De la homofobia revolucionaria en Cuba (1959-1971)
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De la homofobia revolucionaria en Cuba (1959-1971)
De la homofobia revolucionaria en Cuba (1959-1971)
No pocos artículos publicados antes de la Revolución tratan del homosexual como individuo enfermo. Al reconstituirse en 1948 la Liga de Higiene Mental, el homosexualismo fue incluido entre los problemas sociales a resolver, sin que enfoques biológicos al estilo de los primeros años de la República desaparecieran. Por otra parte, el Código de Defensa Social consideraba la práctica homosexual como “estado de peligrosidad”, contemplando al efecto un rosario de medidas preventivas. Con frecuencia la policía intervenía y a algunos homosexuales se les arrestaba; para no hablar de discriminación social, laboral, etc.
Sin embargo, sólo después de 1959 se radicaliza la homofobia. La noción de individuo peligroso, que en Cuba tenía una larga historia, se amplió como nunca antes. A los efectos del biopoder y de las técnicas disciplinarias se suman ahora los de una política de Estado que se apodera de todo el cuerpo social. En estas condiciones, la alianza entre los discursos médicos y jurídicos fue asegurada a través de ciertas maniobras: se la coloca al servicio de viejas leyes acopladas a preceptos socialistas, así como de nuevas leyes de carácter arbitrario. Y lo mismo ocurre a niveles normativos mediante la vigilancia directa en escuelas e internados y la orquestación de campañas de opinión hasta llegar, por último, a las purgas en la Universidad y en varias instituciones culturales (las llamadas “depuraciones”) y a la reclusión forzosa de miles de homosexuales en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).
Como era de esperarse, la psiquiatría jugó un papel central en este sentido, tanto en la práctica clínica habitual como en el terreno de la asistencia a familias desestructuradas, y, de modo más explícito, en el marco de la psiquiatría forense. Ya en 1959 se propone la realización de un Congreso de Educación Sexual a fin de lograr “cierta unidad de criterio” para “combatir el homosexualismo y la rebeldía contra el ideal paterno”, mientras al año siguiente, en el Segundo Congreso Nacional de Psiquiatría, Jorge Viamonte presenta una ponencia titulada “Contribución al estudio de la homosexualidad”, Sin embargo, ambos textos se insertan, o bien dentro de la tradición clínica, o bien como parte del típico reclamo pre-revolucionario a favor del control de la infancia y la adolescencia desviadas, sin que denoten mayor intervencionismo por parte del Estado. No obstante, ya desde 1960 el nuevo estado se había erigido en rector de diferentes instituciones psiquiátricas y sociales muy relacionadas con el control del homosexualismo, entre ellas las prisiones y los reformatorios de menores, al tiempo que el Consejo Superior de Defensa Social era incorporado al Ministerio del Interior. Será después del 11 de octubre de 1961, cuando tiene lugar la conocida “noche de las tres P”, que todo acercamiento al problema de la práctica homosexual estará indefectiblemente ligado a los presupuestos de la nueva moral revolucionaria y a acciones de franco carácter represivo, sistematizadas en lo adelante.
Así, la terapia conductual de la homosexualidad cobra fuerza a partir de 1962. Este año, el entonces director de la Revista del Hospital Psiquiátrico y uno de los principales promotores de la reflexología soviética en Cuba, Eduardo Gutiérrez Agramonte, publica “Una nueva modalidad del tratamiento de la homosexualidad”. Muchos homosexuales fueron tratados por él y su equipo con el fin de corregir esta “lamentable conducta”. Se trataba de una técnica desarrollada por el investigador checo Kurt Freund (1914-1996), pero adaptada por el médico cubano. Si aquel emplea como estímulo inhibidor un vomitivo y dosis subcutáneas de testosterona tras la observación por el sujeto de láminas de desnudos masculinos; éste aplica “un corrientazo en lugar del vomitivo”, al tiempo que suprime la hormona y deja al paciente “elegir la imagen”. La terapia fue calificada de “prometedor aporte cubano a la reflexología” y se aplicó hasta bien entrada la década del setenta.
