Pues el sobrino del Guevara, que nos dejo el link a su blog hace un tiempo ya...
2 participantes
Página 1 de 1.
Azali- Admin
- Cantidad de envíos : 50976
Fecha de inscripción : 27/10/2008
Re: Pues el sobrino del Guevara, que nos dejo el link a su blog hace un tiempo ya...
Re: Cubanos clandestinos en La Habana
por Martin Guevara el Lun Sep 19, 2011 7:17 pm
+
----
-
http://martinguevara.over-blog.es/article-sombrero-de-guano-84215131.html
por Azali el Lun Sep 19, 2011 8:07 pm
Saludos Martin .
Eres sobrino del Che Guevara?
por Martin Guevara el Lun Sep 19, 2011 10:13 pm
+
----
-
Sí, el mismo.
por Martin Guevara el Lun Sep 19, 2011 7:17 pm
+
----
-
http://martinguevara.over-blog.es/article-sombrero-de-guano-84215131.html
por Azali el Lun Sep 19, 2011 8:07 pm
Saludos Martin .
Eres sobrino del Che Guevara?
por Martin Guevara el Lun Sep 19, 2011 10:13 pm
+
----
-
Sí, el mismo.
_________________
Azali- Admin
- Cantidad de envíos : 50976
Fecha de inscripción : 27/10/2008
Re: Pues el sobrino del Guevara, que nos dejo el link a su blog hace un tiempo ya...
Tuesday 2 october 2012202/10/Oct/201223:41
La Beca.
Otra razón por la que el lugar no resultaba un cómodo cobijo para dormir, era que la gracia más difundida, consistía en tirar botas de trabajo por la noche cuando apagaban las luces, provocando un estruendo de risas una vez que hacía diana en cualquier parte del cuerpo de algún desprevenido durmiente. La mayoría de las veces, las botas iban apertrechadas con líquidos renales de varios jodedores, de modo que el estruendo de las risas una vez que la bota de goma de caucho, rellena de desperdicios, daba con un destinatario, se podía escuchar en todos los rincones del albergue. En ese caso no sólo salía perjudicado el que recibía el botazo y su tesoro, también los que moraban en el trayecto del ominoso calzado, bajo el arco que trazaba en el aire antes de colisionar con el desgraciado.
La beca, o escuela de internados en el campo, combinando estudio y trabajo había sido una ocurrencia del omnipresente Fidel, quien como siempre tenía a alguien a quien culpar por si la cosa no salía demasiado bien, en este caso, como en ocasión del asalto al cuartel Moncada, le tocó cargar con el muerto de la autoría intelectual a José Martí.
Había otro juego igual de difundido en la beca que era salir en pandilla cuando las luces se apagaban a las diez, y sorprender desprevenido a quien estuviese dormido, dándole un sonora bofetada, y luego dispersándose rápidamente mientras el asustado objeto de la broma, se despertaba entre el ardor de su cara y el desconcierto. Este juego presentaba diversas variaciones. Una de ellas era asestar el golpe con un palo, otra con un cinturón.
Pero la broma que más me impactó, fue la de las colillas encendidas entre los dedos del pie mientras el incauto dormía. Cuando las brasas llegaban a hacerse sentir en la piel, todas a una vez, y el recién despertado echaba las manos a la candela instintivamente, se quemaba los veinte dedos. Hay que admitir que tenía algo de absurdo y cómico. Hay que admitir que cualquier hombre elegido al azar, horrorizaría a cualquier fiera.
Era difícil imaginar un blanco mejor, ni siquiera ideado, para esas botas rellenas, los bofetones sonoros, y los cabos de cigarrillos en los pies, que el hall de entrada al albergue, nuestro dormitorio, la antesala del arsenal de las bromas histéricas y la filosofía húmeda.
Cada noche volaban raudos sobre mi cabeza, los dichosos calzados de trabajo, y era cuestión de tiempo que a cada uno le tocase recibir el impacto. A mi nunca me dio un botazo de pleno pero si llegué a conocer de cerca los efluvios de las esencias que atesoraban su interior, sobre mis sábanas. Y también conocí de cerca el bochorno de alguna sonora galleta.
Las víctimas de ninguna de las tres bromas eran elegidas totalmente al azar. Se descartaba en primera instancia a los profesores, que dormían en una zona del albergue, luego a los más guapos, los que ocupaban también, una zona que consideraban privilegiada, por la razón que fuere; luego descartaban también a los musculosos y a los grandes, aunque no fuesen violentos, no era cuestión de poner a prueba la paciencia de aquellos mozalbetes. Tampoco había que arriesgar con los dirigentes de las organizaciones estudiantiles, o miembros de la UJC, chivatos por amor a la delación. Por último, y ya habiendo descartado todos los grupos de riesgo, quedaban los débiles, los nobles, los bajitos, los lunáticos, los mongólicos, los aplicados en el aula, los atildados; y los ratones, sobrenombre que se les ponía a los cobardes. También los que como yo, estaban todavía algo perdidos en ese lugar y juntaban un poco de cada uno de esos subgrupos. Intentaba no permitir, que me diesen una galleta o me tiraran una bota, sin encender la luz y vociferar a voz en cuello:
_ Me cago en la putísima madre de quien hizo esto, y si es hombre que salte ahora mismo!
Este pataleo de ahorcado, se le permitía al elegido para el sketch nocturno, hasta ahí se podía llegar. Pero no era conveniente pasarse, porque sino además de la galleta o la bota podía uno pasar la noche con incomodidades en la postura, a razón de un buen ramillete de puntapiés. Una vez al recibir en plena cara, una galleta con más estruendo que dolor, me levanté fuera de mis casillas y sin importarme más lo que pasara, encendí la luz y me salió del pecho un grito natural:
_ Me cago en el recontracoño de la madre del maricón que me hizo esto, su puta madre su abuela y toda su parentela se cansaron de mamarme la pinga!.Si es menos ratón que toda su familia que salte que me lo voy a merendar.
Apenas terminé de desfogarme presentí que me había excedido en el celo puesto en mi llamada al ofensor.
