Acerca de la marginalidad en un país de marginados
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Acerca de la marginalidad en un país de marginados
Asignatura en transición
28. Julio 2009 por Redacción.
Sociedad/ Acerca de la marginalidad en un país de marginados
Cubamatinal/ Cuba se siente una isla mayor latinoamericana, no se reconoce en su identidad antillana. Salvo en las ciudades de Santiago de Cuba y Guantánamo, ser del Caribe significa ser negro. El prejuicio y la discriminación racial pesan como una losa sobre la conciencia colectiva.
Por Juan Antonio Madrazo
La Habana, 28 de julio/ SDP/ Cuba, país laboratorio de mestizajes y transculturación, dispone como patrimonio de una identidad que oscila entre dos mundos raciales, ambos hijos de la diáspora. Uno está particularmente marcado por el trauma violento de la esclavitud. El racismo anti-negro tiene una marcada presencia pues es un ejercicio inquisitorial, practicado por blancos y mestizos sobre este significativo grupo poblacional, sin pasar por alto el ejercicio de la discriminación, la alienación y la débil autoestima entre los afro-descendientes.
En Cuba, las construcciones raciales y sus efectos desempeñan papeles muy importantes e impactan en la identidad personal y colectiva. La sociedad cubana tiene personalidad propia, es rica en su diversidad epidérmica, mas su devenir histórico ha sido traumático y conciliador. La cuestión racial históricamente se comporta como un núcleo duro en el contexto de la cultura cubana. Aún a principios del siglo XXI no se han operado cambios, que permitan a blancos, negros o mestizos liberarse de sus dogmas.
Estamos ante una sociedad estratificada racialmente, en la cual la ideología del color, como dispositivo ideológico de herencia colonial, impone su tiránica presencia. Racismo, discriminación, y prejuicios operan orgánicamente bajo el manto de la impunidad. Lastiman la dignidad humana, pues no se promueve una pedagogía antirracista, que ataque sus bases logísticas. No solo es uno de los tejidos dañados, que se impone como una roca firme, también es un ejercicio de poder hegemónico, que aún levanta barreras internas, pues se encuentra cómodamente instalado en la macro-conciencia social, un peligroso combustible que amenaza la integración de nuestra ecología social.
La identidad nuestra es multicultural, multireligiosa, pero aún se siente el látigo de la dolorosa historia de la esclavitud, la sinfonía de la contradanza y el latigazo. La filosofía del racismo es un alarmante indicador, uno de los espejos de violencia, que fermenta internamente el cuerpo social, se pasea por un laberinto de silencios y ecos, lágrimas, rabia y risa. Ocupa una plaza sellada con carácter permanente, y es que los prejuicios se reproducen, como el asesino que regresa al lugar del crimen.
Existen patrones de impunidad, ambientes de apoyo como la ideología del color, símbolo somático del racismo, que naturaliza e impone su supremacía. Estas patologías tienen carta de ciudadanía, lo cual permite el acceso libre de manifestaciones neo-racistas, que operan orgánicamente en las relaciones sociales al permitir la invisibilizacion, exclusión y estigmatización de la otredad.
Para actores sociales y políticos, la sacudida sísmica de 1959 y el desmantelamiento de una sociedad civil de arquitectura racista, fue interpretada como la oportunidad del ascenso social de los afro-descendientes. Líderes de opinión, sindicalistas e intelectuales apostaron por un verdadero proceso de emancipación de la dignidad humana, una verdadera oportunidad para la integración.
Se organizaron foros, campañas, banquetes de fraternidad, durante los primeros años de erupción política. En la Segunda Declaración de la Habana, de febrero de 1962, se dio por abolida la discriminación por raza o sexo. Al fin Cuba era libre de una aberración colonial, lo cual permitiría el desarrollo de una comunidad marxista pos-racial en las narices del imperio yanqui.
Las bases principales de apoyo institucional de que disponían los intelectuales afrocubanos (clubes, asociaciones, prensa) fueron desmanteladas. El programa de integración propuesto por la ortodoxia revolucionaria dejó poco espacio para la persistencia de voces e instituciones racialmente definidas.
El discurso de naturaleza étnica fue condenado a la conspiración del silencio, el espejismo de la igualdad se impuso como un hecho consumado. Las interrogantes sobre la cuestión racial se convirtieron en trincheras abandonadas en la agenda doméstica, no así en su cruzada en la arena internacional, pues el antirracismo exportado se convirtió en un pretexto para encender la “llama revolucionaria” y desviar así la mirada de los problemas internos.
Los discursos autónomos encontraron resistencia por parte de la intolerancia militante. Se estimularon las crisis de confianza y se pusieron en práctica operaciones de marginación y exclusión sobre un grupo significativo de intelectuales, algunos afrocubanos. Para la ortodoxia oficial, opinar abiertamente sobre el racismo se convirtió en una amenaza para la unidad nacional, un signo de desconfianza en la revolución, un fetichismo de la soberanía.
El movimiento marxista negro fundado en los años 60 por el investigador y periodista Walterio Carbonell fue reprimido, su autor intelectual condenado al ostracismo y a la muerte civil. Otros fueron condenados al destierro, como Juan René Betancourt, deportado a Argentina, y Carlos Moore, que se vio obligado a pedir asilo político en la embajada de Guinea. Fueron parametrados el poeta Delfín Prats, doblemente discriminado por el racismo y la homofobia política, los dramaturgos Tomás González , Eugenio Hernández Espinosa y Gerardo Fulleda León, las poetisas Nancy Morejón y Ana Maria Simo. La tribu literaria de Ediciones El Puente, aún injustamente silenciada, fue considerada por los comisarios de turno, el renacimiento de un Black Power tropical. En menor medida, también castigaron a la cineasta Sara Gómez, una parte de su obra aún se mantiene inédita y silenciada.
Han transcurrido 50 años y aún la sociedad cubana no cuenta con una real emancipación de su ecología social. Particularmente la población negra y mestiza continúa anclada en los campos de concentración de la extrema pobreza, en la más baja escala de la pirámide social. Su imaginario social habita en el callejón de la mala fama. Negros y mulatos son objeto de todas las deformaciones en una sociedad históricamente racializada. El dolor histórico de la discriminación aún se sufre.
Una parte significativa de los afro-descendientes consideran la isla inhabitable, no se sienten seguros al ser rehenes de la desventaja social, la incertidumbre y la diferencia que los condena. Se sienten sujetos con una ciudadanía mutilada, lo que ha generado que las llamadas “relaciones oportunistas” a través del mercado del placer y el deseo, se hayan disparado a partir de las nuevas realidades económicas. La negociación de identidades ha generado una diáspora afrocubana hacia Europa; lugares tan distantes y helados como Dinamarca, Noruega, Suiza, Suecia, Alemania, Italia, Holanda, España, Rusia etc., se han convertido en santuario y objeto del deseo de estas identidades múltiples.
El silencio aún labra surcos. La problemática racial como zona discursiva provoca una profunda molestia en las franjas más conservadoras de las instituciones ideológicas y culturales. En los espacios fiscalizados se actúa con inseguridad y miedo, se mutila la dimensión expresiva-simbólica de la realidad social, toda valoración ética independiente es marginada.
La parodia del debate es un camino sembrado de navajas, una letra vacía en el discurso dominante. Las ideologías y las estéticas de la concepción nacional y racial de la colonia aún perviven en los discursos del poder. Ante esta realidad se impone el grito de rebeldía; el racismo hay que mirarlo de frente, emplazarlo públicamente, para que deje de ser una asignatura pendiente y facilite la restauración de grados de libertad.
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