Andrzej Wajda: «La primera meta de los crímenes soviéticos y nazis fue la clase intelectual»
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Andrzej Wajda: «La primera meta de los crímenes soviéticos y nazis fue la clase intelectual»
AP Los oficiales polacos siempre pensaron que serían liberados. En la imagen, una escena de «Katyn»
Katyn: fosa nada común
Crítica de Antonio Weinrichter
JOSÉ GRAU | MADRID
Andrzej Wajda (Suwalki, Polonia, 1926) es a sus 83 años un señor de aspecto cuidado, de cara bondadosa, sorprendentemente bondadosa a pesar de los muchos sinsabores que ha tenido que vivir. El primero, y probablemente el más importante de ellos, fue ver a su padre por última vez en 1939, cuando tenía 13 años y su progenitor era un joven y apuesto oficial del Ejército polaco.
Hace unas semanas, Andrzej Wajda conversó largamente, sin ninguna prisa, con un grupo de periodistas extranjeros en Varsovia, entre los que estaba ABC, en la sala de prensa del precioso palacete de Foksal. Se le veía alegre y relajado. Wajda es una de esas personas a las que les gusta escuchar, pero también hablar. Da la impresión de que siempre se interesa por su interlocutor.
Algunas de las frases que pronunció durante la rueda de prensa, a veces por iniciativa propia y otras sin que se le preguntara, proporcionan claves magníficas para entender mejor su última película, «Katyn», que trata, como dice, de «mi padre, que fue asesinado allí; y de mi madre, que esperó hasta 1950 a que volviera». La película, añade, «tiene mucho de mi madre. Es como un mosaico, combina muchos elementos».
Tardanza
¿Por qué ha tardado tanto tiempo en hacer este filme?Wajda responde: «Supe pronto que no podría rodarlo mientras existiera el sistema comunista».
Pero desde que cayó el sistema comunista, en 1989, hasta que estrenó «Katyn», el 17 de septiembre de 2007 en los cines polacos, pasaron aún 18 años. Entonces replica: «El guión, y la preparación fueron muy complicados. Nadie había hecho nada sobre la matanza de Katyn. Pedí a varios guionistas que se pusieran manos a la obra. Empecé a recoger documentos y material documental, como por ejemplo diarios escritos por testigos».
En otro momento de la conversación, aclara sobre este mismo punto: «Durante los años del comunismo, en Polonia no surgió literatura, novela, narración, documentación sobre el tema de los asesinatos en Katyn».
Tres millones al cine
Su película, en Polonia, la han visto unos tres millones de personas, una cifra más que considerable. Pero lo que él destaca con más emoción es lo siguiente: «Me acuerdo muy bien del estreno, en el Gran Teatro de Varsovia. Habría unas dos mil personas. Tras la escena final, apagaron las luces y, de pronto, oí cómo alguien rezaba una oración por los muertos. ¡En el cine!».
Todo el que haya visto ya la película sabe que «Katyn» trata no solo de la matanza de unos 22.000 oficiales polacos, uno a uno, con un tiro en la nuca, sino también, y de forma principal, de la mentira de los soviéticos sobre Katyn. Wajda insiste: «Asesinaron a mi padre, la mentira la padeció mi madre, que murió en 1950 sin saber si su marido todavía vivía».
Efectivamente, hubo que esperar hasta 1990 para que la URSS de Mijail Gorbachov reconociera oficialmente que los crímenes de Katyn fueron obra de la policía secreta de Stalin, y no de los nazis, como hasta entonces habían sostenido y ningún polaco medio informado se había creído.
Hay arte en «Katyn»: la película de Wajda fue propuesta en 2008 al Oscar por la mejor película extranjera. Pero sobre todo hay emoción. La obra es sobrecogedora. La escena final de las ejecuciones, seca, realista al cien por cien, deja helado. Y todo en el film de este gran maestro del cine está basado en hechos reales, todo salvo una pequeña licencia en el guión que no vale la pena ni mencionarla. Wajda, en la conversación con periodistas extranjeros, subraya que lo que pretendía la Policía secreta de Stalin era acabar con los que los polacos llaman la «inteligencja», la clase intelectual, dirigente. De los mencionados 22.000 oficiales polacos, la inmensa mayoría no eran militares de carrera, sino profesores universitarios, abogados, ingenieros, médicos. Y comenta el cineasta: «La primera meta de los crímenes soviéticos y nazis en Polonia fue la clase intelectual, la «inteligencja». Mientras los soviéticos asesinaban en los bosques de Katyn, los nazis detenían (y luego asesinaron también) a los profesores de la Universidad de Cracovia». Algo que también se muestra magistralmente en su película.
