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Mensaje por Azali Sáb Feb 06, 2010 10:07 am

Controversia


Por Jorge Luis Mederos

(a)

Quién, por lejano que se encontrara del panorama internacional, no escuchó el nombre de Mijaíl Gorbachov durante la década de los ’80. Y junto al suyo, compartiendo el encanto de la novedad, el de Raisa, su bellísima consorte; un personaje tan controversial como él mismo.

Durante los años 86 y 87, en su papel de Ministro de Cultura de la extinta Unión Soviética, Raisa Gorbachova realizó una docena de viajes por América y en uno de ellos tuve el placer de conocerla. Nunca sería tan ingenuo como para agregar "casualmente" porque de sobra sé que a los de su rango les está vedado el azar. Sencillamente quiso contactar por separado con jóvenes artistas y siempre hubo quien facilitara las cosas.

La tarde que conversamos resultó, naturalmente, de novela. Yo nunca había tenido frente a mí una interlocutora de tan altos quilates que a la vez me hiciera sentir desinhibido. Nuestra charla, en una mesa del restaurante El Árabe, de la Habana Vieja, fue buena desde un inicio para apreciar sus dotes de lingüista excepcional. Ya finalizando el postre hablamos de la fama; parecía obsesionada con el tema y en pocos minutos me expuso toda una teoría al respecto —por cierto, lo menos original que le oí aquella tarde— acerca de una supuesta interrelación fama-personalidad y su carácter indivisible a los ojos del ciudadano medio. Con toda la soberbia de mis veinticinco años tuve la desfachatez de no parecer muy convencido y así se lo dije.

Entonces me invitó a realizar un experimento: "Escriba, mi amigo, un poema ahora mismo, no importa si libre o rimado, pero que sea rápido". A los cinco minutos estuvo listo. "Ahora —dijo sacando un papel de la cartera— tome usted este mío que fue redactado y traducido con tiempo y con todas las de la ley; yo leeré el suyo y pongamos de árbitro a un hombre común, por ejemplo, al capitán de salón.

Cuando este acudió, le explicamos y cada cual leyó el poema ajeno como propio.

(b)

Mi casa será feliz —y yo junto a ella—
en tanto le hago el amor y el viento pasa,
pues nada será más dulce que el sopor de mi casa
mientras tirita un sueño y descabezo una estrella.

Mi casa será la paz, la tempranera huella
de dos mitades ciegas de una raza
ya extinta: la del hombre que abraza
a su mujer, la cada día más bella.

Me reconozco, pervertí al viajero
de su bárbara luz. Y de sofisma
en sofisma se extravió lo que fui

—la casa puede salvar mi verdadero
yo de la cordura—. Y aún contra sí misma
un día vivirá en paz dentro de mí.

(c)

No permitas que te mire a los ojos
una muchacha parecida a la Virgen.
Puedes quedarte ciego y sordo y ciego y ya no habrá salvación
si una muchacha parecida a la Virgen te saluda.

Cuando la veas llegar será muy tarde;
cada día será tarde y si te mira a los ojos
y si le das tu sombra de beber
y si le dices que vuelva…
Ya no habrá salvación.

Cara o cruz de la moneda negra
serás triste y sublime como un perro de nadie,
tendrás ganas de huir junto a la paz de tu hijo
a sudar, lentamente, el maleficio.

No permitas,
no se te ocurra nunca permitir,
que esa mujer te arrastre, corazón:
date por satisfecho con el hambre,
deja que vuelva al cielo y ládrale a la luna.

Cuídate mucho y bien, viejo poeta,
cuídate de tu aliento a cazador, de tus espuelas,
de este hachazo en el alma. Y sobre todo,
si una muchacha llega y se parece a la Virgen
reza mucho por ti
que estás perdido.

(d)

"Ahora, con toda honestidad, díganos cuál le pareció mejor". El hombre se notaba un poco aturdido: "Los dos están muy bonitos; a mí me gustó más el de ella".

A partir de ese día es muy poco lo que me resta por conocer acerca de miradas triunfales.

"Ya ve usted, mi joven amigo, lo que pretendía demostrarle: él ha escogido su poema —sin dudas el peor— sólo porque lo he leído yo; en su subconsciente permanece alerta un mecanismo que nunca le permitiría razonar de otra manera. Si su poema, o sea, el que yo leí, fuera mucho peor; y el mío, o sea, el que leyó usted, fuera mucho mejor; la elección de ese hombre continuaría siendo la misma. Así actúa invariablemente el ciudadano común: multiplique lo que acaba de ocurrir por varios millares y tendrá in vitro un poema de muchedumbres".

"Y si no es exactamente así, Miss Prepotencia —rezongué para mis adentros—, y si ocurrió que mi poema de 5 minutos resultó de más garra que el tuyo…"

Semanas más tarde volví por El Árabe. El capitán de inmediato me reconoció y vino hasta la mesa: "Le voy a ser franco, joven, el otro día tuve que ser cortés, pero el poema que esa vieja leyó era una mierda".

(Tomado de El libro de otros, Jorge Luis Mederos, Ediciones Capiro 2008.)
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