Totalmente cierto lo que dice Yoani
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Totalmente cierto lo que dice Yoani
Agujero hobbit
Escrito por: Yoani Sanchez en General , Marzo,18,2009
Salí del preuniversitario en el campo sintiendo que nada me pertenecía, ni siquiera mi cuerpo. Vivir en albergues crea esa sensación de que toda tu vida, tus intimidades, tus objetos personales y hasta tu desnudez han pasado a ser bienes públicos. “Compartir” es palabra obligatoria y se llega a ver como normal el no poder estar –nunca– a solas. Después de años entre movilizaciones, campamentos agrícolas y una triste escuela en Alquízar, necesitaba una sobredosis de privacidad.
Había leído por primera vez los libros de J. R. R. Tolkien y la cálida casa de Bilbo Bolsón era mi ideal de refugio para esconderme. Añoraba un espacio donde poner mis libros, colgar mi ropa, decidir qué foto pegar en la pared y pintar una señal de “stop” en la puerta. Estaba agotada de bañarme en duchas sin cortinas, de comer en bandejas de aluminio e intercambiar los piojos y los hongos con mis colegas de alojamiento. El universo ilusorio de El Hobbit me ofrecía ese cálido y reservado hogar que la realidad no me había dejado disfrutar. Hacia ese ficticio agujero en un árbol, me escapaba cuando la promiscua convivencia llegaba a niveles insoportables.
El individuo vapuleado que llevo dentro comprendió en estos años que no sólo en los campamentos y las escuelas internas se irrespeta la intimidad de las personas. Mi Isla es, por momentos, como una secuencia de literas donde todos saben qué come el otro, con quién se reúne y de cuál manera piensa. La mirada torva de mi director del preuniversitario fue reemplazada por la vigilancia del CDR. Aquel me pedía que llevara el uniforme planchado y los zapatos lustrosos, éste espera que mantenga una determinada postura ideológica.
La impresión de ser un “bien público” o un “objeto de uso social” no ha desaparecido, pues con los años he confirmado que vivo en un enorme albergue controlado por el Estado. En él se escucha la campana llamando al comedor –trastocada ahora en el grito de una vecina, que anuncia un nuevo producto en el mercado racionado–. Sin embargo, ante esa convocatoria no salto inmediatamente de la cama, sino que me tomo mi tiempo para guardar algo bajo el colchón. Es un libro extraño y peligroso, donde un enano de pies afelpados fuma su pipa y disfruta de una cálida e íntima guarida en un árbol.
Escrito por: Yoani Sanchez en General , Marzo,18,2009
Salí del preuniversitario en el campo sintiendo que nada me pertenecía, ni siquiera mi cuerpo. Vivir en albergues crea esa sensación de que toda tu vida, tus intimidades, tus objetos personales y hasta tu desnudez han pasado a ser bienes públicos. “Compartir” es palabra obligatoria y se llega a ver como normal el no poder estar –nunca– a solas. Después de años entre movilizaciones, campamentos agrícolas y una triste escuela en Alquízar, necesitaba una sobredosis de privacidad.
Había leído por primera vez los libros de J. R. R. Tolkien y la cálida casa de Bilbo Bolsón era mi ideal de refugio para esconderme. Añoraba un espacio donde poner mis libros, colgar mi ropa, decidir qué foto pegar en la pared y pintar una señal de “stop” en la puerta. Estaba agotada de bañarme en duchas sin cortinas, de comer en bandejas de aluminio e intercambiar los piojos y los hongos con mis colegas de alojamiento. El universo ilusorio de El Hobbit me ofrecía ese cálido y reservado hogar que la realidad no me había dejado disfrutar. Hacia ese ficticio agujero en un árbol, me escapaba cuando la promiscua convivencia llegaba a niveles insoportables.
El individuo vapuleado que llevo dentro comprendió en estos años que no sólo en los campamentos y las escuelas internas se irrespeta la intimidad de las personas. Mi Isla es, por momentos, como una secuencia de literas donde todos saben qué come el otro, con quién se reúne y de cuál manera piensa. La mirada torva de mi director del preuniversitario fue reemplazada por la vigilancia del CDR. Aquel me pedía que llevara el uniforme planchado y los zapatos lustrosos, éste espera que mantenga una determinada postura ideológica.
La impresión de ser un “bien público” o un “objeto de uso social” no ha desaparecido, pues con los años he confirmado que vivo en un enorme albergue controlado por el Estado. En él se escucha la campana llamando al comedor –trastocada ahora en el grito de una vecina, que anuncia un nuevo producto en el mercado racionado–. Sin embargo, ante esa convocatoria no salto inmediatamente de la cama, sino que me tomo mi tiempo para guardar algo bajo el colchón. Es un libro extraño y peligroso, donde un enano de pies afelpados fuma su pipa y disfruta de una cálida e íntima guarida en un árbol.
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