La distribución de Katyn, lamentablemente, no ha sido buena. Especialmente vetada ha estado en Rusia, porque da la impresión de que cada crítica a la Unión Soviética se interpreta hoy, en la Rusia de Putin, como un ataque a la Rusia actual, y no como un ataque a los crímenes estalinistas y soviéticos. Ante ese hecho, cabe concluir que las víctimas, también las propias, parece que no cuentan en Rusia. Aun así, el director dice que tiene muy buenos amigos en el país vecino y que hay que saber distinguir Rusia de los crímenes soviéticos.
Wajda se manifiesta como un director independiente. Su propósito, sin más, no es hacer películas «para atraer a la juventud, para atraer al público». Aunque después resulta que los atrae, con su buen hacer. Pasa el tiempo en la sala de Foksal y surge la pregunta sobre su relación con Lech Walesa. Muchas veces se había rumoreado que Wajda pensaba hacer una película sobre Walesa.
Aristóteles y los héroes
Pero en estos momentos no parece que sea lo que más le atraiga. Wajda cita a Aristóteles, quien sostenía que era mejor elaborar sobre héroes que ya hubieran muerto, porque los vivos «aún te pueden dar sorpresas».
Cuando se produjo el cambio en Polonia, en 1989, Lech Walesa convenció a Wajda para que se presentara como Senador. Ganó el escaño y estuvo allí hasta 1991. Lo hizo por apoyar a la nueva nación pujante que surgió de los acontecimientos de 1989, pero sabía que la política no era lo suyo. En cualquier caso, haga o no una película de Walesa, reconoce su gran valentía:
Cuenta Wajda que, cuando la revolución de Solidaridad, una vez le preguntó:
-Lech, ¿tienes miedo de los tanques soviéticos?
La respuesta del que después sería presidente de Polonia fue lapidaria:
-No tenga miedo. Ganaremos. Y añade: «Era una auténtico política. Dijo eso, y me lo creí. Fui a Varsovia y extendí la noticia».
Como otros muchos observadores bien informados, Wajda, finalmente, sostiene que las relaciones de su país con Alemania son ahora normales, algo que tras la guerra le hubiera parecido completamente imposible. Esto lo considera sencillamente milagroso, empezando por la carta de los obispos polacos a los alemanes ya en 1956: «Perdonamos y pedimos perdón».
Katyn: fosa nada común
Crítica de Antonio Weinrichter
JOSÉ GRAU | MADRID
Andrzej Wajda (Suwalki, Polonia, 1926) es a sus 83 años un señor de aspecto cuidado, de cara bondadosa, sorprendentemente bondadosa a pesar de los muchos sinsabores que ha tenido que vivir. El primero, y probablemente el más importante de ellos, fue ver a su padre por última vez en 1939, cuando tenía 13 años y su progenitor era un joven y apuesto oficial del Ejército polaco.
Hace unas semanas, Andrzej Wajda conversó largamente, sin ninguna prisa, con un grupo de periodistas extranjeros en Varsovia, entre los que estaba ABC, en la sala de prensa del precioso palacete de Foksal. Se le veía alegre y relajado. Wajda es una de esas personas a las que les gusta escuchar, pero también hablar. Da la impresión de que siempre se interesa por su interlocutor.
Algunas de las frases que pronunció durante la rueda de prensa, a veces por iniciativa propia y otras sin que se le preguntara, proporcionan claves magníficas para entender mejor su última película, «Katyn», que trata, como dice, de «mi padre, que fue asesinado allí; y de mi madre, que esperó hasta 1950 a que volviera». La película, añade, «tiene mucho de mi madre. Es como un mosaico, combina muchos elementos».
Tardanza
¿Por qué ha tardado tanto tiempo en hacer este filme?Wajda responde: «Supe pronto que no podría rodarlo mientras existiera el sistema comunista».
Pero desde que cayó el sistema comunista, en 1989, hasta que estrenó «Katyn», el 17 de septiembre de 2007 en los cines polacos, pasaron aún 18 años. Entonces replica: «El guión, y la preparación fueron muy complicados. Nadie había hecho nada sobre la matanza de Katyn. Pedí a varios guionistas que se pusieran manos a la obra. Empecé a recoger documentos y material documental, como por ejemplo diarios escritos por testigos».
En otro momento de la conversación, aclara sobre este mismo punto: «Durante los años del comunismo, en Polonia no surgió literatura, novela, narración, documentación sobre el tema de los asesinatos en Katyn».
Tres millones al cine
Su película, en Polonia, la han visto unos tres millones de personas, una cifra más que considerable. Pero lo que él destaca con más emoción es lo siguiente: «Me acuerdo muy bien del estreno, en el Gran Teatro de Varsovia. Habría unas dos mil personas. Tras la escena final, apagaron las luces y, de pronto, oí cómo alguien rezaba una oración por los muertos. ¡En el cine!».