En 1965, por la época en que se recrudece la represión contra homosexuales y otros “remanentes del pasado”, al instituirse los campos de trabajo (UMAP), la mencionada revista dedicó su página “Avances de la ciencia” a este médico checoslovaco. Al pie de la foto se lee: “El Dr. Kurt Freund es una de las más altas figuras en materia de psicopatología sexual. A sus numerosos trabajos acaba de añadir La homosexualidad en el hombre. Nos honra mostrar la foto de este hombre de ciencia hecha recientemente en el departamento experimental de Praga”. Freund había inventado un curioso medio diagnóstico: un aparato que, conectado al pene, podía captar la respuesta al estímulo erótico masculino.
Tres años después, durante la llamada ofensiva revolucionaria, se produjo una campaña digna de la obsesión de pánico del régimen. En el discurso por el aniversario de los CDR el Máximo Líder denuncia a aquellos que habían comenzado a vivir de “una manera extravagante”, lo que era sinónimo de degeneración moral y llevaría en última instancia a sabotajes políticos y económicos. Días más tarde se denunciaba en la radio a los jóvenes de cabellos largos que “bailan locamente al compás de música epiléptica”. El ataque a las “orquestas de esquizofrénicos” esta vez vino convoyado con un operativo policial contra miembros de sectas afrocubanas.
La fobia homosexual recobra bríos alrededor del emblemático Congreso de Educación y Cultura, contexto en el que algunos profesionales vuelven a enfilar sus cañones. El psicólogo Jesús Dueñas Becerra, por ejemplo, publica en abril de 1970 “El homosexualismo y sus implicaciones científicas y sociales”; mientras una orientación ministerial convoca poco más tarde a una Mesa Redonda sobre Homosexualidad.
Dueñas, actual periodista del Hospital Psiquiátrico de La Habana, emplea términos como “aberración”, “debilidad caracterológica”, “lacras” y “degeneración sexual”. Después de estos preliminares, expresa sentirse preocupado por “el candente problema de la homosexualidad juvenil”, lo que le motiva a emplearse a fondo en el “terreno social”. El autor expone: “En el municipio de Cruces, núcleo de nuestra ingente labor sociopsicológica, encontramos un círculo de homosexuales que socialmente ocupan un lugar relevante (es decir, la mayor parte de la sociedad en que se desenvuelven desconoce su aberración sexual) y que, sutil y habilidosamente, ocultan para mantener su relativa estabilidad y poder desarrollar sin mayores dificultades cualquier empresa que acometan”. Según Dueñas, se valían de métodos propios de una “secta secreta”, por cuanto “seleccionan cuidadosamente al joven que debe ser trabajado” (…) “ejerciendo una influencia perniciosa sobre la mente del adolescente, que lleve implícita su rápida deformación”. Entre las tácticas empleadas menciona el “uso de literatura que ensalza al homosexualismo” hasta lograr la “realización del acto sexual con el sujeto cuando las circunstancias estén creadas”. Tras la consumación, continúa, “el nuevo adicto tiene la obligación de contribuir al incremento de la organización atrayendo a una nueva víctima”. El autor diferencia entre estos “homosexuales relevantes” y un segundo grupo, “las lacras sociales”, que “solo trata de llegar a los adolescentes por el mezquino interés de satisfacer su aberración sexual en un momento determinado”.
Por último, exhorta a padres y profesores a “velar celosamente por el desarrollo integral de los adolescentes”, y destaca el papel formador de la Unión de Jóvenes Comunistas y del Servicio Militar Obligatorio. Dichas entidades “deben encauzar desde todos los puntos de vista a la arcilla fundamental que sostiene nuestra sociedad”, por lo que llama a un “compromiso incondicional con esta nueva generación de jóvenes que, históricamente, están destinados a construir la Sociedad Comunista y que encarnan el noble ideal de justicia y solidaridad que iluminó por siempre la fecunda vida del inolvidable comandante Ernesto Guevara de la Serna”.
Por su parte, en la Mesa Redonda sobre Homosexualidad, celebrada en febrero de 1971, y moderada por Martín Castellanos, se harían las siguientes observaciones:
Es en este sentido que los psiquiatras participantes en el mencionado coloquio “se explican” —siempre remitiéndolo a una ley preexistente que la Revolución supo perfeccionar, léase acomodar a su propia “legalidad”— las “detenciones de grandes grupos en las principales ciudades y su internamiento en granjas o zonas de trabajo agrícola, así como su sometimiento, en una oportunidad, a un sistema de trabajo productivo y, en otras, a tratamiento científico”. Curiosa justificación, sin duda, de frente a acontecimientos que supuestamente habían cesado dos antes con el desmontaje de las UMAP. Por un lado, la estrategia de remitir a la genealogía misma del dispositivo penal (pre-revolucionario) como fuente de derecho; y, por otro, ya asegurado este aspecto, el reconocimiento de la Revolución como maquinaria de perfeccionamiento legal, comprometida con el presente y el futuro, y a prueba de toda crítica.
