Hija de la Revolución
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Hija de la Revolución
Hija de la Revolución
Agosto 25, 2009 · 9 Comentarios
Laritza Diversent, 29 años, pudiera haber sido jinetera o un número de cuatro dígitos en Manto Negro, la prisión de mujeres. No lo fue. Es periodista libre y abogada en un bufete donde no cobra un centavo por asesorar jurídicamente a la ciudadanía. Pero su infancia y adolescencia están marcadas por la marginalidad.
Nació al amanecer del 4 de junio de 1980. No olviden el año, 1980. El de la estampida por el puerto del Mariel de más de 120 mil cubanos, desesperados por huir de su patria.
Laritza Diversent Cámbara es el típico producto de la revolución de Fidel Castro. Su padre, Claro Diversent, 71 años, es descendiente de haitianos y a finales de la década de los 50, estuvo en la guerrilla en las montañas orientales. Después que Fidel llegó al poder, dejó de entender las sutilezas y maniobras políticas del comandante único. Claro, un negro oscuro como el petróleo, era fiel al hombre que él creía traería el bienestar a todos los cubanos
Mariselis Cámbara, 51 años, la madre de Laritza, es una mulata fornida que debido a un accidente que sufrió en su niñez, es renga de una pierna. Semianalfabeta, se prendó del negro Claro, quien con su uniforme verde olivo parecía un dandy. A pesar de tener un par de retoños con otro hombre, ciega de amor, Mariselis le parió al guerrillero, mujeriego y poco dado a la vida familiar. Su ingenuidad la pagó cara.
A los dos años de nacer Laritza, el padre les dió un portazo. Y enajenado, como tantos exguerrilleros, se convirtió en un zombi, ora trabajando la tierra, ora participando en la siniestra Asociación de Combatientes, un grupo casi paramilitar, que el gobierno intenta presentar como una ONG.
Claro Diversent, uno de los “perros de la guerra”, ahora vive orgulloso de su hija abogada. Pero a su madre sólo le giraba 15 pesos mensuales para alimentar, vestir y calzar a la pequeña.
La factura de esa disfunción matrimonial debió haberla pagado Laritza. Afortunadamente, no fue así. Por puro milagro o por una gran fuerza de voluntad, Laritza se empeñó en ser diferente a los suyos. Se aplicó en los estudios y pudo acceder a la elitista escuela vocacional Vladimir Ilich Lenin, ícono del sistema educacional castrista.
A la Lenin llegó una tarde de septiembre de 1995, con unas medias zurcidas y unos tenis gastados, para intentar cambiar la suerte que el destino le había deparado. Negra y pobre. Casi una proeza estudiar en una escuela donde el 80 por ciento del alumnado era blanco.
Al terminar el bachillerato, con sólo 18 años, salió embarazada. Nada sorprendente en la barriada donde vivía, donde ser madre adolescente es algo normal. No para Laritza, joven de armas tomar. En pleno Período Especial, amamantó como pudo a su hijo Jonathan. Sin dejar de dar el pecho ni de atender a su esposo, hasta pasadas las 5 de la madrugada, estudiaba gruesos libros de Derecho.
Y lo consiguió. Se graduó de abogada. Aquella tarde, su madre lloró cuando vio a su hija en el estrado del Aula Magna con la toga y el birrete. Era la primera profesional de la familia. Laritza rompía así el círculo vicioso e infinito de parientes anónimos, vagabundos, marginales y delincuentes.
Ser una mujer inteligente y preocupada por el futuro de su país la encaminó obligatoriamente por los senderos de la disidencia. En 2007 se inició como periodista independiente. Y desde enero de 2009 escribe una sección sobre leyes en el blog Desde La Habana. Es autora de otras dos bitácoras, Calvario.com y Las Leyes de Laritza, y vicepresidenta de una agrupación de juristas no oficialmente reconocida. Y, por si fuera poco, tiene más sueños en la cartera.
