Del baúl de los recuerdos por Claudia Cadelo
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Del baúl de los recuerdos por Claudia Cadelo
lunes 28 de septiembre de 2009
Del baúl de los recuerdos
Foto: Claudio Fuentes Madan
En estos días he conversado con algunos periodistas que me dicen que la gente habla de nuevo del período especial. Por suerte a mí no me tocado aun escuchar esos comentarios escalofriantes, pero sí he recordado algunos detalles de lo que para mí era, en mi mente de niña de seis años, el apocalipsis.
La primera vez que escuché esas dos palabras estaba en la primaria esperando por las galleticas y el refresco del recreo, cuando una amiga me anunció con desesperación que “nunca más tendríamos merienda”. Con cara de tragedia -yo era una gorda por aquella época y la noticia me cayó fatal- solté un “¿Por qué?” típico de mi edad; y la respuesta, típica también, no me dijo demasiado: “estamos en período especial”.
Por unos meses “período especial” fue para mí el ayuno entre el desayuno y el almuerzo. Con el tiempo generalicé un poco el concepto: no tener zapatos, no tener qué comer, ver mi casa destruirse y a mi madre y a mi padre desesperados, esto último era lo más extraño de todo. Por aquellos años ambos eran militares y nunca los escuché hacer comentario “diversionista”. Aguantaron estoicamente y lo único que no lograron esconderme fue el rumor de la llamada “opción cero”.
Pasó el tiempo y llegó el año 94, más confuso aun. La explicación familiar para el evento de ver 10 balsas pasar todos los días por delante de mi casa fue típica: unos contrarrevolucionarios. El video de los disturbios en el Malecón lo vi con once años en casa de mis tíos, mientras todos daban sus opiniones- todos eran del partido- yo me decía que había algo en esas calles de lo que no estaban hablando. No sé por qué me dejaron verlo, supongo que no imaginaron que yo pudiera leer entre líneas.
Por esa época se legalizó el dólar pero pasaron dos años para que yo pudiese ver uno entrar a mi hogar. En la primaria quedé relegada a una nueva clase pues para mí no había terminado el “período especial”. Los niños compraban helados en una tienda en divisas al costado de la escuela y algunos padres vendían chucherías en la puerta. Un día llegué a mi casa y le dije a mi madre:
- Mami, dame dinero para comprarme un helado en el receso.
- No tengo dinero.
- No seas mentirosa, trabajas desde las 8 de la mañana hasta las siete de la noche. Tú sí tienes dinero, lo que no me lo quieres dar.
Según mi madre no tuvo respuesta inmediata, aunque después preparó un pequeño discurso en el que adaptó la noción de “salario en moneda nacional”, por aquellos tiempos el dólar estaba a 120. Unos días después me cuenta que le dije:
- Mami, ya sé que tienes que hacer para que ganes dinero: tienes que ponerte a vender dulces en la puerta de la escuela.
Cuando la gente me pregunta si quiero tener hijos, este es el tipo de diálogo madre-hijo que me viene a la cabeza y que, sin dudas, me quiero evitar.
Nota: Aldo, de Los Aldeanos, ya ha sido liberado. Lo amenazaron pero al final le devolvieron su computadora y salió sin cargos.
Del baúl de los recuerdos
Foto: Claudio Fuentes Madan
En estos días he conversado con algunos periodistas que me dicen que la gente habla de nuevo del período especial. Por suerte a mí no me tocado aun escuchar esos comentarios escalofriantes, pero sí he recordado algunos detalles de lo que para mí era, en mi mente de niña de seis años, el apocalipsis.
La primera vez que escuché esas dos palabras estaba en la primaria esperando por las galleticas y el refresco del recreo, cuando una amiga me anunció con desesperación que “nunca más tendríamos merienda”. Con cara de tragedia -yo era una gorda por aquella época y la noticia me cayó fatal- solté un “¿Por qué?” típico de mi edad; y la respuesta, típica también, no me dijo demasiado: “estamos en período especial”.
Por unos meses “período especial” fue para mí el ayuno entre el desayuno y el almuerzo. Con el tiempo generalicé un poco el concepto: no tener zapatos, no tener qué comer, ver mi casa destruirse y a mi madre y a mi padre desesperados, esto último era lo más extraño de todo. Por aquellos años ambos eran militares y nunca los escuché hacer comentario “diversionista”. Aguantaron estoicamente y lo único que no lograron esconderme fue el rumor de la llamada “opción cero”.
Pasó el tiempo y llegó el año 94, más confuso aun. La explicación familiar para el evento de ver 10 balsas pasar todos los días por delante de mi casa fue típica: unos contrarrevolucionarios. El video de los disturbios en el Malecón lo vi con once años en casa de mis tíos, mientras todos daban sus opiniones- todos eran del partido- yo me decía que había algo en esas calles de lo que no estaban hablando. No sé por qué me dejaron verlo, supongo que no imaginaron que yo pudiera leer entre líneas.
Por esa época se legalizó el dólar pero pasaron dos años para que yo pudiese ver uno entrar a mi hogar. En la primaria quedé relegada a una nueva clase pues para mí no había terminado el “período especial”. Los niños compraban helados en una tienda en divisas al costado de la escuela y algunos padres vendían chucherías en la puerta. Un día llegué a mi casa y le dije a mi madre:
- Mami, dame dinero para comprarme un helado en el receso.
- No tengo dinero.
- No seas mentirosa, trabajas desde las 8 de la mañana hasta las siete de la noche. Tú sí tienes dinero, lo que no me lo quieres dar.
Según mi madre no tuvo respuesta inmediata, aunque después preparó un pequeño discurso en el que adaptó la noción de “salario en moneda nacional”, por aquellos tiempos el dólar estaba a 120. Unos días después me cuenta que le dije:
- Mami, ya sé que tienes que hacer para que ganes dinero: tienes que ponerte a vender dulces en la puerta de la escuela.
Cuando la gente me pregunta si quiero tener hijos, este es el tipo de diálogo madre-hijo que me viene a la cabeza y que, sin dudas, me quiero evitar.
Nota: Aldo, de Los Aldeanos, ya ha sido liberado. Lo amenazaron pero al final le devolvieron su computadora y salió sin cargos.
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