Testimonio de Reinerio Ramírez Pereira: Rompí mi pasaporte habilitado
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Testimonio de Reinerio Ramírez Pereira: Rompí mi pasaporte habilitado
Testimonio de Reinerio Ramírez Pereira: Rompí mi pasaporte habilitado
Mi nombre es Reinerio Ramírez Pereira, C.I. 61101718882. Habanero por naturaleza y residente en Santos Suárez, tardé 45 años para salir de Cuba. Como casi todos los de mi generación, desconocía la verdadera historia republicana, el engranaje de la disidencia interna, el rostro de la diáspora y el curriculum vitae de los Castro y nomenclatura; sólo tuve acceso a la dosis desinformativa del gobierno cubano en sus soportes planos, radiales y televisivos.
A principios del 2000, pude intimar con la visión de dos publicaciones alternativas que mi madre compraba en Los Pasionistas después de la misa dominical: Palabra nueva y Espacios. Estas revistas, con consejo editorial y articulistas “atípicos”, marcaron el derrotero de mi empecinada búsqueda de nuestra historia profanada y secuestrada.
En diciembre de 2006, logré viajar a Suiza. Dos días fuera de casa y ya estaba enredado en la telaraña de la Internet. Al principio, no me fue fácil contrastar las dos historias (la oficial y la verdadera) sin una conciencia ciudadana. Después de cuatro meses fuimos a la Embajada Cubana en Berna a pedir el P.R.E. Mi impresión, al entrar a la residencia diplomática, fue la misma que tenía en Cuba al entrar al C.D.R. de mi cuadra: fotos, afiches y reflexiones de ÉL. Pero, sobre todo, miedo, mucho miedo en los rostros de los visitantes.
De entrada no aceptaron los documentos que acreditan mi matrimonio con Simone Keller Ramírez Pereira (suiza); ellos necesitaban la firma autorizada de un funcionario del cantón donde residíamos. Luego me entregaron unas planillas -un cuéntame tu vida - equivalentes a veinte francos cada una y, para ponerle la tapa al pomo, me dijeron que debía pagar ochenta francos por cada mes de estadía en Suiza (once meses); sumando el importe del P.R.E. el precio subía al nivel de la más cínica y amoral extorsión. Ahí mismo decidí no aceptar y atiné a hacer silencio y marcharme. Ya en la Universidad de Berna, S. y yo tomamos una decisión: romper todas las planillas, echarlas en un tanque de basura e irnos a Ginebra a celebrar mi primer atisbo cívico contra los representantes de la dictadura ¡Eureka!
Pasaron los once meses, diariamente escudriñaba en la red, mi vida cobraba el sentido que secuestró la censura; por otro lado: llamadas a Cuba, remesas y muchas ganas de ir. Así, llamé a la embajada y me dijeron que tenía que esperar dos meses para habilitar el pasaporte. Pasados estos, fuimos a Berna y solicitamos el permiso de entrada a Cuba, sin dificultades y en breve tiempo lo tuve, me sentía orgulloso de regresar desvinculado con el C.D.R. de mi cuadra, por mi status de emigrante.
La catarsis existencial -mía- iba in crescendo al enterarme e ilustrarme con historias de exiliados, libros prohibidos, documentales, las cuitas del poder cubano y una vivencia democrática y extremadamente pluralista en mi nuevo país. De modo que, ya consciente y conociendo -cuasi– “del pe al pa” nuestra tragedia, me obligue a decidir: o bajo la cabeza, o me declaro contrario a la dictadura. S. y yo decidimos romper mi pasaporte habilitado, suspender las remesas y comunicar a mi madre mi posición contestataria. Esta ha sido mi respuesta a un sistema que me engaño desde niño, es mi forma de solidarizarme con el exilio político, es una toma de consciencia, es un grito ciudadano, es la consecuencia de un shock fortísimo ante el conocimiento de mi historia, nuestra historia. No he querido aceptar un permiso que se le ha negado y se le niega a muchos.
En diciembre pasado, casualmente, me tropecé con el jefe de Misión Cubana en Suiza, Alexis Peña Orozco, cerca de la estación de trenes en Berna y aproveché para desahogarme -calmado, sereno- con parte del repertorio de verdades que una sociedad libre ha puesto a mi disposición. Él guardó silencio.
Hoy soy feliz, me reconozco un hombre consciente, no soy exiliado, soy un cubano de a-pie que emigró analfabeto y creció en democracia. Hoy conozco mi historia y estoy resuelto a no regresar a la mayor de Las Antillas hasta que la tiranía castrista desaparezca. Cuando hay principios que nos enseñan a asumir la realidad, la añoranza pasa al subconsciente y la dignidad se fortalece.
Es hombre el que busca la raíz de las cosas, lo otro, es manada.
Martí
Reinerio Ramírez Pereira
Berna
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