¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?
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¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?
¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?
Boaventura de Sousa Santos
Rebelión
Esta pregunta puede parecer extraña y muchos pensarán que la formulación inversa acaso tuviera más sentido: ¿por qué la izquierda se volvió en un problema difícil para Cuba?.
De hecho, el lugar de la Revolución Cubana en el pensamiento y en la práctica de izquierda a lo largo del siglo XX es ineludible. Y lo es más en tanto el enfoque incida menos en la sociedad cubana en sí misma, y más en la contribución de Cuba a las relaciones entre los pueblos, tantas fueron las demostraciones de solidaridad internacionalista dadas por la Revolución Cubana en los últimos cincuenta años. Europa y América del Norte podrían ser lo que son al margen de la Revolución Cubana, pero no se puede afirmar lo mismo de la América Latina, de África y de Asia, o sea, de las regiones del planeta donde vive cerca del 85% de la población mundial. La solidaridad internacionalista protagonizada por Cuba se extendió a lo largo de cinco décadas por los más diversos ámbitos: político, militar, social y humanitario.
¿Qué es «izquierda» y qué es «problema difícil»?
A pesar de todo, pienso que la pregunta que trato de responder en este texto tiene sentido. Pero antes de intentar una respuesta, se necesitan varias precisiones. En primer lugar, la pregunta puede sugerir que fue solo Cuba la que evolucionó y se volvió problemática a lo largo de los últimos cincuenta años y que, por el contrario, la izquierda que la interpela hoy es la misma de hace cincuenta años. Nada sería tan falso. Tanto Cuba como la izquierda se desarrollaron mucho en este medio siglo y son los desencuentros de sus respectivos desarrollos los que crean el «problema difícil». Si es verdad que Cuba trató activamente de cambiar el escenario internacional de manera de hacer más justas las relaciones entre los pueblos, también es cierto que los hostiles condicionamientos externos en que la Revolución Cubana fue forzada a desarrollarse impidieron que el potencial de renovación de la izquierda que la Revolución ostentaba en 1959 se realizara plenamente. Tal hecho hizo que la izquierda mundial no se renovara, en los últimos cincuenta años, sobre el legado de la Revolución Cubana, sino a partir de otros referentes. La solidaridad internacional cubana pudo mantener una vitalidad muy superior a la solución interna cubana.
En segundo lugar, debo precisar lo que entiendo por «izquierda» y por «problema difícil». Izquierda significa el conjunto de teorías y prácticas transformadoras que, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, resistieron a la expansión del capitalismo y al tipo de relaciones económicas, sociales, políticas y culturales que genera, y que se hicieron con la convicción de la posibilidad de un futuro poscapitalista, de una sociedad alternativa, más justa por estar orientada a la satisfacción de las necesidades reales de los pueblos, y más libre, por estar centrada en la realización de las condiciones del efectivo ejercicio de la libertad. A esa sociedad alternativa generalmente se la llamó socialismo. Sostengo que para esta izquierda, cuya teoría y cuya práctica evolucionaron mucho en los últimos cincuenta años, Cuba es hoy un «problema difícil». Para la izquierda que eliminó de su horizonte el socialismo o el poscapitalismo, Cuba no es siquiera un problema. Es un caso perdido. De esa otra izquierda no me ocupo aquí. Por «problema difícil» entiendo el que se sitúa en una alternativa a dos posiciones polares respecto a las cuales se cuestiona: en este caso, Cuba. Las dos posiciones descartadas por la idea del «problema difícil» son: Cuba es una solución sin problemas; Cuba es un problema sin solución.
Declarar a Cuba un «problema difícil» para la izquierda significa aceptar tres ideas: 1) en las presentes condiciones internas, Cuba dejó de ser una solución viable de izquierda; 2) que los problemas que enfrenta, sin ser insuperables, son de difícil solución; 3) que si tales problemas fueran resueltos en los términos de un horizonte socialista, Cuba podrá volver a ser un motor de renovación de la izquierda. Será entonces una Cuba distinta, que genere un socialismo diferente del que fracasó en el siglo XX y, de ese modo, contribuya a la urgente renovación de la izquierda. Sin ella, la izquierda nunca entrará en el siglo XXI.
La resistencia y la alternativa
Hechas estas precisiones, el «problema difícil» se puede formular como sigue: Todos los procesos revolucionarios modernos son procesos de ruptura que se basan en dos pilares: la resistencia y la alternativa. El equilibrio entre ellos es fundamental para eliminar lo viejo hasta donde sea necesario, y hacer florecer lo nuevo hasta donde sea posible.
Debido a las hostiles condiciones externas en que el proceso revolucionario cubano se desarrolló -el embargo ilegal por parte de los Estados Unidos, la forzada solución soviética en los años 70, y el drástico ajuste ocasionado por el fin de la URSS en los años 90-, ese equilibrio no fue posible. La resistencia terminó por superponerse a la alternativa. Y de tal modo, que la alternativa no se pudo expresar según su lógica propia (afirmación de lo nuevo) y, por el contrario, se sometió a la lógica de la resistencia (la negación de lo viejo). De este hecho resultó que la alternativa ha permanecido siempre como rehén de una norma que le era extraña. Esto es, nunca se transformó en una verdadera solución nueva, consolidada, creadora de una nueva hegemonía y, por eso, capaz de desarrollo endógeno según una lógica interna de renovación (nuevas alternativas dentro de la alternativa). En consecuencia, las rupturas con los pasados sucesivos de la Revolución fueron siempre menos endógenas que la ruptura con el pasado prerrevolucionario. El carácter endógeno de esta última ruptura pasó a justificar la ausencia de rupturas endógenas con los pasados más recientes, incluso cuando eran conocidamente problemáticos.
Debido a este relativo desequilibrio entre resistencia y alternativa, la alternativa ha estado siempre a un paso de estancarse, y su estancamiento siempre disfrazado por la continua y noble vitalidad de la resistencia. Esta dominancia de la resistencia acabó por atribuirle un «exceso diagnóstico»: la necesidad de la resistencia podía invocarse para diagnosticar la imposibilidad de la alternativa. Aun si es errada, en los hechos tal invocación siempre ha sido creíble.
El carisma revolucionario y el sistema reformista
El segundo vector del «problema difícil» concierne al modo específicamente cubano como se desarrolló la tensión entre revolución y reforma. En cualquier proceso revolucionario, el primer acto de los revolucionarios después del éxito de la revolución es evitar que haya otras revoluciones. Con ese acto comienza el reformismo dentro de la revolución. Reside aquí la gran complicidad -tan invisible como decisiva- entre revolución y reformismo. En el mejor de los casos, esa complementariedad se logra por una dualidad -siempre más aparente que real- entre el carisma del líder, que mantiene viva la permanencia de la revolución, y el sistema político revolucionario, que va asegurando la reproducción del reformismo. El líder carismático ve el sistema como un confinamiento que limita su impulso revolucionario, y lo presiona hacia el cambio; en tanto el sistema ve al líder como un fermento de caos que hace provisionales todas las verdades burocráticas. Esta dualidad creativa fue durante algunos años uno de los rasgos distintivos de la Revolución Cubana.
Sin embargo, con el tiempo, la complementariedad virtuosa tiende a transformarse en bloqueo recíproco. Para el líder carismático, el sistema, que comienza por ser una limitación que le es exterior, con el tiempo se convierte en su segunda naturaleza. Se hace así difícil distinguir entre las limitaciones creadas por el sistema y las limitaciones del propio líder. El sistema, a su vez, conociendo que el éxito del reformismo terminará por erosionar el carisma del líder, se autolimita para prevenir que tal cosa ocurra. La complementariedad se transforma en un juego de autolimitaciones recíprocas. El riesgo es que, en vez de desarrollo complementario, ocurran estancamientos paralelos.
La relación entre carisma y sistema es, pues, muy sensible a veces, y particularmente en momentos de transición. (1). El carisma, en sí mismo, no admite transiciones. Ningún líder carismático tiene un sucesor carismático. La transición solo puede ocurrir en la medida en que el sistema reemplaza al carisma. Pero, para que tal cosa suceda, es necesario que el sistema sea suficientemente reformista para lidiar con fuentes de caos muy diferentes de las que emergían del líder. La situación es dilemática, siempre y cuando la fuerza del líder carismático tenga objetivamente bloqueado el potencial reformista del sistema. Este vector del «problema difícil» puede resumirse así: el futuro socialista de Cuba depende de la fuerza reformista del sistema revolucionario; no obstante, esta es una incógnita para un sistema que siempre hizo depender su fuerza del líder carismático. Este vector de la dificultad del problema explica el discurso de Fidel en la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005. (2).
