Sistematizando la miseria
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Sistematizando la miseria
Sistematizando la miseria
LA HABANA,
Cuba.-Escucho
a la vecina del apartamento de los altos dando voces a la de la planta baja:
“¡llegó el pollo por pescado… y vence mañana!”. El grito interrumpe mi trabajoy
despierta mi memoria: este jueves 21 de marzo se cumplieron 51 años de la
instauración de la cartilla de racionamiento, un sencillo adminículo que todavía
cumple relativamente sus funciones como instrumento de control oficial,
procurando igualarnos en la pobreza.
“La libreta”, como
popularmente se le conoce, desempeña la doble misión de aliviar las crónicas
carencias alimentarias de la familia cubana distribuyendo algunos productos
básicos a precios subsidiados, y a la vez, de servir al gobierno como un
instrumento más de dominación sobre la sociedad. No es una exageración, la
Historia está repleta de ejemplos que ilustran cómo los pueblos despojados de
derechos y de la capacidad de producir y ganar su propio sustento, pierden
también su condición de individuos libres y, como animales de corral, se someten
a la voluntad de quien les procuran lo mínimo indispensable para no morir de
hambre.
La cartilla, que según las
propias declaraciones oficiales provoca gastos astronómicos al Estado en su celo
por garantizar
al menos una parte de la alimentación del pueblo, es –más que un bondadoso
subsidio– una inversión política. En realidad, casi podría asegurarse que de no
ser por la cartilla que administra el hambre evitando la hambruna, este país
hubiese sido ingobernable.
La importancia que el régimen
otorgó al sistema de racionamiento se refrenda en multitud de ejemplos que
persisten. Toda una institución administrativa creada para tales efectos, con
oficinas municipales –antes OFICODA, actualmente ORC (Oficina de Registro del
Consumidor) –, empleados, archivos, almacenes y centros de distribución y venta,
encargada de velar porque se cumpla la asignación de consumo exacta para cada
cubano, incluyendo la concesión de exiguos productos “extra” para enfermos
crónicos validados por certificados médicos, e incluso el control de campañas
como la llamada “revolución
energética” –con la entrega a nivel nacional y el control del pago de los
equipos eléctricos chinos durante uno de los últimos delirios del deteriorado
Comandante en Jefe.
Así, la mal llamada “libreta
de abastecimientos”, en cuyos inicios y por varias décadas cubrió una lista
considerable de productos racionados, tanto alimenticios como otros de uso
doméstico, comenzó a contraerse sin llegar a desaparecer a medida que los
efectos del fracaso del sistema se sucedían uno tras otro. Fue, probablemente,
el auxiliar más efectivo del gobierno para contener el descontento popular bajo
los embates de la crisis de los ´90, cuando se comenzaron a racionar incluso las
almohadillas sanitarias femeninas; y en los últimos años, con el advenimiento
del “raulismo”, ha sufrido drásticos recortes al mantener subsidiados solo
algunos productos básicos, pese a que los cubanos no han recuperado la autonomía
productiva y el salario medio no llega a un dólar diario.
La cartilla se ha convertido
en un documento que forma parte inseparable de cada familia, a tal punto que a
cualquier cubano humilde, principalmente del amplio sector de la tercera edad,
le preocupa más la pérdida de la cartilla que la de su documento de identidad.
Porque no solo se siente parcialmente protegido en sus necesidades de consumo,
sino que ésta ha propiciado todo un mecanismo de trueques ideados por la
creatividad popular para suplir otras carencias. De esta manera, los productos
asignados que algún miembro de la familia no consume son utilizados para
intercambiarlos o venderlos y así adquirir otros necesarios. Por demás, también
se ha desarrollado un mercado subterráneo, tanto con la certificación ilegal de
“dietas” con tarifas fijas como con los productos propiamente dichos, que escapa
por completo al control de las autoridades, incapaces de cubrir las necesidades
básicas de la población y de eliminar la corrupción que es fuente de
subsistencia para la mayoría de los cubanos.
La cartilla además ha dado
origen a nuevos vocablos y frases que algún día formarán parte del lexicón
socialista que alguien habrá de escribir. Solo los nacidos y crecidos bajo un
sistema que tiene el discutible mérito de haber sistematizado la miseria,
sembrándola como si de una virtud se tratase en la conciencia de una parte
significativa de sus víctimas, conocemos el significado de frases que, en buena
lid, resultan ofensivas y humillantes para la dignidad de las personas. Quiénes,
si no nosotros, sabrían interpretar el lenguaje cifrado de la pobreza
estandarizada: plan jaba, pollo por pescado, pollo de población, picadillo de
niño, pescado de dieta, lactoso y para viejitos, café mezclado, arroz adicional…
; o las ya desaparecidas picadillo extendido, carne rusa, fricandel, masa
cárnica, perro sin tripa y otras lindezas por el estilo.
