Adiós muchachos, “compañeros” de mi vida… Yoani
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Adiós muchachos, “compañeros” de mi vida… Yoani
Adiós muchachos, “compañeros” de mi vida…
Hay palabras que tienen su momento, mientras otras logran sobrevivir a las modas para quedarse en nuestra cotidianidad. La presencia desmesurada de algunos vocablos contrasta con aquellos que han sido condenados al olvido, a ser mencionados sólo cuando se evoca el pasado. Todos esos procesos de rechazo o aproximación que ocurren dentro de nuestras cabezas se evidencian al hablar. De ahí que la muerte pública de un político empieza cuando la gente deja de crearle sobrenombres; la crisis de un ideal se demuestra si pocos hacen referencia a él y la propaganda ideológica desfallece cuando nadie repite sus maniqueos slogans. El lenguaje puede validar o enterrar cualquier utopía.
Entre las evidencias lingüísticas de nuestro actual desgano, está la paulatina desaparición del término “compañero”. Cada vez se usa menos esa fórmula para aludir a un amigo de toda la vida o alguien que encontramos por primera vez. Al ser desterrados –por sus reminiscencias pequeñoburguesas– los apelativos “señor”, “señora” y “señorita”, llegaron otros que querían mostrar una mayor familiaridad entre los cubanos, como el importado “camarada”. Se daban hasta casos tragicómicos, por ejemplo cuando una persona llamaba “compañero” al burócrata que lo hacía esperar seis horas por un papel, aunque en realidad tuviera deseos de insultarlo.
Durante años si uno se dirigía a alguien con una manera diferente al santo y seña que promulgaba el Partido, podía ser tomado por un desviado ideológico. Todos éramos “iguales” e incluso el uso del “usted” desapareció en esa falsa confianza que degeneraba en frecuentes faltas de respeto. Al abrirse la isla al turismo, una de las primeras lecciones que aprendieron los empleados de los hoteles fue a retomar el estigmatizado “señor”, para tratar a los huéspedes. Poco a poco los apelativos del pasado más reciente quedaron reducidos al vocabulario de los más fieles, de los más viejos. Así, entre los miles de saludos que se escuchan hoy en nuestras calles –brother, yunta, nagüe, socio, amigo, ecobio, puro o el simple “pssst”- cada vez aparecen menos las sonoras sílabas de “compañero”.
Hay palabras que tienen su momento, mientras otras logran sobrevivir a las modas para quedarse en nuestra cotidianidad. La presencia desmesurada de algunos vocablos contrasta con aquellos que han sido condenados al olvido, a ser mencionados sólo cuando se evoca el pasado. Todos esos procesos de rechazo o aproximación que ocurren dentro de nuestras cabezas se evidencian al hablar. De ahí que la muerte pública de un político empieza cuando la gente deja de crearle sobrenombres; la crisis de un ideal se demuestra si pocos hacen referencia a él y la propaganda ideológica desfallece cuando nadie repite sus maniqueos slogans. El lenguaje puede validar o enterrar cualquier utopía.
Entre las evidencias lingüísticas de nuestro actual desgano, está la paulatina desaparición del término “compañero”. Cada vez se usa menos esa fórmula para aludir a un amigo de toda la vida o alguien que encontramos por primera vez. Al ser desterrados –por sus reminiscencias pequeñoburguesas– los apelativos “señor”, “señora” y “señorita”, llegaron otros que querían mostrar una mayor familiaridad entre los cubanos, como el importado “camarada”. Se daban hasta casos tragicómicos, por ejemplo cuando una persona llamaba “compañero” al burócrata que lo hacía esperar seis horas por un papel, aunque en realidad tuviera deseos de insultarlo.
Durante años si uno se dirigía a alguien con una manera diferente al santo y seña que promulgaba el Partido, podía ser tomado por un desviado ideológico. Todos éramos “iguales” e incluso el uso del “usted” desapareció en esa falsa confianza que degeneraba en frecuentes faltas de respeto. Al abrirse la isla al turismo, una de las primeras lecciones que aprendieron los empleados de los hoteles fue a retomar el estigmatizado “señor”, para tratar a los huéspedes. Poco a poco los apelativos del pasado más reciente quedaron reducidos al vocabulario de los más fieles, de los más viejos. Así, entre los miles de saludos que se escuchan hoy en nuestras calles –brother, yunta, nagüe, socio, amigo, ecobio, puro o el simple “pssst”- cada vez aparecen menos las sonoras sílabas de “compañero”.
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