Todo el que haya visto ya la película sabe que «Katyn» trata no solo de la matanza de unos 22.000 oficiales polacos, uno a uno, con un tiro en la nuca, sino también, y de forma principal, de la mentira de los soviéticos sobre Katyn. Wajda insiste: «Asesinaron a mi padre, la mentira la padeció mi madre, que murió en 1950 sin saber si su marido todavía vivía».
Efectivamente, hubo que esperar hasta 1990 para que la URSS de Mijail Gorbachov reconociera oficialmente que los crímenes de Katyn fueron obra de la policía secreta de Stalin, y no de los nazis, como hasta entonces habían sostenido y ningún polaco medio informado se había creído.
Hay arte en «Katyn»: la película de Wajda fue propuesta en 2008 al Oscar por la mejor película extranjera. Pero sobre todo hay emoción. La obra es sobrecogedora. La escena final de las ejecuciones, seca, realista al cien por cien, deja helado. Y todo en el film de este gran maestro del cine está basado en hechos reales, todo salvo una pequeña licencia en el guión que no vale la pena ni mencionarla. Wajda, en la conversación con periodistas extranjeros, subraya que lo que pretendía la Policía secreta de Stalin era acabar con los que los polacos llaman la «inteligencja», la clase intelectual, dirigente. De los mencionados 22.000 oficiales polacos, la inmensa mayoría no eran militares de carrera, sino profesores universitarios, abogados, ingenieros, médicos. Y comenta el cineasta: «La primera meta de los crímenes soviéticos y nazis en Polonia fue la clase intelectual, la «inteligencja». Mientras los soviéticos asesinaban en los bosques de Katyn, los nazis detenían (y luego asesinaron también) a los profesores de la Universidad de Cracovia». Algo que también se muestra magistralmente en su película.
La distribución de Katyn, lamentablemente, no ha sido buena. Especialmente vetada ha estado en Rusia, porque da la impresión de que cada crítica a la Unión Soviética se interpreta hoy, en la Rusia de Putin, como un ataque a la Rusia actual, y no como un ataque a los crímenes estalinistas y soviéticos. Ante ese hecho, cabe concluir que las víctimas, también las propias, parece que no cuentan en Rusia. Aun así, el director dice que tiene muy buenos amigos en el país vecino y que hay que saber distinguir Rusia de los crímenes soviéticos.
Wajda se manifiesta como un director independiente. Su propósito, sin más, no es hacer películas «para atraer a la juventud, para atraer al público». Aunque después resulta que los atrae, con su buen hacer. Pasa el tiempo en la sala de Foksal y surge la pregunta sobre su relación con Lech Walesa. Muchas veces se había rumoreado que Wajda pensaba hacer una película sobre Walesa.
Aristóteles y los héroes
Pero en estos momentos no parece que sea lo que más le atraiga. Wajda cita a Aristóteles, quien sostenía que era mejor elaborar sobre héroes que ya hubieran muerto, porque los vivos «aún te pueden dar sorpresas».
Cuando se produjo el cambio en Polonia, en 1989, Lech Walesa convenció a Wajda para que se presentara como Senador. Ganó el escaño y estuvo allí hasta 1991. Lo hizo por apoyar a la nueva nación pujante que surgió de los acontecimientos de 1989, pero sabía que la política no era lo suyo. En cualquier caso, haga o no una película de Walesa, reconoce su gran valentía:
Cuenta Wajda que, cuando la revolución de Solidaridad, una vez le preguntó:
-Lech, ¿tienes miedo de los tanques soviéticos?
La respuesta del que después sería presidente de Polonia fue lapidaria:
-No tenga miedo. Ganaremos. Y añade: «Era una auténtico política. Dijo eso, y me lo creí. Fui a Varsovia y extendí la noticia».
Como otros muchos observadores bien informados, Wajda, finalmente, sostiene que las relaciones de su país con Alemania son ahora normales, algo que tras la guerra le hubiera parecido completamente imposible. Esto lo considera sencillamente milagroso, empezando por la carta de los obispos polacos a los alemanes ya en 1956: «Perdonamos y pedimos perdón».
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Re: Andrzej Wajda: «La primera meta de los crímenes soviéticos y nazis fue la clase intelectual»
Katyn: fosa nada común
LUISCONDE-SALAZAR, Escritor
Sábado, 10-10-09
En 1990 Mijail Gorbachov admitía públicamente algo que ya pocos dudaban: en marzo de 1940 la temible NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos del Interior), el servicio secreto de la URSS y germen del KGB, había dado muerte a 25.000 polacos transportados desde diferentes campos de concentración, entre ellos los 4.143 oficiales asesinados en el bosque de Katyn, cerca de Smolensko.
