Escrito de C.A Montaner sin un solo comentario en 2002 ¿No hay otra manera de liquidar a Saddam Hussein?
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Escrito de C.A Montaner sin un solo comentario en 2002 ¿No hay otra manera de liquidar a Saddam Hussein?
¿No hay otra manera de liquidar a Saddam Hussein?
Las ceremonias del 11 de septiembre algo tuvieron de danza guerrera. El presidente Bush aprovechó muy hábilmente la melancólica emotividad del momento y desenterró el hacha. El mensaje era claro: su gobierno está decidido a atacar a Irak y a desalojar del poder a Saddam Hussein a menos que el dictador iraquí acepte una inspección total de su territorio. Bush lo hará con el auxilio de Naciones Unidas o sin él. Con la OTAN o sin ella. Con aliados o solo. No será, claro, una guerra imperialista en busca de territorio o de control sobre el petróleo, sino un acto de legítima defensa realizado con carácter preventivo ante los informes de inteligencia que dan cuenta de los crecientes esfuerzos de Bagdad por hacerse de armamento nuclear y biológico, si es que ya no cuenta con él en sus arsenales.
El asunto es peliagudo. ¿Existe la legítima defensa ”preventiva” o hay que dejar que se produzcan los ataques antes de encarar al enemigo? Si dos semanas antes de Pearl Harbor, provisto de informes de sus servicios de espionaje, el presidente Roosevelt hubiera lanzado sus aviones sobre la flota japonesa, ¿cómo hubiera respondido la opinión pública norteamericana? Probablemente le habría dado la espalda, acusándolo de guerrerista y de irresponsable, pues en diciembre de 1941 la mayoría de la sociedad norteamericana no quería participar en la lucha contra el Eje.
En 1939, poco antes del comienzo de la guerra, el premier inglés Neville Chamberlain se había convertido en el político más popular de Gran Bretaña cuando anunció que la paz se había salvado y los nazis de Adolfo Hitler estaban satisfechos y ”apaciguados” con las concesiones territoriales de los aliados a expensas de Checoslovaquia. Pocos meses más tarde los ejércitos alemanes invadían Polonia. ¿Qué hubiera ocurrido si Chamberlain le hubiera declarado una guerra ”preventiva” a Hitler? Seguramente hubiera sido oportuna la destrucción de los blindados y de la aviación germana en sus cuarteles y hangares, Europa acaso se habría ahorrado una parte sustancial de los horrores de la Segunda Guerra, pero la carrera política de Chamberlain hubiera llegado a su fin en medio del escarnio de sus compatriotas.
En la tradición occidental, regida por la ética judeocristiana, las guerras son así: necesitan un asidero moral para estar justificadas y a veces no es sencillo dar con un buen argumento. En el siglo XVI los españoles se devanaban los sesos para encontrar las ”causas justas” que permitieran hacerles la guerra a los indígenas del nuevo mundo, ocupar sus tierras y someterlos a servidumbre. Las encontraron en Santo Tomás y en el derecho, y encargaron a un jurista, Palacios Rubio, que redactara un ”requerimiento” que sirviera para esos fines. Se trataba de un documento que el representante de la corona leía en presencia de los azorados indios –que no entendían una palabra–, por el que se les conminaba a aceptar la autoridad del monarca español y el carácter de verdad universal de la Iglesia Católica. De no admitir esas dos premisas, inmediatamente se les notificaba que se les haría la guerra a muerte, justa y necesaria, sin compasión ni tregua. Después de la lectura comenzaba la matanza.
Probablemente Bush tiene razón y Saddam Hussein se prepara para cometer alguna salvajada mayor. ¿Qué esperar de un energúmeno que cuenta entre sus víctimas hasta a sus propios yernos? Pero tal vez el camino tomado para frenarlo no es el más sabio. Hace medio siglo, durante la guerra fría, el republicano Ike Eisenhower, cuando creyó que los intereses estratégicos de Estados Unidos corrían peligro en Irán y en Guatemala, adoptó otra estrategia más sinuosa, pero acaso más efectiva: utilizó los servicios de inteligencia para apuntalar a sus amigos y derrocar a sus enemigos. No fueron operaciones sutiles en las que no se vieron las huellas de Washington, sino intervenciones indirectas más o menos enmascaradas con la utilización de aliados locales.
En realidad, con la excepción de la guerra con México, en la que Estados Unidos se apoderó de una enorme franja de terreno que hoy constituye todo el sudoeste del país, a los norteamericanos jamás les han salido bien las intervenciones militares unilaterales. Ganan las batallas, pero enseguida comienza a perder la paz. La docena de expediciones lanzadas en el Caribe en el primer tercio del siglo XX a la larga resultaron inútiles o contraproducentes. Apoderarse de Filipinas en 1898 fue un costoso disparate resuelto después de la Segunda Guerra. Puerto Rico, a los ciento cuatro años del de-
sembarco norteamericano, sigue siendo un problema pendiente de solución. Ocupar Irak significa abrir la caja de Pandora y exponerse a las imprevisibles represalias de todos esos demonios sueltos. ¿No sería más sensato intentar una vía irregular para liquidar a ese gobierno enemigo? Una guerra abierta y franca, a tambor batiente, puede ser un error difícilmente rectificable. No hay ”causas justas” para desatarla y al presidente Bush le puede costar carísima. Incluso, su segundo mandato.
