Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
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Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
2010 Febrero 6por Zoé Valdés
El mejor periodista de España, el escritor Arcadi Espada, rebela una trama castrista alrededor de Gabriel García Márquez y su sexualidad vigilada por Castro, por la importancia del documento, lo dejaré encabezando el blog hasta el lunes. Debajo seguiré actualizándolo. Pueden leerlo en Diarios de Arcadi Espada. Hoy ha sido una de las mejores mañanas de mi vida, qué despertar, dios santo, virgen santísima, y lo que nos queda… No hay nada mejor que un día detrás de otro.
6 de febrero
Gabo vigilado (I)
Querido J:
Truculentos azares han puesto en mis manos un documento extraordinario. Truculentos azares. Así lo decía Reinaldo Arenas, y va bien para el caso. Nosotros decimos «papeles hallados en el container» desde que un periódico de la ciudad de Barcelona habló así para explicar cómo fue hallado un manuscrito inédito de Josep Pla. Yo también tengo encima de la mesa un manuscrito (mecanografiado) inédito. Lo escribió Norberto Fuentes. Ahí te copio una biografía sucinta del personaje.
Norberto Fuentes es escritor. Nació en La Habana en 1943, donde se licenció en Literatura Hispanoamericana. Colaboró con varias publicaciones, entre ellas Mella, Cuba, Hoy y Granma. En 1968 publicó su primer libro, un volumen de relatos titulado Condenados de Condado, sobre la lucha contra las guerrillas anticastristas del Escambray. A causa de esta obra, Premio Casa de las Américas, Fuentes fue condenado durante varios años al ostracismo. A mediados de los 70 comenzó a escribir Hemingway en Cuba, publicado en 1984 con prólogo de Gabriel García Márquez. El libro, considerado como uno de los mejores sobre Hemingway, lo consolidó como escritor favorito del régimen, permitiéndole acceder a la nomenclatura cubana. Acompañó a las tropas en Angola en los años 1987 y 1988 y participó en las posteriores conversaciones de paz. En 1989 fue condecorado por el gobierno como escritor de la Revolución. Sin embargo, la ruptura con el poder llegó pocos meses después cuando su nombre fue asociado al caso Ochoa-De la Guardia. Pasó a estar permanentemente vigilado por la policía y no pudo seguir publicando. En 1993 intentó escapar de Cuba, pero fue detenido. Con la ayuda de García Márquez y William Kennedy, entre otros, logró salir de la isla en 1994. Desde entonces, vive y trabaja en Estados Unidos. Su último libro editado, La autobiografía de Fidel Castro, es un testimonio de las entrañas del régimen, que revela y documenta numerosos detalles poco conocidos de la vida del dictador.
Fuera de la biografía canónica he dejado aposta Dulces guerreros cubanos, el primer volumen de sus memorias, que es el único libro que yo he leído de él y que está en el origen de la historia que voy a contarte. Fuentes tiene una prosa muy personal, inconfundible. La mayoría de especialistas subrayan este rasgo como una virtud apreciable; pero tú ya sabes hasta qué punto yo aprecio la escritura impersonal. Es una prosa sonora, no tanto porque abunde el metaforeo tropical cuanto porque parece hablada. Cuesta acostumbrarse, porque a veces las frases quedan suspendidas al encuentro de un gesto, o de una entonación significativa que no vendrá; pero tiene su gracia y su aliciente ir siguiendo su declinación. A lo que iba. Dulces guerreros… iba a llamarse La boca del lobo, y era lógico, porque el gran tema de las memorias de Fuentes es su acomodo privilegiado en la cúpula de la dictadura cubana y luego su partir desengañado de ella. Pero por causas editoriales el lobo se quedó para otro momento.
Ha llegado el momento. Fuentes está concluyendo la segunda parte de sus memorias y llevarán el título en que pensó para la primera entrega. Yo he leído un capítulo de La boca del lobo. Estupefaciente, te lo aseguro. El capítulo tiene como centro a García Márquez. Y más concretamente la buena vida de García Márquez en La Habana, donde habitaba en una de las llamadas casas de protocolo de la nomenclatura, antigua propiedad del rico jabonero Ramón Crusellas. Y aún más concretamente, la vida sexual de García Márquez en Cuba. Y, en fin, por concretar, amigo: cómo esa vida sexual fue perfectamente anotada y registrada (grabada en audio y vídeo) por los servicios secretos del régimen cubano. Yo no he visto ni he oído estas cintas, podrás suponerlo; pero Fuentes asegura que ha leído las transcripciones. Hasta el punto de que reproduce diálogos, se supone que textuales, entre García Márquez y algunos de los participantes en la miserable trama. Oye lo que dice, ya que escribe oral y va de cintas: «Los diálogos de García Márquez con sus interlocutores registrados por el K-J [brigada de los servicios secretos cubanos, especializada en la vigilancia de personalidades] y transcritos para uso de Fidel, y llegados a mi conocimiento en la Habana por diversas vías, y corroborados en el exilio, son reproducidos con la mayor fidelidad posible.» Y observa la minuciosidad con que trata de amarrar el pacto de veracidad con el lector: «El máximo nivel de error puede haberse producido porque habitualmente el personal encargado de transcribir intenta irse por el atajo más corto de lo que ellos consideran finalmente como esencial, y porque la distorsión de los micrófonos direccionales requiere a veces de un trabajo muy arduo y lento de laboratorio, que conspira casi siempre con la premura que el mando suele solicitar esas transcripciones con valor operativo».
Como comprenderás, la vida sexual de García Márquez tiene poca importancia pública y, aunque le añade chile picado, no es lo que hace de este texto una joya rara y siniestra. Lo asombroso es que García Márquez, amigo personal de Castro y emblema mundial de la cubanofilia, fuera sometido a una tan humillante vigilancia por el régimen. Ponte cómodo y vuelve a oír lo que dice Fuentes sobre el crédito que han de merecer sus transcripciones: «No obstante, el lector debe estar advertido de que el gobierno cubano o los interesados no tienen ninguna capacidad de desmentido puesto que todo el enorme caudal de grabaciones que obra en sus almacenes sólo serviría para corroborar o, pero aún (para ellos), enriquecer en exceso el panorama que en La boca del lobo se atisba con sólo haber levantado un tanto el borde inferior de la cortina.»
Respira, amigo, y continuamos, ya decididamente en busca de Orwell, a pesar de que me había jurado no mencionarlo, tan en boca huera como está de socialdemócratas que se quejan de las cámaras en las calles de las democracias o de la invasión corporal de los escáneres aeroportuarios.
«Todo lo tienen grabado, todo lo tiene filmado. El poder verdadero de Fidel Castro, su auténtica capacidad de maniobra, reside en esos miles de kilómetros de tapes. Deuda eterna, pues, del liderazgo fidelista con Sony Corp, con Maxell, con Tdk, dictadura del proletariado y casetes.»
Norberto Fuentes vive en Miami. Cuando le llamé por vez primera estaba en Méjico, de vacaciones. Otro día volvía a casa, ¡por carretera! Intercambiamos emails. Al fin una tarde descolgó.
—¿Ha acabado ya La boca del lobo…?
—Ahí estamos, trabajando. Ya hay trozos hechos, sí.
—El de García Márquez y sus vigilantes. Increíble.
—¿Eh…? ¿Y cómo sabes tú eso!
Los truculentos azares. Te voy a dejar en la intriga de cómo García Márquez tuvo conocimiento de que lo vigilaban y lo que hizo.
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A.
Azali- Admin
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
420
El periodista Arcadi Espada ha escrito sobre la relación entre el castrismo y el escritor Gabriel García Márquez. Es sólo la primera parte de un artículo más extenso que promete interesantes revelaciones. Yo lo agradezco. El tema es casi tabú en la prensa española. Por estos prados García Márquez es una vaca, qué digo sagrada, es el mismo Dios. Alza el teléfono el Nobel y en la otra punta quien lo responde empieza a babear. O a temblar.
