Archivos de era comunista, incómodo vestigio de Europa Oriental
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El novelista rumano Stelian Tanase muestra una hoja de los archivos que tenía sobre él la policía secreta de Rumania, durante una entrevista con The Associated Press en Bucarest, el 22 de julio de 2009. Vadim Ghirda / Foto AP
Por WILLIAM J. KOLE
The Associated Press
BUCAREST -- Hasta su mejor amigo lo traicionó. Eso fue lo que descubrió Stelian Tanase cuando pidió revisar los archivos que tenía sobre él la policía secreta de Rumania durante la era comunista. Lo que vio lo dejó sin aliento: su mejor amigo era un informante que reportaba permanentemente lo que él hacía.
"Todavía no me he recuperado", expresó Tanase, un novelista que estuvo vigilado y cuya casa fue espiada durante el régimen de Nicolae Ceausescu.
"Era la persona en quien más confiaba en esta tierra. Nunca sospeché de él", declaró.
El comunismo se derrumbó hace dos décadas en Europa Oriental, pero los archivos representan un legado tenebroso que todavía plantea interrogantes, pues no está claro si el permitir que las víctimas de esos regímenes tengan acceso a ellos las ayudará a enterrar el pasado o, por el contrario, reabrirá heridas viejas.
La mayoría de los países del bloque oriental sancionaron leyes que permiten al público ver al menos parte de los millones de páginas que formaban los archivos de la policía secreta, revelando cómo un ejército de informantes cobraba o era forzado a delatar a amigos, colegas y vecinos.
Mientras Alemania lanzó un ambicioso proyecto que busca recomponer archivos destruidos tras la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, en la República Checa y Polonia están divididos en torno al acceso que se debe dar a esos documentos.
Al menos dos naciones, Hungría y Rumania, impiden la difusión de miles de archivos que implican a prominentes figuras, algunas de las cuales conservan una presencia importante en el mundo de las finanzas, la prensa y la política.
En Hungría, donde no se ha sancionado una ley que disponga la difusión de los archivos, los servicios de inteligencia mantienen guardados el 27% de los dossiers porque los consideran secretos, según Janos Kenedi, un investigador que recientemente analizó el informe oficial.
"No hay otro satélite soviético donde haya tan poca regulación sobre los archivos como en Hungría", afirmó.
Ello no ha impedido que periódicamente se filtren los nombres de viejos colaboradores y surjan revelaciones que afectan a actores, deportistas e incluso sacerdotes e intelectuales.
En Rumania, donde había 700.000 informantes en una población de 22 millones de personas, se mantienen secretos más de dos millones de archivos, pero también aquí se filtran nombres y se arruinan reputaciones, carreras, amistades y hasta lazos familiares.
Hace poco, un diario reveló que el idolatrado Gheorghe Popescu, ex capitán de la selección rumana de fútbol, había sido informante. Él lo negó al principio, pero luego admitió que escribió reportes sobre sus compañeros y sobre otras personas en la década de 1980.
A pesar de ello, un manto de secreto sigue rodeando a los generales de la Securitate que supervisaron la vigilancia de la población y que hoy ocupan puestos importantes en empresas y la política.
Se dice que muchos archivos fueron destruidos y el Consejo Nacional para el Estudio de los Archivos de la Securitate afirma que no ha tenido acceso a 70.000 dossiers por razones de seguridad nacional.
"Uno no ve los archivos de los generales porque no tenían archivos. Ellos son los que preparaban los archivos", afirmó Virgiliu-Leon Tarau, vicepresidente del Consejo.
La escritora Herta Mueller, quien acaba de ganar el premio Nobel de Literatura tras huir de Rumania y radicarse en Alemania, acusó al gobierno rumano de montar una farsa y sacar a la luz algunos archivos, mientras mantiene en secreto los más importantes.
"Nunca van a dar a conocer los archivos de los pescados grandes", sostuvo Cornel Nistorescu, un prominente analista político.
"No lo pueden hacer porque el Estado sigue siendo manejado por la misma gente. Están en los partidos políticos, en las organizaciones no gubernamentales, en la prensa, en las empresas... en todos lados", manifestó. "La sociedad rumana está contaminada. De los últimos 10 gobiernos que tuvimos, no pude encontrar tres personas que no estuvieran sucias".
No era difícil convertir a la gente en informante.
Algunos eran chantajeados. Otros lo hacían por interés, para avanzar en sus trabajos o conseguir permisos para viajar al exterior. La comida y los cartones de cigarrillos eran también buenos incentivos.
Polonia se ha mostrado particularmente obsesiva en este terreno.
Hace cuatro años, el Partido Ley y Justicia llegó al gobierno con la promesa de marginar a toda persona que hubiese tenido vínculos con la policía secreta del viejo régimen. Se aprobó incluso una ley que permitía investigar a unos 700.000 funcionarios públicos, pero la legislación fue declarada inconstitucional.
Cuando se comienzan a filtrar los nombres de los archivos, es fácil desbocarse.