Y vaya si saltó. Saltaron tres, el del medio me dijo que había sido él quien me había golpeado en la oscuridad, y que si quería me daba también con la luz encendida. Entonces noté que mis brazos no respondían, que la ira que había sentido unos segundos atrás, se había convertido súbitamente en compasión por mi mismo, las piernas me temblaron, se me aflojó el hombro y por más que quería mantener los puños apretados, los dedos, caprichosos, se alejaban de la palma de la mano, se me hacía imposible mantenerlos, no ya apretados sino unidos, empecé a tener ganas de orinar y de ir de vientre, cuando me rodearon los tres, sólo alcancé a decir con un hilo de voz inaudible, titubeante desde el bloqueo casi total de la garganta hasta la inconsistencia de los labios:
_ Disculpen lo que dije pero no me dejan dormir ninguna noche.
Y ahí mismo comenzaron a golpearme en turba. No caí al suelo, no me dolían los golpes, estaba dominado por la soledad, anestesiado por el miedo a la soledad, y un rato después, ya había entrado en calor y había perdido el miedo paralizante, usaba los movimientos para defenderme, y de a poco comencé a soltar puñetzos con la precisión de un boxeador profesional, pero con la finalidad contraria a la de los púgiles, errar el golpe, era tan complicado como hacer diana, no me convenía en absoluto golpear a alguno de los tres. Solo se detuvieron cuando abrieron la puerta dos profesores, y preguntaron que había pasado, y los cuatro les dijimos que era un problema entre nosotros. Aquel episodio me granjeó un minimo, casi imperceptible, pero gratificante respeto. A partir de ese día segundos antes de que tirasen la bota, instantes antes de resultar bautizado por las cálidas gotitas amarillas, mi oído creía escuchar:
-¡ Caballeros, cuidado con el argentino!.
La Beca.
Otra razón por la que el lugar no resultaba un cómodo cobijo para dormir, era que la gracia más difundida, consistía en tirar botas de trabajo por la noche cuando apagaban las luces, provocando un estruendo de risas una vez que hacía diana en cualquier parte del cuerpo de algún desprevenido durmiente. La mayoría de las veces, las botas iban apertrechadas con líquidos renales de varios jodedores, de modo que el estruendo de las risas una vez que la bota de goma de caucho, rellena de desperdicios, daba con un destinatario, se podía escuchar en todos los rincones del albergue. En ese caso no sólo salía perjudicado el que recibía el botazo y su tesoro, también los que moraban en el trayecto del ominoso calzado, bajo el arco que trazaba en el aire antes de colisionar con el desgraciado.
La beca, o escuela de internados en el campo, combinando estudio y trabajo había sido una ocurrencia del omnipresente Fidel, quien como siempre tenía a alguien a quien culpar por si la cosa no salía demasiado bien, en este caso, como en ocasión del asalto al cuartel Moncada, le tocó cargar con el muerto de la autoría intelectual a José Martí.
Había otro juego igual de difundido en la beca que era salir en pandilla cuando las luces se apagaban a las diez, y sorprender desprevenido a quien estuviese dormido, dándole un sonora bofetada, y luego dispersándose rápidamente mientras el asustado objeto de la broma, se despertaba entre el ardor de su cara y el desconcierto. Este juego presentaba diversas variaciones. Una de ellas era asestar el golpe con un palo, otra con un cinturón.
Pero la broma que más me impactó, fue la de las colillas encendidas entre los dedos del pie mientras el incauto dormía. Cuando las brasas llegaban a hacerse sentir en la piel, todas a una vez, y el recién despertado echaba las manos a la candela instintivamente, se quemaba los veinte dedos. Hay que admitir que tenía algo de absurdo y cómico. Hay que admitir que cualquier hombre elegido al azar, horrorizaría a cualquier fiera.
Era difícil imaginar un blanco mejor, ni siquiera ideado, para esas botas rellenas, los bofetones sonoros, y los cabos de cigarrillos en los pies, que el hall de entrada al albergue, nuestro dormitorio, la antesala del arsenal de las bromas histéricas y la filosofía húmeda.
Cada noche volaban raudos sobre mi cabeza, los dichosos calzados de trabajo, y era cuestión de tiempo que a cada uno le tocase recibir el impacto. A mi nunca me dio un botazo de pleno pero si llegué a conocer de cerca los efluvios de las esencias que atesoraban su interior, sobre mis sábanas. Y también conocí de cerca el bochorno de alguna sonora galleta.
Las víctimas de ninguna de las tres bromas eran elegidas totalmente al azar. Se descartaba en primera instancia a los profesores, que dormían en una zona del albergue, luego a los más guapos, los que ocupaban también, una zona que consideraban privilegiada, por la razón que fuere; luego descartaban también a los musculosos y a los grandes, aunque no fuesen violentos, no era cuestión de poner a prueba la paciencia de aquellos mozalbetes. Tampoco había que arriesgar con los dirigentes de las organizaciones estudiantiles, o miembros de la UJC, chivatos por amor a la delación. Por último, y ya habiendo descartado todos los grupos de riesgo, quedaban los débiles, los nobles, los bajitos, los lunáticos, los mongólicos, los aplicados en el aula, los atildados; y los ratones, sobrenombre que se les ponía a los cobardes. También los que como yo, estaban todavía algo perdidos en ese lugar y juntaban un poco de cada uno de esos subgrupos. Intentaba no permitir, que me diesen una galleta o me tiraran una bota, sin encender la luz y vociferar a voz en cuello:
_ Me cago en la putísima madre de quien hizo esto, y si es hombre que salte ahora mismo!
Este pataleo de ahorcado, se le permitía al elegido para el sketch nocturno, hasta ahí se podía llegar. Pero no era conveniente pasarse, porque sino además de la galleta o la bota podía uno pasar la noche con incomodidades en la postura, a razón de un buen ramillete de puntapiés. Una vez al recibir en plena cara, una galleta con más estruendo que dolor, me levanté fuera de mis casillas y sin importarme más lo que pasara, encendí la luz y me salió del pecho un grito natural:
_ Me cago en el recontracoño de la madre del maricón que me hizo esto, su puta madre su abuela y toda su parentela se cansaron de mamarme la pinga!.Si es menos ratón que toda su familia que salte que me lo voy a merendar.
Apenas terminé de desfogarme presentí que me había excedido en el celo puesto en mi llamada al ofensor.
Y vaya si saltó. Saltaron tres, el del medio me dijo que había sido él quien me había golpeado en la oscuridad, y que si quería me daba también con la luz encendida. Entonces noté que mis brazos no respondían, que la ira que había sentido unos segundos atrás, se había convertido súbitamente en compasión por mi mismo, las piernas me temblaron, se me aflojó el hombro y por más que quería mantener los puños apretados, los dedos, caprichosos, se alejaban de la palma de la mano, se me hacía imposible mantenerlos, no ya apretados sino unidos, empecé a tener ganas de orinar y de ir de vientre, cuando me rodearon los tres, sólo alcancé a decir con un hilo de voz inaudible, titubeante desde el bloqueo casi total de la garganta hasta la inconsistencia de los labios:
_ Disculpen lo que dije pero no me dejan dormir ninguna noche.