A manos del periodista ha llegado, por truculencias del azar, un manuscrito de Norberto Fuentes. Versa sobre el espionaje al que someten al llamado Gabo en la isla de su íntimo amigo Fidel Castro.
Como se sabe, Gabo es una especie de vasallo de lujo que apoya y justifica las tropelías de su camarada Fidel. ¡Y cómo le paga el Comandante! Video y micrófonos cuando el Nobel desenfunda su amatorio apéndice.
“Como comprenderás, la vida sexual de García Márquez tiene poca importancia pública”, dice Espada. Bueno, no. La vida sexual de García Márquez, en Cuba, no es sólo vida sexual. Es vida sexual en una especie de corral donde el sexo grabado y archivado pudiera ser una de las razones del servilismo del Nobel hacia el amo del corral. Hablamos de chantaje.
Y ya esto sí que tiene importancia pública. Mucha.
Qué más da que García Márquez copule con una mujer, con dos, con un hombre, con dos hombres o con un burro. Eso es irrelevante. Pero que a García Márquez se le grabe la erección y se le chantajee en busca de sumisión ideológica y propaganda cultural de altos vuelos para el régimen, eso sí que me parece de interés público.
Por ejemplo, pensemos en los presos políticos torturados en las cárceles de Fidel Castro. Presos que son invisibles a la opinión pública en parte por el entusiasta apoyo de gente como García Márquez a la dictadura. Pensemos en casi dos millones de exiliados.
Ellos son público muy interesado. Vaya si lo son.
Surgen algunas preguntas leyendo el artículo de Espada. La “buena vida” de García Márquez en Cuba; ¿quién la paga? La casa de Ramón Crusellas, que habita el Nobel en la isla; ¿es un regalo de Castro? ¿Se trata de una casa robada a sus legítimos dueños? ¿Se ha compensado de alguna manera al señor Crusellas o a su familia por el despojo y posterior regalo de su propiedad?
Y esta última, tal vez la más importante: ¿Es García Márquez un cortesano de Castro por convicciones ideológicas o por los videos sexuales en poder del dictador, de los cuales es protagonista el Nobel?
Espada anuncia una segunda entrega. La esperamos impacientes.
EmanacionesJuan Abreu
El periodista Arcadi Espada ha escrito sobre la relación entre el castrismo y el escritor Gabriel García Márquez. Es sólo la primera parte de un artículo más extenso que promete interesantes revelaciones. Yo lo agradezco. El tema es casi tabú en la prensa española. Por estos prados García Márquez es una vaca, qué digo sagrada, es el mismo Dios. Alza el teléfono el Nobel y en la otra punta quien lo responde empieza a babear. O a temblar.
A manos del periodista ha llegado, por truculencias del azar, un manuscrito de Norberto Fuentes. Versa sobre el espionaje al que someten al llamado Gabo en la isla de su íntimo amigo Fidel Castro.
Como se sabe, Gabo es una especie de vasallo de lujo que apoya y justifica las tropelías de su camarada Fidel. ¡Y cómo le paga el Comandante! Video y micrófonos cuando el Nobel desenfunda su amatorio apéndice.
“Como comprenderás, la vida sexual de García Márquez tiene poca importancia pública”, dice Espada. Bueno, no. La vida sexual de García Márquez, en Cuba, no es sólo vida sexual. Es vida sexual en una especie de corral donde el sexo grabado y archivado pudiera ser una de las razones del servilismo del Nobel hacia el amo del corral. Hablamos de chantaje.
Y ya esto sí que tiene importancia pública. Mucha.
Qué más da que García Márquez copule con una mujer, con dos, con un hombre, con dos hombres o con un burro. Eso es irrelevante. Pero que a García Márquez se le grabe la erección y se le chantajee en busca de sumisión ideológica y propaganda cultural de altos vuelos para el régimen, eso sí que me parece de interés público.
Por ejemplo, pensemos en los presos políticos torturados en las cárceles de Fidel Castro. Presos que son invisibles a la opinión pública en parte por el entusiasta apoyo de gente como García Márquez a la dictadura. Pensemos en casi dos millones de exiliados.
Ellos son público muy interesado. Vaya si lo son.
Surgen algunas preguntas leyendo el artículo de Espada. La “buena vida” de García Márquez en Cuba; ¿quién la paga? La casa de Ramón Crusellas, que habita el Nobel en la isla; ¿es un regalo de Castro? ¿Se trata de una casa robada a sus legítimos dueños? ¿Se ha compensado de alguna manera al señor Crusellas o a su familia por el despojo y posterior regalo de su propiedad?
Y esta última, tal vez la más importante: ¿Es García Márquez un cortesano de Castro por convicciones ideológicas o por los videos sexuales en poder del dictador, de los cuales es protagonista el Nobel?
Espada anuncia una segunda entrega. La esperamos impacientes.
EmanacionesJuan Abreu
Azali- Admin
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
Diarios de Arcadi Espada
13 de febrero
Querido J:
No te levantes a por la carta anterior. Decía su última frase: «Te voy a dejar en la intriga de cómo García Márquez tuvo conocimiento de que lo vigilaban y lo que hizo.» Con eso te bastará para recordar. Según el relato de Norberto Fuentes en La boca del lobo (la segunda parte, aún inédita de sus memorias), medio gobierno cubano estaba al caso de las actividades sexuales de García Márquez en Cuba. La cosa, sin embargo, se complicó a partir de junio de 1988, con el exilio en Colombia de Antonio Valle Vallejo, amigo y ayudante del escritor, y al tanto de algunos secretos de alcoba. Por cierto, déjame escribirte algo de la alcoba. Hubo más de una, aunque la principal estaba en la antigua mansión del jabonero y perfumista Ramon Crusellas. Gente catalana. La familia llegó a la isla en 1863, según noticia de la historiadora Mari?a Antonia Marque?s Dolzde: «Los catalanes Juan y Jose? Crusellas Vidal montaron en La Habana un taller dedicado a elaborar velas de sebo y aceites lubricantes; apenas un lustro despue?s arribaron a la isla sus sobrinos, Jose? y Ramo?n Crusellas Faura, quienes iniciaron la fabricacio?n de jabones.» Hasta tal punto diversificaron sus negocios que, según muestra un anuncio de La Vanguardia de abril de 1894, los Crusellas elaboraban un lujoso Gran Champán de plátano y piña. ¡Qué sueño tropical! Hicieron una fortuna inmensa, y junto a los Bacardí, de Sitges, fueron la familia más poderosa de la isla. Hasta un punto difícil de imaginar. Un descendiente de la familia me decía la otra tarde que después de la guerra civil su madre (viuda reciente) administró unos cuatro mil millones de pesetas. Que, por cierto, se los pulió en vida, uno a uno, admirablemente. En octubre de 1960 el gobierno de Fidel Castro nacionalizó la fábrica y una rama de los Crusellas se instaló en Miami. Siguen con sus afeites, y parece que con prosperidad.
Estábamos en que la cosa se jodió cuando Valle Vallejo, urgido por la dulce hiel del exilio y con plaza en Radio Martí y El Nuevo Herald, anuncia su inminente disposición a narrar algunas intimidades del gobierno cubano y de algunos de sus aliados más queridos e ilustres. Enterado Castro de los propósitos del traidor envía recado a García Márquez instándole a que hable con el gobierno norteamericano para lograr el acallamiento.
Y es a partir de aquí, amigo mío, cuando el relato de Fuentes se hace singular, realmente singular, al detallar con minuciosidad la escena en que García Márquez se pone en contacto con la administración Reagan. Cualquiera que lo leyera pensaría que Fuentes ha incrustado los habituales mecanismos de verosimilitud en el relato veraz. Y puede que así lo haya hecho, desde luego. Pero su advertencia de que la escena se filmó en vídeo y de que las conversaciones telefónicas están grabadas provoca dudas. Lo cierto es que la narración afronta sin complejos el presente histórico: «Alquimia Peña [directora ejecutiva de la Fundación Nuevo Cine Latinoamericano], inicia unas llamadas al ministerio de Relaciones Exteriores para obtener el teléfono directo de John Taylor.» Taylor es jefe de la Sina (Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana), que opera como la representación en Cuba del gobierno norteamericano. Mientras se resuelven los trámites, García Márquez dialoga con su amigo y también escritor Eliseo Alberto Diego. En estos términos, según escribe o transcribe Fuentes:
«Es evidente que Eliseo Alberto ha decidido tomar el atajo más corto porque le pregunta a García Márquez cuánto le sabe Antonio Valle Vallejo. Sin preámbulos.