El Instituto Nacional de la Memoria polaco, un organismo oficial, difundió una lista de figuras públicas que colaboraron o fueron espiadas y otros nombres se filtraron.
En 2005 estalló un escándalo cuando un periodista consiguió copias de 240.000 nombres y la lista completa fue distribuida por la internet. No había forma de determinar quienes habían sido informantes y quiénes víctimas.
En la República Checa las cosas tomaron un cariz tal que Vaclav Havel, un disidente que llegó a la presidencia, imploró a la gente que "tenga cuidado cuando juzga la historia, porque se corre el peligro de causar más daño".
Havel se sintió obligado a intervenir cuando comenzaron a surgir sospechas sobre un amigo, el novelista Milan Kundera. Un diario publicó un documento policial según el cual Kundera había delatado a un individuo acusado de espiar para Occidente. Kundera insiste en que es todo cuento.
Su caso expone algo que es bastante común en los archivos: muchas veces, su contenido incluye chismes, suposiciones y mentiras.
Es en buena medida por eso que Eugen Georgescu no quiere ver su archivo. "¿Para qué? Ya viví todo eso", dice Georgescu, un dinámico arquitecto de 75 años que fue vigilado y amenazado por la Securitate por cuestionar el régimen de Ceausescu.
Esa parece ser la actitud predominante. Las autoridades dicen que desde 2005 recibieron solicitudes para ver apenas 10.000 archivos.
El novelista Tanase, quien leyó su archivo en el 2001, habló con el amigo que lo traicionó, quien jamás se disculpó. La amistad quedó hecha trizas.
"Dijo que ofreció sus servicios a la Securitate para protegerme, pero no le creo", afirma Tanase.
El escritor dice que quedó tan traumatizado que incluso hoy se encuentra con amigos "en la calle o en parques", donde nadie puede oír lo que hablan.
Tanase opina que los archivos son irrelevantes.
En su libro de 2007 "En casa susurramos", compara las entradas en su diario con los informes de la Securitate de los mismos días y demuestra lo absurdas que eran las suposiciones de la Securitate, ya que los informes no tenían nada que ver con la realidad.
"Es todo muy kafkiano. ¿Se imagina que a la Securitate le interese algo tan nimio como el color de la camisa que uno usa? Eran muy estúpidos", relata Tanase.
El novelista, de todos modos, quiere que se dé acceso a los archivos.
"No podemos construir una sociedad normal y saludable si no sacamos a la luz estos trapos sucios", sostuvo.
En este reportaje colaboraron los corresponsales de The Associated Press Ryan Lucas (desde Polonia), Pablo Gorondi (Hungría), Alison Mutler (Rumania) y Karel Janicek (República Checa).
El novelista rumano Stelian Tanase muestra una hoja de los archivos que tenía sobre él la policía secreta de Rumania, durante una entrevista con The Associated Press en Bucarest, el 22 de julio de 2009. Vadim Ghirda / Foto AP
Por WILLIAM J. KOLE
The Associated Press
BUCAREST -- Hasta su mejor amigo lo traicionó. Eso fue lo que descubrió Stelian Tanase cuando pidió revisar los archivos que tenía sobre él la policía secreta de Rumania durante la era comunista. Lo que vio lo dejó sin aliento: su mejor amigo era un informante que reportaba permanentemente lo que él hacía.
"Todavía no me he recuperado", expresó Tanase, un novelista que estuvo vigilado y cuya casa fue espiada durante el régimen de Nicolae Ceausescu.
"Era la persona en quien más confiaba en esta tierra. Nunca sospeché de él", declaró.
El comunismo se derrumbó hace dos décadas en Europa Oriental, pero los archivos representan un legado tenebroso que todavía plantea interrogantes, pues no está claro si el permitir que las víctimas de esos regímenes tengan acceso a ellos las ayudará a enterrar el pasado o, por el contrario, reabrirá heridas viejas.
La mayoría de los países del bloque oriental sancionaron leyes que permiten al público ver al menos parte de los millones de páginas que formaban los archivos de la policía secreta, revelando cómo un ejército de informantes cobraba o era forzado a delatar a amigos, colegas y vecinos.
Mientras Alemania lanzó un ambicioso proyecto que busca recomponer archivos destruidos tras la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, en la República Checa y Polonia están divididos en torno al acceso que se debe dar a esos documentos.
Al menos dos naciones, Hungría y Rumania, impiden la difusión de miles de archivos que implican a prominentes figuras, algunas de las cuales conservan una presencia importante en el mundo de las finanzas, la prensa y la política.
En Hungría, donde no se ha sancionado una ley que disponga la difusión de los archivos, los servicios de inteligencia mantienen guardados el 27% de los dossiers porque los consideran secretos, según Janos Kenedi, un investigador que recientemente analizó el informe oficial.
"No hay otro satélite soviético donde haya tan poca regulación sobre los archivos como en Hungría", afirmó.
Ello no ha impedido que periódicamente se filtren los nombres de viejos colaboradores y surjan revelaciones que afectan a actores, deportistas e incluso sacerdotes e intelectuales.
