Como toda DENUNCIA que le afecte, Sócrates la llamará ''poco original''. Se le nota aburrido de saber lo mierda que es.
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Como toda DENUNCIA que le afecte, Sócrates la llamará ''poco original''. Se le nota aburrido de saber lo mierda que es.
PERIÓDICO MAREA SOCIALISTA. Ùltim
EL COMUNISMO: LA MAYOR SECTA DE ASESINOS DE LA HISTORIA
Enviado por El Director el 18/10/2008 a las 15:53
El asesinato en masa, los campos de exterminio, el totalitarismo… han sido las aportaciones a la historia de la Humanidad del socialismo.
EL COMUNISMO: LA MAYOR SECTA DE ASESINOS DE LA HISTORIA
Enviado por El Director el 18/10/2008 a las 15:53
Parte I
El asesinato en masa, los campos de exterminio, el totalitarismo… han sido las aportaciones a la historia de la Humanidad del socialismo.
Dentro de la secta, se mantuvieron debates encrespados y circulares, en los que se discutía cuándo, a través de qué pasos en el proceso debía llevarse a cabo la “solución final”, el exterminio de la diabólica burguesía. El conjunto de esas cepas de la secta destructora se dio a sí misma el nombre de movimiento socialista.
El asesinato en masa, los campos de exterminio, el totalitarismo… han sido las aportaciones a la historia de la Humanidad del socialismo.
Varios son los peligros que han tenido que afrontar las clases medias. Cuando sus éxitos parecían incuestionables apareció la secta más grande de asesinos que ha conocido –hasta ahora- la Humanidad: el comunismo. Los comunistas pusieron en marcha vetas de odio como no se habían conocido antes. Engendraron el “matonerismo” político en dimensiones nunca antes imaginadas. Haciendo reclamación de los más viejos instintos de la especie, proclamaban sin ambages, su disposición al exterminio de todas las clases medias, de la burguesía.
Mientras el sueño de todo trabajador ha sido siempre mejorar la posición de los suyos, plutócratas diletantes e intelectuales resentidos querían convertir, a cada uno de ellos, en un asesino. Tergiversaron la realidad con tosca suficiencia. Sostuvieron groseros errores, de los que eran incapaces de corregir, con absurdos dogmatismos indicando que el precio de una mercancía y, por tanto, del trabajo es igual a sus costes de producción, sin percibir, como ya se había hecho tiempo antes, el valor subjetivo, la utilidad marginal, de los bienes de consumo.
Presentaron la emancipación de las gentes como nueva forma de esclavitud y, llevando la reacción al extremo, propugnaron como panacea la supresión de la propiedad privada, pretendiendo devolver a la Humanidad a los tiempos prehistóricos y sometiéndola a la brutal opresión de un Leviatán que, ni en las peores pesadillas, había sido ideado por los espíritus más ruines y deshumanizados. La exaltación de la caverna y el instinto criminal se pretendieron síntesis futura, marcada por leyes científicas inexorables. El proletariado nunca existió. Fue categoría intelectual inventada.
Dentro de la secta, se mantuvieron debates encrespados y circulares, en los que se discutía cuándo, a través de qué pasos en el proceso debía llevarse a cabo la “solución final”, el exterminio de la diabólica burguesía. El conjunto de esas cepas de la secta destructora se dio a sí misma el nombre de movimiento socialista.
Si el comunismo chorrea sangre por cada una de sus letras, y ha sido el inventor de formas extremas de explotación del hombre por el hombre, de trabajo esclavo, el socialismo no ha hecho otra cosa, en su historia, que asesinar a las clases medias. En ocasiones, procedían a cruentos ajustes de cuentas internos, mas todos coincidían en la saña contra las clases medias, en la pulsión genocida.