Y ahí mismo comenzaron a golpearme en turba. No caí al suelo, no me dolían los golpes, estaba dominado por la soledad, anestesiado por el miedo a la soledad, y un rato después, ya había entrado en calor y había perdido el miedo paralizante, usaba los movimientos para defenderme, y de a poco comencé a soltar puñetzos con la precisión de un boxeador profesional, pero con la finalidad contraria a la de los púgiles, errar el golpe, era tan complicado como hacer diana, no me convenía en absoluto golpear a alguno de los tres. Solo se detuvieron cuando abrieron la puerta dos profesores, y preguntaron que había pasado, y los cuatro les dijimos que era un problema entre nosotros. Aquel episodio me granjeó un minimo, casi imperceptible, pero gratificante respeto. A partir de ese día segundos antes de que tirasen la bota, instantes antes de resultar bautizado por las cálidas gotitas amarillas, mi oído creía escuchar:
-¡ Caballeros, cuidado con el argentino!.
_________________
Azali- Admin
- Cantidad de envíos : 50976
Fecha de inscripción : 27/10/2008
Re: Pues el sobrino del Guevara, que nos dejo el link a su blog hace un tiempo ya...
Saturday 15 september 2012615/09/Set/201201:29
Cosa nostra.
Ciertamente no me entrometo en las cuestiones cotidianas de los ciudadanos de mi país de nacimiento, en el cual hace un tiempo prolongado que no vivo, donde hoy transitan tiempos turbulentos ( cuando no) y espero de todo corazón que el choque sea solo verbal y emocional más cercano al que se da en las plateas de las canchas de fútbol que en el estilo "directo al mentón" de los disertadores de las tribunas. Tanto unos como otros.
Les ha tocado pasar por un país que llegó al nivel más bajo del que se tenga recuerdo tras la misma vieja rapiña protagonizada por diferentes gobiernos, con la participación nada desdeñable de sus votantes. Luego de conseguir cierta normalidad económica y de desarrollo de la vida cotidiana, a partir de políticas, entre acertadas y bendecidas por la buena ventura en los mercados, parece haber encontrado el final del episodio dulce, la conclusión del primer movimiento. Y todo parece indicar que es el momento de hacer política a lo grande, de hacer barrer igual de bien que cuando estaba recién estrenada a la escoba, en el instante en que empieza a sentirse usada y mostrar ciertos síntomas de desgaste en su no ya tan ceñido haz de paja.
Se verá en la habilidad mostrada para encontrar terrenos fértiles o vírgenes para avanzar en detrimento de los otrora certeros golpes de efecto popular, será cuando se compruebe si el proyecto es capaz de sobrevivir al entusiasmo inicial, si cuenta con una estructura firmemente democrática, si en lugar de imponerse por la victoria logra convencer. Todo está por definirse.
Ahora bien, seamos serios ya que no virtuosos, más allá de estas disputas dialécticas, aún cuando es clara la analogía, o el sentido metafórico, con el control a la divisa, o a la gente que viaja fuera del país, o con la posibilidad de una tercera legislatura que podría entenderse como la cuarta, tener la osadía de decir que Argentina se está empezando a parecer a Cuba, es un paralelismo imposible de concertar, constituye un despropósito que hace aguas hasta por las bombas de achique.
¿ Existe comparación posible de una afición al poder que se refleje en el intento de modificar la constitución para probar a ser elegido una vez más a través del voto, con por el otro lado el fenómeno de cincuenta y tantos años gobernados por las mismas personas que desde el inicio dejaron claro que su poder es absoluto y que el régimen de gobierno sería llamado oficialmente, Dictadura del Proletariado?.
¿ Tienen idea de lo que significa no haber comido jamás un asado, ni un díscolo trozo de carne pegado a un osamenta que no tocase por la libreta del más exiguo de los abastecimientos?
¿No haber podido leer un libro que se saliese de los estrechísimos márgenes y cánones impuestos por un grupo de obsecuentes burócratas , no haber podido opinar absolutamente nada que no fuese una Oda al poder y sus detentores?
Habida cuenta de que cambiar sólo una cantidad determinada de dólares resulta una agresión a los derechos del individuo, ¿pueden imaginar la pesadumbre de no solo no haber podido cambiar una cantidad de divisas, ni haber tenido restringido el segundo viaje al año, sino no poder tocar con dedos cubanos moneda de cambio internacional durante años bajo riesgo de cárcel por la posesión y diferentes rangos de castigos por comprar un Blue jean con dicha moneda en el mercado negro, único mercado disponible, o no haber podido viajar en cincuenta años si no trataba de un artista disciplinado, un deportista obediente, o un burócrata de obsecuencia en pureza máxima?.
Y para acabar la comparación ¿ imaginan lo duro que debe ser presenciar que los protagonistas de los cambios que otrora ellos mismos juraron impedir con la vida si fuese necesario, considerando a quienes se atreviesen a plantearlos seres oprobiosos y merecedores de las más rígidas punitivas, que no se les mueva ni un músculo de la cara para donde ayer dijeron: " digo" hoy decir: "Diego"?.
Por respeto a quienes pasaron por aquello con la anuencia de buena parte de las personalidades progresistas, del mundo de la cultura, la ciencia, la política, salvo honrosas excepciones, que aún después de haber sufrido una variada gama de vejámenes, lejos de recibir la compasión de quienes se supone deberían percibir algún grado de solidaridad, como colofón han tenido que digerir epítetos de escaso espíritu empático, tales como gusanos o escorias.
Lo importante es mantener el estado de las cosas donde se pueda opinar, donde se pueda disentir y donde se respete el espacio ajeno. Argentina parece haber salido de aquella habitación repleta de basura gruesa y estar ahora de frente a la contigua, donde hay costras de mugre bajo el polvo, persistiendo en resistencia y grosor hacia los rincones y bajo los muebles. Acaso haya llegado la hora de conocer el verdadero valor de la ya no tan reluciente escoba.