—Mucho, dice García Márquez.
—Cuánto es mucho, pregunta Eliseo Alberto Diego.
—Tiene fotografías, dice García Márquez.
—¿Y no se puede ignorar?, pregunta Eliseo Alberto Diego.
—No, dice García Márquez.
—¿Desmentir?, pregunta Eliseo Alberto Diego.
—No, te digo que tiene las fotografías, dice García Márquez.
—¿Hay algo que yo pueda hacer?
—No, nada, —dice García Márquez. Pero existe algo que todavía es peor.
—¿Puede existir algo todavía peor?
—Sí, —responde García Márquez. Que Alina, la hija del Comandante, ha participado también en estos pasteles. Y me muero de la vergüenza si el Comandante se entera.
(…)
—¿Y usted cree que el Comandante no lo sabe?
John Taylor se pone por fin al teléfono. Y esto es lo que le dice García Márquez:
«Dígale al presidente Reagan que yo puedo ser un enemigo peligrosísimo para los Estados Unidos. Pero que me voy a abstener por lo pronto, porque quiero llegar a un acuerdo, que puede ser muy simple. Primero, no quiero que le ocurra nada a Antonio Valle Vallejo. Pero, segundo, no puedo aceptar que pronuncie una palabra más sobre mi persona y que afecte la integridad de la familia.»
Debo confesarte que estas palabras que Fuentes atribuye a García Márquez me parecieron un punto elevadas. De volumen. Pensé que era una buena oportunidad para someter al memorialista a una pequeña prueba de veracidad. Deseché hablar con García Márquez: habrá tiempo de intentarlo. Era probable que John Taylor, aunque seguramente jubilado, aún viviera. Desde luego. He aquí al señor John J. Taylor, vecino de una ciudad de la costa atlántica. Su amable y rápida respuesta:
«García Márquez almorzó conmigo un día. Probablemente no fue antes de 1989 y muy probablemente fue en 1990. Tendría que buscar mis archivos. Y como usted dice, quiso discutir problemas relacionados con su vida privada y su asistente que, creo, había huido recientemente a Estados Unidos. No hubo nada, en cambio, del supuesto mensaje que me pidió que le enviara al Presidente Reagan. No hubo, de hecho, ningún mensaje para Reagan o cualquier otro funcionario americano.»
La carta de Taylor confirma lo esencial. El problema privado y su vinculación con la huida de Valle. No hubo mensaje, dice el antiguo diplomático. Aunque hay encuentros que son mensajes en sí mismos. Por la razón que fuese, Valle Vallejo dejó de hablar para Radio Martí y de escribir en El Nuevo Herald. La historia ha quedado enterrada hasta que Fuentes ha decidido revelarla. Aunque no sé si va a revelarla editorialmente. Por azares truculentos he oído que la oportunidad del capítulo no acaba de convencer a sus editores en España. Le pregunté al propio Fuentes. El teléfono tenía algo de eco, y Fuentes habla cubano, que es una lengua que yo entiendo a duras penas. Pero, cortando y pegando, dijo esto:
—Ya he enviado parte del material del libro a España. Está ese capítulo… Es verdad que tiene muchos nombres propios.
—En, fin, vamos a ver.
—Usted sígame, sígame.
Ya.
Sigue con salud.
A.
February 13, 2010
13 de febrero
Gabo vigilado (II)
Querido J:
No te levantes a por la carta anterior. Decía su última frase: «Te voy a dejar en la intriga de cómo García Márquez tuvo conocimiento de que lo vigilaban y lo que hizo.» Con eso te bastará para recordar. Según el relato de Norberto Fuentes en La boca del lobo (la segunda parte, aún inédita de sus memorias), medio gobierno cubano estaba al caso de las actividades sexuales de García Márquez en Cuba. La cosa, sin embargo, se complicó a partir de junio de 1988, con el exilio en Colombia de Antonio Valle Vallejo, amigo y ayudante del escritor, y al tanto de algunos secretos de alcoba. Por cierto, déjame escribirte algo de la alcoba. Hubo más de una, aunque la principal estaba en la antigua mansión del jabonero y perfumista Ramon Crusellas. Gente catalana. La familia llegó a la isla en 1863, según noticia de la historiadora Mari?a Antonia Marque?s Dolzde: «Los catalanes Juan y Jose? Crusellas Vidal montaron en La Habana un taller dedicado a elaborar velas de sebo y aceites lubricantes; apenas un lustro despue?s arribaron a la isla sus sobrinos, Jose? y Ramo?n Crusellas Faura, quienes iniciaron la fabricacio?n de jabones.» Hasta tal punto diversificaron sus negocios que, según muestra un anuncio de La Vanguardia de abril de 1894, los Crusellas elaboraban un lujoso Gran Champán de plátano y piña. ¡Qué sueño tropical! Hicieron una fortuna inmensa, y junto a los Bacardí, de Sitges, fueron la familia más poderosa de la isla. Hasta un punto difícil de imaginar. Un descendiente de la familia me decía la otra tarde que después de la guerra civil su madre (viuda reciente) administró unos cuatro mil millones de pesetas. Que, por cierto, se los pulió en vida, uno a uno, admirablemente. En octubre de 1960 el gobierno de Fidel Castro nacionalizó la fábrica y una rama de los Crusellas se instaló en Miami. Siguen con sus afeites, y parece que con prosperidad.
Estábamos en que la cosa se jodió cuando Valle Vallejo, urgido por la dulce hiel del exilio y con plaza en Radio Martí y El Nuevo Herald, anuncia su inminente disposición a narrar algunas intimidades del gobierno cubano y de algunos de sus aliados más queridos e ilustres. Enterado Castro de los propósitos del traidor envía recado a García Márquez instándole a que hable con el gobierno norteamericano para lograr el acallamiento.
Y es a partir de aquí, amigo mío, cuando el relato de Fuentes se hace singular, realmente singular, al detallar con minuciosidad la escena en que García Márquez se pone en contacto con la administración Reagan. Cualquiera que lo leyera pensaría que Fuentes ha incrustado los habituales mecanismos de verosimilitud en el relato veraz. Y puede que así lo haya hecho, desde luego. Pero su advertencia de que la escena se filmó en vídeo y de que las conversaciones telefónicas están grabadas provoca dudas. Lo cierto es que la narración afronta sin complejos el presente histórico: «Alquimia Peña [directora ejecutiva de la Fundación Nuevo Cine Latinoamericano], inicia unas llamadas al ministerio de Relaciones Exteriores para obtener el teléfono directo de John Taylor.» Taylor es jefe de la Sina (Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana), que opera como la representación en Cuba del gobierno norteamericano. Mientras se resuelven los trámites, García Márquez dialoga con su amigo y también escritor Eliseo Alberto Diego. En estos términos, según escribe o transcribe Fuentes:
«Es evidente que Eliseo Alberto ha decidido tomar el atajo más corto porque le pregunta a García Márquez cuánto le sabe Antonio Valle Vallejo. Sin preámbulos.
—Mucho, dice García Márquez.
—Cuánto es mucho, pregunta Eliseo Alberto Diego.
—Tiene fotografías, dice García Márquez.
—¿Y no se puede ignorar?, pregunta Eliseo Alberto Diego.
—No, dice García Márquez.
—¿Desmentir?, pregunta Eliseo Alberto Diego.
—No, te digo que tiene las fotografías, dice García Márquez.
—¿Hay algo que yo pueda hacer?
—No, nada, —dice García Márquez. Pero existe algo que todavía es peor.
—¿Puede existir algo todavía peor?
—Sí, —responde García Márquez. Que Alina, la hija del Comandante, ha participado también en estos pasteles. Y me muero de la vergüenza si el Comandante se entera.