El asesinato en masa, los campos de exterminio, el totalitarismo… han sido las aportaciones a la historia de la Humanidad del socialismo, dentro de cuyo espectro los comunistas no han sido distintos, simplemente han sido los más cerriles y los más sanguinarios. Los partidos socialistas no están al margen de ese elevado patrimonio genocida.
El comunismo: La mayor secta de asesinos de la historia (II)
Pautas comunes: partido único, Estado confiscador e intervencionista, odio a la libertad y a las clases medias. La mayor maquinaria de matar seres humanos, en proceso industrial, ha sido mantenida como una reliquia de los niveles del mal a los que puede llegar el hombre, bajo el influjo del totalitarismo.
Del tronco común totalitario, surgieron los fascismos, escisión nacionalista del socialismo. Abandonaron el internacionalismo proletario para abrazar el nacionalismo y trocaron la lucha de clases por la de razas, centrando el compartido odio a la burguesía en la judía, en la que encarnaron todos los males que achacaban los comunistas al conjunto de las clases medias. Asumieron, por último, el militarismo de la reacción aristocrática.
El fascismo y el nacionalsocialismo fueron herejía dentro de la ortodoxia comunista, fueron socialismos. No inventaron ni el uso de la violencia como forma de política, ni el terror para desarmar al adversario, ni la supeditación de cualquier principio moral al poder, ni tan siquiera los campos de exterminio. El odio entre comunistas y fascistas fue el cainita que se da entre miembros de la misma progenie, entre sectas destructivas en competencia.
No faltaron tiempos de relaciones estrechas en las que unos y otros se hacían regalos de víctimas propiciatorias para sus insaciables maquinarias del crimen en serie. Ni tampoco continuos trasvases, con el celo del converso, entre las dos orillas de la bestia totalitaria. Ni perversos desasosiegos por los que los socialistas perseguidos, en el fratricidio, se dolían de no haber sido más extremistas, más intensos en sus odios, más dispuestos al asesinato.
Socialismo, comunismo y fascismo… una misma cosa. Eso es una evidencia histórica.
Pautas comunes: partido único, Estado confiscador e intervencionista, odio a la libertad y a las clases medias. La mayor maquinaria de matar seres humanos, en proceso industrial, ha sido mantenida como una reliquia de los niveles del mal a los que puede llegar el hombre, bajo el influjo del totalitarismo. Puede rezarse un kadish –la oración hebrea por los muertos- en Auschvwitz I, en Bikernau, el segundo de los campos, y también en Treblinka o Sobibor. Tenemos imágenes espeluznantes de las fosas comunes y los cuerpos famélicos, tras la liberación de los campos de exterminio. En Auschwitz se asesinó a un millón y medio de personas. El Holocausto representó el asesinato de más de seis millones.
Se ocultan los genocidios del comunismo, cuya suma supera los cien millones de asesinatos por represión. En su nombre, se han batido récords que parecen increíbles. No ha habido dirigente comunista que no haya utilizado el terror para acceder el poder y que, una vez alcanzado, no lo haya utilizado para el asesinato en masa. Decenas de millones en Rusia y China. Apenas tenemos testimonios gráficos de esta barbarie, de los campos del archipiélago GULAG. No se trata del inmediato pasado. En los últimos años, en Corea del Norte han muerto más de tres millones de personas por hambre. En Cuba, se fusila al amanecer y se encarcela a los disidentes.
El comunismo: La mayor secta de asesinos de la historia (III)El asesinato en masa, los campos de exterminio, el totalitarismo… han sido las aportaciones a la historia de la Humanidad del socialismo.
Varios son los peligros que han tenido que afrontar las clases medias. Cuando sus éxitos parecían incuestionables apareció la secta más grande de asesinos que ha conocido –hasta ahora- la Humanidad: el comunismo. Los comunistas pusieron en marcha vetas de odio como no se habían conocido antes. Engendraron el “matonerismo” político en dimensiones nunca antes imaginadas. Haciendo reclamación de los más viejos instintos de la especie, proclamaban sin ambages, su disposición al exterminio de todas las clases medias, de la burguesía.
