El Maleconazo- Cuban , August 5, 1994
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Azali- Admin
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Re: El Maleconazo- Cuban , August 5, 1994
Los estan reprimiendo con cabillas, los del Blas Roca, -dice uno, LOS SANTITOS CONSTRUCTORES, QUE TODOS SABIAN QUE ERA UNA BRIGADAS QUE VIENE SIENDO LO MISMO QUE LOS PARAMILITARES, LOS DEL TRABAJO SUCIO..
Azali- Admin
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Re: El Maleconazo- Cuban , August 5, 1994
Cronica de Tania Quintero sobre el Maleconazo…
Mi versión del “maleconazo”
August 6th, 2009
El 5 de agosto de 1994, como a las 2-3 de la tarde, pasó por la casa Yamila, hermana de Yanet, primera mujer de Iván. Ella vivía en Los Pinos, y en la bicicleta prestada por un primo, iba a “La Habana”, o sea, a las tiendas, a comprarle unos tenis a su niña, de tres años. Yania, mi nieta, nacida el 3 de junio de 1994, acababa de cumplir sus primeros dos meses y se alimentaba sólo con leche materna.
Cerca de las 4 de la tarde sonó el teléfono. Era Lisette Bustamante, quien entonces trabajaba en el periódico ABC y desde Madrid me llamaba, en busca de noticias de lo que estaba pasando por Centro Habana y el Malecón. En ese momento fue que me enteré. Me paré en la terraza del apartamento, y desde ahí vocée la noticia.
El televisor ruso estaba roto hacía tiempo. A los pocos minutos, Magaly, la vecina de enfrente, me grita:
—Tania, corre, que en la televisión lo están poniendo.
Cruzo corriendo y cuando llego, veo a Fidel que se baja de un jeep en Prado, por donde está el Payret, y gente que unos minutos antes gritaban “Abajo Fidel” ahora aplaudían y daban vivas.
De cara al mundo, habían logrado “virar la tortilla”, movilizando seguidores e integrantes de la brigada “Blas Roca”, obreros de la construcción a quienes sacaron con urgencia de sus trabajos y armados con herramientas y hasta bates de pelota, los montaron en camiones y los bajaron por calles que confluían en el Malecón, para “neutralizar” a los protestantes, en su mayoría gente negra y pobre de las barriadas más “calientes” de Centro Habana y la Habana Vieja.
Cuando Lissette llamó, Iván estaba en la casa, y como él había estado detenido en 1991 en Villa Marista, y varias veces en la 10ma. Unidad, le dije que no se le ocurriera ir a ningún lugar, pues estaba doblemente fichado, por la Seguridad y por la policía. A Iván le entró por un oído y le salió por el otro. Y así mismo, en short, camiseta y tenis, se fue, junto con varios jóvenes más de la Víbora. Lograron coger enseguida una ruta 15 que salía del Paradero, al doblar de la casa. Nunca supe lo que vieron ni cómo lograron esquivar la represión y regresar sanos y salvos.
Unos días después, llegaba a La Habana el periodista Alberto Sotillo, de ABC, enviado para dar seguimiento a la situación. Entre los entrevistados, un joven negro, que vivía en una cuartería, en la calle Jesús Peregrino. El joven era masón y estaba chequeado; había participado en la revuelta y había podido escapar ileso, pero como lo andaban buscando, no podía salir a la calle. Colaboré con Sotillo en todos los trabajos que en ese tiempo hizo desde la capital cubana.
Cuando Sotillo retornó, ABC envió a Santiago Córcoles, a quien también acompañé en casi todos los reportajes que hizo, en particular los relacionados con la estampida migratoria por Cojímar, Jaimanitas y otras zonas costeras. Por un abogado que trabajaba en un bufete colectivo, nos enteramos de que en fecha próxima iban a empezar los juicios a los cientos de arrestados por las protestas del 5 de agosto.
Era un sábado. Córcoles se quedó en el hotel (el Nacional) y yo me fui hasta la 1540, antigua unidad militar reconvertida en prisión, en San Miguel del Padrón. Un pariente mío le pidió prestado a un amigo su “almendrón”. Parqueó cerca de la prisión y desde el carro vimos llegar el ómnibus con jueces y abogados. A la misma hora estaba previsto iniciar el juicio en la prisión de Valle Grande, que no pudimos cubrir, por la distancia.