Lo de comprender que de la razón que cada uno cree atesorar hoy al cien por ciento , pasado un tiempo diferente para cada cual pero inexorable, quedará en un porcentaje irreconocible, corre por cuenta propia; pero es menester aplicarse en su difusión, ya que puede resultar de gran ayuda en la disminución de las dolencias acaecidas en la cuna de las profundas convicciones, en el altar de las grandes ideas.
Por lo pronto yo sólo me manejo con la ligera sensación de que la vida pasa por otros canales, un poco por cultivarse, otro por la persecución de los buenos momentos, y el resto por esas cosas del querer.
Cosa nostra.
Ciertamente no me entrometo en las cuestiones cotidianas de los ciudadanos de mi país de nacimiento, en el cual hace un tiempo prolongado que no vivo, donde hoy transitan tiempos turbulentos ( cuando no) y espero de todo corazón que el choque sea solo verbal y emocional más cercano al que se da en las plateas de las canchas de fútbol que en el estilo "directo al mentón" de los disertadores de las tribunas. Tanto unos como otros.
Les ha tocado pasar por un país que llegó al nivel más bajo del que se tenga recuerdo tras la misma vieja rapiña protagonizada por diferentes gobiernos, con la participación nada desdeñable de sus votantes. Luego de conseguir cierta normalidad económica y de desarrollo de la vida cotidiana, a partir de políticas, entre acertadas y bendecidas por la buena ventura en los mercados, parece haber encontrado el final del episodio dulce, la conclusión del primer movimiento. Y todo parece indicar que es el momento de hacer política a lo grande, de hacer barrer igual de bien que cuando estaba recién estrenada a la escoba, en el instante en que empieza a sentirse usada y mostrar ciertos síntomas de desgaste en su no ya tan ceñido haz de paja.
Se verá en la habilidad mostrada para encontrar terrenos fértiles o vírgenes para avanzar en detrimento de los otrora certeros golpes de efecto popular, será cuando se compruebe si el proyecto es capaz de sobrevivir al entusiasmo inicial, si cuenta con una estructura firmemente democrática, si en lugar de imponerse por la victoria logra convencer. Todo está por definirse.
Ahora bien, seamos serios ya que no virtuosos, más allá de estas disputas dialécticas, aún cuando es clara la analogía, o el sentido metafórico, con el control a la divisa, o a la gente que viaja fuera del país, o con la posibilidad de una tercera legislatura que podría entenderse como la cuarta, tener la osadía de decir que Argentina se está empezando a parecer a Cuba, es un paralelismo imposible de concertar, constituye un despropósito que hace aguas hasta por las bombas de achique.
¿ Existe comparación posible de una afición al poder que se refleje en el intento de modificar la constitución para probar a ser elegido una vez más a través del voto, con por el otro lado el fenómeno de cincuenta y tantos años gobernados por las mismas personas que desde el inicio dejaron claro que su poder es absoluto y que el régimen de gobierno sería llamado oficialmente, Dictadura del Proletariado?.
¿ Tienen idea de lo que significa no haber comido jamás un asado, ni un díscolo trozo de carne pegado a un osamenta que no tocase por la libreta del más exiguo de los abastecimientos?
¿No haber podido leer un libro que se saliese de los estrechísimos márgenes y cánones impuestos por un grupo de obsecuentes burócratas , no haber podido opinar absolutamente nada que no fuese una Oda al poder y sus detentores?
Habida cuenta de que cambiar sólo una cantidad determinada de dólares resulta una agresión a los derechos del individuo, ¿pueden imaginar la pesadumbre de no solo no haber podido cambiar una cantidad de divisas, ni haber tenido restringido el segundo viaje al año, sino no poder tocar con dedos cubanos moneda de cambio internacional durante años bajo riesgo de cárcel por la posesión y diferentes rangos de castigos por comprar un Blue jean con dicha moneda en el mercado negro, único mercado disponible, o no haber podido viajar en cincuenta años si no trataba de un artista disciplinado, un deportista obediente, o un burócrata de obsecuencia en pureza máxima?.
Y para acabar la comparación ¿ imaginan lo duro que debe ser presenciar que los protagonistas de los cambios que otrora ellos mismos juraron impedir con la vida si fuese necesario, considerando a quienes se atreviesen a plantearlos seres oprobiosos y merecedores de las más rígidas punitivas, que no se les mueva ni un músculo de la cara para donde ayer dijeron: " digo" hoy decir: "Diego"?.
Por respeto a quienes pasaron por aquello con la anuencia de buena parte de las personalidades progresistas, del mundo de la cultura, la ciencia, la política, salvo honrosas excepciones, que aún después de haber sufrido una variada gama de vejámenes, lejos de recibir la compasión de quienes se supone deberían percibir algún grado de solidaridad, como colofón han tenido que digerir epítetos de escaso espíritu empático, tales como gusanos o escorias.
Lo importante es mantener el estado de las cosas donde se pueda opinar, donde se pueda disentir y donde se respete el espacio ajeno. Argentina parece haber salido de aquella habitación repleta de basura gruesa y estar ahora de frente a la contigua, donde hay costras de mugre bajo el polvo, persistiendo en resistencia y grosor hacia los rincones y bajo los muebles. Acaso haya llegado la hora de conocer el verdadero valor de la ya no tan reluciente escoba.
Lo de comprender que de la razón que cada uno cree atesorar hoy al cien por ciento , pasado un tiempo diferente para cada cual pero inexorable, quedará en un porcentaje irreconocible, corre por cuenta propia; pero es menester aplicarse en su difusión, ya que puede resultar de gran ayuda en la disminución de las dolencias acaecidas en la cuna de las profundas convicciones, en el altar de las grandes ideas.
Por lo pronto yo sólo me manejo con la ligera sensación de que la vida pasa por otros canales, un poco por cultivarse, otro por la persecución de los buenos momentos, y el resto por esas cosas del querer.
_________________
Azali- Admin
- Cantidad de envíos : 50976
Fecha de inscripción : 27/10/2008
Re: Pues el sobrino del Guevara, que nos dejo el link a su blog hace un tiempo ya...
Tuesday 4 september 2012204/09/Set/201202:12
Musas y Panteras.