(…)
—¿Y usted cree que el Comandante no lo sabe?
John Taylor se pone por fin al teléfono. Y esto es lo que le dice García Márquez:
«Dígale al presidente Reagan que yo puedo ser un enemigo peligrosísimo para los Estados Unidos. Pero que me voy a abstener por lo pronto, porque quiero llegar a un acuerdo, que puede ser muy simple. Primero, no quiero que le ocurra nada a Antonio Valle Vallejo. Pero, segundo, no puedo aceptar que pronuncie una palabra más sobre mi persona y que afecte la integridad de la familia.»
Debo confesarte que estas palabras que Fuentes atribuye a García Márquez me parecieron un punto elevadas. De volumen. Pensé que era una buena oportunidad para someter al memorialista a una pequeña prueba de veracidad. Deseché hablar con García Márquez: habrá tiempo de intentarlo. Era probable que John Taylor, aunque seguramente jubilado, aún viviera. Desde luego. He aquí al señor John J. Taylor, vecino de una ciudad de la costa atlántica. Su amable y rápida respuesta:
«García Márquez almorzó conmigo un día. Probablemente no fue antes de 1989 y muy probablemente fue en 1990. Tendría que buscar mis archivos. Y como usted dice, quiso discutir problemas relacionados con su vida privada y su asistente que, creo, había huido recientemente a Estados Unidos. No hubo nada, en cambio, del supuesto mensaje que me pidió que le enviara al Presidente Reagan. No hubo, de hecho, ningún mensaje para Reagan o cualquier otro funcionario americano.»
La carta de Taylor confirma lo esencial. El problema privado y su vinculación con la huida de Valle. No hubo mensaje, dice el antiguo diplomático. Aunque hay encuentros que son mensajes en sí mismos. Por la razón que fuese, Valle Vallejo dejó de hablar para Radio Martí y de escribir en El Nuevo Herald. La historia ha quedado enterrada hasta que Fuentes ha decidido revelarla. Aunque no sé si va a revelarla editorialmente. Por azares truculentos he oído que la oportunidad del capítulo no acaba de convencer a sus editores en España. Le pregunté al propio Fuentes. El teléfono tenía algo de eco, y Fuentes habla cubano, que es una lengua que yo entiendo a duras penas. Pero, cortando y pegando, dijo esto:
—Ya he enviado parte del material del libro a España. Está ese capítulo… Es verdad que tiene muchos nombres propios.
—En, fin, vamos a ver.
—Usted sígame, sígame.
Ya.
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February 13, 2010
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
jueves 14 de enero de 2010
Fidel más allá de las tareas
Esta es la tercera y última entrega de Norberto Fuentes, autor de The Autobiography of Fidel Castro, para el blog The Huffington Post.
LOS VIEJOS BUENOS TIEMPOS. En la Casa de Protocolo número 6, conocida como casa de Gabo. Desde la derecha: Vilma Espín, mujer de Raúl Castro; Alcibiades Hidalgo, jefe del Despacho Político de Raúl Castro; Carmen Balcells; Rui Guerra, cineasta brasileño; Armando Hart, ministro cubano de Cultura; Carlos Aldana, secretario ideológico del Partido Comunista; y Norberto Fuentes.
Por Norberto Fuentes
El episodio de un extranjero que le solicita la libertad de los presos políticos a Fidel Castro, es algo que yo había conocido antes. Los campeones de la actividad son los extranjeros, los americanos —Jesse Jackson, Edward Kennedy, Bill Richardson— sobre todo. Carmen Balcells, la famosa agente literaria de Gabriel García Márquez, probó fortuna una vez. Aunque no creo que pensara con detenimiento en el terreno que se estaba metiendo, sino más bien que fue como aconsejando al cubano —con una frase de ocasión— para que saliera de “ese fastidio”. Ocurrió un poco después de las sidras, los besos y los abrazos de bienvenida al año 1986, y delante de la veintena de invitados que García Márquez tenía esa noche en su casa de Cuba, algo que ya se estaba haciendo una costumbre, “esperar el año en casa del Gabo”, una especie de coronación del Everest en el combinado de poder y gloria que se conocía entonces en Cuba, no tanto por Gabo sino por que Fidel hacía acto de presencia en cualquier momento.
Carmen había llegado esa misma tarde a La Habana para participar del exclusivo festejo, el último vuelo de Iberia del año 1985. Y Fidel se presentó en el recinto hacia las 12.30, luego de dedicar su noche a recorrer hospitales y visitar en su post operatorio al primer cubano con un corazón transplantado. Fidel estaba de pie. La puerta de salida al jardín estaba a su espalda. Carmen estaba a su lado y hablaban del desempleo mundial y de lo formidable que resultaba viajar en primera por Iberia cuando, de improviso, soltó aquello de: “Ah, oye, Fidel, ¿y por qué no acabáis de soltar a los presos políticos?” No puedo asegurar que fuesen las palabras exactas, pero sí que no se le debe haber olvidado lo que pasó a continuación. Casi nadie, hasta ese momento, había reparado en el personaje que yo tenía junto a mí, hundido en el cojín de un sofá beige, vestido con un terno de chaqueta negra pero sin corbata y que tomaba whisky con soda de un vaso enorme. Raúl Castro Ruz. Le bastó la brevedad del consejo de Carmen para saltar de su asiento —su vaso fue uno de los dos que de repente yo tuve en las manos— y comenzó la descarga de una virulenta diatriba. Era inadmisible que Carmen —ni nadie viniera del extranjero— se apeara con semejante solicitud. El gobierno cubano era el único en el mundo que se veía obligado soportar esa clase de cuestionamientos. No había un solo preso en Cuba que no hubiesen atentado contra los legítimos poderes del Estado cubano. La voz ronca y dura de Raúl surgía incontenible junto con sus argumentos. Fidel y Carmen parecían dos totems alrededor del cual se movía Raúl como en una danza de guerrero sioux. Carmen daba indicios de bascular levemente en el centro del círculo que describía Raúl —aguantaba con bastante entereza la embestida—, mientras Fidel se mantenía callado y con una inusitada expresión de ausencia. En su silencio, expresaba una cierta solidaridad con Carmen, y a su vez dejaba que el hermano desplegara su ataque sin contratiempos.
De cualquier manera Fidel estaba abocado a un dilema que requería de rápida solución. Raúl había colocado firmemente las desafiantes banderas de la Revolución ante uno de los temas más sensibles que la cercaban. Pero qué hacer con García Márquez, su amigo más útil en el ámbito internacional, su mensajero predilecto ante presidentes, príncipes, embajadores, amén de Hollywood, la Academia Sueca y todos los escritores del mundo. Era un asunto que afectaba directamente la majestad de sus relaciones públicas. Carmen Balcells no era cuestión de juego. A la figura administrativa más respetada y codiciada de las letras hispanas, su hermano Raúl acaba de convertirla en poco menos que un trapo de limpieza – desechable, por supuesto. ¡La mujer que atesoraba y distribuía la plata de García Márquez, Camilo José Cela y Mario Vargas Llosa, por nombrar las luminarias, humillada hasta el tuétano y temblando, literalmente temblando. Bueno, el festejo terminó más o menos como se pudo; algunos chistes forzados, algunas sonrisitas y unas despedidas bastante elusivas. Al otro día por la mañana, cuando Gabo me llamó, con la solicitud de que recogiera a Carmen (que se hospedaba en su casa) y me la llevara a pasear por La Habana, en aquella maravillosa y soleada tarde del invierno cubano, me dije: qué delicado Fidel, qué sabio. Conociendo de mis buenas relaciones con Carmen (sin que nunca me haya representado, aclaro) y siendo yo un escritor y no teniendo nada que ver con el severo empaque de los oficiales cubanos, llamó a Gabo para que yo le pasara la mano a Carmen. Fue el día que se puso en vigencia la ley del uso obligatorio del cinturón de seguridad en los coches. (Quedaban exentos los carros que no dispusieran de tales artefactos, es decir, cerca del 80 por ciento del parque automotor del país, puesto que eran los viejos campeones americanos de los años 50 que se mantenían en circulación, dando la pelea.) Me recuerdo de la fecha por los esfuerzos a que me obligó estrenar el cinturón del asiento derecho y amarrar allí a Carmen. Creí haber cumplido con eficiencia mi tarea, y el embrujo de aquella tarde de La Habana también debe haber contribuido, porque cuando se la devolví a Gabo, hacia las 5 de la tarde, la letanía de que sólo a ella se le ocurría “discutir con el hombre que más sabía en el mundo” se había disuelto. Tampoco fue complicado, con su reciedumbre de carácter, una catalana de cuerpo entero, entender perfectamente que tampoco los hermanos podían actuar de otra forma —mi principal argumento para calmarla.
