El Paraiso del Estudiante ( hitler es cubano
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El Paraiso del Estudiante ( hitler es cubano
La Escuela al Campo
Cuándo exactamente se inventó no lo puedo determinar, pero para mí se inventó en 1967. La culpa la tuvo un escrito de Martí, que aunque bien pudiera haber sido una metáfora escribió que por la tarde debe manejarse la pluma, por la mañana la azada.
Mi primera Escuela al Campo fue inolvidable.
Yo había acabado de cumplir los doce años y tuve la gloriosa idea de ingresar en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos. Era el segundo año de la susodicha Escuela, con la diferencia que de un pequeño grupo de alumnos en los edificos de la antigua Escuela Loyola habían construído una gigante escuela en Baracoa (La Habana) e ingresaron mil alumnos. Pero bueno, esa es otra historia.
Al segundo día nos dieron dos overoles verde olivo,(un anglicismo que nunca supe su verdadero nombre en castellano), un par de botas, 2 pares de calcetines y una capa de polietileno verde en un saco de campaña verde. Además un jabón, un tubo de pasta dentrífica y un cepillo para dientes. Por la tarde, después del efímero almuerzo formaron las compañías, nos montaron en autobuses y nos llevaron para la terminal de trenes. Pasaron horas y al caer la noche al fin partió el tren. No sabíamos hacia donde íbamos. De provisiones teníamos un pedazo de pan con “spam” (un tipo de embutido prensado) el cual- ¡oh falta de perspicacia! nos lo comimos estando aún en la estación. Pasaban horas y horas y aquel tren parecía que iba al infinito. Cada hora que pasaba, me acordaba de Martí. El trayecto duró 18 horas! Y de comer, nada. Algunos empezamos a comernos la pasta dentrífica, tal era el hambre que tenían nuestros jóvenes cuerpos.
Cuando arribamos llovía a chaparrones. Entonces nos dimos cuenta de la importancia del pedazo de polietileno. Bajo el aguacero torrencial nos montaron en camiones sin techo. Más de cincuenta por camión. Ni al ganado lo transportaban tan apretados. A mí me tocó el medio así que nos agarrábamos unos a otros temiendo caer al terreno pues no se podían llamar calles por donde transitaban los camiones. A casi una hora de viaje llegamos al campamento. Estábamos casi en la Punta de Cuanahacabibes, en el extremo occidental de la Isla. Es decir en el fin del mundo. Eran 4 largas barracas con literas. Nos asignaron nuestras camas y acto seguido nos volvieron a montar en los camiones y nos llevaron a nuestra área de trabajo. Nos pusieron la azada de Martí en la mano (que en Cuba le llamamos guataca) y a trabajar desyerbando los surcos. Al fin, al mediodía llegó el almuerzo. Harina de maíz y un huevo cocido. Al terminar la primera jornada regresamos al campamento. Las manos me dolían y tenía ampollas. Solo pensaba en ducharme, comer y dormir. Lo primero quedó en el pensamiento, ya que no había duchas en el campamento y pronto nos dimos cuenta, que tampoco había luz en las barracas.
El segundo día nos deparó las próximas sorpresas.
La primera sorpresa fue el desayuno. Agua caliente con azúcar prieta y un pedazo de pan.
La segunda sorpresa fue cuando nos ordenaron que lleváramos la toalla y el jabón al campo. Ni nos imaginábamos el por qué. Eso lo supimos en aquella tarde de octubre, cuando vivimos la tercera sorpresa: nos pusieron en fila y nos ordenaron quitarnos las ropas y coger el jabón. El sargento jefe de la compañía tenía una manguera conectada a un carro pipa de agua y empezó a echarnos agua helada, nos teníamos que enjabonar rápido y después nos quitaba el jabón echándonos agua de nuevo. Así pasaron seis semanas, donde nuestro único descanso era la visita de nuestros padres cada dos semanas, que haciendo malabarismos nos traían comida y algunos víveres para que pudiéramos subsistir.
Así transcurrieron los años 67,68 y 69: Cada año seis semanas en el campo, pensando en Martí.
A partir del año 70, ya no estando en la Escuela Militar, la Escuela al Campo tenía una duración de tres meses y para nosotros se desarrollaba en la Zafra azucarera. Con quince años machete en mano cortando caña bajo el sol radiante de nuestra querida Isla. Hubo de todo un poco, inclusive jornadas de 20×20x20 (20 hombres, 20 horas, 20 mil arrobas). Comenzábamos en días de luna llena a las 2 de la madrugada y terminábamos a las 10 de la noche cortando caña quemada. Por suerte la luna llena aparece en un intervalo de 28 días.
Al gobierno no les bastó con la Escuela al Campo y desarrolló entonces el pensamiento martiano a cabalidad creando La Escuela en el Campo, que por suerte no me tocó vivir. Comenzaron con secundarias básicas en el Campo hasta llegar hoy en día a poner todos los preuniversitarios en el Campo....