Las dos vertientes del «problema difícil» -desequilibrio entre resistencia y alternativa, y entre carisma y sistema- están íntimamente relacionadas. La prevalencia de la resistencia sobre la alternativa fue simultáneamente el producto y el productor de la del carisma sobre el sistema.
Boaventura de Sousa Santos
Rebelión
Esta pregunta puede parecer extraña y muchos pensarán que la formulación inversa acaso tuviera más sentido: ¿por qué la izquierda se volvió en un problema difícil para Cuba?.
De hecho, el lugar de la Revolución Cubana en el pensamiento y en la práctica de izquierda a lo largo del siglo XX es ineludible. Y lo es más en tanto el enfoque incida menos en la sociedad cubana en sí misma, y más en la contribución de Cuba a las relaciones entre los pueblos, tantas fueron las demostraciones de solidaridad internacionalista dadas por la Revolución Cubana en los últimos cincuenta años. Europa y América del Norte podrían ser lo que son al margen de la Revolución Cubana, pero no se puede afirmar lo mismo de la América Latina, de África y de Asia, o sea, de las regiones del planeta donde vive cerca del 85% de la población mundial. La solidaridad internacionalista protagonizada por Cuba se extendió a lo largo de cinco décadas por los más diversos ámbitos: político, militar, social y humanitario.
¿Qué es «izquierda» y qué es «problema difícil»?
A pesar de todo, pienso que la pregunta que trato de responder en este texto tiene sentido. Pero antes de intentar una respuesta, se necesitan varias precisiones. En primer lugar, la pregunta puede sugerir que fue solo Cuba la que evolucionó y se volvió problemática a lo largo de los últimos cincuenta años y que, por el contrario, la izquierda que la interpela hoy es la misma de hace cincuenta años. Nada sería tan falso. Tanto Cuba como la izquierda se desarrollaron mucho en este medio siglo y son los desencuentros de sus respectivos desarrollos los que crean el «problema difícil». Si es verdad que Cuba trató activamente de cambiar el escenario internacional de manera de hacer más justas las relaciones entre los pueblos, también es cierto que los hostiles condicionamientos externos en que la Revolución Cubana fue forzada a desarrollarse impidieron que el potencial de renovación de la izquierda que la Revolución ostentaba en 1959 se realizara plenamente. Tal hecho hizo que la izquierda mundial no se renovara, en los últimos cincuenta años, sobre el legado de la Revolución Cubana, sino a partir de otros referentes. La solidaridad internacional cubana pudo mantener una vitalidad muy superior a la solución interna cubana.
En segundo lugar, debo precisar lo que entiendo por «izquierda» y por «problema difícil». Izquierda significa el conjunto de teorías y prácticas transformadoras que, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, resistieron a la expansión del capitalismo y al tipo de relaciones económicas, sociales, políticas y culturales que genera, y que se hicieron con la convicción de la posibilidad de un futuro poscapitalista, de una sociedad alternativa, más justa por estar orientada a la satisfacción de las necesidades reales de los pueblos, y más libre, por estar centrada en la realización de las condiciones del efectivo ejercicio de la libertad. A esa sociedad alternativa generalmente se la llamó socialismo. Sostengo que para esta izquierda, cuya teoría y cuya práctica evolucionaron mucho en los últimos cincuenta años, Cuba es hoy un «problema difícil». Para la izquierda que eliminó de su horizonte el socialismo o el poscapitalismo, Cuba no es siquiera un problema. Es un caso perdido. De esa otra izquierda no me ocupo aquí. Por «problema difícil» entiendo el que se sitúa en una alternativa a dos posiciones polares respecto a las cuales se cuestiona: en este caso, Cuba. Las dos posiciones descartadas por la idea del «problema difícil» son: Cuba es una solución sin problemas; Cuba es un problema sin solución.
Declarar a Cuba un «problema difícil» para la izquierda significa aceptar tres ideas: 1) en las presentes condiciones internas, Cuba dejó de ser una solución viable de izquierda; 2) que los problemas que enfrenta, sin ser insuperables, son de difícil solución; 3) que si tales problemas fueran resueltos en los términos de un horizonte socialista, Cuba podrá volver a ser un motor de renovación de la izquierda. Será entonces una Cuba distinta, que genere un socialismo diferente del que fracasó en el siglo XX y, de ese modo, contribuya a la urgente renovación de la izquierda. Sin ella, la izquierda nunca entrará en el siglo XXI.
La resistencia y la alternativa
Hechas estas precisiones, el «problema difícil» se puede formular como sigue: Todos los procesos revolucionarios modernos son procesos de ruptura que se basan en dos pilares: la resistencia y la alternativa. El equilibrio entre ellos es fundamental para eliminar lo viejo hasta donde sea necesario, y hacer florecer lo nuevo hasta donde sea posible.
Debido a las hostiles condiciones externas en que el proceso revolucionario cubano se desarrolló -el embargo ilegal por parte de los Estados Unidos, la forzada solución soviética en los años 70, y el drástico ajuste ocasionado por el fin de la URSS en los años 90-, ese equilibrio no fue posible. La resistencia terminó por superponerse a la alternativa. Y de tal modo, que la alternativa no se pudo expresar según su lógica propia (afirmación de lo nuevo) y, por el contrario, se sometió a la lógica de la resistencia (la negación de lo viejo). De este hecho resultó que la alternativa ha permanecido siempre como rehén de una norma que le era extraña. Esto es, nunca se transformó en una verdadera solución nueva, consolidada, creadora de una nueva hegemonía y, por eso, capaz de desarrollo endógeno según una lógica interna de renovación (nuevas alternativas dentro de la alternativa). En consecuencia, las rupturas con los pasados sucesivos de la Revolución fueron siempre menos endógenas que la ruptura con el pasado prerrevolucionario. El carácter endógeno de esta última ruptura pasó a justificar la ausencia de rupturas endógenas con los pasados más recientes, incluso cuando eran conocidamente problemáticos.
Debido a este relativo desequilibrio entre resistencia y alternativa, la alternativa ha estado siempre a un paso de estancarse, y su estancamiento siempre disfrazado por la continua y noble vitalidad de la resistencia. Esta dominancia de la resistencia acabó por atribuirle un «exceso diagnóstico»: la necesidad de la resistencia podía invocarse para diagnosticar la imposibilidad de la alternativa. Aun si es errada, en los hechos tal invocación siempre ha sido creíble.
El carisma revolucionario y el sistema reformista
El segundo vector del «problema difícil» concierne al modo específicamente cubano como se desarrolló la tensión entre revolución y reforma. En cualquier proceso revolucionario, el primer acto de los revolucionarios después del éxito de la revolución es evitar que haya otras revoluciones. Con ese acto comienza el reformismo dentro de la revolución. Reside aquí la gran complicidad -tan invisible como decisiva- entre revolución y reformismo. En el mejor de los casos, esa complementariedad se logra por una dualidad -siempre más aparente que real- entre el carisma del líder, que mantiene viva la permanencia de la revolución, y el sistema político revolucionario, que va asegurando la reproducción del reformismo. El líder carismático ve el sistema como un confinamiento que limita su impulso revolucionario, y lo presiona hacia el cambio; en tanto el sistema ve al líder como un fermento de caos que hace provisionales todas las verdades burocráticas. Esta dualidad creativa fue durante algunos años uno de los rasgos distintivos de la Revolución Cubana.
Sin embargo, con el tiempo, la complementariedad virtuosa tiende a transformarse en bloqueo recíproco. Para el líder carismático, el sistema, que comienza por ser una limitación que le es exterior, con el tiempo se convierte en su segunda naturaleza. Se hace así difícil distinguir entre las limitaciones creadas por el sistema y las limitaciones del propio líder. El sistema, a su vez, conociendo que el éxito del reformismo terminará por erosionar el carisma del líder, se autolimita para prevenir que tal cosa ocurra. La complementariedad se transforma en un juego de autolimitaciones recíprocas. El riesgo es que, en vez de desarrollo complementario, ocurran estancamientos paralelos.