Ante una operación de tal magnitud cabe preguntarse: ¿cómo se efectuaban las distribuciones? ¿Quiénes parecían “más enfermos” como para que se les tratara psiquiátricamente y quiénes menos como para someterles exclusivamente al trabajo “rehabilitador”? Por supuesto, frente a semejante estado de excepcionalidad jurídica, como el que sustenta a los campos de concentración, ninguna de estas preguntas resulta pertinente. Pero sí a efectos del simulacro y de la hipocresía científicas. En primer lugar, cualquier terapia era válida, como se deduce del que los psiquiatras no sólo se apoyaran, alrededor de su participación concreta en estos hechos, en la reflexología, sino también en el denostado psicoanálisis. En segundo término, y para el caso específico de ciertas granjas de homosexuales (exclusivamente de ellos) establecidas con arreglo a una finalidad terapéutica (no penal, según se afirma, pero en las que también se trabaja en labores agrícolas con carácter obligatorio), el horror se muestra en el hecho de que “el infractor”, a quien supuestamente le estaba permitido “rechazar el tratamiento”, sólo podía abandonar la granja cuando a juicio de los psiquiatras se decidiera “que estaba listo para dejarla”. En fin, la posibilidad de una postergación infinita, en dependencia de lo que apreciara el Poder Psiquiátrico en tanto depositario del Poder Revolucionario. Claro está, para escapar al infierno no pocos homosexuales aceptaron el reto de ser tratados y, como recuerda Heberto Padilla en la entrevista que concede para el documental Conducta impropia, éstos preferían hacer el juego, simular que se habían curado de una vez y por todas, y parodiar de ese modo tan falaz instrumentación.
No todo fue, sin embargo, esa variamente mayor del secuestro en medio de la noche, o en playas y descampados. También existieron, según afirman los ponentes, las consultas hospitalarias y los tratamientos ambulatorios dictados por los tribunales. En estos casos, si el estudio psiquiátrico llegaba a la conclusión de que el “infractor podía continuar con sus actividades homosexuales, especialmente la seducción de jóvenes”, se les “permitía escoger” entre el internamiento en una colonia agrícola “para enfermos” o recibir tratamiento en los dispensarios y consultas externas hasta que se estuviese “razonablemente seguro” de que se abstendría de “insinuarse con menores”. Como puede apreciarse, había hasta cierta magnanimidad.
Pedro Marqués de Armas
Tomado de: Ciencia y poder en Cuba. Racismo, homofobia, nación (1790-1970). Editorial Verbum, 2014, pp. 182-188. [El texto se presenta aquí sin las correspondientes notas al pie].
Las ilustraciones provienen del tristemente célebre cómic de Virgilio, Vida y milagros de Florito Volandero, en el semanario Mella, 1965, desenterrado hace algunos años en el Archivo de Connie.
http://www.penultimosdias.com/2014/02/27/de-la-homofobia-revolucionaria-en-cuba-1959-1971/
- Pedro Marques de Armas
Barcelona, España
No pocos artículos publicados antes de la Revolución tratan del homosexual como individuo enfermo. Al reconstituirse en 1948 la Liga de Higiene Mental, el homosexualismo fue incluido entre los problemas sociales a resolver, sin que enfoques biológicos al estilo de los primeros años de la República desaparecieran. Por otra parte, el Código de Defensa Social consideraba la práctica homosexual como “estado de peligrosidad”, contemplando al efecto un rosario de medidas preventivas. Con frecuencia la policía intervenía y a algunos homosexuales se les arrestaba; para no hablar de discriminación social, laboral, etc.