Así que yo era un hombre feliz, un escritor que había acometido con todo éxito una tarea a favor de la Revolución fuera del campo de los libros, cuando la caravana de los tres Mercedes irrumpieron en la rampa. Carmen ya estaba dentro, merendando con la mujer de Gabo. Gabo y yo estábamos afuera, recostados a mi coche, hablando de mi paseo con su agente. El coronel Domingo Mainé, jefe de la escolta, abrió la portezuela del Mercedes y Fidel se dirigió directamente a nosotros. La angustia reflejada en su rostro era la adecuada para la pregunta que hizo a continuación, sin siquiera ocuparse de saludar primero: “Chico, ¿cómo está Carmen? Apenas he podido descansar por el incidente de anoche. Por la pena que tengo.” No me hacía falta más. De inmediato se me hizo evidente que la tarea de calmar a Carmen no había sido sugerida por Fidel. Había sido el propio Gabo el que la había ideado. “¿Qué se les ocurre a ustedes que podamos hacer por ella?”, preguntó a continuación. Su angustia parecía acrecentarse.
Yo estaba contrariado, lo confieso. Gabo era quien había resuelto el dilema por el Comandante. Una lección importante para mi futuro como escritor —¿o debo decir como revolucionario? Al haber cumplido una tarea del Gabo y no de Fidel, involuntariamente me podía haber situado en el bando de los perdedores. En el bando donde el muerto es el que debe borrar las huellas de su crimen.
http://oyendopasarpajaros.blogspot.com/2010/01/fidel-mas-alla-de-las-tareas.html
Fidel más allá de las tareas
Esta es la tercera y última entrega de Norberto Fuentes, autor de The Autobiography of Fidel Castro, para el blog The Huffington Post.
LOS VIEJOS BUENOS TIEMPOS. En la Casa de Protocolo número 6, conocida como casa de Gabo. Desde la derecha: Vilma Espín, mujer de Raúl Castro; Alcibiades Hidalgo, jefe del Despacho Político de Raúl Castro; Carmen Balcells; Rui Guerra, cineasta brasileño; Armando Hart, ministro cubano de Cultura; Carlos Aldana, secretario ideológico del Partido Comunista; y Norberto Fuentes.
Por Norberto Fuentes
El episodio de un extranjero que le solicita la libertad de los presos políticos a Fidel Castro, es algo que yo había conocido antes. Los campeones de la actividad son los extranjeros, los americanos —Jesse Jackson, Edward Kennedy, Bill Richardson— sobre todo. Carmen Balcells, la famosa agente literaria de Gabriel García Márquez, probó fortuna una vez. Aunque no creo que pensara con detenimiento en el terreno que se estaba metiendo, sino más bien que fue como aconsejando al cubano —con una frase de ocasión— para que saliera de “ese fastidio”. Ocurrió un poco después de las sidras, los besos y los abrazos de bienvenida al año 1986, y delante de la veintena de invitados que García Márquez tenía esa noche en su casa de Cuba, algo que ya se estaba haciendo una costumbre, “esperar el año en casa del Gabo”, una especie de coronación del Everest en el combinado de poder y gloria que se conocía entonces en Cuba, no tanto por Gabo sino por que Fidel hacía acto de presencia en cualquier momento.
Carmen había llegado esa misma tarde a La Habana para participar del exclusivo festejo, el último vuelo de Iberia del año 1985. Y Fidel se presentó en el recinto hacia las 12.30, luego de dedicar su noche a recorrer hospitales y visitar en su post operatorio al primer cubano con un corazón transplantado. Fidel estaba de pie. La puerta de salida al jardín estaba a su espalda. Carmen estaba a su lado y hablaban del desempleo mundial y de lo formidable que resultaba viajar en primera por Iberia cuando, de improviso, soltó aquello de: “Ah, oye, Fidel, ¿y por qué no acabáis de soltar a los presos políticos?” No puedo asegurar que fuesen las palabras exactas, pero sí que no se le debe haber olvidado lo que pasó a continuación. Casi nadie, hasta ese momento, había reparado en el personaje que yo tenía junto a mí, hundido en el cojín de un sofá beige, vestido con un terno de chaqueta negra pero sin corbata y que tomaba whisky con soda de un vaso enorme. Raúl Castro Ruz. Le bastó la brevedad del consejo de Carmen para saltar de su asiento —su vaso fue uno de los dos que de repente yo tuve en las manos— y comenzó la descarga de una virulenta diatriba. Era inadmisible que Carmen —ni nadie viniera del extranjero— se apeara con semejante solicitud. El gobierno cubano era el único en el mundo que se veía obligado soportar esa clase de cuestionamientos. No había un solo preso en Cuba que no hubiesen atentado contra los legítimos poderes del Estado cubano. La voz ronca y dura de Raúl surgía incontenible junto con sus argumentos. Fidel y Carmen parecían dos totems alrededor del cual se movía Raúl como en una danza de guerrero sioux. Carmen daba indicios de bascular levemente en el centro del círculo que describía Raúl —aguantaba con bastante entereza la embestida—, mientras Fidel se mantenía callado y con una inusitada expresión de ausencia. En su silencio, expresaba una cierta solidaridad con Carmen, y a su vez dejaba que el hermano desplegara su ataque sin contratiempos.
De cualquier manera Fidel estaba abocado a un dilema que requería de rápida solución. Raúl había colocado firmemente las desafiantes banderas de la Revolución ante uno de los temas más sensibles que la cercaban. Pero qué hacer con García Márquez, su amigo más útil en el ámbito internacional, su mensajero predilecto ante presidentes, príncipes, embajadores, amén de Hollywood, la Academia Sueca y todos los escritores del mundo. Era un asunto que afectaba directamente la majestad de sus relaciones públicas. Carmen Balcells no era cuestión de juego. A la figura administrativa más respetada y codiciada de las letras hispanas, su hermano Raúl acaba de convertirla en poco menos que un trapo de limpieza – desechable, por supuesto. ¡La mujer que atesoraba y distribuía la plata de García Márquez, Camilo José Cela y Mario Vargas Llosa, por nombrar las luminarias, humillada hasta el tuétano y temblando, literalmente temblando. Bueno, el festejo terminó más o menos como se pudo; algunos chistes forzados, algunas sonrisitas y unas despedidas bastante elusivas. Al otro día por la mañana, cuando Gabo me llamó, con la solicitud de que recogiera a Carmen (que se hospedaba en su casa) y me la llevara a pasear por La Habana, en aquella maravillosa y soleada tarde del invierno cubano, me dije: qué delicado Fidel, qué sabio. Conociendo de mis buenas relaciones con Carmen (sin que nunca me haya representado, aclaro) y siendo yo un escritor y no teniendo nada que ver con el severo empaque de los oficiales cubanos, llamó a Gabo para que yo le pasara la mano a Carmen. Fue el día que se puso en vigencia la ley del uso obligatorio del cinturón de seguridad en los coches. (Quedaban exentos los carros que no dispusieran de tales artefactos, es decir, cerca del 80 por ciento del parque automotor del país, puesto que eran los viejos campeones americanos de los años 50 que se mantenían en circulación, dando la pelea.) Me recuerdo de la fecha por los esfuerzos a que me obligó estrenar el cinturón del asiento derecho y amarrar allí a Carmen. Creí haber cumplido con eficiencia mi tarea, y el embrujo de aquella tarde de La Habana también debe haber contribuido, porque cuando se la devolví a Gabo, hacia las 5 de la tarde, la letanía de que sólo a ella se le ocurría “discutir con el hombre que más sabía en el mundo” se había disuelto. Tampoco fue complicado, con su reciedumbre de carácter, una catalana de cuerpo entero, entender perfectamente que tampoco los hermanos podían actuar de otra forma —mi principal argumento para calmarla.