Carlos Alberto Montaner
Sept 15 , 2002
Las ceremonias del 11 de septiembre algo tuvieron de danza guerrera. El presidente Bush aprovechó muy hábilmente la melancólica emotividad del momento y desenterró el hacha. El mensaje era claro: su gobierno está decidido a atacar a Irak y a desalojar del poder a Saddam Hussein a menos que el dictador iraquí acepte una inspección total de su territorio. Bush lo hará con el auxilio de Naciones Unidas o sin él. Con la OTAN o sin ella. Con aliados o solo. No será, claro, una guerra imperialista en busca de territorio o de control sobre el petróleo, sino un acto de legítima defensa realizado con carácter preventivo ante los informes de inteligencia que dan cuenta de los crecientes esfuerzos de Bagdad por hacerse de armamento nuclear y biológico, si es que ya no cuenta con él en sus arsenales.
El asunto es peliagudo. ¿Existe la legítima defensa ”preventiva” o hay que dejar que se produzcan los ataques antes de encarar al enemigo? Si dos semanas antes de Pearl Harbor, provisto de informes de sus servicios de espionaje, el presidente Roosevelt hubiera lanzado sus aviones sobre la flota japonesa, ¿cómo hubiera respondido la opinión pública norteamericana? Probablemente le habría dado la espalda, acusándolo de guerrerista y de irresponsable, pues en diciembre de 1941 la mayoría de la sociedad norteamericana no quería participar en la lucha contra el Eje.
En 1939, poco antes del comienzo de la guerra, el premier inglés Neville Chamberlain se había convertido en el político más popular de Gran Bretaña cuando anunció que la paz se había salvado y los nazis de Adolfo Hitler estaban satisfechos y ”apaciguados” con las concesiones territoriales de los aliados a expensas de Checoslovaquia. Pocos meses más tarde los ejércitos alemanes invadían Polonia. ¿Qué hubiera ocurrido si Chamberlain le hubiera declarado una guerra ”preventiva” a Hitler? Seguramente hubiera sido oportuna la destrucción de los blindados y de la aviación germana en sus cuarteles y hangares, Europa acaso se habría ahorrado una parte sustancial de los horrores de la Segunda Guerra, pero la carrera política de Chamberlain hubiera llegado a su fin en medio del escarnio de sus compatriotas.
En la tradición occidental, regida por la ética judeocristiana, las guerras son así: necesitan un asidero moral para estar justificadas y a veces no es sencillo dar con un buen argumento. En el siglo XVI los españoles se devanaban los sesos para encontrar las ”causas justas” que permitieran hacerles la guerra a los indígenas del nuevo mundo, ocupar sus tierras y someterlos a servidumbre. Las encontraron en Santo Tomás y en el derecho, y encargaron a un jurista, Palacios Rubio, que redactara un ”requerimiento” que sirviera para esos fines. Se trataba de un documento que el representante de la corona leía en presencia de los azorados indios –que no entendían una palabra–, por el que se les conminaba a aceptar la autoridad del monarca español y el carácter de verdad universal de la Iglesia Católica. De no admitir esas dos premisas, inmediatamente se les notificaba que se les haría la guerra a muerte, justa y necesaria, sin compasión ni tregua. Después de la lectura comenzaba la matanza.
Probablemente Bush tiene razón y Saddam Hussein se prepara para cometer alguna salvajada mayor. ¿Qué esperar de un energúmeno que cuenta entre sus víctimas hasta a sus propios yernos? Pero tal vez el camino tomado para frenarlo no es el más sabio. Hace medio siglo, durante la guerra fría, el republicano Ike Eisenhower, cuando creyó que los intereses estratégicos de Estados Unidos corrían peligro en Irán y en Guatemala, adoptó otra estrategia más sinuosa, pero acaso más efectiva: utilizó los servicios de inteligencia para apuntalar a sus amigos y derrocar a sus enemigos. No fueron operaciones sutiles en las que no se vieron las huellas de Washington, sino intervenciones indirectas más o menos enmascaradas con la utilización de aliados locales.
En realidad, con la excepción de la guerra con México, en la que Estados Unidos se apoderó de una enorme franja de terreno que hoy constituye todo el sudoeste del país, a los norteamericanos jamás les han salido bien las intervenciones militares unilaterales. Ganan las batallas, pero enseguida comienza a perder la paz. La docena de expediciones lanzadas en el Caribe en el primer tercio del siglo XX a la larga resultaron inútiles o contraproducentes. Apoderarse de Filipinas en 1898 fue un costoso disparate resuelto después de la Segunda Guerra. Puerto Rico, a los ciento cuatro años del de-
sembarco norteamericano, sigue siendo un problema pendiente de solución. Ocupar Irak significa abrir la caja de Pandora y exponerse a las imprevisibles represalias de todos esos demonios sueltos. ¿No sería más sensato intentar una vía irregular para liquidar a ese gobierno enemigo? Una guerra abierta y franca, a tambor batiente, puede ser un error difícilmente rectificable. No hay ”causas justas” para desatarla y al presidente Bush le puede costar carísima. Incluso, su segundo mandato.
Carlos Alberto Montaner
Sept 15 , 2002
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
Re: Escrito de C.A Montaner sin un solo comentario en 2002 ¿No hay otra manera de liquidar a Saddam Hussein?
Así narraba el Granma un salvaje bombardeo y a un Saddan Hussein prometiendo respetar prisioneros en las cárceles.
http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/guerra/guerra24.htm
http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/guerra/guerra24.htm
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
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