Comprobado que efectivamente iban a efectuar el juicio, desde un teléfono público en San Miguel del Padrón llamé a Córcoles al hotel, y éste pudo reportar a tiempo para la edición de ABC que aguardaba por su reporte para cerrar.
De San Miguel fuimos para el Hotel Nacional, merendamos con Córcoles y antes del pariente irse, le dio 20 dólares. Poco dinero para una misión arriesgada, pero en agosto de 1994, un año después de que el dólar fuera despenalizado, por un dólar en el mercado negro te daban de 100 a 150 pesos cubanos.
Desde mediados de agosto y hasta fines de septiembre, trabajé con esos dos periodistas españoles, desde la mañana hasta el atardecer. Sotillo me invitaba a almorzar o comer, en su hotel, el Sevilla. Córcoles era muy misterioso, y por las mañanas nos veíamos en el hotelito Universitario, en 17 entre L y M, Vedado. Tomábamos un café y yo, en vez de pedir un bocadito, pedía un peter de chocolate con almendras, que guardaba completo para llevárselo a mi hija, quien estaba amamantando.
Nos movíamos en el Lada de César, un ex militar retirado, a quien Córcoles conoció parado, esperando para alquilar por L, a un costado de Coppelia, frente al cine Yara. Cuando terminábamos las largas jornadas periodísticas, César nos dejaba en el Hotel Capri, donde Córcoles me invitaba a un refrigerio. Pedía un sandwich de jamón y queso y una tropicola. Me tomaba el refresco y el sandwich lo envolvía en una servilleta y se lo llevaba a mi hija, que lo necesitaba más que yo pues había días que, por falta de gas, no se podía preparar comida. Y ella, al igual que mi mamá, se la pasaban con “sopa de gallo” (agua con azúcar prieta) y con el veintiúnico pan que a cada una tocaba por la libreta (de su sandwich, mi hija daba la mitad a su abuela).
Dos días antes de su partida, Córcoles se enteró que el mar había devuelto cadáveres de gente que había perecido en su intento de salida en primitivas embarcaciones. Y que en algunas funerarias los habrían velado. Nos fuimos a la funeraria de Luyanó y allí nos dijeron que ellos no habían velado ese tipo de muertos; le pedimos que llamara a la funeraria de San Miguel y allí no quisieron dar información y nos sugirieron que fuéramos al Necrocomio, en la Avenida 26.
Y allá nos fuimos. Tras esperar casi una hora, con empleados pasando y mirándonos como si de dos extrarrestres se tratara, por fin nos recibió el director, Jorge González, el mismo oficial de la Seguridad del Estado posteriormente encargado de identificar los restos del Che en Bolivia. Ya pueden imaginar cómo el tipo nos recibió. A Córcoles le dijo que se podía dar con un canto en el pecho, porque como al día siguiente se marchaba, no lo iban a detener por estar metiendo las narices donde no le incumbía. Y a mí, que me podían encausar por estar acompañando extraoficialmente a periodistas extranjeros.
Un tiempo después, Danilo Sirio, vicepresidente del ICRT (el mismo que el 4 de abril de 1996 me expulsaría como periodista en los Servicios Informativos de la TVC), me citaría a su despacho, para “halarme las ojeras” por haberme valido de mi carnet de reportera del Noticiero Nacional de Televisión para hacer trabajos no autorizados. Es cierto que lo hice por mi cuenta, a título personal, pero nunca, en ningún lugar, dije que pertenecía a la TVC. Y menos enseñé mi carnet, porque nunca lo llevé encima.
He unido el Maleconazo con la estampida migratoria de agosto de 1994, porque quince años después, los dos acontecimientos están ligados en mis recuerdos.
