En la luna del espejo
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En la luna del espejo
En la luna del espejo
Posted by Desde La Habana in Las crónicas de Raúl on Agosto 21st, 2009
He vivido de lejos los recuerdos de la primera visita del hombre a la luna. He leído las crónicas, los reportajes publicados y he visto los vídeos en la televisión con un poco de desconcierto, cierta llaga de humillación y una nostalgia descompuesta y desleída porque no tengo en la memoria ningún sitio al que me duela no poder regresar.
Y es que quienes vivíamos en Cuba en julio de 1969 no vimos nunca el alunizaje, ni escuchamos las voces de los astronautas. No nos dieron razones sobre el polvo lunar.
Ese mes la noticia en aquella isla era el inicio de la zafra azucarera más larga de la Historia. Una contienda preparada para producir 10 millones de toneladas de azúcar que terminó, unos meses después, en un fracaso total y dejó al país más pobre de lo que había sido nunca.
Lo importante era que se inauguraba un curso para tractoristas y que el mariscal Andréi Grechko, ministro de Defensa de la URSS, llegaría a La Habana hacia fines del año.
Recuerdo que algunos campeones de la onda corta contaban detalles con mucho misterio. Que se esperaban recortes de periódicos y cartas de familiares para comprobar las informaciones de Radio Bemba. Pero, en general, fue un suceso sin trascendencia para la mayoría que no leyó nada en la prensa, ni vio nada en la televisión y no escuchó una nota en las estaciones de radio.
Un amigo escritor corrió a entrevistar a un famoso mitómano que vivía al pie de la Sierra Maestra para tener algo interesante que contar a la posteridad sobre el suceso.
El guajiro recibió al escritor y en el mismo portal de su casa, en pleno campo, le dijo: «La noche que los americanos anunciaron que iban a llegar a la luna, mi mujer y yo halamos unos taburetes y nos pasamos hasta el amanecer mirando pa’allá arriba. Yo le garantizo a usted, le doy mi palabra, que allí no se bajó nadie».
Le creí a ese hombre. Dijo la verdad: él y su mujer no vieron a ningún americano bajarse en la luna con unos saltos enormes como si el suelo o los zapatos fueran de una goma mágica.
Los delincuentes, los mentirosos son los que, con todos los medios a su alcance, decidieron que nadie lo supiera. Los cubanos nos perdimos la emoción del momento.
Y yo me quedé marcado por el poder del testimonio de aquel testigo visual, de aquel cronista de la madrugada, que acompañó su vigilia con el humo de seis tabacos y una botella de aguardiente de caña.
Raúl Rivero
Posted by Desde La Habana in Las crónicas de Raúl on Agosto 21st, 2009
He vivido de lejos los recuerdos de la primera visita del hombre a la luna. He leído las crónicas, los reportajes publicados y he visto los vídeos en la televisión con un poco de desconcierto, cierta llaga de humillación y una nostalgia descompuesta y desleída porque no tengo en la memoria ningún sitio al que me duela no poder regresar.
Y es que quienes vivíamos en Cuba en julio de 1969 no vimos nunca el alunizaje, ni escuchamos las voces de los astronautas. No nos dieron razones sobre el polvo lunar.
Ese mes la noticia en aquella isla era el inicio de la zafra azucarera más larga de la Historia. Una contienda preparada para producir 10 millones de toneladas de azúcar que terminó, unos meses después, en un fracaso total y dejó al país más pobre de lo que había sido nunca.
Lo importante era que se inauguraba un curso para tractoristas y que el mariscal Andréi Grechko, ministro de Defensa de la URSS, llegaría a La Habana hacia fines del año.
Recuerdo que algunos campeones de la onda corta contaban detalles con mucho misterio. Que se esperaban recortes de periódicos y cartas de familiares para comprobar las informaciones de Radio Bemba. Pero, en general, fue un suceso sin trascendencia para la mayoría que no leyó nada en la prensa, ni vio nada en la televisión y no escuchó una nota en las estaciones de radio.
Un amigo escritor corrió a entrevistar a un famoso mitómano que vivía al pie de la Sierra Maestra para tener algo interesante que contar a la posteridad sobre el suceso.
El guajiro recibió al escritor y en el mismo portal de su casa, en pleno campo, le dijo: «La noche que los americanos anunciaron que iban a llegar a la luna, mi mujer y yo halamos unos taburetes y nos pasamos hasta el amanecer mirando pa’allá arriba. Yo le garantizo a usted, le doy mi palabra, que allí no se bajó nadie».
Le creí a ese hombre. Dijo la verdad: él y su mujer no vieron a ningún americano bajarse en la luna con unos saltos enormes como si el suelo o los zapatos fueran de una goma mágica.
Los delincuentes, los mentirosos son los que, con todos los medios a su alcance, decidieron que nadie lo supiera. Los cubanos nos perdimos la emoción del momento.
Y yo me quedé marcado por el poder del testimonio de aquel testigo visual, de aquel cronista de la madrugada, que acompañó su vigilia con el humo de seis tabacos y una botella de aguardiente de caña.
Raúl Rivero
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