Mientras el sueño de todo trabajador ha sido siempre mejorar la posición de los suyos, plutócratas diletantes e intelectuales resentidos querían convertir, a cada uno de ellos, en un asesino. Tergiversaron la realidad con tosca suficiencia. Sostuvieron groseros errores, de los que eran incapaces de corregir, con absurdos dogmatismos indicando que el precio de una mercancía y, por tanto, del trabajo es igual a sus costes de producción, sin percibir, como ya se había hecho tiempo antes, el valor subjetivo, la utilidad marginal, de los bienes de consumo.
Presentaron la emancipación de las gentes como nueva forma de esclavitud y, llevando la reacción al extremo, propugnaron como panacea la supresión de la propiedad privada, pretendiendo devolver a la Humanidad a los tiempos prehistóricos y sometiéndola a la brutal opresión de un Leviatán que, ni en las peores pesadillas, había sido ideado por los espíritus más ruines y deshumanizados. La exaltación de la caverna y el instinto criminal se pretendieron síntesis futura, marcada por leyes científicas inexorables. El proletariado nunca existió. Fue categoría intelectual inventada.
Dentro de la secta, se mantuvieron debates encrespados y circulares, en los que se discutía cuándo, a través de qué pasos en el proceso debía llevarse a cabo la “solución final”, el exterminio de la diabólica burguesía. El conjunto de esas cepas de la secta destructora se dio a sí misma el nombre de movimiento socialista.
Si el comunismo chorrea sangre por cada una de sus letras, y ha sido el inventor de formas extremas de explotación del hombre por el hombre, de trabajo esclavo, el socialismo no ha hecho otra cosa, en su historia, que asesinar a las clases medias. En ocasiones, procedían a cruentos ajustes de cuentas internos, mas todos coincidían en la saña contra las clases medias, en la pulsión genocida.
El asesinato en masa, los campos de exterminio, el totalitarismo… han sido las aportaciones a la historia de la Humanidad del socialismo, dentro de cuyo espectro los comunistas no han sido distintos, simplemente han sido los más cerriles y los más sanguinarios. Los partidos socialistas no están al margen de ese elevado patrimonio genocida.
El comunismo: La mayor secta de asesinos de la historia (II)
Pautas comunes: partido único, Estado confiscador e intervencionista, odio a la libertad y a las clases medias. La mayor maquinaria de matar seres humanos, en proceso industrial, ha sido mantenida como una reliquia de los niveles del mal a los que puede llegar el hombre, bajo el influjo del totalitarismo.
Del tronco común totalitario, surgieron los fascismos, escisión nacionalista del socialismo. Abandonaron el internacionalismo proletario para abrazar el nacionalismo y trocaron la lucha de clases por la de razas, centrando el compartido odio a la burguesía en la judía, en la que encarnaron todos los males que achacaban los comunistas al conjunto de las clases medias. Asumieron, por último, el militarismo de la reacción aristocrática.
El fascismo y el nacionalsocialismo fueron herejía dentro de la ortodoxia comunista, fueron socialismos. No inventaron ni el uso de la violencia como forma de política, ni el terror para desarmar al adversario, ni la supeditación de cualquier principio moral al poder, ni tan siquiera los campos de exterminio. El odio entre comunistas y fascistas fue el cainita que se da entre miembros de la misma progenie, entre sectas destructivas en competencia.
No faltaron tiempos de relaciones estrechas en las que unos y otros se hacían regalos de víctimas propiciatorias para sus insaciables maquinarias del crimen en serie. Ni tampoco continuos trasvases, con el celo del converso, entre las dos orillas de la bestia totalitaria. Ni perversos desasosiegos por los que los socialistas perseguidos, en el fratricidio, se dolían de no haber sido más extremistas, más intensos en sus odios, más dispuestos al asesinato.