Los mandos habían sido capturados por el Ejército de la URSS tras la invasión soviética de la parte oriental de Polonia en septiembre de 1939, una consecuencia del diabólico pacto firmado por Hitler y Stalin para repartirse los países de su entorno. Las fosas a las que fueron arrojados los cuerpos de los militares, despojados de dinero, joyas y enseres pero no de uniformes, condecoraciones y documentaciones, fueron cuidadosamente selladas.
Tras la Operación Barbaroja de 1941, que significó el comienzo de la invasión alemana de Rusia, un campesino local descubrió el macabro escenario. Pero las tropas nazis, en un principio, taparon los enterramientos. En 1942 un oficial alemán que rastreaba una manada de lobos encontró huesos dispersos por el suelo. Era sólo la cima de la pirámide: debajo, enormes fosas contenían los cuerpos de miles de oficiales, casi todos con un tiro en la nuca. Otros, con dos o tres.
Los alemanes airearon rápido el asunto como propaganda contra sus enemigos soviéticos, que negaron las acusaciones y apuntaron a la Wehrmacht como autora de los asesinatos. Los británicos, por su parte, guardaron cautela temerosos de que aquel horrendo crimen de guerra pusiera en la picota el acuerdo con sus nuevos amigos. Muchas de las esperanzas de ganar la guerra pasaban por que no hubiera fisuras en la unidad contra el III Reich.
El escritor, preboste y diplomático español Ernesto Giménez Caballero fue enviado como representante del Gobierno de Franco al lugar de los hechos para atestiguar sobre lo ocurrido. Aprovechó su estancia tanto en Polonia como en Rusia para escribir el folleto «La matanza de Katyn (Visión sobre Rusia)», en el que califica el escenario como «fosa atroz, inmensa, nauseabunda, horrible, donde en estratos superpuestos se alinea -destrozada- la falange y la Flor del Ejército polaco». El informe de la Comisión Internacional no fue concluyente. Tuvo que pasar casi medio siglo para que un misterio que no lo era, fuera definitivamente desvelado.
LUISCONDE-SALAZAR, Escritor
Sábado, 10-10-09
En 1990 Mijail Gorbachov admitía públicamente algo que ya pocos dudaban: en marzo de 1940 la temible NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos del Interior), el servicio secreto de la URSS y germen del KGB, había dado muerte a 25.000 polacos transportados desde diferentes campos de concentración, entre ellos los 4.143 oficiales asesinados en el bosque de Katyn, cerca de Smolensko.
Los mandos habían sido capturados por el Ejército de la URSS tras la invasión soviética de la parte oriental de Polonia en septiembre de 1939, una consecuencia del diabólico pacto firmado por Hitler y Stalin para repartirse los países de su entorno. Las fosas a las que fueron arrojados los cuerpos de los militares, despojados de dinero, joyas y enseres pero no de uniformes, condecoraciones y documentaciones, fueron cuidadosamente selladas.
Tras la Operación Barbaroja de 1941, que significó el comienzo de la invasión alemana de Rusia, un campesino local descubrió el macabro escenario. Pero las tropas nazis, en un principio, taparon los enterramientos. En 1942 un oficial alemán que rastreaba una manada de lobos encontró huesos dispersos por el suelo. Era sólo la cima de la pirámide: debajo, enormes fosas contenían los cuerpos de miles de oficiales, casi todos con un tiro en la nuca. Otros, con dos o tres.
Los alemanes airearon rápido el asunto como propaganda contra sus enemigos soviéticos, que negaron las acusaciones y apuntaron a la Wehrmacht como autora de los asesinatos. Los británicos, por su parte, guardaron cautela temerosos de que aquel horrendo crimen de guerra pusiera en la picota el acuerdo con sus nuevos amigos. Muchas de las esperanzas de ganar la guerra pasaban por que no hubiera fisuras en la unidad contra el III Reich.
El escritor, preboste y diplomático español Ernesto Giménez Caballero fue enviado como representante del Gobierno de Franco al lugar de los hechos para atestiguar sobre lo ocurrido. Aprovechó su estancia tanto en Polonia como en Rusia para escribir el folleto «La matanza de Katyn (Visión sobre Rusia)», en el que califica el escenario como «fosa atroz, inmensa, nauseabunda, horrible, donde en estratos superpuestos se alinea -destrozada- la falange y la Flor del Ejército polaco». El informe de la Comisión Internacional no fue concluyente. Tuvo que pasar casi medio siglo para que un misterio que no lo era, fuera definitivamente desvelado.
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