La relación entre carisma y sistema es, pues, muy sensible a veces, y particularmente en momentos de transición. (1). El carisma, en sí mismo, no admite transiciones. Ningún líder carismático tiene un sucesor carismático. La transición solo puede ocurrir en la medida en que el sistema reemplaza al carisma. Pero, para que tal cosa suceda, es necesario que el sistema sea suficientemente reformista para lidiar con fuentes de caos muy diferentes de las que emergían del líder. La situación es dilemática, siempre y cuando la fuerza del líder carismático tenga objetivamente bloqueado el potencial reformista del sistema. Este vector del «problema difícil» puede resumirse así: el futuro socialista de Cuba depende de la fuerza reformista del sistema revolucionario; no obstante, esta es una incógnita para un sistema que siempre hizo depender su fuerza del líder carismático. Este vector de la dificultad del problema explica el discurso de Fidel en la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005. (2).
Las dos vertientes del «problema difícil» -desequilibrio entre resistencia y alternativa, y entre carisma y sistema- están íntimamente relacionadas. La prevalencia de la resistencia sobre la alternativa fue simultáneamente el producto y el productor de la del carisma sobre el sistema.
Dalton77- Cantidad de envíos : 3837
Fecha de inscripción : 19/02/2009
Re: ¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?
¿Qué hacer?
La discusión precedente muestra que Cuba es un «problema difícil» para aquella izquierda que, sin abandonar el horizonte del poscapitalismo o socialismo, evolucionó mucho en los últimos cincuenta años. De las líneas principales de esa evolución el pueblo cubano podría extraer propuestas para la solución del problema a pesar de la dificultad de este. O sea, la Revolución Cubana, que tanto contribuyó a la renovación de la izquierda, sobre todo en la primera década, podrá ahora beneficiarse también de la renovación de la izquierda que ocurrió desde entonces. Al hacerlo, volverá dialécticamente a asumir un papel activo en la renovación de la izquierda. Resolver el «problema difícil» implicaría, pues, concretizar con éxito el siguiente movimiento dialéctico: renovar a Cuba renovando la izquierda; renovar la izquierda renovando a Cuba.
Principales pasos de renovación de la izquierda socialista en los últimos cincuenta años:
1- En los últimos cincuenta años se ha ensanchado la brecha entre teoría de izquierda y práctica de izquierda, con consecuencias muy específicas para el marxismo. En tanto la teoría de izquierda crítica se desarrolló, principalmente, a partir de mediados del siglo XIX, en cinco países del Norte global (Alemania, Inglaterra, Italia, Francia y los Estados Unidos), y tomando en cuenta particularmente las realidades de las sociedades de los países capitalistas desarrollados, las prácticas de izquierda más creativas ocurrieron en el Sur global y fueron protagonizadas por clases o grupos sociales «invisibles», o seminvisibles para la teoría crítica y hasta para el marxismo, tales como pueblos colonizados, pueblos indígenas, campesinos, mujeres, afrodescendientes, etc.3 Se creó así una brecha entre teoría y práctica que domina nuestra condición teórico-política de hoy: una teoría semiciega que corre paralela a una práctica seminvisible. (4)
Una teoría semiciega no sabe dirigir, y una práctica seminvisible no sabe valorizarse. A medida que la teoría fue perdiendo en la práctica su papel de vanguardia -ya que mucho de lo que iba ocurriendo se le escapaba del todo-, (5) paulatinamente fue abandonando el estatus de teoría de vanguardia y ganando un estatus completamente nuevo e inconcebible en la tradición nortecéntrica de la zquierda: el estatus de una teoría de retaguardia. En el sentido que yo le atribuyo la teoría de retaguardia significa dos cosas. Por un lado, es una teoría que no guía con base en la deducción a partir de principios, leyes generales, por que se rige supuestamente por la totalidad histórica, sino con base en un examen constante,crítico y abierto de las prácticas de transformación social. Así, la teoría de retaguardia se deja sorprender por prácticas cambiantes progresivas, las acompaña, las analiza, intenta enriquecerse con ellas, y busca en ellas los criterios para profundizar y expandir las luchas sociales más progresistas. Por otro lado, una teoría de retaguardia mira en esas prácticas transformadoras tanto los procesos y actores colectivos más avanzados como los más retrasados, los más tímidos y al borde de la desistencia. Como diría el subcomandante Marcos, es una teoría que camina con los que van mas despacio. Es una teoría que concibe el avance y el retraso, los de adelante y los de atrás, como parte de un proceso dialéctico de tipo nuevo que no supone la idea de totalidad sino la idea de diferentes procesos de totalización, siempre inacabados y siempre en competencia. Siguiendo la lección de Gramsci, este es el camino para crear una contrahegemonía socialista o, como en el caso cubano, para mantener y reforzar una hegemonía socialista.
Para limitarme a un ejemplo, los grandes invisibles u olvidados de la teoría crítica moderna, los pueblos indígenas de la América Latina -visibles a lo sumo como campesinos-, han sido uno de los grandes protagonistas de las luchas progresistas de las últimas décadas en el Continente. Desde la perspectiva de la teoría convencional de la vanguardia, toda esta innovación política y social parecería de interés marginal, cuando no irrelevante. Y como resultado, fallaría en aprender con las luchas de los pueblos indígenas, con sus nociones de economía y de bienestar (el suma kawsay de los quechuas o suma qamaña de los aymaras, es decir, el «buen vivir»), hoy consignadas en las constituciones de Ecuador y de Bolivia, con sus concepciones de formas múltiples de gobierno y de democracia -democracia representativa, participativa y comunitaria, como está establecido en la nueva Constitución de Bolivia-. El fracaso en aprender de los nuevos agentes de cambio da lugar, al cabo, a la irrelevancia de la propia teoría.
2- El final de la teoría de la vanguardia marca el final de toda forma de organización política asentada en ella, en particular el partido de vanguardia. Los partidos que fueron moldeados por la idea de la teoría de vanguardia no son hoy partidos ni de vanguardia ni de retaguardia (como la definí arriba). Son de hecho partidos burocráticos que cuando están en la oposición resisten fuertemente al status quo, pero no tienen alternativa, y que cuando están en el poder, resisten fuertemente al surgimiento de alternativas. Como reemplazo del partido de vanguardia habría que crear uno o más partidos de retaguardia que acompañen el fermento de activismo social que se genera cuando los resultados de la participación popular democrática se hacen transparentes hasta para los que todavía no participan y que, de esta manera, son atraídos a participar.
3- La otra gran innovación de los últimos cincuenta años fue el modo como la izquierda y el movimiento popular se apropiaron de las concepciones hegemónicas (liberales, capitalistas) de democracia y las transformaron en concepciones contrahegemónicas, participativas, deliberativas, comunitarias, radicales. Podemos resumir esta innovación afirmando que la izquierda decidió finalmente tomar la democracia en serio (lo que la burguesía nunca hizo, como bien señaló Marx). Tomar la democracia en serio significa no solamente llevarla mucho más allá de las fronteras de la democracia liberal sino también crear un concepto de democracia de tipo nuevo: la democracia como todo el proceso de transformación de relaciones de poder desigual en relaciones de autoridad compartida. Aun cuando no se asiente en el fraude, en el papel decisivo del dinero en las campañas electorales, o en la manipulación de la opinión publica a través del control de los medios de comunicación social, la democracia liberal es de baja intensidad, toda vez que se limita a crear una isla de relaciones democráticas en un archipiélago de despotismos (económicos, sociales, raciales, sexuales, religiosos) que controlan efectivamente la vida de los ciudadanos y de las comunidades. La democracia tiene que existir mucho más allá del sistema político, en el sistema económico, en las relaciones familiares, raciales, sexuales, regionales, religiosas, y en las relaciones de vecindad y comunitarias. Socialismo es democracia sin fin.
De aquí la conclusión de que la igualdad tiene muchas dimensiones y solo puede realizarse a plenitud si se percibe también el reconocimiento de las diferencias. Es decir, si transformamos las diferencias desiguales (que crean jerarquías sociales) en diferencias iguales (que promueven la diversidad social como vía para eliminar las jerarquías).