Ronnie vivía también en aquel edificio de veinticinco plantas, el Hotel Habana Libre, en el piso 19, yo en el 21. Mi hermanos y mi madre ocupábamos dos habitaciones desde las cuales se veía el Hotel Nacional, el edificio Foxa y el Someillán, daban al mar, en una tercera que daba a la otra cara de la ciudad, mostrando el barrio de El Vedado noqueado por la Revolución, dormía mi abuela. Ronnie era hijo de Huey Newton, quien fuera cofundador de los Panteras Negras norteamericanos, una agrupación del poder negro de moda por aquellos años convulsos, ellos estaban exiliados como nosotros. En el Hotel había varios cabecillas de organizaciones revolucionarias a nivel mundial cuyos hijos terminaban formando una pandilla, pero ninguno tan perfecto como Ronnie, a excepción de Fernando y por supuesto de mi. Pasábamos el día molestando a la mayor cantidad de personas posibles, ya fuese tirándoles grampas con hondas desde el segundo piso al lobby a los que se sentaban a disfrutar de la lectura de un plomizo Granma aderezado con el aire acondicionado, o les lanzábamos limones desde la parte trasera de la piscina a la calle, o huevos desde el piso 21 para que se llevasen un buen susto mientras debían regresar a sus casas a cambiarse la ropa salpicada de yema, o también rompíamos la paciencia saltando de balcón en balcón y lanzando lo que fuese que encontrásemos secándose sobre los sillones de paja y cobre, pantalones, camisas, ropa interior o caracoles cobos y aguas vivas como los que atesoraba aquel ruso, que un día me descubrió tras haber lanzado sus preciados moluscos desde el piso 21 al tercero solo para verlos haciéndose añicos, formándo un lío de proporciones que alcanzó al Administrador del hotel, a la milicia y a mis mayores.
Carlitos Cecilia vivía cerca del parque la Pera, a más o menos un kilómetro del hotel y muy cerca de la Anexa a la Universidad, la escuela Felipe Poey donde ambos estudiábamos. Éramos compañeros inseparables en el aula y mientras duraban los paseos por la calle, una vez entraba al Hotel la realidad cambiaba, mudaba hasta el tono de la voz, levemente retornaba hacia lo que quedaba ya de argentinidad en aquellas consonantes sostenidas y vocales abiertas. Eran otros los amigos, los juegos también, todo ello había nacido de la perversa orden dada por la administración de que al hotel no podía entrar ningún cubano, ningún niño amigo de la escuela podía subir a las habitaciones, a menos que fuese familiar de un alto dirigente, y aún así precisaban un pase. La administración tenía orden de que los de afuera no pasasen de solamente sospechar los privilegios que disfrutaban los de adentro. Esta ordenanza me ayudó a desarrollar una doble vida, como Mr. Hyde y el doctor Jekyll. Mientras afuera del hotel iba creciendo a pasos ligeros y convirtiéndome en el justiciero de mis amigos y un habanero más, dentro me transformaba en un eterno crío travieso que solo pensaba en importunar y divertirse de manera compulsiva con los demás exiliados. Durante medio año que estuve faltando cada tarde a las clases de séptimo grado en la Felipe Poey, iba primero a su casa y nos dedicábamos a cocinar tortillas con lo que hubiese en la alacena, el padre era militar y conseguía latas de cosas que con la libreta no se conseguían, así que contábamos con cierta variedad de ingredientes. Por supuesto todo era limitado y un día la madre pegó el grito en cielo, y Carlitos les tuvo que decir lo que hacíamos aunque se echó la culpa a sí mismo garantizándose un buen castigo, cuando en realidad el instigador de las faltas a clase y las prácticas culinarias era siempre yo. No trascendió al Hotel aquel desliz y pude continuar faltando a clases, tenía pesadillas en que me descubrían, que me enviaban un miliciano de los que me solía detener por hacer travesuras en el Hotel y averiguaba que no había ido a clases en los últimos meses, se lo contaban a mi padre que estaba preso en Argentina pensando que nos estábamos formando como buenos revolucionarios y le causaba un disgusto; me despertaba transpirando y lo volvía a hacer con más ahínco. Entonces fue que Carlitos me invitó a la primera fiestecita con música lenta de noche y me presentó a Moraima, que me tenía fichado, a mi me venía bien cualquier cosa para dar mi primer beso, que solamente lo había podido casi saborear en la persona de alguna prima o la hermana de algún amigo del Hotel a hurtadillas , robado en un trance de algún juego. Fue la primera vez que toqué pechos, los sobé los apreté con fruición, difícil olvidar aquella emoción, me entusiasmé bailando con la entrepierna de Moraima, el vaquero fue áspero, por suerte ella tampoco sabía mucho de nada, ya que yo solo había besado mi antebrazo practicando con un morreo prolongado. Carlitos ya había “apretado” alguna vez y hablaba de ello como de algo muy especial, desde aquel día comprobé que en efecto era mágico, incluso hoy pienso que el placer de ciertos besos en posición de pie, estando vestidos, pudiendo permitirse alguna licencia como acariciar los senos o tocar el sexo por encima de la ropa pueden ser momentos exquisitamente tensos, para aquellos y otros blue jeans menos acartonados. Después de esa ocasión estuve como dos años sin apretar, pero me servía de aquella experiencia que se enriquecía con el aporte de la imaginación cada vez que la sacaba a pasear en los relatos varoniles, para el simple recuerdo o para las mullidas memorias noctámbulas. Carlitos me había hecho un favor impagable, lo probó el tiempo que debió transcurrir hasta que pude acceder por propios medios al área íntima de otra chica. Los cuatro meses siguientes ya que no podía ir a su casa me iba al zoológico de el Nuevo Vedado y llegué a hacerme amigo de un chimpancé que tendría mi edad, era mi alter ego. Llegué a tener una gran amistad con ese animal, el cuidador me permitía acercarme hasta la jaula y pasábamos horas mirándonos e intercambiando las galletitas para monos que yo le daba y las media naranjas que él me convidaba, se podía hablar con él sin tapujos, desde la una hasta las cinco había muy poco público. Entonces, además de la realidad del hotel, la de la calle y la escuela incorporé una tercera, las rejas del mono estaban también en mi cara. Aquel preso no hacía reproches por conducta poco revolucionaria.
Ronnie tenía dos años menos que nosotros pero nos sacaba media cabeza. Una tarde que me había visitado Carlitos y que había conseguido en la administración que le diesen un pase que no permitía entrar a restaurantes pero sí estar por el Hotel, Ronnie quería jugar a los escondidos en el Salón de los Embajadores, que estaba restaurándose y era inmenso, repleto de recovecos. Yo estaba entre la costumbre de seguir a mis amigos del hotel en los juegos aún infantiles, y el pudor que me daba con Carlitos ya que dados sus hábitos suponía que consideraría aquello un poco ridículo. Pero él mismo se enchufó y se entusiasmó de tal manera que llamamos a otros muchachos.