Sin embargo, sólo después de 1959 se radicaliza la homofobia. La noción de individuo peligroso, que en Cuba tenía una larga historia, se amplió como nunca antes. A los efectos del biopoder y de las técnicas disciplinarias se suman ahora los de una política de Estado que se apodera de todo el cuerpo social. En estas condiciones, la alianza entre los discursos médicos y jurídicos fue asegurada a través de ciertas maniobras: se la coloca al servicio de viejas leyes acopladas a preceptos socialistas, así como de nuevas leyes de carácter arbitrario. Y lo mismo ocurre a niveles normativos mediante la vigilancia directa en escuelas e internados y la orquestación de campañas de opinión hasta llegar, por último, a las purgas en la Universidad y en varias instituciones culturales (las llamadas “depuraciones”) y a la reclusión forzosa de miles de homosexuales en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).
Como era de esperarse, la psiquiatría jugó un papel central en este sentido, tanto en la práctica clínica habitual como en el terreno de la asistencia a familias desestructuradas, y, de modo más explícito, en el marco de la psiquiatría forense. Ya en 1959 se propone la realización de un Congreso de Educación Sexual a fin de lograr “cierta unidad de criterio” para “combatir el homosexualismo y la rebeldía contra el ideal paterno”, mientras al año siguiente, en el Segundo Congreso Nacional de Psiquiatría, Jorge Viamonte presenta una ponencia titulada “Contribución al estudio de la homosexualidad”, Sin embargo, ambos textos se insertan, o bien dentro de la tradición clínica, o bien como parte del típico reclamo pre-revolucionario a favor del control de la infancia y la adolescencia desviadas, sin que denoten mayor intervencionismo por parte del Estado. No obstante, ya desde 1960 el nuevo estado se había erigido en rector de diferentes instituciones psiquiátricas y sociales muy relacionadas con el control del homosexualismo, entre ellas las prisiones y los reformatorios de menores, al tiempo que el Consejo Superior de Defensa Social era incorporado al Ministerio del Interior. Será después del 11 de octubre de 1961, cuando tiene lugar la conocida “noche de las tres P”, que todo acercamiento al problema de la práctica homosexual estará indefectiblemente ligado a los presupuestos de la nueva moral revolucionaria y a acciones de franco carácter represivo, sistematizadas en lo adelante.
Así, la terapia conductual de la homosexualidad cobra fuerza a partir de 1962. Este año, el entonces director de la Revista del Hospital Psiquiátrico y uno de los principales promotores de la reflexología soviética en Cuba, Eduardo Gutiérrez Agramonte, publica “Una nueva modalidad del tratamiento de la homosexualidad”. Muchos homosexuales fueron tratados por él y su equipo con el fin de corregir esta “lamentable conducta”. Se trataba de una técnica desarrollada por el investigador checo Kurt Freund (1914-1996), pero adaptada por el médico cubano. Si aquel emplea como estímulo inhibidor un vomitivo y dosis subcutáneas de testosterona tras la observación por el sujeto de láminas de desnudos masculinos; éste aplica “un corrientazo en lugar del vomitivo”, al tiempo que suprime la hormona y deja al paciente “elegir la imagen”. La terapia fue calificada de “prometedor aporte cubano a la reflexología” y se aplicó hasta bien entrada la década del setenta.
En 1965, por la época en que se recrudece la represión contra homosexuales y otros “remanentes del pasado”, al instituirse los campos de trabajo (UMAP), la mencionada revista dedicó su página “Avances de la ciencia” a este médico checoslovaco. Al pie de la foto se lee: “El Dr. Kurt Freund es una de las más altas figuras en materia de psicopatología sexual. A sus numerosos trabajos acaba de añadir La homosexualidad en el hombre. Nos honra mostrar la foto de este hombre de ciencia hecha recientemente en el departamento experimental de Praga”. Freund había inventado un curioso medio diagnóstico: un aparato que, conectado al pene, podía captar la respuesta al estímulo erótico masculino.
Tres años después, durante la llamada ofensiva revolucionaria, se produjo una campaña digna de la obsesión de pánico del régimen. En el discurso por el aniversario de los CDR el Máximo Líder denuncia a aquellos que habían comenzado a vivir de “una manera extravagante”, lo que era sinónimo de degeneración moral y llevaría en última instancia a sabotajes políticos y económicos. Días más tarde se denunciaba en la radio a los jóvenes de cabellos largos que “bailan locamente al compás de música epiléptica”. El ataque a las “orquestas de esquizofrénicos” esta vez vino convoyado con un operativo policial contra miembros de sectas afrocubanas.