Tania Quintero
Lucerna
P.D./ Cuando Yamila llegó con su bicicleta a una shopping cerca del Parque de la Fraternidad, se enteró que se había formado una “candanga más pa’bajo”. Decidió llegarse hasta allí, creyendo que era un suceso de la crónica roja, pero ya la policía tenía acordonado el lugar y enrumbó de nuevo hacia la Víbora. No pudo ver mucho, sí lo suficiente para contar que “aquello era de ampanga, no sé de dónde salía tanta gente ni tantos policías, repartiendo palos a tutiplén”.
Mi versión del “maleconazo”
August 6th, 2009
El 5 de agosto de 1994, como a las 2-3 de la tarde, pasó por la casa Yamila, hermana de Yanet, primera mujer de Iván. Ella vivía en Los Pinos, y en la bicicleta prestada por un primo, iba a “La Habana”, o sea, a las tiendas, a comprarle unos tenis a su niña, de tres años. Yania, mi nieta, nacida el 3 de junio de 1994, acababa de cumplir sus primeros dos meses y se alimentaba sólo con leche materna.
Cerca de las 4 de la tarde sonó el teléfono. Era Lisette Bustamante, quien entonces trabajaba en el periódico ABC y desde Madrid me llamaba, en busca de noticias de lo que estaba pasando por Centro Habana y el Malecón. En ese momento fue que me enteré. Me paré en la terraza del apartamento, y desde ahí vocée la noticia.
El televisor ruso estaba roto hacía tiempo. A los pocos minutos, Magaly, la vecina de enfrente, me grita:
—Tania, corre, que en la televisión lo están poniendo.
Cruzo corriendo y cuando llego, veo a Fidel que se baja de un jeep en Prado, por donde está el Payret, y gente que unos minutos antes gritaban “Abajo Fidel” ahora aplaudían y daban vivas.
De cara al mundo, habían logrado “virar la tortilla”, movilizando seguidores e integrantes de la brigada “Blas Roca”, obreros de la construcción a quienes sacaron con urgencia de sus trabajos y armados con herramientas y hasta bates de pelota, los montaron en camiones y los bajaron por calles que confluían en el Malecón, para “neutralizar” a los protestantes, en su mayoría gente negra y pobre de las barriadas más “calientes” de Centro Habana y la Habana Vieja.
Cuando Lissette llamó, Iván estaba en la casa, y como él había estado detenido en 1991 en Villa Marista, y varias veces en la 10ma. Unidad, le dije que no se le ocurriera ir a ningún lugar, pues estaba doblemente fichado, por la Seguridad y por la policía. A Iván le entró por un oído y le salió por el otro. Y así mismo, en short, camiseta y tenis, se fue, junto con varios jóvenes más de la Víbora. Lograron coger enseguida una ruta 15 que salía del Paradero, al doblar de la casa. Nunca supe lo que vieron ni cómo lograron esquivar la represión y regresar sanos y salvos.
Unos días después, llegaba a La Habana el periodista Alberto Sotillo, de ABC, enviado para dar seguimiento a la situación. Entre los entrevistados, un joven negro, que vivía en una cuartería, en la calle Jesús Peregrino. El joven era masón y estaba chequeado; había participado en la revuelta y había podido escapar ileso, pero como lo andaban buscando, no podía salir a la calle. Colaboré con Sotillo en todos los trabajos que en ese tiempo hizo desde la capital cubana.
Cuando Sotillo retornó, ABC envió a Santiago Córcoles, a quien también acompañé en casi todos los reportajes que hizo, en particular los relacionados con la estampida migratoria por Cojímar, Jaimanitas y otras zonas costeras. Por un abogado que trabajaba en un bufete colectivo, nos enteramos de que en fecha próxima iban a empezar los juicios a los cientos de arrestados por las protestas del 5 de agosto.
Era un sábado. Córcoles se quedó en el hotel (el Nacional) y yo me fui hasta la 1540, antigua unidad militar reconvertida en prisión, en San Miguel del Padrón. Un pariente mío le pidió prestado a un amigo su “almendrón”. Parqueó cerca de la prisión y desde el carro vimos llegar el ómnibus con jueces y abogados. A la misma hora estaba previsto iniciar el juicio en la prisión de Valle Grande, que no pudimos cubrir, por la distancia.