En una ocasión le tocó a Carlitos buscar, Ronnie y yo habíamos subido por una escalera de cabillas de hierro incrustadas en la pared dentro de un agujero con paredes de cemento. Estaba oscuro en lo alto y al acercarse, Carlitos se persuadió de que arriba había gente y empezó a decir nombres al azar para ver si adivinaba, lo cierto es que si acertaba no había manera de ganarle corriendo hasta la base, así que había que intentar que subiese hasta arriba y saltar del agujero al mismo tiempo que él para tener una chance. Comenzó a subir y de repente dijo el nombre de Ronnie. Y cuando comenzó a bajar, yo vi como le caía un líquido sobre él y al girar la cabeza buscando a Ronnie, vi que había pelado la habichuela y estaba orinando a mi amigo de afuera del Hotel en la cabeza, mientras Carlitos decía- -Oye que mal perder tienes, no me eches agua que me estás empapando!. Entonces, agudizó el olfato y el tacto y se dio cuenta de que no era agua, yo reprendí a mi amigo del Hotel que reía a carcajadas y bajé inmediatamente a contener a Carlitos, eso para él era una asunto muy serio, en Cuba cualquier líquido en la cara que no fuese agua o ron podía saldarse con más que una buena pateadura, ¿pero una meada?, por una meada hasta yo habría sido capaz de soltar los puños.
A duras penas conseguí llevarme a Carlitos abajo, rogándole que no formase lío ya que encima llevaba las de perder. Lo acompañé hasta su casa y no dejé de escucharlo decir que lo buscaría por todos lados y le metería con un bate de beisbol, con una cabilla, con una chaveta, en fin estaba hecho un basilisco, y aunque Ronnie lo había hecho en broma yo había visto a Carlitos en la escuela fajarse con una pandilla y empatar la bronca.
Provenían de sitios irreconciliables como el Hotel y la Ciudad, pero eran mis amigos.
Cuando regresé al Hotel lo fui a buscar al piso 19 y me dijo que lo sentía mucho, que fue un impulso y que iría a pedirle perdón, le dije que encima si había bronca culparían al cubano, me dijo que no, que él diría lo que pasó, Ronnie era muy noble, puro corazón pero ese día había perdido un tornillo.
A los pocos días, llevé a Carlitos al Hotel nuevamente para que sellaran las paces, pasamos el día charlando y esa tarde hasta fuimos a comer los tres a la cafetería, nadie nos dijo nada, ni la camarera ni el capitán, nadie molestó aquella ocasión.
La semana pasada mi hijo pequeño me preguntó si yo había tenido amigos que ya estuviesen muertos, íbamos caminando por la cima de un monte, un viento fresco me dio en la cara y recordé cuando regresé de Argentina a Cuba a los 22 años y fui a buscar a Carlitos a su casa, entonces la madre, el padre y el hermano me dijeron _ Si quieres verlo ven con nosotros ya mismo , porque le quedan dos o tres días. Y en el camino al oncológico me contaron que había desarrollado un tumor bestial en los pulmones, y que le habían amputado un pulmón, un brazo, un omoplato, una clavícula y ya habían desistido.
Entré en la sala y lo vi en la cama, me recibió con una sonrisa, no recuerdo lo delgado que estaba ni su estado gravísimo, sino su ánimo, me abrazó al borde d e la cama y me dijo: - Martín tú me ves así, pero cuando salga de aquí formamos una fiesta, yo voy a seguir tocando el piano con el brazo que me queda, incluso mejor y tú verás que las muchachitas se van a volver locas con nosotros!. Pasé una hora con mi amigo que estaba lleno de vida, los ojos le brillaban y su voz era fuerte, a un paso de la muerte no estaba rendido. Salí de aquel cuarto vacío y en efecto cuando regresé a su casa al cabo de una semana ya había fallecido.
Hace dos años mientras recordaba algún pasaje del Hotel habana Libre, me dio por buscar a mi amigo Ronnie por enésima vez pero esta con la ayuda de internet, cosa con que otrora no se podía contar. Le había perdido la pista hacia el año 1978 cuando había regresado a los Estados Unidos, ya que el padre había preferido enfrentar la prisión y que la familia viviese en su tierra y varias veces había intentado saber que habría sido de su vida.
Me enteré de que habían matado al padre en extrañas circunstancias y que posiblemente Ronnie habría presenciado quien había sido. Un par de años más tarde cuando estaba por celebrarse el juicio del presunto asesino de su padre Huey , unas pocas horas antes de declarar, mi amigo Ronnie, quien desde los diez años en el Hotel, para poder quedarse hasta más allá de las siete de la tarde jugando con los demás muchachos hacía los cuarenta largos de piscina que el padre le ponía de condición, apareció ahogado en la orilla un lago cercano al lugar del juicio. Lo supe diecinueve años después de los hechos.
-Sí- le dije a mi pequeño vástago- se llamaban Carlitos Cecilia y Ronnie Newton.
Y entonces recordé el día del juego de los escondidos. Y el Habana Libre, y la fiestecita con Moraima, los chicles norteamericanos y las tortillas de carne rusa y me acordé de aquel chimpancé que cuando nos encontrábamos, no se sabía a cual de los dos resguardaban más las rejas.
Quien también fue un buen amigo y tal vez continúe con vida
Musas y Panteras.
Ronnie vivía también en aquel edificio de veinticinco plantas, el Hotel Habana Libre, en el piso 19, yo en el 21. Mi hermanos y mi madre ocupábamos dos habitaciones desde las cuales se veía el Hotel Nacional, el edificio Foxa y el Someillán, daban al mar, en una tercera que daba a la otra cara de la ciudad, mostrando el barrio de El Vedado noqueado por la Revolución, dormía mi abuela. Ronnie era hijo de Huey Newton, quien fuera cofundador de los Panteras Negras norteamericanos, una agrupación del poder negro de moda por aquellos años convulsos, ellos estaban exiliados como nosotros. En el Hotel había varios cabecillas de organizaciones revolucionarias a nivel mundial cuyos hijos terminaban formando una pandilla, pero ninguno tan perfecto como Ronnie, a excepción de Fernando y por supuesto de mi. Pasábamos el día molestando a la mayor cantidad de personas posibles, ya fuese tirándoles grampas con hondas desde el segundo piso al lobby a los que se sentaban a disfrutar de la lectura de un plomizo Granma aderezado con el aire acondicionado, o les lanzábamos limones desde la parte trasera de la piscina a la calle, o huevos desde el piso 21 para que se llevasen un buen susto mientras debían regresar a sus casas a cambiarse la ropa salpicada de yema, o también rompíamos la paciencia saltando de balcón en balcón y lanzando lo que fuese que encontrásemos secándose sobre los sillones de paja y cobre, pantalones, camisas, ropa interior o caracoles cobos y aguas vivas como los que atesoraba aquel ruso, que un día me descubrió tras haber lanzado sus preciados moluscos desde el piso 21 al tercero solo para verlos haciéndose añicos, formándo un lío de proporciones que alcanzó al Administrador del hotel, a la milicia y a mis mayores.
