El Abbey Road en mi Año del Esfuerzo Decisivo
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El Abbey Road en mi Año del Esfuerzo Decisivo
El Abbey Road en mi Año del Esfuerzo Decisivo
Corría el “año del esfuerzo decisivo”. Regresé brevemente a la Habana en medio de una larga temporada en el infierno, digo, cortando caña. Mi socio el “Buick” -quien había reconstruido el mejor tocadiscos estéreo de la Víbora- me llamó para que escuchara el último disco de los Beatles que le habían mandado al Chino. Esto era un gran acontecimiento en aquella época remota sin Internet ni satélite ni nada de lo actualmente cotidiano y con doble bloqueo por demás. Corrí a su casa, donde ya estaba el afortunado propietario del flamante Abbey Road (y de familiares en el extranjero que ni me imagino cómo le hacían llegar esos discos) y al resto de los conspiradores que acostumbrábamos a oír clandestinamente la WQAM y, toda la madrugada, el show “underground” Baker Street de la KAAY; los mismos que habíamos construido aquella antena yagi con un palo de escoba para ver, desde la loma de Chaple y con el mayor de los sigilos, el alunizaje del Apollo. Nuestra ocultación no era para menos. Recuerdo que, cuando estudiábamos en el Instituto tecnológico, unos oficiales de la seguridad del Estado vinieron a dar una conferencia contra los cultores de la música del “enemigo”. La moralidad que el régimen deseaba imponernos a los “hombres nuevos” en potencia tenía dos pecados capitales, ser contrarrevolucionario y/o maricón. En la escuela, había grandes pugnas, unas regionalistas entre los de la Habana y los de Oriente, y otras musicales, no muy alejadas de aquellas, entre los que preferían la música tradicional cubana y los fanáticos de la música americana y las últimas modas. Para denostar a estos (nuestro grupo), los oficiales de marras nos opusieron en evidencia frente a toda la escuela –donde predominaban los supermachistas y hiperhomofóbicos “tradicionales”- al desplayarse en calificar a los Beatles de homosexuales y a su música y sus modas como de peligrosas debilidades sexuales, morales, ideológicas y políticas. A partir de entonces, en aquel entorno, como es de suponer, nuestra vida fue mucho más difícil . Volviendo a nuestra histórica audición del Abbey Road, la tertulia ulterior llegó al consenso de que éramos testigos privilegiados de la inauguración de una etapa superior, no ya en la carrera de los Beatles, sino de la música en general. Meses después, cuando fue oficial la separación de los músicos ingleses, la frustración fue inmensa y las esperanzas de una reunificación se extenderán por una década entre especulaciones y las falsas alarmas hasta que el asesinato de John Lennon las terminara de a viaje. Durante aquella época hice gala de una lucidez particularmente desacostumbrada en mi caso. Desde la separación de los Beatles, fui el único que aseguró la imposibilidad de su reunificación. En mi opinión, estos, con el Abbey Road, habían llegado a la cúspide de una búsqueda de autosuperación que había comenzado una década antes en un oscuro pub de Liverpool. A diferencia de la mayoría de los grupos musicales, que se casan con un estilo para sólo desarrollarlo ulteriormente en el mejor de los casos, la magia de los Beatles residía en su continua batalla por superarse a sí mismos en cada nuevo disco. Es por ello que el Let it Be, anterior al Abbey Road pero de entrega posterior, parezca una caída en esta escalada. Según mi muy modesto parecer de aquella época, las desavenencias financieras fueron provocadas por la incapacidad para continuar ese esfuerzo estético progresivo conjunto. Cuando esta motivación se extinguió, aparecieron las diferencias personales que llevaron a lo irremediable. Por desgracia, tuve la razón.
http://havanaschool.blogspot.com/2009/08/el-abbey-road-en-mi-ano-del-esfuerzo.html
Corría el “año del esfuerzo decisivo”. Regresé brevemente a la Habana en medio de una larga temporada en el infierno, digo, cortando caña. Mi socio el “Buick” -quien había reconstruido el mejor tocadiscos estéreo de la Víbora- me llamó para que escuchara el último disco de los Beatles que le habían mandado al Chino. Esto era un gran acontecimiento en aquella época remota sin Internet ni satélite ni nada de lo actualmente cotidiano y con doble bloqueo por demás. Corrí a su casa, donde ya estaba el afortunado propietario del flamante Abbey Road (y de familiares en el extranjero que ni me imagino cómo le hacían llegar esos discos) y al resto de los conspiradores que acostumbrábamos a oír clandestinamente la WQAM y, toda la madrugada, el show “underground” Baker Street de la KAAY; los mismos que habíamos construido aquella antena yagi con un palo de escoba para ver, desde la loma de Chaple y con el mayor de los sigilos, el alunizaje del Apollo. Nuestra ocultación no era para menos. Recuerdo que, cuando estudiábamos en el Instituto tecnológico, unos oficiales de la seguridad del Estado vinieron a dar una conferencia contra los cultores de la música del “enemigo”. La moralidad que el régimen deseaba imponernos a los “hombres nuevos” en potencia tenía dos pecados capitales, ser contrarrevolucionario y/o maricón. En la escuela, había grandes pugnas, unas regionalistas entre los de la Habana y los de Oriente, y otras musicales, no muy alejadas de aquellas, entre los que preferían la música tradicional cubana y los fanáticos de la música americana y las últimas modas. Para denostar a estos (nuestro grupo), los oficiales de marras nos opusieron en evidencia frente a toda la escuela –donde predominaban los supermachistas y hiperhomofóbicos “tradicionales”- al desplayarse en calificar a los Beatles de homosexuales y a su música y sus modas como de peligrosas debilidades sexuales, morales, ideológicas y políticas. A partir de entonces, en aquel entorno, como es de suponer, nuestra vida fue mucho más difícil . Volviendo a nuestra histórica audición del Abbey Road, la tertulia ulterior llegó al consenso de que éramos testigos privilegiados de la inauguración de una etapa superior, no ya en la carrera de los Beatles, sino de la música en general. Meses después, cuando fue oficial la separación de los músicos ingleses, la frustración fue inmensa y las esperanzas de una reunificación se extenderán por una década entre especulaciones y las falsas alarmas hasta que el asesinato de John Lennon las terminara de a viaje. Durante aquella época hice gala de una lucidez particularmente desacostumbrada en mi caso. Desde la separación de los Beatles, fui el único que aseguró la imposibilidad de su reunificación. En mi opinión, estos, con el Abbey Road, habían llegado a la cúspide de una búsqueda de autosuperación que había comenzado una década antes en un oscuro pub de Liverpool. A diferencia de la mayoría de los grupos musicales, que se casan con un estilo para sólo desarrollarlo ulteriormente en el mejor de los casos, la magia de los Beatles residía en su continua batalla por superarse a sí mismos en cada nuevo disco. Es por ello que el Let it Be, anterior al Abbey Road pero de entrega posterior, parezca una caída en esta escalada. Según mi muy modesto parecer de aquella época, las desavenencias financieras fueron provocadas por la incapacidad para continuar ese esfuerzo estético progresivo conjunto. Cuando esta motivación se extinguió, aparecieron las diferencias personales que llevaron a lo irremediable. Por desgracia, tuve la razón.
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