4- En las sociedades capitalistas son muchos los sistemas de relaciones desiguales de poder (de opresión, de dominación, de explotación, racismo, sexismo, homofobia, xenofobia, machismo). Democratizar significa transformar relaciones desiguales de poder en relaciones de autoridad compartida. En tanto las relaciones desiguales de poder actúan siempre en redes, raramente un ciudadano, clase o grupo es víctima de una de ellas por separado. Del mismo modo, la lucha contra ellas tiene que darse en redes, o sea, sobre la base de amplias alianzas donde no es posible identificar un sujeto histórico privilegiado, homogéneo, definido a priori en términos de clase social. El pluralismo político y organizacional se convierte así en un imperativo dentro de los límites constitucionales sancionados democráticamente por el pueblo soberano. En la sociedad cubana las relaciones desiguales de poder son diferentes de las que existen en las sociedades capitalistas, pero existen aunque que sean menos intensas, son igualmente múltiples e igualmente actúan en redes. La lucha contra ellas, al margen de las necesarias adaptaciones, tendría igualmente que guiarse por el pluralismo social, político y organizativo.
5- Las nuevas concepciones de democracia y de diversidad social, cultural y política, en tanto pilares de la construcción de un socialismo viable y autosustentable, exigen que se repiense radicalmente la centralidad monolítica del Estado, así como la supuestamente homogénea sociedad civil.(6)
Posibles puntos de partida para una discusión con el único objetivo de contribuir a un futuro socialista viable en Cuba:
1- Cuba es tal vez el único país del mundo donde los condicionamientos externos no son una coartada para la incompetencia o la corrupción de los líderes. Son un hecho cruel y decisivo. Esto no implica que no haya espacio de maniobra, el cual puede aumentar ante la crisis del neoliberalismo y los cambios geoestratégicos previsibles a corto plazo. Tal capital no puede dispersarse a través del rechazo a examinar alternativas, por más que se disfrace con reclamos excesivos a la resistencia. A partir de ahora, no se puede correr el riesgo de dejar que la resistencia domine a la alternativa. Si sucediera tal cosa, la resistencia terminaría por agotarse.
2- El régimen cubano llevó a su límite la tensión posible entre legitimación ideológica y condiciones materiales de vida. De aquí en adelante, los cambios que cuentan deben ser los que transformen las condiciones materiales de vida de la abrumadora mayoría de la población. A partir de aquí, la democracia de ratificación, si se mantiene, sería para ratificar lo ideológico solo en la medida en que tenga un sentido material. En caso contrario, la ratificación, en lugar de consentimiento, llegaría a significar resignación.
3- La temporalidad a largo plazo del cambio civilizatorio estaría por algún tiempo subordinada a la temporalidad inmediata de las soluciones de urgencia.
4- Una sociedad capitalista no lo es porque todas las relaciones económicas y sociales sean capitalistas, sino porque estas determinan el funcionamiento de todas las otras relaciones económicas y sociales existentes en la sociedad. Inversamente, una sociedad socialista no es socialista porque todas las relaciones sociales y económicas sean socialistas, sino porque estas determinan el funcionamiento de todas las otras relaciones existentes en la sociedad.
En este momento, en Cuba hay una situación sui generis: de una parte, un socialismo formalmente monolítico que no alimenta la emergencia de relaciones no-capitalistas de tipo nuevo ni puede determinar creativamente las relaciones capitalistas, aunque tiene que convivir a disgusto con ellas, incluidas las franjas de corrupción (como denunció oportunamente Fidel). De otro lado una forma de capitalismo que, salvaje y clandestino, o semiclandestino, se hace muy difícil de controlar. En esta situación, no hay motivación para el desarrollo de otras relaciones económicas y sociales de tipo cooperativo y comunitario, de las cuales habría mucho que esperar. Al respecto, sería muy útil para el pueblo cubano estudiar y evaluar con mucha atención los sistemas económicos consignados en la constitución de Venezuela y en las constituciones de Ecuador y de Bolivia recientemente aprobadas, y las respectivas experiencias de transformación. No para copiar soluciones, sino para apreciar los caminos de la creatividad de la izquierda latinoamericana en las últimas décadas. La importancia de este aprendizaje está implícita en el reconocimiento de errores pasados hecho de manera contundente por Fidel en el discurso en la Universidad de La Habana ya referido: «Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo».
La discusión precedente muestra que Cuba es un «problema difícil» para aquella izquierda que, sin abandonar el horizonte del poscapitalismo o socialismo, evolucionó mucho en los últimos cincuenta años. De las líneas principales de esa evolución el pueblo cubano podría extraer propuestas para la solución del problema a pesar de la dificultad de este. O sea, la Revolución Cubana, que tanto contribuyó a la renovación de la izquierda, sobre todo en la primera década, podrá ahora beneficiarse también de la renovación de la izquierda que ocurrió desde entonces. Al hacerlo, volverá dialécticamente a asumir un papel activo en la renovación de la izquierda. Resolver el «problema difícil» implicaría, pues, concretizar con éxito el siguiente movimiento dialéctico: renovar a Cuba renovando la izquierda; renovar la izquierda renovando a Cuba.
Principales pasos de renovación de la izquierda socialista en los últimos cincuenta años:
1- En los últimos cincuenta años se ha ensanchado la brecha entre teoría de izquierda y práctica de izquierda, con consecuencias muy específicas para el marxismo. En tanto la teoría de izquierda crítica se desarrolló, principalmente, a partir de mediados del siglo XIX, en cinco países del Norte global (Alemania, Inglaterra, Italia, Francia y los Estados Unidos), y tomando en cuenta particularmente las realidades de las sociedades de los países capitalistas desarrollados, las prácticas de izquierda más creativas ocurrieron en el Sur global y fueron protagonizadas por clases o grupos sociales «invisibles», o seminvisibles para la teoría crítica y hasta para el marxismo, tales como pueblos colonizados, pueblos indígenas, campesinos, mujeres, afrodescendientes, etc.3 Se creó así una brecha entre teoría y práctica que domina nuestra condición teórico-política de hoy: una teoría semiciega que corre paralela a una práctica seminvisible. (4)
Una teoría semiciega no sabe dirigir, y una práctica seminvisible no sabe valorizarse. A medida que la teoría fue perdiendo en la práctica su papel de vanguardia -ya que mucho de lo que iba ocurriendo se le escapaba del todo-, (5) paulatinamente fue abandonando el estatus de teoría de vanguardia y ganando un estatus completamente nuevo e inconcebible en la tradición nortecéntrica de la zquierda: el estatus de una teoría de retaguardia. En el sentido que yo le atribuyo la teoría de retaguardia significa dos cosas. Por un lado, es una teoría que no guía con base en la deducción a partir de principios, leyes generales, por que se rige supuestamente por la totalidad histórica, sino con base en un examen constante,crítico y abierto de las prácticas de transformación social. Así, la teoría de retaguardia se deja sorprender por prácticas cambiantes progresivas, las acompaña, las analiza, intenta enriquecerse con ellas, y busca en ellas los criterios para profundizar y expandir las luchas sociales más progresistas. Por otro lado, una teoría de retaguardia mira en esas prácticas transformadoras tanto los procesos y actores colectivos más avanzados como los más retrasados, los más tímidos y al borde de la desistencia. Como diría el subcomandante Marcos, es una teoría que camina con los que van mas despacio. Es una teoría que concibe el avance y el retraso, los de adelante y los de atrás, como parte de un proceso dialéctico de tipo nuevo que no supone la idea de totalidad sino la idea de diferentes procesos de totalización, siempre inacabados y siempre en competencia. Siguiendo la lección de Gramsci, este es el camino para crear una contrahegemonía socialista o, como en el caso cubano, para mantener y reforzar una hegemonía socialista.
Para limitarme a un ejemplo, los grandes invisibles u olvidados de la teoría crítica moderna, los pueblos indígenas de la América Latina -visibles a lo sumo como campesinos-, han sido uno de los grandes protagonistas de las luchas progresistas de las últimas décadas en el Continente. Desde la perspectiva de la teoría convencional de la vanguardia, toda esta innovación política y social parecería de interés marginal, cuando no irrelevante. Y como resultado, fallaría en aprender con las luchas de los pueblos indígenas, con sus nociones de economía y de bienestar (el suma kawsay de los quechuas o suma qamaña de los aymaras, es decir, el «buen vivir»), hoy consignadas en las constituciones de Ecuador y de Bolivia, con sus concepciones de formas múltiples de gobierno y de democracia -democracia representativa, participativa y comunitaria, como está establecido en la nueva Constitución de Bolivia-. El fracaso en aprender de los nuevos agentes de cambio da lugar, al cabo, a la irrelevancia de la propia teoría.