Carlitos Cecilia vivía cerca del parque la Pera, a más o menos un kilómetro del hotel y muy cerca de la Anexa a la Universidad, la escuela Felipe Poey donde ambos estudiábamos. Éramos compañeros inseparables en el aula y mientras duraban los paseos por la calle, una vez entraba al Hotel la realidad cambiaba, mudaba hasta el tono de la voz, levemente retornaba hacia lo que quedaba ya de argentinidad en aquellas consonantes sostenidas y vocales abiertas. Eran otros los amigos, los juegos también, todo ello había nacido de la perversa orden dada por la administración de que al hotel no podía entrar ningún cubano, ningún niño amigo de la escuela podía subir a las habitaciones, a menos que fuese familiar de un alto dirigente, y aún así precisaban un pase. La administración tenía orden de que los de afuera no pasasen de solamente sospechar los privilegios que disfrutaban los de adentro. Esta ordenanza me ayudó a desarrollar una doble vida, como Mr. Hyde y el doctor Jekyll. Mientras afuera del hotel iba creciendo a pasos ligeros y convirtiéndome en el justiciero de mis amigos y un habanero más, dentro me transformaba en un eterno crío travieso que solo pensaba en importunar y divertirse de manera compulsiva con los demás exiliados. Durante medio año que estuve faltando cada tarde a las clases de séptimo grado en la Felipe Poey, iba primero a su casa y nos dedicábamos a cocinar tortillas con lo que hubiese en la alacena, el padre era militar y conseguía latas de cosas que con la libreta no se conseguían, así que contábamos con cierta variedad de ingredientes. Por supuesto todo era limitado y un día la madre pegó el grito en cielo, y Carlitos les tuvo que decir lo que hacíamos aunque se echó la culpa a sí mismo garantizándose un buen castigo, cuando en realidad el instigador de las faltas a clase y las prácticas culinarias era siempre yo. No trascendió al Hotel aquel desliz y pude continuar faltando a clases, tenía pesadillas en que me descubrían, que me enviaban un miliciano de los que me solía detener por hacer travesuras en el Hotel y averiguaba que no había ido a clases en los últimos meses, se lo contaban a mi padre que estaba preso en Argentina pensando que nos estábamos formando como buenos revolucionarios y le causaba un disgusto; me despertaba transpirando y lo volvía a hacer con más ahínco. Entonces fue que Carlitos me invitó a la primera fiestecita con música lenta de noche y me presentó a Moraima, que me tenía fichado, a mi me venía bien cualquier cosa para dar mi primer beso, que solamente lo había podido casi saborear en la persona de alguna prima o la hermana de algún amigo del Hotel a hurtadillas , robado en un trance de algún juego. Fue la primera vez que toqué pechos, los sobé los apreté con fruición, difícil olvidar aquella emoción, me entusiasmé bailando con la entrepierna de Moraima, el vaquero fue áspero, por suerte ella tampoco sabía mucho de nada, ya que yo solo había besado mi antebrazo practicando con un morreo prolongado. Carlitos ya había “apretado” alguna vez y hablaba de ello como de algo muy especial, desde aquel día comprobé que en efecto era mágico, incluso hoy pienso que el placer de ciertos besos en posición de pie, estando vestidos, pudiendo permitirse alguna licencia como acariciar los senos o tocar el sexo por encima de la ropa pueden ser momentos exquisitamente tensos, para aquellos y otros blue jeans menos acartonados. Después de esa ocasión estuve como dos años sin apretar, pero me servía de aquella experiencia que se enriquecía con el aporte de la imaginación cada vez que la sacaba a pasear en los relatos varoniles, para el simple recuerdo o para las mullidas memorias noctámbulas. Carlitos me había hecho un favor impagable, lo probó el tiempo que debió transcurrir hasta que pude acceder por propios medios al área íntima de otra chica. Los cuatro meses siguientes ya que no podía ir a su casa me iba al zoológico de el Nuevo Vedado y llegué a hacerme amigo de un chimpancé que tendría mi edad, era mi alter ego. Llegué a tener una gran amistad con ese animal, el cuidador me permitía acercarme hasta la jaula y pasábamos horas mirándonos e intercambiando las galletitas para monos que yo le daba y las media naranjas que él me convidaba, se podía hablar con él sin tapujos, desde la una hasta las cinco había muy poco público. Entonces, además de la realidad del hotel, la de la calle y la escuela incorporé una tercera, las rejas del mono estaban también en mi cara. Aquel preso no hacía reproches por conducta poco revolucionaria.
Ronnie tenía dos años menos que nosotros pero nos sacaba media cabeza. Una tarde que me había visitado Carlitos y que había conseguido en la administración que le diesen un pase que no permitía entrar a restaurantes pero sí estar por el Hotel, Ronnie quería jugar a los escondidos en el Salón de los Embajadores, que estaba restaurándose y era inmenso, repleto de recovecos. Yo estaba entre la costumbre de seguir a mis amigos del hotel en los juegos aún infantiles, y el pudor que me daba con Carlitos ya que dados sus hábitos suponía que consideraría aquello un poco ridículo. Pero él mismo se enchufó y se entusiasmó de tal manera que llamamos a otros muchachos.