Así que yo era un hombre feliz, un escritor que había acometido con todo éxito una tarea a favor de la Revolución fuera del campo de los libros, cuando la caravana de los tres Mercedes irrumpieron en la rampa. Carmen ya estaba dentro, merendando con la mujer de Gabo. Gabo y yo estábamos afuera, recostados a mi coche, hablando de mi paseo con su agente. El coronel Domingo Mainé, jefe de la escolta, abrió la portezuela del Mercedes y Fidel se dirigió directamente a nosotros. La angustia reflejada en su rostro era la adecuada para la pregunta que hizo a continuación, sin siquiera ocuparse de saludar primero: “Chico, ¿cómo está Carmen? Apenas he podido descansar por el incidente de anoche. Por la pena que tengo.” No me hacía falta más. De inmediato se me hizo evidente que la tarea de calmar a Carmen no había sido sugerida por Fidel. Había sido el propio Gabo el que la había ideado. “¿Qué se les ocurre a ustedes que podamos hacer por ella?”, preguntó a continuación. Su angustia parecía acrecentarse.
Yo estaba contrariado, lo confieso. Gabo era quien había resuelto el dilema por el Comandante. Una lección importante para mi futuro como escritor —¿o debo decir como revolucionario? Al haber cumplido una tarea del Gabo y no de Fidel, involuntariamente me podía haber situado en el bando de los perdedores. En el bando donde el muerto es el que debe borrar las huellas de su crimen.
http://oyendopasarpajaros.blogspot.com/2010/01/fidel-mas-alla-de-las-tareas.html
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
UN ESPÍA PARA CADA CUAL
Norberto Fuentes
Una tarde de 1987 Fidel llamó a uno de los chóferes asignados a Gabriel García Márquez como servidumbre de la casa de protocolo número seis --mucama, cocinera, ayudante, camarera y dos chóferes. El viejo Candebat, un mulato largo, de pómulos lombrosianos y guayabera del diplomercado una talla corta para su estatura, y que manejaba uno de los Mercedes "del Gabo", tenía el brazo del comandante por arriba mientras este le cuchicheaba en la rotonda de baldosas rojas a la entrada de la mansión. Tenía tarea. El jefe le encomendaba seguirle los pasos a Lupe Veliz, una gordita entrada en años, que había sido su amante aún siendo mujer de su ayudante y hombre de máxima confianza, el capitán Antonio Núñez Jiménez. Candebat debía llevar una cuenta acuciosa de las incursiones de Lupe en la cocina de Gabo y los platos que se servía. Candenbat me lo contó. Se trataba de proteger a Gabo de las inconveniencias de una funcionaria de alto rango -- Lupe estaba a cargo de la oficina de Relaciones Internacionales del Ministerio de Cultura. Para orgullo del mulato Candebat, "el comandante estaba en todas." Cuando, de rebote, se lo conté a Carlos Aldana, el secretario ideológico del Partido, él me restituyó la imagen del Fidel conspirador y no del personaje "cazuelero" (un chismoso, a la cubana). Usaba a Candebat para levantar una barrera de desconfianza alrededor de Lupe y las otras de su escuadrón volante, que revoleteaban sobre el lugar. La presa quedaba sola en sus manos.
El método en acción. Gabo se mantenía bajo el acoso -- como siempre lo ha estado-- del mismo aparato. Es por esa época que Pepe Abrantes controlaba la información. Y no se la pasaba toda a Fidel.
De cualquier modo es ilusorio creer en la amistad de Fidel Castro con Gabo y a partir de ahí calificar de inmoral que lo espíe. Más ilusorio aún si se toma en cuenta que una parte de la diplomacia del país pasa por allí, lo que se llama "el visiteo en casa de Gabo", todos esos personajes de la política internacional y los artistas de Hollywood y los magnates extranjeros que aterrizan en los predios de Gabito. Por otro lado, poco importa que -para las conversaciones más delicadas- Gabo suela llevar a sus invitados a la piscina, en el jardín trasero, donde cree que está a salvo de los micrófonos. La humillación es saberlo y pretender que eludes la escucha.
Abrantes había intentado establecer una nueva administración como Ministro del Interior y en una pequeña habitación detrás de su despacho donde guardaba sus camisetas limpias y algunas colonias conservaba los videos de Gabo rotulados por el lomo, con todas sus aventuras amorosas debidamente clasificadas, pero que "él manejaba". No se lo soltaba a Fidel. Pero, cuidado, la enorme biblioteca que cubría las paredes de su despacho, de libros que además se había leído, calificaban a un ministro del Interior con ambiciones más serias que chantajear a tontos útiles. Y sabía como dosificar la información y su divisa era no empujar a Fidel hacia decisiones drásticas. Abrantes desde luego conocía que a Ramiro Valdés, el anterior ministro del Interior, le habían colocado un sistema de escucha en todas sus oficinas y lugares de movimiento como resultados de sus broncas con Raúl Castro. Esta tarea fue asignada y cumplimentada por el entonces teniente coronel Rolando Castañeda Izquierdo, alias "Roly", que está vivo y es localizable en La Habana. Luego, como corresponde, el mismo Abrantes y Castañeda Izquierdo cayeron en desgracia, junto con un pelotón de altos oficiales "del ministerio", purgados y condenados a la cárcel en agosto de 1989. Un poco antes de morir -circunstancias misteriosas, ya saben-- Abrantes y los otros habían exigido al penal de Guanajay que no continuaran grabando las sesiones de pabellón -el par de horitas al mes de visita conyugal que les regalaban como único esparcimiento en sus condenas de 20 años. Viejos profesionales: sabían que había cámaras ocultas. Aunque lo negaron, las autoridades del penal comprendían que el pabellón conyugal era la mejor fórmula para que estos prisioneros de máxima seguridad sacaran información. Tal el sistema del cual pueden hablar los nicas de la Seguridad del Estado, de cuando los cubanos se presentaron en Managua al triunfo de su revolución sandinista. El objetivo no sólo era quebrar conspiraciones, sino, explicaron, la Seguridad "era un todo", que iba desde la casa hasta la cárcel. A Abrantes lo liquidaron el 21 de enero de 1991 y Roly y los demás se hallan bajo un riguroso control. Puede que Ramiro Valdés se entere por estas líneas, si llegan a sus manos, de aquel sistema de escucha.
"Confianza colectiva, desconfianza personal", me dijo Raúl Castro, no sin cierto aire de resignación, con una poción de Chivas Regal a la mano, en mi poltrona de escritor, que acostumbraba a cederle. Era la divisa. Justificaba todo. Se confía en la masa abstracta del pueblo pero se desconfía de cada uno de los hombres por separado. Tal la implacable realidad. Afh. Échenme otro escopetazo.
José Millar Barruecos ("Chomy"), jefe del despacho de Fidel, tiene cámaras de vigilancia frente a su casa en una de las abruptas colinas del barrio Nuevo Vedado, y existe -para el control de estos personajes-el grupo de elite Secreto "P", del buró K-J de seguimiento visual. Pueden imaginarse, si el fisgoneo comienza por nosotros, con los íntimos camaradas de armas, qué se deja para los compañeros de viaje. Es la forma de gobernar. Material para el chantaje. Hace rato que aprendieron: el único secreto con el que pueden medrar es el de las sábanas. Los genitales de nacionales y extranjeros - capturados "in motion".
http://www.sigloxxi.org/Archivo/espia.htm
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
Diarios de Arcadi Espada
20 de febrero
Querido J:
Este misterioso carácter público que toman nuestras cartas ha provocado un aparatoso incremento de la correspondencia relativa a las vigilancias de Gabriel García Márquez en Cuba. Aunque también es cierto que alguna carta no ha llegado. En especial, la de García Márquez: hice llegar mi ruego a través de su representante en la tierra, Balcells, pero debe de ir mal el correo. Ha escrito bastante gente, aunque alguna no debo nombrártela por si se repite el misterio y esta también ésta en manos ajenas. Entre los nombrables vuelve a estar el cordial diplomático John J. Taylor. Leyó la descripción de su encuentro con García Márquez que hacía Norberto Fuentes.