2- El final de la teoría de la vanguardia marca el final de toda forma de organización política asentada en ella, en particular el partido de vanguardia. Los partidos que fueron moldeados por la idea de la teoría de vanguardia no son hoy partidos ni de vanguardia ni de retaguardia (como la definí arriba). Son de hecho partidos burocráticos que cuando están en la oposición resisten fuertemente al status quo, pero no tienen alternativa, y que cuando están en el poder, resisten fuertemente al surgimiento de alternativas. Como reemplazo del partido de vanguardia habría que crear uno o más partidos de retaguardia que acompañen el fermento de activismo social que se genera cuando los resultados de la participación popular democrática se hacen transparentes hasta para los que todavía no participan y que, de esta manera, son atraídos a participar.
3- La otra gran innovación de los últimos cincuenta años fue el modo como la izquierda y el movimiento popular se apropiaron de las concepciones hegemónicas (liberales, capitalistas) de democracia y las transformaron en concepciones contrahegemónicas, participativas, deliberativas, comunitarias, radicales. Podemos resumir esta innovación afirmando que la izquierda decidió finalmente tomar la democracia en serio (lo que la burguesía nunca hizo, como bien señaló Marx). Tomar la democracia en serio significa no solamente llevarla mucho más allá de las fronteras de la democracia liberal sino también crear un concepto de democracia de tipo nuevo: la democracia como todo el proceso de transformación de relaciones de poder desigual en relaciones de autoridad compartida. Aun cuando no se asiente en el fraude, en el papel decisivo del dinero en las campañas electorales, o en la manipulación de la opinión publica a través del control de los medios de comunicación social, la democracia liberal es de baja intensidad, toda vez que se limita a crear una isla de relaciones democráticas en un archipiélago de despotismos (económicos, sociales, raciales, sexuales, religiosos) que controlan efectivamente la vida de los ciudadanos y de las comunidades. La democracia tiene que existir mucho más allá del sistema político, en el sistema económico, en las relaciones familiares, raciales, sexuales, regionales, religiosas, y en las relaciones de vecindad y comunitarias. Socialismo es democracia sin fin.
De aquí la conclusión de que la igualdad tiene muchas dimensiones y solo puede realizarse a plenitud si se percibe también el reconocimiento de las diferencias. Es decir, si transformamos las diferencias desiguales (que crean jerarquías sociales) en diferencias iguales (que promueven la diversidad social como vía para eliminar las jerarquías).
4- En las sociedades capitalistas son muchos los sistemas de relaciones desiguales de poder (de opresión, de dominación, de explotación, racismo, sexismo, homofobia, xenofobia, machismo). Democratizar significa transformar relaciones desiguales de poder en relaciones de autoridad compartida. En tanto las relaciones desiguales de poder actúan siempre en redes, raramente un ciudadano, clase o grupo es víctima de una de ellas por separado. Del mismo modo, la lucha contra ellas tiene que darse en redes, o sea, sobre la base de amplias alianzas donde no es posible identificar un sujeto histórico privilegiado, homogéneo, definido a priori en términos de clase social. El pluralismo político y organizacional se convierte así en un imperativo dentro de los límites constitucionales sancionados democráticamente por el pueblo soberano. En la sociedad cubana las relaciones desiguales de poder son diferentes de las que existen en las sociedades capitalistas, pero existen aunque que sean menos intensas, son igualmente múltiples e igualmente actúan en redes. La lucha contra ellas, al margen de las necesarias adaptaciones, tendría igualmente que guiarse por el pluralismo social, político y organizativo.
5- Las nuevas concepciones de democracia y de diversidad social, cultural y política, en tanto pilares de la construcción de un socialismo viable y autosustentable, exigen que se repiense radicalmente la centralidad monolítica del Estado, así como la supuestamente homogénea sociedad civil.(6)
Posibles puntos de partida para una discusión con el único objetivo de contribuir a un futuro socialista viable en Cuba:
1- Cuba es tal vez el único país del mundo donde los condicionamientos externos no son una coartada para la incompetencia o la corrupción de los líderes. Son un hecho cruel y decisivo. Esto no implica que no haya espacio de maniobra, el cual puede aumentar ante la crisis del neoliberalismo y los cambios geoestratégicos previsibles a corto plazo. Tal capital no puede dispersarse a través del rechazo a examinar alternativas, por más que se disfrace con reclamos excesivos a la resistencia. A partir de ahora, no se puede correr el riesgo de dejar que la resistencia domine a la alternativa. Si sucediera tal cosa, la resistencia terminaría por agotarse.
2- El régimen cubano llevó a su límite la tensión posible entre legitimación ideológica y condiciones materiales de vida. De aquí en adelante, los cambios que cuentan deben ser los que transformen las condiciones materiales de vida de la abrumadora mayoría de la población. A partir de aquí, la democracia de ratificación, si se mantiene, sería para ratificar lo ideológico solo en la medida en que tenga un sentido material. En caso contrario, la ratificación, en lugar de consentimiento, llegaría a significar resignación.
3- La temporalidad a largo plazo del cambio civilizatorio estaría por algún tiempo subordinada a la temporalidad inmediata de las soluciones de urgencia.
4- Una sociedad capitalista no lo es porque todas las relaciones económicas y sociales sean capitalistas, sino porque estas determinan el funcionamiento de todas las otras relaciones económicas y sociales existentes en la sociedad. Inversamente, una sociedad socialista no es socialista porque todas las relaciones sociales y económicas sean socialistas, sino porque estas determinan el funcionamiento de todas las otras relaciones existentes en la sociedad.
En este momento, en Cuba hay una situación sui generis: de una parte, un socialismo formalmente monolítico que no alimenta la emergencia de relaciones no-capitalistas de tipo nuevo ni puede determinar creativamente las relaciones capitalistas, aunque tiene que convivir a disgusto con ellas, incluidas las franjas de corrupción (como denunció oportunamente Fidel). De otro lado una forma de capitalismo que, salvaje y clandestino, o semiclandestino, se hace muy difícil de controlar. En esta situación, no hay motivación para el desarrollo de otras relaciones económicas y sociales de tipo cooperativo y comunitario, de las cuales habría mucho que esperar. Al respecto, sería muy útil para el pueblo cubano estudiar y evaluar con mucha atención los sistemas económicos consignados en la constitución de Venezuela y en las constituciones de Ecuador y de Bolivia recientemente aprobadas, y las respectivas experiencias de transformación. No para copiar soluciones, sino para apreciar los caminos de la creatividad de la izquierda latinoamericana en las últimas décadas. La importancia de este aprendizaje está implícita en el reconocimiento de errores pasados hecho de manera contundente por Fidel en el discurso en la Universidad de La Habana ya referido: «Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo».
Dalton77- Cantidad de envíos : 3837
Fecha de inscripción : 19/02/2009
Re: ¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?
5- Desde el punto de vista del ciudadano, la diferencia entre un socialismo ineficaz y un capitalismo injusto puede ser menor de lo que parece. Una relación de dominación (basada en un poder político desigual) puede tener en la vida cotidiana de las personas consecuencias extrañamente semejantes a las de una relación de explotación (basada en la extracción de la plusvalía).
Un vasto y apasionante campo de experimentación social y política a partir del cual Cuba puede volver a contribuir a la renovación de la izquierda mundial:
1- Democratizar la democracia. He argumentado contra los teóricos liberales -que sostienen que la democracia es la condición de todo lo demás- que para que la democracia sea aplicada genuinamente, existen condiciones. Me atrevo a decir que Cuba puede ser la excepción de mi regla: creo que en Cuba la democracia radical, contrahegemónica, no liberal, es la condición de todo el resto. ¿Por qué? La crisis de la democracia liberal es hoy más evidente que nunca. Es cada vez mas evidente que la democracia liberal no garantiza las condiciones para su sobrevivencia frente a los múltiplos «fascismos sociales» como llamo a la conversión de las extremas desigualdades económicas en desigualdades políticas, no directamente producidas por el sistema político del Estado capitalista pero con la complicidad de él. Por ejemplo, cuando se privatiza el agua, la empresa propietaria pasa a tener un derecho de veto sobre la vida de las personas (si no pagan la cuenta no tienen agua). Esto es mucho más que un poder económico o de mercado. A pesar de evidente, esta crisis tiene dificultad en abrir espacio para la emergencia de nuevos conceptos de política y de democracia. Esta dificultad tiene dos causas. Por un lado, el dominio de las relaciones capitalistas cuya reproducción exige hoy la coexistencia entre la democracia de baja intensidad y los fascismos sociales. Por otro lado, la hegemonía de la democracia liberal en el imaginario social muchas veces a través del recurso a supuestas tradiciones o memorias históricas que legitiman la democracia liberal. En Cuba ninguna de las dos dificultades está presente. Ni las relaciones capitalistas dominan ni hay una tradición liberal mínimamente creíble. De ahí, la posibilidad de asumir la democracia radical como punto de partida sin tener que cargar con todo lo que está superado en la experiencia dominante de la democracia en los últimos cincuenta años.