Socialismo, comunismo y fascismo… una misma cosa. Eso es una evidencia histórica.
Pautas comunes: partido único, Estado confiscador e intervencionista, odio a la libertad y a las clases medias. La mayor maquinaria de matar seres humanos, en proceso industrial, ha sido mantenida como una reliquia de los niveles del mal a los que puede llegar el hombre, bajo el influjo del totalitarismo. Puede rezarse un kadish –la oración hebrea por los muertos- en Auschvwitz I, en Bikernau, el segundo de los campos, y también en Treblinka o Sobibor. Tenemos imágenes espeluznantes de las fosas comunes y los cuerpos famélicos, tras la liberación de los campos de exterminio. En Auschwitz se asesinó a un millón y medio de personas. El Holocausto representó el asesinato de más de seis millones.
Se ocultan los genocidios del comunismo, cuya suma supera los cien millones de asesinatos por represión. En su nombre, se han batido récords que parecen increíbles. No ha habido dirigente comunista que no haya utilizado el terror para acceder el poder y que, una vez alcanzado, no lo haya utilizado para el asesinato en masa. Decenas de millones en Rusia y China. Apenas tenemos testimonios gráficos de esta barbarie, de los campos del archipiélago GULAG. No se trata del inmediato pasado. En los últimos años, en Corea del Norte han muerto más de tres millones de personas por hambre. En Cuba, se fusila al amanecer y se encarcela a los disidentes.
Socialismo y comunismo no sólo han sido la ingeniería social más extensamente experimentada en el tiempo, también alcanzaron, como pensamiento único, el control de las universidades y de la mayor parte de los cauces de difusión de la cultura. Los defensores de la sociedad abierta han sido disidentes en las democracias.
Tras el fracaso en el intento de exterminio, en el postotalitarismo, los socialistas han encontrado más rentable expoliar a las clases medias.
¿Y los partidos socialistas? ¿No revisaron sus postulados y asumieron los principios democráticos? Sólo tras la Segunda Guerra Mundial, cuando, con generoso sacrificio, los vástagos de las clases medias defendieron los principios de la libertad.
Antes de eso, los socialistas sin excepción participaban de la sentencia universal de muerte contra la burguesía y hasta hace dos días, casi todos, de la ideología sustentadora de ese odio criminal de clase. El socialismo no pertenece a la gloria de la especie, ni a sus ansias de injusticia, sino a su miseria y a sus más bajos instintos depredadores.
La exculpación del socialismo, el ocultismo de los genocidios comunistas tan intensos y universales adquieren las características de una conspiración interesada. Porque socialismo y comunismo no sólo han sido la ingeniería social más extensamente experimentada en el tiempo, también alcanzaron, como pensamiento único, el control de las universidades y de la mayor parte de los cauces de difusión de la cultura. Los defensores de la sociedad abierta han sido disidentes en las democracias.
Tras el fracaso en el intento de exterminio, en el postotalitarismo, los socialistas han encontrado más rentable expoliar a las clases medias. Mientras éstas rechazan vivir a costa de los demás, ser de izquierdas consiste en tratar de vivir del sudor de otros, mediante sublimaciones semánticas con pretendidas ínfulas morales. Socialismo ha devenido en coartada del parasitismo fiscal de nuevas manos muertas.
El comunismo: La mayor secta de asesinos de la historia (IV)
La proverbial ingenuidad de las clases medias les ha hecho incapaces de sospechar que se trataba, lisa y llanamente, de vivir a su costa, de parasitarlas. Como ellos nunca han querido explotar a los demás, les ha parecido inconcebible que quisieran explotarles a ellos y, mucho menos, que para ello pudiera utilizarse la moral como subterfugio.
El proceso que va desde el intento de exterminio a la depredación sistemática de las clases medias se inicia tras la segunda guerra mundial. Mezcla de chantaje mediante la amenaza comunista y de hábil coartada moral manteniendo la especie de la intrínseca injusticia de la fórmula de liberalización económica denominada capitalismo.