En Rumania, donde había 700.000 informantes en una población de 22 millones de personas, se mantienen secretos más de dos millones de archivos, pero también aquí se filtran nombres y se arruinan reputaciones, carreras, amistades y hasta lazos familiares.
Hace poco, un diario reveló que el idolatrado Gheorghe Popescu, ex capitán de la selección rumana de fútbol, había sido informante. Él lo negó al principio, pero luego admitió que escribió reportes sobre sus compañeros y sobre otras personas en la década de 1980.
A pesar de ello, un manto de secreto sigue rodeando a los generales de la Securitate que supervisaron la vigilancia de la población y que hoy ocupan puestos importantes en empresas y la política.
Se dice que muchos archivos fueron destruidos y el Consejo Nacional para el Estudio de los Archivos de la Securitate afirma que no ha tenido acceso a 70.000 dossiers por razones de seguridad nacional.
"Uno no ve los archivos de los generales porque no tenían archivos. Ellos son los que preparaban los archivos", afirmó Virgiliu-Leon Tarau, vicepresidente del Consejo.
La escritora Herta Mueller, quien acaba de ganar el premio Nobel de Literatura tras huir de Rumania y radicarse en Alemania, acusó al gobierno rumano de montar una farsa y sacar a la luz algunos archivos, mientras mantiene en secreto los más importantes.
"Nunca van a dar a conocer los archivos de los pescados grandes", sostuvo Cornel Nistorescu, un prominente analista político.
"No lo pueden hacer porque el Estado sigue siendo manejado por la misma gente. Están en los partidos políticos, en las organizaciones no gubernamentales, en la prensa, en las empresas... en todos lados", manifestó. "La sociedad rumana está contaminada. De los últimos 10 gobiernos que tuvimos, no pude encontrar tres personas que no estuvieran sucias".
No era difícil convertir a la gente en informante.
Algunos eran chantajeados. Otros lo hacían por interés, para avanzar en sus trabajos o conseguir permisos para viajar al exterior. La comida y los cartones de cigarrillos eran también buenos incentivos.
Polonia se ha mostrado particularmente obsesiva en este terreno.
Hace cuatro años, el Partido Ley y Justicia llegó al gobierno con la promesa de marginar a toda persona que hubiese tenido vínculos con la policía secreta del viejo régimen. Se aprobó incluso una ley que permitía investigar a unos 700.000 funcionarios públicos, pero la legislación fue declarada inconstitucional.
Cuando se comienzan a filtrar los nombres de los archivos, es fácil desbocarse.
El Instituto Nacional de la Memoria polaco, un organismo oficial, difundió una lista de figuras públicas que colaboraron o fueron espiadas y otros nombres se filtraron.
En 2005 estalló un escándalo cuando un periodista consiguió copias de 240.000 nombres y la lista completa fue distribuida por la internet. No había forma de determinar quienes habían sido informantes y quiénes víctimas.
En la República Checa las cosas tomaron un cariz tal que Vaclav Havel, un disidente que llegó a la presidencia, imploró a la gente que "tenga cuidado cuando juzga la historia, porque se corre el peligro de causar más daño".
Havel se sintió obligado a intervenir cuando comenzaron a surgir sospechas sobre un amigo, el novelista Milan Kundera. Un diario publicó un documento policial según el cual Kundera había delatado a un individuo acusado de espiar para Occidente. Kundera insiste en que es todo cuento.
Su caso expone algo que es bastante común en los archivos: muchas veces, su contenido incluye chismes, suposiciones y mentiras.
Es en buena medida por eso que Eugen Georgescu no quiere ver su archivo. "¿Para qué? Ya viví todo eso", dice Georgescu, un dinámico arquitecto de 75 años que fue vigilado y amenazado por la Securitate por cuestionar el régimen de Ceausescu.
Esa parece ser la actitud predominante. Las autoridades dicen que desde 2005 recibieron solicitudes para ver apenas 10.000 archivos.
El novelista Tanase, quien leyó su archivo en el 2001, habló con el amigo que lo traicionó, quien jamás se disculpó. La amistad quedó hecha trizas.
"Dijo que ofreció sus servicios a la Securitate para protegerme, pero no le creo", afirma Tanase.
El escritor dice que quedó tan traumatizado que incluso hoy se encuentra con amigos "en la calle o en parques", donde nadie puede oír lo que hablan.
Tanase opina que los archivos son irrelevantes.
En su libro de 2007 "En casa susurramos", compara las entradas en su diario con los informes de la Securitate de los mismos días y demuestra lo absurdas que eran las suposiciones de la Securitate, ya que los informes no tenían nada que ver con la realidad.
"Es todo muy kafkiano. ¿Se imagina que a la Securitate le interese algo tan nimio como el color de la camisa que uno usa? Eran muy estúpidos", relata Tanase.
El novelista, de todos modos, quiere que se dé acceso a los archivos.
"No podemos construir una sociedad normal y saludable si no sacamos a la luz estos trapos sucios", sostuvo.
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