La fobia homosexual recobra bríos alrededor del emblemático Congreso de Educación y Cultura, contexto en el que algunos profesionales vuelven a enfilar sus cañones. El psicólogo Jesús Dueñas Becerra, por ejemplo, publica en abril de 1970 “El homosexualismo y sus implicaciones científicas y sociales”; mientras una orientación ministerial convoca poco más tarde a una Mesa Redonda sobre Homosexualidad.
Dueñas, actual periodista del Hospital Psiquiátrico de La Habana, emplea términos como “aberración”, “debilidad caracterológica”, “lacras” y “degeneración sexual”. Después de estos preliminares, expresa sentirse preocupado por “el candente problema de la homosexualidad juvenil”, lo que le motiva a emplearse a fondo en el “terreno social”. El autor expone: “En el municipio de Cruces, núcleo de nuestra ingente labor sociopsicológica, encontramos un círculo de homosexuales que socialmente ocupan un lugar relevante (es decir, la mayor parte de la sociedad en que se desenvuelven desconoce su aberración sexual) y que, sutil y habilidosamente, ocultan para mantener su relativa estabilidad y poder desarrollar sin mayores dificultades cualquier empresa que acometan”. Según Dueñas, se valían de métodos propios de una “secta secreta”, por cuanto “seleccionan cuidadosamente al joven que debe ser trabajado” (…) “ejerciendo una influencia perniciosa sobre la mente del adolescente, que lleve implícita su rápida deformación”. Entre las tácticas empleadas menciona el “uso de literatura que ensalza al homosexualismo” hasta lograr la “realización del acto sexual con el sujeto cuando las circunstancias estén creadas”. Tras la consumación, continúa, “el nuevo adicto tiene la obligación de contribuir al incremento de la organización atrayendo a una nueva víctima”. El autor diferencia entre estos “homosexuales relevantes” y un segundo grupo, “las lacras sociales”, que “solo trata de llegar a los adolescentes por el mezquino interés de satisfacer su aberración sexual en un momento determinado”.
Por último, exhorta a padres y profesores a “velar celosamente por el desarrollo integral de los adolescentes”, y destaca el papel formador de la Unión de Jóvenes Comunistas y del Servicio Militar Obligatorio. Dichas entidades “deben encauzar desde todos los puntos de vista a la arcilla fundamental que sostiene nuestra sociedad”, por lo que llama a un “compromiso incondicional con esta nueva generación de jóvenes que, históricamente, están destinados a construir la Sociedad Comunista y que encarnan el noble ideal de justicia y solidaridad que iluminó por siempre la fecunda vida del inolvidable comandante Ernesto Guevara de la Serna”.
Por su parte, en la Mesa Redonda sobre Homosexualidad, celebrada en febrero de 1971, y moderada por Martín Castellanos, se harían las siguientes observaciones:
Un análisis de las opiniones vertidas en esta Mesa Redonda hace evidente cómo se funden en Cuba, en un mismo plano, la enfermedad y el delito, la moral y la ley, y, en consecuencia, la homofobia como elemento cultural (o de mentalidad) y la violencia del régimen. Cuando se señala, por ejemplo, al Código de Defensa Social en lo relativo a algunos artículos establecidos antes de 1959, se dice que fueron éstos los que facilitaron “ese otro aspecto del derecho, el preventivo”, en el cual el gobierno se basó para llevar a cabo “la prevención” de esta conducta, pero también —y he aquí la diferencia— su “represión más efectiva”. De este modo “el estado peligroso”, sin dejar de ser un estado de presunción que, según la teoría penal apunta al individuo no por lo que hace, sino por lo que podría hacer en virtud de lo que es, o supuestamente es, se convierte sin más en delito y, por lo mismo, en inevitable condena. Tanto más: en una condena que llega de improviso. Y quede claro: sin que se haya efectuado hecho delictivo alguno.1) “La homosexualidad constituye una patología que trasciende los límites de la individualidad y pasa a constituir una patología social por el carácter antisocial que esta actividad conlleva en la mayoría de los casos”.
2) “La homosexualidad es un tema complejo y difícil de tratar y requiere un enfoque cuidadoso y preciso como condición previa para abordarlo. Sólo así se podrá entrar en este campo, en el cual aún quedan elementos importantes por descubrir”.