El socialismo, que nunca antes había sido democrático, salvo como posibilismo, se ofreció como legitimador ante al riesgo totalitario. Frente a las democracias populares, había de marcharse por la senda de las democracias sociales o socialdemocracias; frente a la depredación y el genocidio, la expoliación. Era preciso administrar dosis elevadas de intervencionismo, de coacción estatal, de violencia legal desde las instancias administrativas, penalizando la iniciativa y haciendo gravoso el ejercicio de la responsabilidad.
Había que mantener, para ello, a las clases medias amedrentadas. Frente a la evidencia, de los beneficios de la libre iniciativa, el socialismo se aprestó a sostener de continuo la ética superior del intervencionismo sobre la iniciativa personal, dañada de raíz por el afán de lucro, haciendo pervivir la vieja acusación comunista. El capitalismo era eficaz pero injusto o, como se ha repetido hasta la saciedad, era capaz de generar riqueza pero no de redistribuirla. El socialismo sostenía, de esa forma, una curiosa dicotomía, una absurda antinomia entre ética y eficacia, como si fuera posible una ética ineficiente, como si provocar miseria –es lo que han hecho siempre- fuera moral.
Las clases medias siempre han partido con un hándicap. No han tenido tiempo para disquisiciones retóricas. Se han dedicado a resolver problemas, no a crearlos. Han estado siempre demasiado ocupadas en trabajar, en sacar adelante sus familias, sus profesiones, sus negocios y sus sociedades. Al tiempo, han respetado las buenas intenciones de sus críticos. Han dado por supuestas, aunque no las entendieran, ni compartieran, sus proclamadas altas motivaciones, siempre erigiéndose en representantes y portavoces de los trabajadores, de los desheredados, de los pobres.
La proverbial ingenuidad de las clases medias les ha hecho incapaces de sospechar que se trataba, lisa y llanamente, de vivir a su costa, de parasitarlas. Como ellos nunca han querido explotar a los demás, les ha parecido inconcebible que quisieran explotarles a ellos y, mucho menos, que para ello pudiera utilizarse la moral como subterfugio.
Además, los miembros de las clases medias, partidarios de la racionalidad y la ilustración, tendieron a respetar ese discurso hegemónico que, desde la “catedocracia” se aventaba de continuo, con el que se les acusaba de la responsabilidad de cuantos males sucedían en el mundo y de cuantas injusticias quedaban sin resolver. Al fin y al cabo, la idea más cara a la izquierda, la más originaria es que el burgués es, por definición asesinable, e incluso que el homicidio en masa formaba parte del sentido de la historia. Ahora los socialistas estaban dispuestos a acomodarse y a revestirse con los ropajes del perdonavidas.
El socialismo adquirió, de esa forma, las características de un peaje, una especie de indulgencia laica para, mediante la intervención estatal, tranquilizar las inquietas conciencias de las clases medias, cuyo afán de lucro continuaba siendo, por de pronto, un pecado original, en el que recaían de continuo. El comunismo se mantenía, además, como el fantasma amenazante.
Las democracias se infectaron de intervencionismo, de comunismo, como un salvoconducto. La libertad se trocó en concesión del Estado. La depredación se legalizó y se sistematizó. Leviatán creció sin tregua respetando los ritos democráticos, alimentándose de un humus de complejos de culpa esotéricos. Fueron nacionalizados sectores enteros fagocitados bajo el apelativo de estratégicos.
La socialdemocracia se ofrecía como bálsamo, mas nunca abandonaba la nostalgia de la sentencia de muerte universal, para evitar que se apagaran las brasas del síndrome de Estocolmo colectivo. Cada partido mantenía, en los archivos, su programa máximo y en los congresos no dejaban de escucharse los sones de La Internacional a cuyos acordes se había conducido a las fosas comunes a los emprendedores miembros de las clases medias. De cuando en cuando, se nacionalizaba algún sector, incluso el crédito, para que no se olvidara que la propiedad privada era un mal, menor, necesario, pero mal al fin y al cabo, causa última de toda injusticia.