Pero en estos tiempos
difíciles el sostenimiento de la cartilla por parte del gobierno se hace
prácticamente imposible. He aquí que esa herramienta de control debe
desaparecer, tal como ha anunciado directa o veladamente el General-Presidente
en más de una ocasión, porque –otrora instrumento utilísimo para el gobierno– se
ha tornado un lastre insostenible en medio de la crisis final del sistema. Por
otra parte, el régimen no puede darse el lujo de despojar de subsidios a una
mayoría pobre que escasamente sobrevive con la ayuda de la cartilla. Al menos no
puede hacerlo sin pagar un alto costo político por ello, además de la amenaza de
enfrentar un probable aumento del descontento y el desorden social. La cartilla,
pues, se ha trocado en un bumeran para el sistema.
No obstante, la asignación de
alimentos se ha seguido contrayendo, como parte del plan gubernamental de
eliminar gradualmente los subsidios. En la actualidad, la cartilla es una magra
libretita con 10 pequeñas hojas para marcar lo que “le toca” mensualmente a cada
persona: 7 libras (lb) de arroz, 3 lb de azúcar blanca, 2 lb de azúcar morena, ¼
lb de aceite, 10 onzas de granos, 11 onzas de pollo que sustituye la antigua
cuota de pescado, 1 lb de pollo “de población” o picadillo, 10 huevos, 400
gramos de espaguetis, un minúsculo pan de 80 gramos y, de vez en vez, media
libra de mortadella con soya. Los niños de 0 a 3 años reciben una limitada
cantidad de compotas y leche en polvo hasta los 7 años, de los 7 a los 14
reciben una cuota de yogurt de soya. Tal es la canasta básica
oficial.
Por el momento, aunque
escuálida y en merma constante, la cartilla permanece entre nosotros. Esperemos
que su desaparición, como la de otros signos del totalitarismo, siga marcando
también los momentos finales del sistema que la creó
.Fuente CubaNet.Por Miriam
Celaya
LA HABANA,
Cuba.-Escucho
a la vecina del apartamento de los altos dando voces a la de la planta baja:
“¡llegó el pollo por pescado… y vence mañana!”. El grito interrumpe mi trabajoy
despierta mi memoria: este jueves 21 de marzo se cumplieron 51 años de la
instauración de la cartilla de racionamiento, un sencillo adminículo que todavía
cumple relativamente sus funciones como instrumento de control oficial,
procurando igualarnos en la pobreza.
“La libreta”, como
popularmente se le conoce, desempeña la doble misión de aliviar las crónicas
carencias alimentarias de la familia cubana distribuyendo algunos productos
básicos a precios subsidiados, y a la vez, de servir al gobierno como un
instrumento más de dominación sobre la sociedad. No es una exageración, la
Historia está repleta de ejemplos que ilustran cómo los pueblos despojados de
derechos y de la capacidad de producir y ganar su propio sustento, pierden
también su condición de individuos libres y, como animales de corral, se someten
a la voluntad de quien les procuran lo mínimo indispensable para no morir de
hambre.
La cartilla, que según las
propias declaraciones oficiales provoca gastos astronómicos al Estado en su celo
por garantizar
al menos una parte de la alimentación del pueblo, es –más que un bondadoso
subsidio– una inversión política. En realidad, casi podría asegurarse que de no
ser por la cartilla que administra el hambre evitando la hambruna, este país
hubiese sido ingobernable.
La importancia que el régimen
otorgó al sistema de racionamiento se refrenda en multitud de ejemplos que
persisten. Toda una institución administrativa creada para tales efectos, con
oficinas municipales –antes OFICODA, actualmente ORC (Oficina de Registro del
Consumidor) –, empleados, archivos, almacenes y centros de distribución y venta,
encargada de velar porque se cumpla la asignación de consumo exacta para cada
cubano, incluyendo la concesión de exiguos productos “extra” para enfermos
crónicos validados por certificados médicos, e incluso el control de campañas
como la llamada “revolución
energética” –con la entrega a nivel nacional y el control del pago de los
equipos eléctricos chinos durante uno de los últimos delirios del deteriorado
Comandante en Jefe.
