Ejemplo de cómo el mundo noticioso americano y externo divergen : ¿alguien sabía de este tipo?

EL REGRESO DE KARL ROVE
Confesiones
del `príncipe de las tinieblas´

D.R.

El
hombre que llevó a George W. Bush a la Casa Blanca ha vuelto. Sus
detractores lo llaman `maquiavelo´ o `sabandija´. Sus seguidores, `el
arquitecto´. Rove está dispuesto a convertirse en la pesadilla de Barack
Obama. Recorre sin cesar EE.UU. recaudando fondos y pronunciando
discursos, convencido de que los republicanos revivirán en las
elecciones de noviembre. Aprovechando la publicación de sus memorias,
nos abre las puertas de su casa. Descubrimos el lado menos oscuro del
hombre más temido de Washington.


Maestro del juego sucio. Así era descrito Karl Rove cuando
ejercía como principal asesor político de George W. Bush. Yo, sin
embargo, me encuentro con un hombre vulnerable, recién divorciado. El
político más temido en Washington me lleva a su cocina, donde, después
de todo lo que he oído sobre él, espero hallar recipientes con sangre
humana y sustancias venenosas. Rove se limita a hacer una infusión de
manzanilla.


Fue el asesor presidencial más influyente en la historia
de Estados Unidos, un hombre con fama de ser capaz de hacer lo indecible
para que su candidato sea elegido y la reputación de su rival se
arrastre por el fango. Los últimos libros sobre su figura llevan títulos
tan significativos como El arquitecto y La sombra de
Maquiavelo. Los periodistas norteamericanos a quienes pregunto por
nuestro hombre me hablan de «una sabandija peor que el propio Nixon» y
hacen comentarios desagradables sobre «la marca de Rove». Hasta George
W. Bush, su gran amigo, lo apoda «capullo».


Le pregunto qué siente al saber que el adjetivo `roviano´
es hoy sinónimo del juego sucio en política. Él sonríe de forma
enigmática y responde: «No me preocupa. Me divierte, soy una especie de
mito. Se habla mucho de mí, pero pocos me conocen de verdad. No pasa
nada. Por desgracia, la política consiste en eso. En una suerte de fama
extraña, perversa. Muchas veces me critican para dejar en mal lugar a
las personas o las causas a las que estoy vinculado».


Rove siempre va a seguir vinculado a Bush. No sólo
consiguió que fuera elegido dos veces, además pasó siete años en la Casa
Blanca como consejero suyo, un asesor tan poderoso que había quienes lo
llamaban `copresidente´. Crítico absoluto con Barack Obama, pese a
confesarse admirado de su campaña electoral, Rove ha desempeñado un
papel clave en la inesperada y rápida recuperación de los republicanos
tras la derrota en las últimas presidenciales. «Obama ha gobernado muy
lejos del centro político, está demasiado escorado a la izquierda y no
supo preparar a la opinión pública en relación a lo que se proponía
hacer –dice–. Además, es débil.»


Ahora, tras haber pasado años negándose a hablar de sí
mismo, este experto en manejar los hilos de la política acaba de salir
de las sombras para escribir [se habla de un anticipo de dos millones de
dólares] unas memorias de elocuente título: Courage and consequence
(`Coraje y consecuencias´). Nos encontramos en su casa con jardín en
Washington D. C. En la pared de su despacho hay una guitarra eléctrica
firmada por los ZZ Top que el grupo rockero le regaló tras la fiesta
inaugural de la Presidencia de Bush, en 2001.

–¿Toca la guitarra?–, le pregunto, sorprendido.

–¡Por favor! –Rove suelta una risita–. Yo no tengo nada de cool,
nadie en su sano juicio puede pensar que toco la guitarra. Me la
regalaron porque eran admiradores de Bush.


La entrevista tiene lugar en una sala de estar atestada
de biografías de los líderes a los que admira (Churchill, Wellington,
Lincoln...) y de libros de Jorge Luis Borges y Evelyn Waugh. La lectura
es una de las inesperadas aficiones que comparte con Bush. De hecho,
durante sus últimos tres años en la Casa Blanca, ambos estuvieron
sumidos en una competición para ver quién de los dos leía más. Ganó
Rove. Entre risas, comenta: «El presidente me dio la excusa patética de
que perdió porque su trabajo era muy absorbente y no le dejaba tiempo
para leer».


Su casa tiene un aire impersonal, quizá porque Darby, su
mujer durante 23 años, se divorció de él en diciembre. El matrimonio se
vio sometido a unas presiones intolerables; los periodistas llegaron a
sitiar la vivienda cuando Rove fue acusado de filtrar a la prensa que
Valerie Plame era una agente de la CIA, después de que su marido acusara
a la Casa Blanca de mentir por afirmar que Iraq había intentado comprar
uranio en Níger. «Estaban acampados día y noche ahí fuera», indica,
señalando a la ventana.


Rove se divierte mostrando cómo usaba el mando a distancia
para abrir la puerta del garaje y hacer que todos los equipos de
televisión corrieran hacia la casa para, al momento, cerrarla otra vez.
«Luego me supo un poco mal –confiesa–, pero en ese momento me divertía
con la travesura.»