No hubo aspecto del programa comunista que dejara de ponerse en práctica: los impuestos se tornaron progresivos, penalizando el esfuerzo y desincentivando el trabajo, las fauces de Leviatán se cebaron en las herencias, castigando a los amorosos de sus vástagos y a los menos dilapidadores, se extendió el sector estatal en las industrias y se incidió en ese error, a pesar de sus inmediatos déficits, se estatalizó la enseñanza para inculcar en el alma de los niños la adoración al Estado y la legitimación del hurto organizado.
¿Y los partidos socialistas? ¿No revisaron sus postulados y asumieron los principios democráticos? Sólo tras la Segunda Guerra Mundial, cuando, con generoso sacrificio, los vástagos de las clases medias defendieron los principios de la libertad.
Antes de eso, los socialistas sin excepción participaban de la sentencia universal de muerte contra la burguesía y hasta hace dos días, casi todos, de la ideología sustentadora de ese odio criminal de clase. El socialismo no pertenece a la gloria de la especie, ni a sus ansias de injusticia, sino a su miseria y a sus más bajos instintos depredadores.
La exculpación del socialismo, el ocultismo de los genocidios comunistas tan intensos y universales adquieren las características de una conspiración interesada. Porque socialismo y comunismo no sólo han sido la ingeniería social más extensamente experimentada en el tiempo, también alcanzaron, como pensamiento único, el control de las universidades y de la mayor parte de los cauces de difusión de la cultura. Los defensores de la sociedad abierta han sido disidentes en las democracias.
Tras el fracaso en el intento de exterminio, en el postotalitarismo, los socialistas han encontrado más rentable expoliar a las clases medias. Mientras éstas rechazan vivir a costa de los demás, ser de izquierdas consiste en tratar de vivir del sudor de otros, mediante sublimaciones semánticas con pretendidas ínfulas morales. Socialismo ha devenido en coartada del parasitismo fiscal de nuevas manos muertas.
El comunismo: La mayor secta de asesinos de la historia (IV)
La proverbial ingenuidad de las clases medias les ha hecho incapaces de sospechar que se trataba, lisa y llanamente, de vivir a su costa, de parasitarlas. Como ellos nunca han querido explotar a los demás, les ha parecido inconcebible que quisieran explotarles a ellos y, mucho menos, que para ello pudiera utilizarse la moral como subterfugio.
El proceso que va desde el intento de exterminio a la depredación sistemática de las clases medias se inicia tras la segunda guerra mundial. Mezcla de chantaje mediante la amenaza comunista y de hábil coartada moral manteniendo la especie de la intrínseca injusticia de la fórmula de liberalización económica denominada capitalismo.
El socialismo, que nunca antes había sido democrático, salvo como posibilismo, se ofreció como legitimador ante al riesgo totalitario. Frente a las democracias populares, había de marcharse por la senda de las democracias sociales o socialdemocracias; frente a la depredación y el genocidio, la expoliación. Era preciso administrar dosis elevadas de intervencionismo, de coacción estatal, de violencia legal desde las instancias administrativas, penalizando la iniciativa y haciendo gravoso el ejercicio de la responsabilidad.
Había que mantener, para ello, a las clases medias amedrentadas. Frente a la evidencia, de los beneficios de la libre iniciativa, el socialismo se aprestó a sostener de continuo la ética superior del intervencionismo sobre la iniciativa personal, dañada de raíz por el afán de lucro, haciendo pervivir la vieja acusación comunista. El capitalismo era eficaz pero injusto o, como se ha repetido hasta la saciedad, era capaz de generar riqueza pero no de redistribuirla. El socialismo sostenía, de esa forma, una curiosa dicotomía, una absurda antinomia entre ética y eficacia, como si fuera posible una ética ineficiente, como si provocar miseria –es lo que han hecho siempre- fuera moral.