Así, la mal llamada “libreta
de abastecimientos”, en cuyos inicios y por varias décadas cubrió una lista
considerable de productos racionados, tanto alimenticios como otros de uso
doméstico, comenzó a contraerse sin llegar a desaparecer a medida que los
efectos del fracaso del sistema se sucedían uno tras otro. Fue, probablemente,
el auxiliar más efectivo del gobierno para contener el descontento popular bajo
los embates de la crisis de los ´90, cuando se comenzaron a racionar incluso las
almohadillas sanitarias femeninas; y en los últimos años, con el advenimiento
del “raulismo”, ha sufrido drásticos recortes al mantener subsidiados solo
algunos productos básicos, pese a que los cubanos no han recuperado la autonomía
productiva y el salario medio no llega a un dólar diario.
La cartilla se ha convertido
en un documento que forma parte inseparable de cada familia, a tal punto que a
cualquier cubano humilde, principalmente del amplio sector de la tercera edad,
le preocupa más la pérdida de la cartilla que la de su documento de identidad.
Porque no solo se siente parcialmente protegido en sus necesidades de consumo,
sino que ésta ha propiciado todo un mecanismo de trueques ideados por la
creatividad popular para suplir otras carencias. De esta manera, los productos
asignados que algún miembro de la familia no consume son utilizados para
intercambiarlos o venderlos y así adquirir otros necesarios. Por demás, también
se ha desarrollado un mercado subterráneo, tanto con la certificación ilegal de
“dietas” con tarifas fijas como con los productos propiamente dichos, que escapa
por completo al control de las autoridades, incapaces de cubrir las necesidades
básicas de la población y de eliminar la corrupción que es fuente de
subsistencia para la mayoría de los cubanos.
La cartilla además ha dado
origen a nuevos vocablos y frases que algún día formarán parte del lexicón
socialista que alguien habrá de escribir. Solo los nacidos y crecidos bajo un
sistema que tiene el discutible mérito de haber sistematizado la miseria,
sembrándola como si de una virtud se tratase en la conciencia de una parte
significativa de sus víctimas, conocemos el significado de frases que, en buena
lid, resultan ofensivas y humillantes para la dignidad de las personas. Quiénes,
si no nosotros, sabrían interpretar el lenguaje cifrado de la pobreza
estandarizada: plan jaba, pollo por pescado, pollo de población, picadillo de
niño, pescado de dieta, lactoso y para viejitos, café mezclado, arroz adicional…
; o las ya desaparecidas picadillo extendido, carne rusa, fricandel, masa
cárnica, perro sin tripa y otras lindezas por el estilo.
Pero en estos tiempos
difíciles el sostenimiento de la cartilla por parte del gobierno se hace
prácticamente imposible. He aquí que esa herramienta de control debe
desaparecer, tal como ha anunciado directa o veladamente el General-Presidente
en más de una ocasión, porque –otrora instrumento utilísimo para el gobierno– se
ha tornado un lastre insostenible en medio de la crisis final del sistema. Por
otra parte, el régimen no puede darse el lujo de despojar de subsidios a una
mayoría pobre que escasamente sobrevive con la ayuda de la cartilla. Al menos no
puede hacerlo sin pagar un alto costo político por ello, además de la amenaza de
enfrentar un probable aumento del descontento y el desorden social. La cartilla,
pues, se ha trocado en un bumeran para el sistema.
No obstante, la asignación de
alimentos se ha seguido contrayendo, como parte del plan gubernamental de
eliminar gradualmente los subsidios. En la actualidad, la cartilla es una magra
libretita con 10 pequeñas hojas para marcar lo que “le toca” mensualmente a cada
persona: 7 libras (lb) de arroz, 3 lb de azúcar blanca, 2 lb de azúcar morena, ¼
lb de aceite, 10 onzas de granos, 11 onzas de pollo que sustituye la antigua
cuota de pescado, 1 lb de pollo “de población” o picadillo, 10 huevos, 400
gramos de espaguetis, un minúsculo pan de 80 gramos y, de vez en vez, media
libra de mortadella con soya. Los niños de 0 a 3 años reciben una limitada
cantidad de compotas y leche en polvo hasta los 7 años, de los 7 a los 14
reciben una cuota de yogurt de soya. Tal es la canasta básica
oficial.
Por el momento, aunque
escuálida y en merma constante, la cartilla permanece entre nosotros. Esperemos
que su desaparición, como la de otros signos del totalitarismo, siga marcando
también los momentos finales del sistema que la creó
.Fuente CubaNet.Por Miriam
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