El culebrón de Valerie Plame, sobre el que ahora se rueda
una película con Sean Penn y Naomi Watts, arruinó la carrera política
de Scooter Libby, el secretario del vicepresidente, si bien Rove no fue
formalmente acusado de nada. Rove se muestra muy amargado con lo que
describe como «una tortura durante tres años seguidos. La presión sobre
mi familia fue enorme. La cosa llegó a tal punto que la madre de uno de
los compañeros de colegio de mi hijo dijo: `Espero que Karl Rove acabe
en la cárcel´. Mi mujer es una persona comprensiva, pero en el verano de
2005 ya no pudo más y se vio obligada a huir, literalmente. Me dijo que
se iba con nuestro hijo, Andrew, a Florida y que volvería al empezar el
curso».
El acoso prosiguió después de que Rove dejase la Casa Blanca, en
2007. «Una vez, en el aeropuerto, mi hijo, que mide dos metros, iba
delante de mí. Le comenté a Darby, en broma, que el chaval parecía mi
guardaespaldas. Ella entonces me dijo: `¿Es que no entiendes que se
preocupa por tu seguridad?´.»


Rove nació de forma imprevista en el ascensor de un
hospital el día de Navidad de 1950, y nada en su origen familiar llevaba
a suponer que un día acabaría trabajando a quince pasos del Despacho
Oval: «En mi familia no había interés por la política. Mi padre era
geólogo y hasta que tuvo más de 70 años nunca me dijo a quién había
votado».


Cuando Karl tenía 19, su padre se marchó de casa durante
las que define como «las peores Navidades de mi vida». Su madre también
se marchó, y Rove, entonces un universitario, se vio de pronto sin techo
y sin un centavo. Más tarde supo que su padre le había estado enviando
dinero que su madre nunca le entregó. Mientras, Rove dormía en la
buhardilla sin calefacción de una residencia de estudiantes, se
alimentaba exclusivamente de pasta y trabajaba como camarero. También
descubrió más tarde que su padre, en realidad, no era su padre al tiempo
que le llegaban rumores sobre su homosexualidad. «Sigo sin tener claro
si mi padre era gay o no», dice.


Rove tenía 30 años cuando su madre se suicidó enchufando
el tubo de escape al interior de su camioneta. Le dejó una nota en la
que explicaba que estaba «muy cansada, muy cansada por dentro», y
añadía: «Sé que lo que estoy haciendo es una cobardía. Os pido, por
favor, que perdonéis mi fracaso». La tragedia abrió una nueva fase en su
vida. «Yo no estaba tan unido a mi madre como mis hermanos, pero fue
muy duro –admite Rove–. ¿Qué puede llevar a una persona con cinco hijos y
dos nietos a pensar que la vida es tan vacía y desagradable como para
buscar una salida así? Lo sucedido me llevó a comprender que es
fundamental mirar las cosas con un mínimo de perspectiva.»


Sus oponentes seguramente dirían que él, por su parte, no
tiene reparos en usar la vida privada de los demás. Da la impresión de
que, a lo largo de su carrera, los rivales de Rove se han visto dañados
uno tras otro por episodios de mala suerte y rumores sobre hijos
ilegítimos o escándalos sexuales. Su fama de personaje adepto a las
jugarretas de tipo ruin se remonta a su época de activista republicano,
en la cual llegó a distribuir invitaciones a una cena de recaudación de
fondos para los demócratas entre los vagabundos que se encontraba por la
calle, a los que prometió «cerveza, comida y chicas gratis». La cena se
vio invadida por un aluvión de hippies y gente que vivía en la
calle. Pero el truco le salió mal, pues el candidato demócrata reaccionó
declarando que «el partido demócrata es el partido de todos». Los
republicanos se sintieron furiosos por lo sucedido y Rove tuvo que
cambiar de aires.


Aun así, no tardó en ser nombrado director ejecutivo de
la agrupación de estudiantes republicanos en Washington, donde George
Bush se fijó en él. Un día de 1973, Bush le pidió que le llevara las
llaves de su coche a su hijo. Rove, bajito y rechoncho, se sintió
impresionado por aquel chaval tan alto y esbelto vestido con tejanos y
chaqueta de aviador. «George W. Bush entró por la puerta haciendo gala
de un encanto personal y un carisma increíbles», escribe.


Rove y el joven Bush se hicieron amigos y compañeros de
caza. Rove, un excelente cocinero, preparaba las palomas torcaces y
codornices que cazaban. Texas era un estado de indiscutida hegemonía
demócrata, pero en 1994 Rove se las arregló para que Bush fuera elegido
gobernador apelando a los votantes rurales y dividiendo el voto de
negros e hispanos. Fue él quien animó a Bush a presentarse a la
Presidencia en 2000. En su libro explica que le dijo que «la autoridad
del candidato tiene que ser limitada». A Bush le parecía bien no
inmiscuirse demasiado en el día a día del poder y dejar que Rove fuera
«el hombre de las ideas», como él mismo lo definió.