«La historia es fascinante. La gente del Minint [Ministerio del Interior de Cuba] —y había miles de ellos— hicieron muchas cosas estúpidas. Añadiría que García Márquez ni dijo que fuera un peligroso enemigo de Estados Unidos ni dio a entender cualquier tipo de contrapartida. Describió su problema personal y sus esperanzas de que la situación no fuese explotada.»
Su problema personal, ¿recuerdas?, se llamaba Antonio Valle Vallejo. El 25 de junio de 1988 había iniciado su exilio, aprovechando un viaje a Cartagena de Indias donde la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, cuyo presidente era García Márquez, organizaba un festival. Valle Vallejo era un hombre de confianza del escritor. Y según narra Fuentes estaba al tanto de muchos de sus secretos, en especial de los secretos de sus alcobas cubanas, también perfectamente conocidos por la orwelliana policía castrista. Del súbito exilio de Valle Vallejo temía García Márquez lo que describe Taylor con tanta precisión diplomática: temía que su situación fuera «explotada». Valle Vallejo vive ahora en Nueva York. Se dedica a la enseñanza. Esta semana me ha escrito con mucha generosidad.
«Yo nunca manifesté que pensara destapar los secretos de alcoba de García Márquez. Lo más que dije una vez fue que yo conocía, desde luego, muchas cosas de la vida privada de Gabo, pero que no pensaba hacer declaraciones al respecto», escribe en uno de los primeros párrafos de sus cartas. Luego hay otro, algo largo, aunque clave: «El mantenimiento de una buena imagen de Gabo en el extranjero constituía una prioridad para el gobierno de Cuba. A Gabo no se le vigila tanto por él mismo como para asegurarse de que nada de lo que se le acerque pueda dañar su imagen. Yo fui impuesto por él en su medio y estaba demasiado cerca para el gusto de todos, e inevitablemente, oyendo todas las conversaciones y presente en todas las ocasiones. De ahí que cuando comprendieron que estaba tratando de escaparme en Colombia no escatimaron esfuerzos para tratar de atraparme. No porque yo fuera a destapar los secretos sexuales de Gabo en sí, sino por lo que eso podría significar para la intachable imagen de él que tanto les interesaba, afectándose así los negocios que el gobierno de Cuba trataba de cerrar utilizando el nombre o las influencias de Gabo y su fundación como imán o tapadera; muchos de los cuales, como los de la industria del cine, violaban total o parcialmente las restricciones de la Ley de Embargo de los Estados Unidos sobre Cuba.»
Sí, eran los años en que Gabo era el gran embajador cubano, los años de Gorbachev y de Robert Redford, de Jane Fonda y Ted Turner (como fueron luego los de Oliver Stone). Largos fines de semana en La Habana con las estrellas, donde no faltaba Fidel ni tampoco el acomodo en la casa de los Crusellas. Cuando Valle Vallejo llegó a América hizo unas declaraciones a Merle Linda Wolin, que estaba escribiendo un reportaje sobre la Fundación para la revista Premiere. La señora Wolin era de izquierdas, pero aún más de la verdad. Y Premiere rechazó su texto, «porque nuestros lectores de izquierdas no iban a creérselo.» Acabó publicándolo New Republic. Este párrafo: «”Todos tenían muy claro cómo usar el arte —el cine— para lograr sus objetivos políticos”, dijo Valle. También confirmó lo que habían dicho los diplomáticos: que casi todos los cubanos de la fundación eran agentes del Ministerio del Interior, colocados allí para “proteger y promover los intereses cubanos”. “Es política cultural”, dijo, “que sirve para exportar su ideología mediante el arte.»
Al final, las cartas de Valle Vallejo trajeron una sorpresa amarga. De cómo el vigilado se convirtió en vigilante. Sucedió antes de que García Márquez se entrevistara con Taylor para tratar de que el asunto no fuera explotado. Sucedió a los pocos días de que tuviera la irreversible constancia de que su asistente se había exiliado. Escribe Valle:
«Mientras el Departamento de Estado de los Estados Unidos analizaba mi caso fui puesto en conocimiento de que el propio Gabo, con Fidel Castro sentado a su lado, había llamado personalmente al presidente de Colombia, Virgilio Barco, pidiendo mi captura e inmediata deportación a Cuba. Se llegó incluso a manejar que se había dicho la frase “lo queremos aquí cuanto antes, vivo o muerto”. Alguien del gobierno tratando de desmentir esa acusación en Colombia acabó confirmándola al decir que esa parte la había dicho Castro y no García Márquez.»
Barco ha muerto. Su hija es hoy la embajadora de Colombia en Estados Unidos. He tratado de hablar con ella, de momento sin éxito. Cuba y Colombia no tenían en aquel momento relaciones diplomáticas por lo que me extrañó la versión de Valle. Pero un artículo de Rafael Pardo, entonces consejero de Paz y luego ministro de la Guerra de Colombia, enjugó mi extrañeza. El artículo, del 2 de noviembre de 2008 y publicado en la revista Cambio, empezaba así: «Conocí a Fidel en la casa de Gabriel García Márquez, en La Habana, poco antes de iniciar las conversaciones de paz con el M-19, en 1988. El presidente Virgilio Barco tenía interés en mantener informados al respecto al Nobel y al Jefe de Estado cubano. Colombia y Cuba no tenían relaciones diplomáticas, pero los dos mandatarios tenían comunicación permanente y ocasionalmente Colombia acudía a la ayuda de Castro.» ¡No dirás, amigo mío, que el artículo no estaba esperándome!
Ahora medio me río, pero las explicaciones de Valle acabaron por desmoralizarme. Yo había empezado a escribirte un cuento donde García Márquez era la víctima y ahora había pasado a perseguidor. Aunque una de los últimos párrafos de Valle me animó:
«Antes de terminar quiero ponerte aquí el texto de la dedicatoria de Gabo a mi ejemplar de Cien Años de Soledad: “A Tony, el hijo que Nohema se llevó, con un abrazo de su papá perdido en los laberintos de la nada”. (Nohema era mi esposa y acabábamos de casarnos cuando él lo escribió).»
Hummm. Ya lo ves. Aún hay un rayo de luz y de disculpa. Puede que García Márquez considerara a Valle un traidor. Pero afiliado a otro tipo de traición.
Sigue con salud.
A.
http://www.arcadiespada.es/2010/02/20/20-de-febrero-2/
20 de febrero
Gabo vigilado (III)
Querido J:
Este misterioso carácter público que toman nuestras cartas ha provocado un aparatoso incremento de la correspondencia relativa a las vigilancias de Gabriel García Márquez en Cuba. Aunque también es cierto que alguna carta no ha llegado. En especial, la de García Márquez: hice llegar mi ruego a través de su representante en la tierra, Balcells, pero debe de ir mal el correo. Ha escrito bastante gente, aunque alguna no debo nombrártela por si se repite el misterio y esta también ésta en manos ajenas. Entre los nombrables vuelve a estar el cordial diplomático John J. Taylor. Leyó la descripción de su encuentro con García Márquez que hacía Norberto Fuentes.
«La historia es fascinante. La gente del Minint [Ministerio del Interior de Cuba] —y había miles de ellos— hicieron muchas cosas estúpidas. Añadiría que García Márquez ni dijo que fuera un peligroso enemigo de Estados Unidos ni dio a entender cualquier tipo de contrapartida. Describió su problema personal y sus esperanzas de que la situación no fuese explotada.»