A pesar de vivir en una mísera choza de tablas mustias, en el barrio del Calvario, sin agua corriente y con una letrina por baño (ahí tienen las fotos), Laritza cree que personas como ellas se merecen una oportunidad.
Hace unos días, me dió a leer un proyecto que tiene en mente, para ayudar a personas negras e infortunadas a ser útiles a la sociedad. Y me dí cuenta que esta abogada intranquila tiene un corazón que no le cabe en el pecho.
—Laritza, le dije, si la primera que necesita ayuda eres tú.
—Es que no quisiera que otras personas sufran y lleven la vida miserable que yo he tenido y tengo, me respondió.
Esa es Laritza Diversent, abogada y periodista, tan pobre como cualquier habitante de una remota aldea africana, una favela brasileña o una villa miseria argentina. Pero con enormes ganas de cambiar la vida precaria de los cubanos. Si usted pasa por La Habana, no deje de conocerla.
Iván García
La Habana
Postdata.- Cuando supe de la historia y condiciones en que vivían Laritza, su marido y su hijo, le pedí a Iván que escribiera sobre ella y me mandara fotos de su “choza”, como ella le llama. Pero una y otra vez Laritza se negaba: le daba vergüenza que la gente viera sus pobres y difíciles condiciones de vida en El Calvario, reparto en las afueras de la capital cuyo nombre lo dice todo. La entendí y la entiendo: el año pasado recibí fotos del estado en que se encuentra el apartamento donde vivía en La Habana, actual vivienda de Iván, y con pena puse una en el post Años duros. Tal vez algo difícil de entender para quienes siempre han tenido una casa con un mínimo de condiciones. Duele descubrir el lugar donde vive Laritza, en esas fotos tiradas por Diego Ramos, su esposo, a quien también Iván tuvo que convencer. Pero lo más doloroso es que ni siquiera son las peores imágenes que hoy se pueden ver en cualquier rincón de Cuba. Una de las muchas y terribles herencias que a los cubanos ha dejado ese par de hermanos que en su repuñetera vida jamás han sabido lo que es vivir mal.
Tania Quintero
Lucerna
Agosto 25, 2009 · 9 Comentarios
Laritza Diversent, 29 años, pudiera haber sido jinetera o un número de cuatro dígitos en Manto Negro, la prisión de mujeres. No lo fue. Es periodista libre y abogada en un bufete donde no cobra un centavo por asesorar jurídicamente a la ciudadanía. Pero su infancia y adolescencia están marcadas por la marginalidad.
Nació al amanecer del 4 de junio de 1980. No olviden el año, 1980. El de la estampida por el puerto del Mariel de más de 120 mil cubanos, desesperados por huir de su patria.
Laritza Diversent Cámbara es el típico producto de la revolución de Fidel Castro. Su padre, Claro Diversent, 71 años, es descendiente de haitianos y a finales de la década de los 50, estuvo en la guerrilla en las montañas orientales. Después que Fidel llegó al poder, dejó de entender las sutilezas y maniobras políticas del comandante único. Claro, un negro oscuro como el petróleo, era fiel al hombre que él creía traería el bienestar a todos los cubanos
Mariselis Cámbara, 51 años, la madre de Laritza, es una mulata fornida que debido a un accidente que sufrió en su niñez, es renga de una pierna. Semianalfabeta, se prendó del negro Claro, quien con su uniforme verde olivo parecía un dandy. A pesar de tener un par de retoños con otro hombre, ciega de amor, Mariselis le parió al guerrillero, mujeriego y poco dado a la vida familiar. Su ingenuidad la pagó cara.
A los dos años de nacer Laritza, el padre les dió un portazo. Y enajenado, como tantos exguerrilleros, se convirtió en un zombi, ora trabajando la tierra, ora participando en la siniestra Asociación de Combatientes, un grupo casi paramilitar, que el gobierno intenta presentar como una ONG.
Claro Diversent, uno de los “perros de la guerra”, ahora vive orgulloso de su hija abogada. Pero a su madre sólo le giraba 15 pesos mensuales para alimentar, vestir y calzar a la pequeña.