Las clases medias siempre han partido con un hándicap. No han tenido tiempo para disquisiciones retóricas. Se han dedicado a resolver problemas, no a crearlos. Han estado siempre demasiado ocupadas en trabajar, en sacar adelante sus familias, sus profesiones, sus negocios y sus sociedades. Al tiempo, han respetado las buenas intenciones de sus críticos. Han dado por supuestas, aunque no las entendieran, ni compartieran, sus proclamadas altas motivaciones, siempre erigiéndose en representantes y portavoces de los trabajadores, de los desheredados, de los pobres.
La proverbial ingenuidad de las clases medias les ha hecho incapaces de sospechar que se trataba, lisa y llanamente, de vivir a su costa, de parasitarlas. Como ellos nunca han querido explotar a los demás, les ha parecido inconcebible que quisieran explotarles a ellos y, mucho menos, que para ello pudiera utilizarse la moral como subterfugio.
Además, los miembros de las clases medias, partidarios de la racionalidad y la ilustración, tendieron a respetar ese discurso hegemónico que, desde la “catedocracia” se aventaba de continuo, con el que se les acusaba de la responsabilidad de cuantos males sucedían en el mundo y de cuantas injusticias quedaban sin resolver. Al fin y al cabo, la idea más cara a la izquierda, la más originaria es que el burgués es, por definición asesinable, e incluso que el homicidio en masa formaba parte del sentido de la historia. Ahora los socialistas estaban dispuestos a acomodarse y a revestirse con los ropajes del perdonavidas.
El socialismo adquirió, de esa forma, las características de un peaje, una especie de indulgencia laica para, mediante la intervención estatal, tranquilizar las inquietas conciencias de las clases medias, cuyo afán de lucro continuaba siendo, por de pronto, un pecado original, en el que recaían de continuo. El comunismo se mantenía, además, como el fantasma amenazante.
Las democracias se infectaron de intervencionismo, de comunismo, como un salvoconducto. La libertad se trocó en concesión del Estado. La depredación se legalizó y se sistematizó. Leviatán creció sin tregua respetando los ritos democráticos, alimentándose de un humus de complejos de culpa esotéricos. Fueron nacionalizados sectores enteros fagocitados bajo el apelativo de estratégicos.
La socialdemocracia se ofrecía como bálsamo, mas nunca abandonaba la nostalgia de la sentencia de muerte universal, para evitar que se apagaran las brasas del síndrome de Estocolmo colectivo. Cada partido mantenía, en los archivos, su programa máximo y en los congresos no dejaban de escucharse los sones de La Internacional a cuyos acordes se había conducido a las fosas comunes a los emprendedores miembros de las clases medias. De cuando en cuando, se nacionalizaba algún sector, incluso el crédito, para que no se olvidara que la propiedad privada era un mal, menor, necesario, pero mal al fin y al cabo, causa última de toda injusticia.
No hubo aspecto del programa comunista que dejara de ponerse en práctica: los impuestos se tornaron progresivos, penalizando el esfuerzo y desincentivando el trabajo, las fauces de Leviatán se cebaron en las herencias, castigando a los amorosos de sus vástagos y a los menos dilapidadores, se extendió el sector estatal en las industrias y se incidió en ese error, a pesar de sus inmediatos déficits, se estatalizó la enseñanza para inculcar en el alma de los niños la adoración al Estado y la legitimación del hurto organizado.
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
Re: Como toda DENUNCIA que le afecte, Sócrates la llamará ''poco original''. Se le nota aburrido de saber lo mierda que es.
Socrates no dira ni pio, ta' asustao'..
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Azali- Admin
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Fecha de inscripción : 27/10/2008
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