2- De la vanguardia a la retaguardia. Para que tal cosa ocurra, que lo democrático no quede en un inventario de logros y argumentaciones retóricas sino que alcance a consumarse en sistema, un importante paso debería ser la conversión del partido de vanguardia en partido de retaguardia. Un partido menos de dirección y más de facilitación; un partido que promueva la discusión de preguntas fuertes, para que en la cotidianidad de las prácticas sociales los ciudadanos y las comunidades estén mejor capacitados para distinguir entre respuestas fuertes y respuestas débiles. Un partido que acepte con naturalidad la existencia de otras formas de organizaciones de intereses, con las cuales busca tener una relación de hegemonía y no una relación de control. Esta transformación es la más compleja de todas y solo se puede realizar en el ámbito de la experimentación siguiente.
3- Constitucionalismo transformador. Las transiciones en que hay cambios importantes en las relaciones de poder pasan, en general, por procesos constituyentes. En los últimos veinte anos varios países en África y la América Latina vivieron procesos constituyentes. Esta historia más reciente nos permite distinguir dos tipos de constitucionalismo: el constitucionalismo moderno propiamente dicho y el constitucionalismo transformador. El constitucionalismo moderno, que prevaleció sin oposición hasta hace poco, fue un constitucionalismo construido desde arriba, por las elites políticas, con el objetivo de construir Estados institucionalmente monolíticos y sociedades civiles supuestamente homogéneas, lo que siempre implicó la superposición de una clase, una cultura, una raza, una etnia, una región, en detrimento de otras. Por el contrario, el constitucionalismo transformador parte de la iniciativa de las clases populares, como una forma de la lucha de clases, una lucha de los excluidos y sus aliados que tiene como objetivo crear nuevos criterios de inclusión social que pongan fin a la opresión clasista, racial, étnica cultural, etcétera.
Tal democratización social y política implica la reinvención o la refundación del Estado moderno. Tal reinvención o refundación no puede dejar de ser experimental, y ese carácter se aplica a la propia Constitución. O sea, de ser posible, la nueva Constitución transformadora debería tener un horizonte limitado de validez, por ejemplo cinco años, al final de los cuales el proceso constituyente sería reabierto para corregir errores e introducir aprendizajes. Limitar el período de validez de la nueva Constitución tiene la ventaja política -preciosa en tiempos de transición- de no crear ganadores ni perdedores definitivos. Cuba tiene las condiciones ideales en este momento para renovar su experimentalismo constitucional.
4- Estado experimental. Por distintos caminos, tanto la crisis terminal por que pasa el neoliberalismo como la experiencia reciente de los Estados más progresistas de la América Latina revelan que estamos en camino de una nueva centralidad del Estado, una centralidad más abierta a la diversidad social (reconocimiento de la interculturalidad, la plurietnicidad, e incluso de la plurinacionalidad, como en el caso de Ecuador y Bolivia), económica (reconocimiento de diferentes tipos de propiedad, estatal, comunitaria o comunal, cooperativa e individual) y política (reconocimiento de diferentes tipos de democracia, representativa o liberal, participativa, deliberativa, refrendaria, comunitaria). De una centralidad asentada en la homogeneidad social a una centralidad asentada en la heterogeneidad social. Trátase de una centralidad regulada por el principio de la complejidad. La nueva centralidad opera de maneras distintas en áreas donde la eficacia de las soluciones esta demostrada (en Cuba, la educación y la salud, por ejemplo, a pesar de la degradación de la calidad y de la equidad provocada por la desconexión posterior al derrumbe de los 90), en áreas donde, al contrario, la ineficacia está demostrada (en Cuba, el crecimiento de las desigualdades, o la agricultura, por ejemplo) y en áreas nuevas que son las más numerosas en procesos de transición (en Cuba, por ejemplo, remover la institucionalidad política, y reconstruir la hegemonía socialista sobre la base de una democracia de alta intensidad que promueva simultáneamente la reducción de la desigualdad social y la expansión de la diversidad social, cultural y política). Para las dos últimas áreas (áreas de ineficacia demostrada y áreas nuevas) no hay recetas infalibles o soluciones definitivas. En estas áreas el principio de la centralidad compleja sugiere que se siga el principio de la experimentación democráticamente controlada. El principio de la experimentación debe recorrer toda la sociedad, y por eso el propio Estado se volvería también un Estado experimental. En una fase de grandes mutaciones en la función del Estado en la regulación social, es inevitable que la materialidad institucional del Estado, rígida como es, esté sujeta a grandes vibraciones que la hacen un campo fértil de efectos inusitados.
Considérese además que esa materialidad institucional está inscrita en un tiempo-espacio nacional estatal que está sufriendo el impacto cruzado de espacios-tiempo locales y globales. Como lo que caracteriza a las épocas de transición es que coexistan en ellas soluciones del viejo paradigma con soluciones del nuevo paradigma, y que unas y otras sean igualmente contradictorias entre sí, pienso que se debe hacer de la experimentación un principio institucional de creación siempre y cuando las soluciones adoptadas en el pasado se hayan revelado ineficaces. Al hacerse imprudente tomar, en esta fase, opciones institucionales irreversibles, el Estado se debe transformar en un campo de experimentación institucional, que permita a diferentes soluciones institucionales coexistir y competir durante algún tiempo, con carácter de experiencias-piloto, sujetas a la monitorización permanente de colectivos de ciudadanos con vistas a la evaluación comparada de los desempeños. El método podría ser familiar de acuerdo, a los bienes públicos, sobre todo en el área social, (7) se apliquen y adopten donde solo después de que las alternativas se lleven al escrutinio de su eficacia y calidad democrática por parte de los ciudadanos.
Considero que esta nueva forma de un posible Estado democrático transicional se debe asentar en tres principios de experimentación política. El primero es que la experimentación social, económica y política exige la presencia complementaria de varias formas de ejercicio democrático (representativo, participativo, comunitario, etcétera). Ninguna de ellas por separado puede garantizar que la nueva institucionalidad sea eficazmente evaluada. Se trata de un principio difícil de respetar sobre todo por la presencia complementaria de varios tipos de práctica democrática y por ser, ella misma, novedosa y experimental. En este contexto cabría recordar la frase de Hegel: «Quien tiene miedo del error tiene miedo de la verdad».
El segundo principio es que el Estado solo es genuinamente experimental en la medida en que las diferentes soluciones institucionales reciben iguales condiciones para que se desarrollen según su lógica propia. O sea, el Estado experimental es democrático en la medida en que confiere igualdad de oportunidades a las diferentes propuestas de institucionalidad democrática. Solo así es posible luchar democráticamente contra el dogmatismo de una solución que se presenta como la única eficaz o democrática. Esta experimentación institucional que ocurre en el interior del campo democrático no puede dejar de causar alguna inestabilidad e incoherencia en la acción estatal. Además, la fragmentación estatal que de ella eventualmente resulte puede generar nuevas exclusiones furtivamente.
En estas circunstancias, el Estado experimental no solo debe garantizar la igualdad de oportunidades a los diferentes proyectos de institucionalidad democrática, sino que también debe -y este sería el tercer principio de experimentación política- garantizar patrones mínimos de inclusión que hagan posible la ciudadanía activa necesaria para monitorear, acompañar y evaluar el desempeño de los proyectos alternativos. En los términos de la nueva centralidad compleja, el Estado combina la regulación directa de los procesos sociales con la metarregulación, o sea, la regulación de formas no estatales de regulación social que deben ser respetadas en su autonomía, siempre y cuando respeten los principios de inclusión y de participación consagrados en la Constitución.
