubanos otean el futuro con una mezcla de resignación, crítica y sentido del humor. De hecho, recurren a una frase muy popular para definir el surrealismo en el que viven: "Los cubanos hacen como si trabajaran, y el Estado, como si les pagara".
En Centro Habana, a una "cuadra" (manzana) del Malecón y a 15 minutos andando de la Habana Vieja, una elegante casona colonial de 1923 se ha convertido en una casa de huéspedes habitualmente frecuentada por navarros. Se trata de "Casa Marina", regentada por Marina Rodríguez y su hija Mae. Lleva una década acogiendo a viajeros de Pamplona y sus alrededores, e incluso del valle de Baztan, de donde conserva algunos recuerdos, como un "Ongi Etorri" tallado en madera, regalo de unos amigos de Elizondo.
La conexión que Marina Rodríguez llega a establecer con sus huéspedes es tal que hace cinco años, en diciembre de 2006, logró viajar a Pamplona y en el aeropuerto de Noáin fue recibida por decenas de personas a las que había alojado en su casa de La Habana. Entre todos le organizaron un periplo por Navarra, el País Vasco y otros lugares de España. Tres meses después, Marina volvió a Cuba con 1.700 fotografías que guarda como un auténtico tesoro en tres gruesos álbumes que le permiten compartir sus recuerdos de Navarra. Además, la sala-comedor de Casa Marina está presidida por un gran mural compuesto con decenas de fotos, otro regalo realizado por el fotógrafo pamplonés Alain Unzu.
"Lo que más me gusta de los navarros es su nobleza y el concepto tan sincero que tienen de la amistad. Las cuadrillas son como una familia. Además, yo me sentí muy acogida", comenta Marina Rodríguez. Recientemente, el gobierno de Raúl Castro anunció que facilitaría los trámites para que los cubanos puedan viajar al extranjero. "Nos parece fenomenal, porque antes había más burocratismo. Sin embargo, las mayores trabas para viajar como turista te las crean en la propia embajada del país que quieres visitar. Te exigen muchas condiciones con el pretexto de que no seas un posible emigrante, es como si nunca te creyeran. Siempre tienes que decir que vas a visitar a familiares o a amigos, como fue mi caso", explica Marina.
En Cuba, la oferta de alojamiento abarca desde una mediocre (y no precisamente barata) gama de hoteles hasta las "boutique" de la cadena Habaguanex, con preciosos edificios restaurados en el corazón de La Habana Vieja (a 110 euros la noche). En los últimos años, por toda Cuba se ha creado una red de "casas particulares" que alquilan habitaciones a extranjeros, aunque las hay que admiten a acompañantes cubanos.
Para el turista es la mejor manera de acercarse a la realidad del país y de contribuir a mejorar las economías domésticas. Las tarifas son oficiales: 20 o 25 CUC por habitación con baño privado, aire acondicionado (o ventilador) y ducha con agua caliente. Se ofrecen suculentos desayunos con fruta (mango, piña, plátano), zumos naturales, huevos fritos o dulces por 3 CUC (por persona), así como copiosas cenas por 7 CUC. Estas casas de alquiler están señaladas con un distintivo de color azul colocado junto a la puerta. Sus dueños están obligados a pagar impuestos y reciben la visita de inspectores.
En algunas casas hay acceso a Internet, pero la conexión es bastante lenta. Dada la poca predisposición del gobierno cubano para favorecer el acceso a la red, ni siquiera en La Habana es fácil encontrar un cibercafé y hay que recurrir a las salas de conexión de los hoteles de lujo.
Para viajar a Cuba es obligatorio solicitar un visado de turista, válido solamente para una única entrada y salida del país. Si el viajero coge un vuelo a otro país, deberá entregar su visado a los funcionarios del aeropuerto y a su regreso a Cuba tendrá que pedir un segundo visado. Sin embargo, si la segunda estancia en la isla no supera las 72 horas, se suele conceder una tarjeta provisional que sirve como justificante, evitando tener que pagar de nuevo el visado.
El viajero que se tenga que manejar con un presupuesto bajo, puede proponerse el reto de sobrevivir con unos pocos euros al día. La fórmula es cambiar una pequeña cantidad de pesos convertibles a pesos cubanos. Con ellos se podrán comprar tentempiés o helados por cinco o diez pesos cubanos, que equivalen a céntimos de euro.
Los cubanos saben apreciar muy bien cualquier regalo. Conviene hacer hueco en la maleta para llevar con nosotros toda esa ropa que ya no usamos, así como medicamentos o básicos del botiquín (vendas, curitas, cepillos de dientes, jabón, etc.) que aquí nos parecen tan normales y allí no son fáciles de conseguir. En la calle es habitual encontrarse con gente que pide ropa, incluso la que uno mismo lleva puesta.
Una de las tácticas "jineteriles" es acercarse al viajero con la idea de llevarle a un local de música o un bar, donde se le invitará a sentarse con la excusa de querer darle más información. Sólo es una estrategia para embolsarse el pago de la bebida y repartirse el beneficio con el dueño del local.
Texto y foto: Diario de Navarra, 2 de septiembre de 2011.
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