3) “La homosexualidad es una enfermedad compleja con graves repercusiones sociales”.
4) “El homosexualismo es una enfermedad, es decir, es una condición psicopatológica”.
5) “El pueblo siempre rechazó al homosexual. Era el régimen capitalista el que propiciaba la corrupción donde el homosexual se desarrollaba. Hoy día, por nuestra conformación, por una concepción diferente de los valores morales, el repudio es mayor, y a todos los niveles de nuestra sociedad: dirigencia y masas”.
Es en este sentido que los psiquiatras participantes en el mencionado coloquio “se explican” —siempre remitiéndolo a una ley preexistente que la Revolución supo perfeccionar, léase acomodar a su propia “legalidad”— las “detenciones de grandes grupos en las principales ciudades y su internamiento en granjas o zonas de trabajo agrícola, así como su sometimiento, en una oportunidad, a un sistema de trabajo productivo y, en otras, a tratamiento científico”. Curiosa justificación, sin duda, de frente a acontecimientos que supuestamente habían cesado dos antes con el desmontaje de las UMAP. Por un lado, la estrategia de remitir a la genealogía misma del dispositivo penal (pre-revolucionario) como fuente de derecho; y, por otro, ya asegurado este aspecto, el reconocimiento de la Revolución como maquinaria de perfeccionamiento legal, comprometida con el presente y el futuro, y a prueba de toda crítica.
Ante una operación de tal magnitud cabe preguntarse: ¿cómo se efectuaban las distribuciones? ¿Quiénes parecían “más enfermos” como para que se les tratara psiquiátricamente y quiénes menos como para someterles exclusivamente al trabajo “rehabilitador”? Por supuesto, frente a semejante estado de excepcionalidad jurídica, como el que sustenta a los campos de concentración, ninguna de estas preguntas resulta pertinente. Pero sí a efectos del simulacro y de la hipocresía científicas. En primer lugar, cualquier terapia era válida, como se deduce del que los psiquiatras no sólo se apoyaran, alrededor de su participación concreta en estos hechos, en la reflexología, sino también en el denostado psicoanálisis. En segundo término, y para el caso específico de ciertas granjas de homosexuales (exclusivamente de ellos) establecidas con arreglo a una finalidad terapéutica (no penal, según se afirma, pero en las que también se trabaja en labores agrícolas con carácter obligatorio), el horror se muestra en el hecho de que “el infractor”, a quien supuestamente le estaba permitido “rechazar el tratamiento”, sólo podía abandonar la granja cuando a juicio de los psiquiatras se decidiera “que estaba listo para dejarla”. En fin, la posibilidad de una postergación infinita, en dependencia de lo que apreciara el Poder Psiquiátrico en tanto depositario del Poder Revolucionario. Claro está, para escapar al infierno no pocos homosexuales aceptaron el reto de ser tratados y, como recuerda Heberto Padilla en la entrevista que concede para el documental Conducta impropia, éstos preferían hacer el juego, simular que se habían curado de una vez y por todas, y parodiar de ese modo tan falaz instrumentación.
No todo fue, sin embargo, esa variamente mayor del secuestro en medio de la noche, o en playas y descampados. También existieron, según afirman los ponentes, las consultas hospitalarias y los tratamientos ambulatorios dictados por los tribunales. En estos casos, si el estudio psiquiátrico llegaba a la conclusión de que el “infractor podía continuar con sus actividades homosexuales, especialmente la seducción de jóvenes”, se les “permitía escoger” entre el internamiento en una colonia agrícola “para enfermos” o recibir tratamiento en los dispensarios y consultas externas hasta que se estuviese “razonablemente seguro” de que se abstendría de “insinuarse con menores”. Como puede apreciarse, había hasta cierta magnanimidad.
Pedro Marqués de Armas
Tomado de: Ciencia y poder en Cuba. Racismo, homofobia, nación (1790-1970). Editorial Verbum, 2014, pp. 182-188. [El texto se presenta aquí sin las correspondientes notas al pie].
Las ilustraciones provienen del tristemente célebre cómic de Virgilio, Vida y milagros de Florito Volandero, en el semanario Mella, 1965, desenterrado hace algunos años en el Archivo de Connie.
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