5- Otra producción es posible. Esta es una de las áreas más importantes de experimentación social, y Cuba puede asumir en este ámbito un liderazgo estratégico en la búsqueda de soluciones alternativas, sea a los modelos de desarrollo capitalista, sea a los modelos de desarrollo socialista del siglo XX. En los comienzos del siglo XXI, la tarea de pensar y luchar por alternativas económicas y sociales se hace particularmente urgente por dos razones relacionadas entre sí. En primer lugar, vivimos en una época en que la idea de que no hay alternativas al capitalismo obtuvo un nivel de aceptación que probablemente carece de precedentes en la historia del capitalismo mundial. En segundo lugar, la alternativa sistémica al capitalismo, representada por las economías socialistas centralizadas, se mostró inviable. El autoritarismo político y la inviabilidad económica de los sistemas centralizados quedaron dramáticamente expuestos por el colapso de estos a fines de los años 80 y principios de los 90.
Paradójicamente, en los últimos treinta años el capitalismo reveló, como nunca antes, su orientación autodestructiva, del crecimiento absurdo de la concentración de la riqueza y de la exclusión social a la crisis ambiental, de la crisis financiera a la crisis energética, de la guerra infinita por el control del acceso a los recursos naturales a la crisis alimentaria. Por otro lado, el colapso de los sistemas de socialismo de Estado abrió el espacio político para la emergencia de múltiples formas de economía popular, de la economía solidaria a las cooperativas populares, de las empresas recuperadas a los asentamientos de la reforma agraria, del comercio justo a las formas de integración regional según principios de reciprocidad y de solidaridad (como el Alba). Las organizaciones económicas populares son extremadamente diversas y si algunas implican rupturas radicales (aunque locales) con el capitalismo, otras encuentran formas de coexistencia con él. La fragilidad general de todas estas alternativas reside en el hecho de que ocurren en sociedades capitalistas donde las relaciones de producción y de reproducción capitalistas determinan la lógica general del desarrollo social, económico y político. Por esta razón, el potencial emancipador y socialista de las organizaciones económicas populares termina siendo bloqueado. La situación privilegiada de Cuba en el ámbito de la experimentación económica está en el hecho de poder definir, a partir de principios, lógicas y objetivos no-capitalistas, las reglas de juego en que pueden funcionar las organizaciones económicas capitalistas.
Para realizar todo el fermento de transformación progresista contenido en el momento político que vive, Cuba va a necesitar de la solidaridad de todos los hombres y mujeres, de todas las organizaciones y movimientos de izquierda (en el sentido que se le atribuye en este texto) del mundo, y muy particularmente del mundo latinoamericano. Es este el momento para que el mundo de izquierda devuelva a Cuba lo mucho que debe a Cuba para ser lo que es.
Coimbra, 20 de enero de 2009
(*) Doctor en Sociología del derecho por la Universidad de Yale, profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra, director del Centro de Estudios Sociales y del Centro de Documentación 25 de Abril de esa misma universidad, profesor distinguido del Institute for Legal Studies de la Universidad de Wisconsin-Madison. Boaventura de Sousa Santos es uno de los principales intelectuales en el área de ciencias sociales con reconocimiento internacional. Es un activo participante en el Foro Social Mundial en Porto Alegre. Es uno de los académicos e investigadores más importantes en el área de la sociología jurídica a nivel mundial.
Un vasto y apasionante campo de experimentación social y política a partir del cual Cuba puede volver a contribuir a la renovación de la izquierda mundial:
1- Democratizar la democracia. He argumentado contra los teóricos liberales -que sostienen que la democracia es la condición de todo lo demás- que para que la democracia sea aplicada genuinamente, existen condiciones. Me atrevo a decir que Cuba puede ser la excepción de mi regla: creo que en Cuba la democracia radical, contrahegemónica, no liberal, es la condición de todo el resto. ¿Por qué? La crisis de la democracia liberal es hoy más evidente que nunca. Es cada vez mas evidente que la democracia liberal no garantiza las condiciones para su sobrevivencia frente a los múltiplos «fascismos sociales» como llamo a la conversión de las extremas desigualdades económicas en desigualdades políticas, no directamente producidas por el sistema político del Estado capitalista pero con la complicidad de él. Por ejemplo, cuando se privatiza el agua, la empresa propietaria pasa a tener un derecho de veto sobre la vida de las personas (si no pagan la cuenta no tienen agua). Esto es mucho más que un poder económico o de mercado. A pesar de evidente, esta crisis tiene dificultad en abrir espacio para la emergencia de nuevos conceptos de política y de democracia. Esta dificultad tiene dos causas. Por un lado, el dominio de las relaciones capitalistas cuya reproducción exige hoy la coexistencia entre la democracia de baja intensidad y los fascismos sociales. Por otro lado, la hegemonía de la democracia liberal en el imaginario social muchas veces a través del recurso a supuestas tradiciones o memorias históricas que legitiman la democracia liberal. En Cuba ninguna de las dos dificultades está presente. Ni las relaciones capitalistas dominan ni hay una tradición liberal mínimamente creíble. De ahí, la posibilidad de asumir la democracia radical como punto de partida sin tener que cargar con todo lo que está superado en la experiencia dominante de la democracia en los últimos cincuenta años.
2- De la vanguardia a la retaguardia. Para que tal cosa ocurra, que lo democrático no quede en un inventario de logros y argumentaciones retóricas sino que alcance a consumarse en sistema, un importante paso debería ser la conversión del partido de vanguardia en partido de retaguardia. Un partido menos de dirección y más de facilitación; un partido que promueva la discusión de preguntas fuertes, para que en la cotidianidad de las prácticas sociales los ciudadanos y las comunidades estén mejor capacitados para distinguir entre respuestas fuertes y respuestas débiles. Un partido que acepte con naturalidad la existencia de otras formas de organizaciones de intereses, con las cuales busca tener una relación de hegemonía y no una relación de control. Esta transformación es la más compleja de todas y solo se puede realizar en el ámbito de la experimentación siguiente.
3- Constitucionalismo transformador. Las transiciones en que hay cambios importantes en las relaciones de poder pasan, en general, por procesos constituyentes. En los últimos veinte anos varios países en África y la América Latina vivieron procesos constituyentes. Esta historia más reciente nos permite distinguir dos tipos de constitucionalismo: el constitucionalismo moderno propiamente dicho y el constitucionalismo transformador. El constitucionalismo moderno, que prevaleció sin oposición hasta hace poco, fue un constitucionalismo construido desde arriba, por las elites políticas, con el objetivo de construir Estados institucionalmente monolíticos y sociedades civiles supuestamente homogéneas, lo que siempre implicó la superposición de una clase, una cultura, una raza, una etnia, una región, en detrimento de otras. Por el contrario, el constitucionalismo transformador parte de la iniciativa de las clases populares, como una forma de la lucha de clases, una lucha de los excluidos y sus aliados que tiene como objetivo crear nuevos criterios de inclusión social que pongan fin a la opresión clasista, racial, étnica cultural, etcétera.
Tal democratización social y política implica la reinvención o la refundación del Estado moderno. Tal reinvención o refundación no puede dejar de ser experimental, y ese carácter se aplica a la propia Constitución. O sea, de ser posible, la nueva Constitución transformadora debería tener un horizonte limitado de validez, por ejemplo cinco años, al final de los cuales el proceso constituyente sería reabierto para corregir errores e introducir aprendizajes. Limitar el período de validez de la nueva Constitución tiene la ventaja política -preciosa en tiempos de transición- de no crear ganadores ni perdedores definitivos. Cuba tiene las condiciones ideales en este momento para renovar su experimentalismo constitucional.