En una ocasión le tocó a Carlitos buscar, Ronnie y yo habíamos subido por una escalera de cabillas de hierro incrustadas en la pared dentro de un agujero con paredes de cemento. Estaba oscuro en lo alto y al acercarse, Carlitos se persuadió de que arriba había gente y empezó a decir nombres al azar para ver si adivinaba, lo cierto es que si acertaba no había manera de ganarle corriendo hasta la base, así que había que intentar que subiese hasta arriba y saltar del agujero al mismo tiempo que él para tener una chance. Comenzó a subir y de repente dijo el nombre de Ronnie. Y cuando comenzó a bajar, yo vi como le caía un líquido sobre él y al girar la cabeza buscando a Ronnie, vi que había pelado la habichuela y estaba orinando a mi amigo de afuera del Hotel en la cabeza, mientras Carlitos decía- -Oye que mal perder tienes, no me eches agua que me estás empapando!. Entonces, agudizó el olfato y el tacto y se dio cuenta de que no era agua, yo reprendí a mi amigo del Hotel que reía a carcajadas y bajé inmediatamente a contener a Carlitos, eso para él era una asunto muy serio, en Cuba cualquier líquido en la cara que no fuese agua o ron podía saldarse con más que una buena pateadura, ¿pero una meada?, por una meada hasta yo habría sido capaz de soltar los puños.
A duras penas conseguí llevarme a Carlitos abajo, rogándole que no formase lío ya que encima llevaba las de perder. Lo acompañé hasta su casa y no dejé de escucharlo decir que lo buscaría por todos lados y le metería con un bate de beisbol, con una cabilla, con una chaveta, en fin estaba hecho un basilisco, y aunque Ronnie lo había hecho en broma yo había visto a Carlitos en la escuela fajarse con una pandilla y empatar la bronca.
Provenían de sitios irreconciliables como el Hotel y la Ciudad, pero eran mis amigos.
Cuando regresé al Hotel lo fui a buscar al piso 19 y me dijo que lo sentía mucho, que fue un impulso y que iría a pedirle perdón, le dije que encima si había bronca culparían al cubano, me dijo que no, que él diría lo que pasó, Ronnie era muy noble, puro corazón pero ese día había perdido un tornillo.
A los pocos días, llevé a Carlitos al Hotel nuevamente para que sellaran las paces, pasamos el día charlando y esa tarde hasta fuimos a comer los tres a la cafetería, nadie nos dijo nada, ni la camarera ni el capitán, nadie molestó aquella ocasión.
La semana pasada mi hijo pequeño me preguntó si yo había tenido amigos que ya estuviesen muertos, íbamos caminando por la cima de un monte, un viento fresco me dio en la cara y recordé cuando regresé de Argentina a Cuba a los 22 años y fui a buscar a Carlitos a su casa, entonces la madre, el padre y el hermano me dijeron _ Si quieres verlo ven con nosotros ya mismo , porque le quedan dos o tres días. Y en el camino al oncológico me contaron que había desarrollado un tumor bestial en los pulmones, y que le habían amputado un pulmón, un brazo, un omoplato, una clavícula y ya habían desistido.
Entré en la sala y lo vi en la cama, me recibió con una sonrisa, no recuerdo lo delgado que estaba ni su estado gravísimo, sino su ánimo, me abrazó al borde d e la cama y me dijo: - Martín tú me ves así, pero cuando salga de aquí formamos una fiesta, yo voy a seguir tocando el piano con el brazo que me queda, incluso mejor y tú verás que las muchachitas se van a volver locas con nosotros!. Pasé una hora con mi amigo que estaba lleno de vida, los ojos le brillaban y su voz era fuerte, a un paso de la muerte no estaba rendido. Salí de aquel cuarto vacío y en efecto cuando regresé a su casa al cabo de una semana ya había fallecido.
Hace dos años mientras recordaba algún pasaje del Hotel habana Libre, me dio por buscar a mi amigo Ronnie por enésima vez pero esta con la ayuda de internet, cosa con que otrora no se podía contar. Le había perdido la pista hacia el año 1978 cuando había regresado a los Estados Unidos, ya que el padre había preferido enfrentar la prisión y que la familia viviese en su tierra y varias veces había intentado saber que habría sido de su vida.
Me enteré de que habían matado al padre en extrañas circunstancias y que posiblemente Ronnie habría presenciado quien había sido. Un par de años más tarde cuando estaba por celebrarse el juicio del presunto asesino de su padre Huey , unas pocas horas antes de declarar, mi amigo Ronnie, quien desde los diez años en el Hotel, para poder quedarse hasta más allá de las siete de la tarde jugando con los demás muchachos hacía los cuarenta largos de piscina que el padre le ponía de condición, apareció ahogado en la orilla un lago cercano al lugar del juicio. Lo supe diecinueve años después de los hechos.
-Sí- le dije a mi pequeño vástago- se llamaban Carlitos Cecilia y Ronnie Newton.
Y entonces recordé el día del juego de los escondidos. Y el Habana Libre, y la fiestecita con Moraima, los chicles norteamericanos y las tortillas de carne rusa y me acordé de aquel chimpancé que cuando nos encontrábamos, no se sabía a cual de los dos resguardaban más las rejas.
Quien también fue un buen amigo y tal vez continúe con vida
_________________
Azali- Admin
- Cantidad de envíos : 50976
Fecha de inscripción : 27/10/2008
Re: Pues el sobrino del Guevara, que nos dejo el link a su blog hace un tiempo ya...
Me gusta cómo lo describe pero no me incita a comentar nada. Duele demasiado. Imagino que a los amiguitos les castrismo les ocurre igual, pero no porque les duela lo que describe sino que lo describa, aparte de que sea un sobrino del ché.
No quieren saber nada de eso.
No quieren saber nada de eso.
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
Re: Pues el sobrino del Guevara, que nos dejo el link a su blog hace un tiempo ya...
Esos en temas como estos se meten la lenguita ...donde no les da el Sol..
Quieren ser cegatos ...
Quieren ser cegatos ...
_________________
Azali- Admin
- Cantidad de envíos : 50976
Fecha de inscripción : 27/10/2008
Contenido patrocinado
Temas similares
» Martin Guevara, sobrino del Che Guevara expulsado de Cuba
» Mikim aqui te dejo el blog este, que se que te encantara..lo saque del blog de Zoe Valdez
» Y ...les dejo el link para que lean los comentarios de esa gente de Espana..
» Estas son las noticias que la lacayiente margarita no da, pues no le queda tiempo que no sea para lamer patas..
» Esto es verdad, pues hace mas de un an~o que he comprobado el metodo..
» Mikim aqui te dejo el blog este, que se que te encantara..lo saque del blog de Zoe Valdez
» Y ...les dejo el link para que lean los comentarios de esa gente de Espana..
» Estas son las noticias que la lacayiente margarita no da, pues no le queda tiempo que no sea para lamer patas..
» Esto es verdad, pues hace mas de un an~o que he comprobado el metodo..
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.