La factura de esa disfunción matrimonial debió haberla pagado Laritza. Afortunadamente, no fue así. Por puro milagro o por una gran fuerza de voluntad, Laritza se empeñó en ser diferente a los suyos. Se aplicó en los estudios y pudo acceder a la elitista escuela vocacional Vladimir Ilich Lenin, ícono del sistema educacional castrista.
A la Lenin llegó una tarde de septiembre de 1995, con unas medias zurcidas y unos tenis gastados, para intentar cambiar la suerte que el destino le había deparado. Negra y pobre. Casi una proeza estudiar en una escuela donde el 80 por ciento del alumnado era blanco.
Al terminar el bachillerato, con sólo 18 años, salió embarazada. Nada sorprendente en la barriada donde vivía, donde ser madre adolescente es algo normal. No para Laritza, joven de armas tomar. En pleno Período Especial, amamantó como pudo a su hijo Jonathan. Sin dejar de dar el pecho ni de atender a su esposo, hasta pasadas las 5 de la madrugada, estudiaba gruesos libros de Derecho.
Y lo consiguió. Se graduó de abogada. Aquella tarde, su madre lloró cuando vio a su hija en el estrado del Aula Magna con la toga y el birrete. Era la primera profesional de la familia. Laritza rompía así el círculo vicioso e infinito de parientes anónimos, vagabundos, marginales y delincuentes.
Ser una mujer inteligente y preocupada por el futuro de su país la encaminó obligatoriamente por los senderos de la disidencia. En 2007 se inició como periodista independiente. Y desde enero de 2009 escribe una sección sobre leyes en el blog Desde La Habana. Es autora de otras dos bitácoras, Calvario.com y Las Leyes de Laritza, y vicepresidenta de una agrupación de juristas no oficialmente reconocida. Y, por si fuera poco, tiene más sueños en la cartera.
A pesar de vivir en una mísera choza de tablas mustias, en el barrio del Calvario, sin agua corriente y con una letrina por baño (ahí tienen las fotos), Laritza cree que personas como ellas se merecen una oportunidad.
Hace unos días, me dió a leer un proyecto que tiene en mente, para ayudar a personas negras e infortunadas a ser útiles a la sociedad. Y me dí cuenta que esta abogada intranquila tiene un corazón que no le cabe en el pecho.
—Laritza, le dije, si la primera que necesita ayuda eres tú.
—Es que no quisiera que otras personas sufran y lleven la vida miserable que yo he tenido y tengo, me respondió.
Esa es Laritza Diversent, abogada y periodista, tan pobre como cualquier habitante de una remota aldea africana, una favela brasileña o una villa miseria argentina. Pero con enormes ganas de cambiar la vida precaria de los cubanos. Si usted pasa por La Habana, no deje de conocerla.
Iván García
La Habana
Postdata.- Cuando supe de la historia y condiciones en que vivían Laritza, su marido y su hijo, le pedí a Iván que escribiera sobre ella y me mandara fotos de su “choza”, como ella le llama. Pero una y otra vez Laritza se negaba: le daba vergüenza que la gente viera sus pobres y difíciles condiciones de vida en El Calvario, reparto en las afueras de la capital cuyo nombre lo dice todo. La entendí y la entiendo: el año pasado recibí fotos del estado en que se encuentra el apartamento donde vivía en La Habana, actual vivienda de Iván, y con pena puse una en el post Años duros. Tal vez algo difícil de entender para quienes siempre han tenido una casa con un mínimo de condiciones. Duele descubrir el lugar donde vive Laritza, en esas fotos tiradas por Diego Ramos, su esposo, a quien también Iván tuvo que convencer. Pero lo más doloroso es que ni siquiera son las peores imágenes que hoy se pueden ver en cualquier rincón de Cuba. Una de las muchas y terribles herencias que a los cubanos ha dejado ese par de hermanos que en su repuñetera vida jamás han sabido lo que es vivir mal.
Tania Quintero
Lucerna
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