4- Estado experimental. Por distintos caminos, tanto la crisis terminal por que pasa el neoliberalismo como la experiencia reciente de los Estados más progresistas de la América Latina revelan que estamos en camino de una nueva centralidad del Estado, una centralidad más abierta a la diversidad social (reconocimiento de la interculturalidad, la plurietnicidad, e incluso de la plurinacionalidad, como en el caso de Ecuador y Bolivia), económica (reconocimiento de diferentes tipos de propiedad, estatal, comunitaria o comunal, cooperativa e individual) y política (reconocimiento de diferentes tipos de democracia, representativa o liberal, participativa, deliberativa, refrendaria, comunitaria). De una centralidad asentada en la homogeneidad social a una centralidad asentada en la heterogeneidad social. Trátase de una centralidad regulada por el principio de la complejidad. La nueva centralidad opera de maneras distintas en áreas donde la eficacia de las soluciones esta demostrada (en Cuba, la educación y la salud, por ejemplo, a pesar de la degradación de la calidad y de la equidad provocada por la desconexión posterior al derrumbe de los 90), en áreas donde, al contrario, la ineficacia está demostrada (en Cuba, el crecimiento de las desigualdades, o la agricultura, por ejemplo) y en áreas nuevas que son las más numerosas en procesos de transición (en Cuba, por ejemplo, remover la institucionalidad política, y reconstruir la hegemonía socialista sobre la base de una democracia de alta intensidad que promueva simultáneamente la reducción de la desigualdad social y la expansión de la diversidad social, cultural y política). Para las dos últimas áreas (áreas de ineficacia demostrada y áreas nuevas) no hay recetas infalibles o soluciones definitivas. En estas áreas el principio de la centralidad compleja sugiere que se siga el principio de la experimentación democráticamente controlada. El principio de la experimentación debe recorrer toda la sociedad, y por eso el propio Estado se volvería también un Estado experimental. En una fase de grandes mutaciones en la función del Estado en la regulación social, es inevitable que la materialidad institucional del Estado, rígida como es, esté sujeta a grandes vibraciones que la hacen un campo fértil de efectos inusitados.
Considérese además que esa materialidad institucional está inscrita en un tiempo-espacio nacional estatal que está sufriendo el impacto cruzado de espacios-tiempo locales y globales. Como lo que caracteriza a las épocas de transición es que coexistan en ellas soluciones del viejo paradigma con soluciones del nuevo paradigma, y que unas y otras sean igualmente contradictorias entre sí, pienso que se debe hacer de la experimentación un principio institucional de creación siempre y cuando las soluciones adoptadas en el pasado se hayan revelado ineficaces. Al hacerse imprudente tomar, en esta fase, opciones institucionales irreversibles, el Estado se debe transformar en un campo de experimentación institucional, que permita a diferentes soluciones institucionales coexistir y competir durante algún tiempo, con carácter de experiencias-piloto, sujetas a la monitorización permanente de colectivos de ciudadanos con vistas a la evaluación comparada de los desempeños. El método podría ser familiar de acuerdo, a los bienes públicos, sobre todo en el área social, (7) se apliquen y adopten donde solo después de que las alternativas se lleven al escrutinio de su eficacia y calidad democrática por parte de los ciudadanos.
Considero que esta nueva forma de un posible Estado democrático transicional se debe asentar en tres principios de experimentación política. El primero es que la experimentación social, económica y política exige la presencia complementaria de varias formas de ejercicio democrático (representativo, participativo, comunitario, etcétera). Ninguna de ellas por separado puede garantizar que la nueva institucionalidad sea eficazmente evaluada. Se trata de un principio difícil de respetar sobre todo por la presencia complementaria de varios tipos de práctica democrática y por ser, ella misma, novedosa y experimental. En este contexto cabría recordar la frase de Hegel: «Quien tiene miedo del error tiene miedo de la verdad».
El segundo principio es que el Estado solo es genuinamente experimental en la medida en que las diferentes soluciones institucionales reciben iguales condiciones para que se desarrollen según su lógica propia. O sea, el Estado experimental es democrático en la medida en que confiere igualdad de oportunidades a las diferentes propuestas de institucionalidad democrática. Solo así es posible luchar democráticamente contra el dogmatismo de una solución que se presenta como la única eficaz o democrática. Esta experimentación institucional que ocurre en el interior del campo democrático no puede dejar de causar alguna inestabilidad e incoherencia en la acción estatal. Además, la fragmentación estatal que de ella eventualmente resulte puede generar nuevas exclusiones furtivamente.
En estas circunstancias, el Estado experimental no solo debe garantizar la igualdad de oportunidades a los diferentes proyectos de institucionalidad democrática, sino que también debe -y este sería el tercer principio de experimentación política- garantizar patrones mínimos de inclusión que hagan posible la ciudadanía activa necesaria para monitorear, acompañar y evaluar el desempeño de los proyectos alternativos. En los términos de la nueva centralidad compleja, el Estado combina la regulación directa de los procesos sociales con la metarregulación, o sea, la regulación de formas no estatales de regulación social que deben ser respetadas en su autonomía, siempre y cuando respeten los principios de inclusión y de participación consagrados en la Constitución.
5- Otra producción es posible. Esta es una de las áreas más importantes de experimentación social, y Cuba puede asumir en este ámbito un liderazgo estratégico en la búsqueda de soluciones alternativas, sea a los modelos de desarrollo capitalista, sea a los modelos de desarrollo socialista del siglo XX. En los comienzos del siglo XXI, la tarea de pensar y luchar por alternativas económicas y sociales se hace particularmente urgente por dos razones relacionadas entre sí. En primer lugar, vivimos en una época en que la idea de que no hay alternativas al capitalismo obtuvo un nivel de aceptación que probablemente carece de precedentes en la historia del capitalismo mundial. En segundo lugar, la alternativa sistémica al capitalismo, representada por las economías socialistas centralizadas, se mostró inviable. El autoritarismo político y la inviabilidad económica de los sistemas centralizados quedaron dramáticamente expuestos por el colapso de estos a fines de los años 80 y principios de los 90.
Paradójicamente, en los últimos treinta años el capitalismo reveló, como nunca antes, su orientación autodestructiva, del crecimiento absurdo de la concentración de la riqueza y de la exclusión social a la crisis ambiental, de la crisis financiera a la crisis energética, de la guerra infinita por el control del acceso a los recursos naturales a la crisis alimentaria. Por otro lado, el colapso de los sistemas de socialismo de Estado abrió el espacio político para la emergencia de múltiples formas de economía popular, de la economía solidaria a las cooperativas populares, de las empresas recuperadas a los asentamientos de la reforma agraria, del comercio justo a las formas de integración regional según principios de reciprocidad y de solidaridad (como el Alba). Las organizaciones económicas populares son extremadamente diversas y si algunas implican rupturas radicales (aunque locales) con el capitalismo, otras encuentran formas de coexistencia con él. La fragilidad general de todas estas alternativas reside en el hecho de que ocurren en sociedades capitalistas donde las relaciones de producción y de reproducción capitalistas determinan la lógica general del desarrollo social, económico y político. Por esta razón, el potencial emancipador y socialista de las organizaciones económicas populares termina siendo bloqueado. La situación privilegiada de Cuba en el ámbito de la experimentación económica está en el hecho de poder definir, a partir de principios, lógicas y objetivos no-capitalistas, las reglas de juego en que pueden funcionar las organizaciones económicas capitalistas.
Para realizar todo el fermento de transformación progresista contenido en el momento político que vive, Cuba va a necesitar de la solidaridad de todos los hombres y mujeres, de todas las organizaciones y movimientos de izquierda (en el sentido que se le atribuye en este texto) del mundo, y muy particularmente del mundo latinoamericano. Es este el momento para que el mundo de izquierda devuelva a Cuba lo mucho que debe a Cuba para ser lo que es.
Coimbra, 20 de enero de 2009
(*) Doctor en Sociología del derecho por la Universidad de Yale, profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra, director del Centro de Estudios Sociales y del Centro de Documentación 25 de Abril de esa misma universidad, profesor distinguido del Institute for Legal Studies de la Universidad de Wisconsin-Madison. Boaventura de Sousa Santos es uno de los principales intelectuales en el área de ciencias sociales con reconocimiento internacional. Es un activo participante en el Foro Social Mundial en Porto Alegre. Es uno de los académicos e investigadores más importantes en el área de la sociología jurídica a nivel mundial.
Dalton77- Cantidad de envíos : 3837
Fecha de inscripción : 19/02/2009
Re: ¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?
Dalton panfletero, cuando no se pone la fuente, se llama plagio
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=83540
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=83540
Tetro- Cantidad de envíos : 5903
Fecha de inscripción : 08/03/2009
Re: ¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?
El problema no es CUBA, sino una dirigencia que hace 50 años llevaron al pueblo una Revolución completa en todos sus sentidos y no ha podido traspasar dicho poder al pueblo, según los postulados del mismo socialismo científico.
Dalton77- Cantidad de envíos : 3837
Fecha de inscripción : 19/02/2009
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