Su problema personal, ¿recuerdas?, se llamaba Antonio Valle Vallejo. El 25 de junio de 1988 había iniciado su exilio, aprovechando un viaje a Cartagena de Indias donde la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, cuyo presidente era García Márquez, organizaba un festival. Valle Vallejo era un hombre de confianza del escritor. Y según narra Fuentes estaba al tanto de muchos de sus secretos, en especial de los secretos de sus alcobas cubanas, también perfectamente conocidos por la orwelliana policía castrista. Del súbito exilio de Valle Vallejo temía García Márquez lo que describe Taylor con tanta precisión diplomática: temía que su situación fuera «explotada». Valle Vallejo vive ahora en Nueva York. Se dedica a la enseñanza. Esta semana me ha escrito con mucha generosidad.
«Yo nunca manifesté que pensara destapar los secretos de alcoba de García Márquez. Lo más que dije una vez fue que yo conocía, desde luego, muchas cosas de la vida privada de Gabo, pero que no pensaba hacer declaraciones al respecto», escribe en uno de los primeros párrafos de sus cartas. Luego hay otro, algo largo, aunque clave: «El mantenimiento de una buena imagen de Gabo en el extranjero constituía una prioridad para el gobierno de Cuba. A Gabo no se le vigila tanto por él mismo como para asegurarse de que nada de lo que se le acerque pueda dañar su imagen. Yo fui impuesto por él en su medio y estaba demasiado cerca para el gusto de todos, e inevitablemente, oyendo todas las conversaciones y presente en todas las ocasiones. De ahí que cuando comprendieron que estaba tratando de escaparme en Colombia no escatimaron esfuerzos para tratar de atraparme. No porque yo fuera a destapar los secretos sexuales de Gabo en sí, sino por lo que eso podría significar para la intachable imagen de él que tanto les interesaba, afectándose así los negocios que el gobierno de Cuba trataba de cerrar utilizando el nombre o las influencias de Gabo y su fundación como imán o tapadera; muchos de los cuales, como los de la industria del cine, violaban total o parcialmente las restricciones de la Ley de Embargo de los Estados Unidos sobre Cuba.»
Sí, eran los años en que Gabo era el gran embajador cubano, los años de Gorbachev y de Robert Redford, de Jane Fonda y Ted Turner (como fueron luego los de Oliver Stone). Largos fines de semana en La Habana con las estrellas, donde no faltaba Fidel ni tampoco el acomodo en la casa de los Crusellas. Cuando Valle Vallejo llegó a América hizo unas declaraciones a Merle Linda Wolin, que estaba escribiendo un reportaje sobre la Fundación para la revista Premiere. La señora Wolin era de izquierdas, pero aún más de la verdad. Y Premiere rechazó su texto, «porque nuestros lectores de izquierdas no iban a creérselo.» Acabó publicándolo New Republic. Este párrafo: «”Todos tenían muy claro cómo usar el arte —el cine— para lograr sus objetivos políticos”, dijo Valle. También confirmó lo que habían dicho los diplomáticos: que casi todos los cubanos de la fundación eran agentes del Ministerio del Interior, colocados allí para “proteger y promover los intereses cubanos”. “Es política cultural”, dijo, “que sirve para exportar su ideología mediante el arte.»
Al final, las cartas de Valle Vallejo trajeron una sorpresa amarga. De cómo el vigilado se convirtió en vigilante. Sucedió antes de que García Márquez se entrevistara con Taylor para tratar de que el asunto no fuera explotado. Sucedió a los pocos días de que tuviera la irreversible constancia de que su asistente se había exiliado. Escribe Valle:
«Mientras el Departamento de Estado de los Estados Unidos analizaba mi caso fui puesto en conocimiento de que el propio Gabo, con Fidel Castro sentado a su lado, había llamado personalmente al presidente de Colombia, Virgilio Barco, pidiendo mi captura e inmediata deportación a Cuba. Se llegó incluso a manejar que se había dicho la frase “lo queremos aquí cuanto antes, vivo o muerto”. Alguien del gobierno tratando de desmentir esa acusación en Colombia acabó confirmándola al decir que esa parte la había dicho Castro y no García Márquez.»
Barco ha muerto. Su hija es hoy la embajadora de Colombia en Estados Unidos. He tratado de hablar con ella, de momento sin éxito. Cuba y Colombia no tenían en aquel momento relaciones diplomáticas por lo que me extrañó la versión de Valle. Pero un artículo de Rafael Pardo, entonces consejero de Paz y luego ministro de la Guerra de Colombia, enjugó mi extrañeza. El artículo, del 2 de noviembre de 2008 y publicado en la revista Cambio, empezaba así: «Conocí a Fidel en la casa de Gabriel García Márquez, en La Habana, poco antes de iniciar las conversaciones de paz con el M-19, en 1988. El presidente Virgilio Barco tenía interés en mantener informados al respecto al Nobel y al Jefe de Estado cubano. Colombia y Cuba no tenían relaciones diplomáticas, pero los dos mandatarios tenían comunicación permanente y ocasionalmente Colombia acudía a la ayuda de Castro.» ¡No dirás, amigo mío, que el artículo no estaba esperándome!
Ahora medio me río, pero las explicaciones de Valle acabaron por desmoralizarme. Yo había empezado a escribirte un cuento donde García Márquez era la víctima y ahora había pasado a perseguidor. Aunque una de los últimos párrafos de Valle me animó:
«Antes de terminar quiero ponerte aquí el texto de la dedicatoria de Gabo a mi ejemplar de Cien Años de Soledad: “A Tony, el hijo que Nohema se llevó, con un abrazo de su papá perdido en los laberintos de la nada”. (Nohema era mi esposa y acabábamos de casarnos cuando él lo escribió).»
Hummm. Ya lo ves. Aún hay un rayo de luz y de disculpa. Puede que García Márquez considerara a Valle un traidor. Pero afiliado a otro tipo de traición.
Sigue con salud.
A.
http://www.arcadiespada.es/2010/02/20/20-de-febrero-2/
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
Interesante...Caramba!
Dicen que hay muchos "cojidos en falta" o grabados en falta,que son utilizados por el gobierno y siempre se comportan a favor del mismo.
Yo he escuchado varios casos.No puedo decir que sea verdad o mentira ,pero no es algo de lo que hablen una o dos personas,sino muchas.Sobre el utilizar "el chantaje" como medio de conseguir APOYO ,propagandas favorables y justificadoras de parte de personalidades destacadas o muy conocidas.
alver.
Dicen que hay muchos "cojidos en falta" o grabados en falta,que son utilizados por el gobierno y siempre se comportan a favor del mismo.
Yo he escuchado varios casos.No puedo decir que sea verdad o mentira ,pero no es algo de lo que hablen una o dos personas,sino muchas.Sobre el utilizar "el chantaje" como medio de conseguir APOYO ,propagandas favorables y justificadoras de parte de personalidades destacadas o muy conocidas.
alver.
Alver- Cantidad de envíos : 6935
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
El otro dia vi el testimonio de la argentina que ha ido a Cuba y se ha arriesgado a buscar noticias y dice que a los dos dias de estar en un hotel barato, pues era para lo que le alcanzaba, le dijeron , que la iban a cambiar porque necesitaban la habitacion, la cambiaron de una habiatacion de 20 dolares la noche , por una de 200 en el Habana Libre, claro, ahi donde las tienen preparadas para mirarlos y oirlos , dice ella, que como estaba enterada, comenzo a brincar sobre la cama, y decia hola fidel, hola fidel..
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
ja,ja'.
Sera' pariente de Matilda?
alver.
Sera' pariente de Matilda?
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Alver- Cantidad de envíos : 6935
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
No que va, ella es de las humanistas reales, matilda es de las lamek.lo....
Azali- Admin
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
Lo digo por lo de "la vehemente defensa que hace de los miembros del gobierno cubano"...En sus visitas a La Habana ,¿la habran pillado en algo privado?
alver.
alver.
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
No creo Alver, esa es de orillita, no pinta ni chicha ni limona'...
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Re: Gabo vigilado (1), en Diarios de Arcadi Espada. (Información de alta importancia).
Bueno...
alver.
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