Rove es leal a Bush e insiste que la gente subestima al
ex presidente: «Uno de los asociados de Abraham Lincoln cierta vez dijo:
`La mayor cualidad del señor Lincoln es su capacidad para llegar al
quid de una cuestión´. Bush tiene esa misma capacidad».


Entre los recuerdos de sus años con Bush figura «el caso
del calcetín desaparecido». De viaje con Bush en una visita de Estado a
Londres, Rove estaba alojado en una suite del Buckingham Palace, a la
que por las mañanas se acercaba un ayuda de cámara. El último día de su
estancia en palacio, Rove fue a echar mano de su último par de
calcetines, pero al desanudar advirtió que sólo tenía un calcetín. «Me
entró el pánico al verme despidiéndome de la reina con un solo calcetín
en los pies.» En ese momento se abrió la puerta y entró un ayuda de
cámara con una gran bandeja de plata. Entonces levantó la tapa y
proclamó: «En nombre de su majestad Isabel II, cabeza de la Commonwealth
y defensora de la fe, es un honor hacerle entrega de este par de
calcetines reales». Rove todavía los conserva. «Son un recuerdo muy
querido. Tan sólo me los he puesto una vez.»
ambién británico es uno de los políticos que más admira. «Tony
Blair era consciente de lo que la invasión de Iraq podría suponer para
su carrera, pero, en su caso, las consecuencias en el plano personal le
preocupaban mucho menos que las consecuencias para el mundo entero.»


Rove insiste en que la decisión de invadir Iraq fue la
correcta, a pesar de los miles de muertos y de que nunca aparecieran las
armas de destrucción masiva que justificaron la invasión: «Hoy sabemos
que en 1945 los japoneses estaban al límite de sus fuerzas, no tenían
capacidad para combatir mucho más tiempo y podían haber sido aislados en
su territorio. ¿Era necesario lanzar las dos bombas atómicas?
–reflexiona–. Al gobernar, uno tiene que basarse en la información de
que dispone, sobre todo en cuestiones de vida o muerte, de guerra o paz.
Toda la información de que disponíamos tras los atentados del 11-S
indicaban que Sadam Hussein era una amenaza. El mundo hoy sería muy
distinto si no le hubiéramos hecho frente. Sadam llevaba casi una década
mofándose de la ONU y tenía en su poder casi la tercera parte de las
reservas petrolíferas mundiales. No tenía armas de destrucción masiva,
pero contaba con instalaciones [nucleares] de uso dual y con
infraestructura para volver a poner en práctica con rapidez los
programas de ese tipo».


Para Rove, el principal error de Bush fue su fracaso a la
hora de rebatir la acusación de haber mentido con tal de emprender la
guerra. «Dejamos que todo esto se convirtiera en un agente corrosivo, lo
que erosionó la credibilidad de la Administración.» Al igual que Blair,
Rove considera que la historia, al final, reflejará bajo una luz más
positiva la intervención en Iraq: «El tiempo nos dará la razón».


Como compensación, Rove se consuela con la pérdida de
popularidad histórica sufrida por Obama. «El pueblo estadounidense
quiere que el presidente se moje y tome medidas. A Bush nunca le oyeron
decir que todo era culpa de Clinton y que a él le había tocado arreglar
el desaguisado. Los norteamericanos están dispuestos a escuchar ese
argumento durante cierto tiempo, pero Obama se ha pasado nueve meses
empeñado en la reforma de la Seguridad Social cuando la gran mayoría
tiene cubiertas sus necesidades y están satisfechos con el sistema. Si
Washington está en las últimas, la culpa es de Obama. Es un líder
mediocre.»


Convencido de que los republicanos revivirán en las
elecciones de noviembre, Rove pasa los días viajando y pronunciando
discursos. Siente nostalgia de sus años en la Casa Blanca, pero todavía
no piensa en dirigir la campaña de ningún candidato potencial para 2012.
«Ahora mismo no me fijo en esas cosas –asegura–. Estamos en 2010. En
2006, nadie imaginaba que Obama fuera a ser el candidato demócrata.»


Cuando menciono a Sarah Palin, la última candidata
republicana a la Vicepresidencia, recién fichada como comentarista por
el canal conservador Fox News –situación que le asegura una presencia
constante en los medios durante los próximos años–, detecto una mueca de
aprensión en su rostro. «Palin lo hizo muy bien en 2008, pero está por
ver si conseguirá que la gente entienda mejor quién es ella y de qué es
capaz. Queda mucho por delante. Antes de las presidenciales pasaremos
por varias fases geológicas.»


Dicho esto, el denominado «príncipe de la oscuridad»
vuelve a la cocina. Durante la siguiente semana me llama varias veces y
charlamos sobre el patinaje sobre hielo en los Juegos de Invierno o de
su afición a la numismática, hobby que –se alegra al saberlo– compartía
con Benazir Bhutto. Me quedo con la impresión, tan clara como
inesperada, de que Karl Rove ansía ser querido. En un momento dado le
confieso mi frustrada ambición de ser patinadora artística. «¡Ja!
–apunta–. Tomo nota de este dato. Ahora la tengo en mis manos.»
Christina Lamb The Sunday
Time Magazin

Yo no, pero ni vivia por estos lares...