Mi tío EL TITI, el de Machurrucuto
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Mi tío EL TITI, el de Machurrucuto
9.4.10
Mi tío EL TITI, el de Machurrucuto
Por Jean Petit Gorrión
El Titi creció sin conocer a su padre, mi abuelo, que escapó al norte en 1960 un día antes que los milicianos irrumpieran en su casa para desaparecerlo, pero esa es otra historia que contar. Resulta que El Titi, siendo hijo de un contrarrevolucionario, hizo el normal caminito de la mayoría de los de su generación en Cuba, un día me mostró una foto con 12 años y atuendo miliciano, cargando un FAL belga que era más grande que él.
“Hubiese matado por la revolución, hubiese también escrito en la agonía, el nombre de Fidel con sangre”, me dijo.
Y fue así que este caminito lo llevó a Loma Blanca, un lugar donde se preparaban Oficiales FAR Express para mandarlos en misión internacionalista a África, por esos tiempos el tiroteo bueno estaba en Angola y un día, sin que nadie en casa supiera, aterrizó en Luanda. Pasó tres años en aquella “gloriosa misión” –a Rafael, su mejor amigo, y compañero de trinchera, un proyectil de grueso calibre le explotó la cabeza justo al lado de él, así vio caer o volverse irremediablemente locos a muchos cubanos en aquella inútil contienda. Se ganó una medalla, la tan anhelada membresía en el PCC y unos cuantos gramos de metralla encarnada en su pierna izquierda.
Pero El Titi tenía un amor: Carmen. De esos amores de pueblo pequeño que empiezan en la niñez y no terminan nunca. Carmen era la única hija de un viejo matrimonio muy religioso que lo único que pidió a mi tío, en calidad de un favor muy grande, que se casaran por la Iglesia, cosa que un militante no podía hacer. Lo pensó mil veces y accedió, no podía negarse a la petición de sus ancianos suegros. Y fue así que este matrimonio fue arreglado para que se consumara y sacramentara secretamente. Pero en pueblo chico nada es secreto y no faltó el chivatón que pusiera al tanto de esto a las autoridades. Días después, El Titi, el alfabetizador, el miliciano, el veterano internacionalista; estaba siendo expulsado deshonrosamente de las filas del Partido Comunista de Cuba.
Comprendió que todo por lo que había jurado dar la vida si fuese necesario era una tremenda, pero tremendísima MIERDA. Tiró en la mesa de su jefe de núcleo el carnet rojo, las medallas y salió por la puerta en plena reunión, se sacudió el polvo enmarañado de sus zapatos y extrañamente sintió la ligereza de haberse sacado de encima un tanque ruso. Hoy a El Titi nadie le mete cuento y hay que ver lo bien que le ha ido criando puercos, en la clandestinidad.
De Guama.
Mi tío EL TITI, el de Machurrucuto
Por Jean Petit Gorrión
El Titi creció sin conocer a su padre, mi abuelo, que escapó al norte en 1960 un día antes que los milicianos irrumpieran en su casa para desaparecerlo, pero esa es otra historia que contar. Resulta que El Titi, siendo hijo de un contrarrevolucionario, hizo el normal caminito de la mayoría de los de su generación en Cuba, un día me mostró una foto con 12 años y atuendo miliciano, cargando un FAL belga que era más grande que él.
“Hubiese matado por la revolución, hubiese también escrito en la agonía, el nombre de Fidel con sangre”, me dijo.
Y fue así que este caminito lo llevó a Loma Blanca, un lugar donde se preparaban Oficiales FAR Express para mandarlos en misión internacionalista a África, por esos tiempos el tiroteo bueno estaba en Angola y un día, sin que nadie en casa supiera, aterrizó en Luanda. Pasó tres años en aquella “gloriosa misión” –a Rafael, su mejor amigo, y compañero de trinchera, un proyectil de grueso calibre le explotó la cabeza justo al lado de él, así vio caer o volverse irremediablemente locos a muchos cubanos en aquella inútil contienda. Se ganó una medalla, la tan anhelada membresía en el PCC y unos cuantos gramos de metralla encarnada en su pierna izquierda.
Pero El Titi tenía un amor: Carmen. De esos amores de pueblo pequeño que empiezan en la niñez y no terminan nunca. Carmen era la única hija de un viejo matrimonio muy religioso que lo único que pidió a mi tío, en calidad de un favor muy grande, que se casaran por la Iglesia, cosa que un militante no podía hacer. Lo pensó mil veces y accedió, no podía negarse a la petición de sus ancianos suegros. Y fue así que este matrimonio fue arreglado para que se consumara y sacramentara secretamente. Pero en pueblo chico nada es secreto y no faltó el chivatón que pusiera al tanto de esto a las autoridades. Días después, El Titi, el alfabetizador, el miliciano, el veterano internacionalista; estaba siendo expulsado deshonrosamente de las filas del Partido Comunista de Cuba.
Comprendió que todo por lo que había jurado dar la vida si fuese necesario era una tremenda, pero tremendísima MIERDA. Tiró en la mesa de su jefe de núcleo el carnet rojo, las medallas y salió por la puerta en plena reunión, se sacudió el polvo enmarañado de sus zapatos y extrañamente sintió la ligereza de haberse sacado de encima un tanque ruso. Hoy a El Titi nadie le mete cuento y hay que ver lo bien que le ha ido criando puercos, en la clandestinidad.
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