Comprobado que efectivamente iban a efectuar el juicio, desde un teléfono público en San Miguel del Padrón llamé a Córcoles al hotel, y éste pudo reportar a tiempo para la edición de ABC que aguardaba por su reporte para cerrar.
De San Miguel fuimos para el Hotel Nacional, merendamos con Córcoles y antes del pariente irse, le dio 20 dólares. Poco dinero para una misión arriesgada, pero en agosto de 1994, un año después de que el dólar fuera despenalizado, por un dólar en el mercado negro te daban de 100 a 150 pesos cubanos.
Desde mediados de agosto y hasta fines de septiembre, trabajé con esos dos periodistas españoles, desde la mañana hasta el atardecer. Sotillo me invitaba a almorzar o comer, en su hotel, el Sevilla. Córcoles era muy misterioso, y por las mañanas nos veíamos en el hotelito Universitario, en 17 entre L y M, Vedado. Tomábamos un café y yo, en vez de pedir un bocadito, pedía un peter de chocolate con almendras, que guardaba completo para llevárselo a mi hija, quien estaba amamantando.
Nos movíamos en el Lada de César, un ex militar retirado, a quien Córcoles conoció parado, esperando para alquilar por L, a un costado de Coppelia, frente al cine Yara. Cuando terminábamos las largas jornadas periodísticas, César nos dejaba en el Hotel Capri, donde Córcoles me invitaba a un refrigerio. Pedía un sandwich de jamón y queso y una tropicola. Me tomaba el refresco y el sandwich lo envolvía en una servilleta y se lo llevaba a mi hija, que lo necesitaba más que yo pues había días que, por falta de gas, no se podía preparar comida. Y ella, al igual que mi mamá, se la pasaban con “sopa de gallo” (agua con azúcar prieta) y con el veintiúnico pan que a cada una tocaba por la libreta (de su sandwich, mi hija daba la mitad a su abuela).
Dos días antes de su partida, Córcoles se enteró que el mar había devuelto cadáveres de gente que había perecido en su intento de salida en primitivas embarcaciones. Y que en algunas funerarias los habrían velado. Nos fuimos a la funeraria de Luyanó y allí nos dijeron que ellos no habían velado ese tipo de muertos; le pedimos que llamara a la funeraria de San Miguel y allí no quisieron dar información y nos sugirieron que fuéramos al Necrocomio, en la Avenida 26.
Y allá nos fuimos. Tras esperar casi una hora, con empleados pasando y mirándonos como si de dos extrarrestres se tratara, por fin nos recibió el director, Jorge González, el mismo oficial de la Seguridad del Estado posteriormente encargado de identificar los restos del Che en Bolivia. Ya pueden imaginar cómo el tipo nos recibió. A Córcoles le dijo que se podía dar con un canto en el pecho, porque como al día siguiente se marchaba, no lo iban a detener por estar metiendo las narices donde no le incumbía. Y a mí, que me podían encausar por estar acompañando extraoficialmente a periodistas extranjeros.
Un tiempo después, Danilo Sirio, vicepresidente del ICRT (el mismo que el 4 de abril de 1996 me expulsaría como periodista en los Servicios Informativos de la TVC), me citaría a su despacho, para “halarme las ojeras” por haberme valido de mi carnet de reportera del Noticiero Nacional de Televisión para hacer trabajos no autorizados. Es cierto que lo hice por mi cuenta, a título personal, pero nunca, en ningún lugar, dije que pertenecía a la TVC. Y menos enseñé mi carnet, porque nunca lo llevé encima.
He unido el Maleconazo con la estampida migratoria de agosto de 1994, porque quince años después, los dos acontecimientos están ligados en mis recuerdos.
Tania Quintero
Lucerna
P.D./ Cuando Yamila llegó con su bicicleta a una shopping cerca del Parque de la Fraternidad, se enteró que se había formado una “candanga más pa’bajo”. Decidió llegarse hasta allí, creyendo que era un suceso de la crónica roja, pero ya la policía tenía acordonado el lugar y enrumbó de nuevo hacia la Víbora. No pudo ver mucho, sí lo suficiente para contar que “aquello era de ampanga, no sé de dónde salía tanta gente ni tantos policías, repartiendo palos a tutiplén”.
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