Cuándo exactamente se inventó no lo puedo determinar, pero para mí se inventó en 1967. La culpa la tuvo un escrito de Martí, que aunque bien pudiera haber sido una metáfora escribió que por la tarde debe manejarse la pluma, por la mañana la azada.
Mi primera Escuela al Campo fue inolvidable.
Yo había acabado de cumplir los doce años y tuve la gloriosa idea de ingresar en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos. Era el segundo año de la susodicha Escuela, con la diferencia que de un pequeño grupo de alumnos en los edificos de la antigua Escuela Loyola habían construído una gigante escuela en Baracoa (La Habana) e ingresaron mil alumnos. Pero bueno, esa es otra historia.
Al segundo día nos dieron dos overoles verde olivo,(un anglicismo que nunca supe su verdadero nombre en castellano), un par de botas, 2 pares de calcetines y una capa de polietileno verde en un saco de campaña verde. Además un jabón, un tubo de pasta dentrífica y un cepillo para dientes. Por la tarde, después del efímero almuerzo formaron las compañías, nos montaron en autobuses y nos llevaron para la terminal de trenes. Pasaron horas y al caer la noche al fin partió el tren. No sabíamos hacia donde íbamos. De provisiones teníamos un pedazo de pan con “spam” (un tipo de embutido prensado) el cual- ¡oh falta de perspicacia! nos lo comimos estando aún en la estación. Pasaban horas y horas y aquel tren parecía que iba al infinito. Cada hora que pasaba, me acordaba de Martí. El trayecto duró 18 horas! Y de comer, nada. Algunos empezamos a comernos la pasta dentrífica, tal era el hambre que tenían nuestros jóvenes cuerpos.
Cuando arribamos llovía a chaparrones. Entonces nos dimos cuenta de la importancia del pedazo de polietileno. Bajo el aguacero torrencial nos montaron en camiones sin techo. Más de cincuenta por camión. Ni al ganado lo transportaban tan apretados. A mí me tocó el medio así que nos agarrábamos unos a otros temiendo caer al terreno pues no se podían llamar calles por donde transitaban los camiones. A casi una hora de viaje llegamos al campamento. Estábamos casi en la Punta de Cuanahacabibes, en el extremo occidental de la Isla. Es decir en el fin del mundo. Eran 4 largas barracas con literas. Nos asignaron nuestras camas y acto seguido nos volvieron a montar en los camiones y nos llevaron a nuestra área de trabajo. Nos pusieron la azada de Martí en la mano (que en Cuba le llamamos guataca) y a trabajar desyerbando los surcos. Al fin, al mediodía llegó el almuerzo. Harina de maíz y un huevo cocido. Al terminar la primera jornada regresamos al campamento. Las manos me dolían y tenía ampollas. Solo pensaba en ducharme, comer y dormir. Lo primero quedó en el pensamiento, ya que no había duchas en el campamento y pronto nos dimos cuenta, que tampoco había luz en las barracas.
El segundo día nos deparó las próximas sorpresas.
La primera sorpresa fue el desayuno. Agua caliente con azúcar prieta y un pedazo de pan.
La segunda sorpresa fue cuando nos ordenaron que lleváramos la toalla y el jabón al campo. Ni nos imaginábamos el por qué. Eso lo supimos en aquella tarde de octubre, cuando vivimos la tercera sorpresa: nos pusieron en fila y nos ordenaron quitarnos las ropas y coger el jabón. El sargento jefe de la compañía tenía una manguera conectada a un carro pipa de agua y empezó a echarnos agua helada, nos teníamos que enjabonar rápido y después nos quitaba el jabón echándonos agua de nuevo. Así pasaron seis semanas, donde nuestro único descanso era la visita de nuestros padres cada dos semanas, que haciendo malabarismos nos traían comida y algunos víveres para que pudiéramos subsistir.
Así transcurrieron los años 67,68 y 69: Cada año seis semanas en el campo, pensando en Martí.
A partir del año 70, ya no estando en la Escuela Militar, la Escuela al Campo tenía una duración de tres meses y para nosotros se desarrollaba en la Zafra azucarera. Con quince años machete en mano cortando caña bajo el sol radiante de nuestra querida Isla. Hubo de todo un poco, inclusive jornadas de 20×20x20 (20 hombres, 20 horas, 20 mil arrobas). Comenzábamos en días de luna llena a las 2 de la madrugada y terminábamos a las 10 de la noche cortando caña quemada. Por suerte la luna llena aparece en un intervalo de 28 días.
Al gobierno no les bastó con la Escuela al Campo y desarrolló entonces el pensamiento martiano a cabalidad creando La Escuela en el Campo, que por suerte no me tocó vivir. Comenzaron con secundarias básicas en el Campo hasta llegar hoy en día a poner todos los preuniversitarios en el Campo....
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
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