Mis encuentros con el unicornio
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Mis encuentros con el unicornio
Mis encuentros con el unicornio
Junio 7, 2010
Se suponía que el unicornio era azul. Pero yo lo he visto de muchos colores, como esos reptiles que se adaptan al entorno inmediato.
Mis dos encuentros con el trovador Silvio Rodríguez se han producido en Puerto Rico. El primero hace 13 años, cuando al día siguiente de su concierto me le acerqué en el hotel. No le gustó que parte de la música del Unicornio Azul me recordara cierto pasaje de la Traviata de Verdi. Era un elogio, pero lo tomó como una crítica, frunció el seño y yo cambié de tema. Le mencioné entonces a algunos amigos comunes: a los caricaturistas Luis Ruiz y a Tulio Raggi, colegas olvidados de su época de dibujante. Con ese pretexto lo retuve otros dos minutos.
Mi intención era entrevistarle. El camarógrafo aguardaba a unos pasos, pero me abstuve. No quería salirme con un microfonazo de barricada. Acababa de lanzarle uno a Pablo Milanés sin sacar nada en claro. Fue también en San Juan, donde Pablito, de tan esquivo, me obligó a una pregunta demasiado concisa: ¿Por qué un artista tan bueno apoya una causa tan mala? Se descompuso y no supo qué responder, dijo que me estaba valiendo de la sorpresa. (El video lo pueden encontrar en Youtube). Creo que sintió cierta vergüenza. Un sentimiento que su colega parece desconocer u ocultar.
Con Silvio no quería hablar sólo de política. Hay un sinnúmero de detalles de su quehacer artístico que me interesan mucho más que su funambulismo ideológico. Fui uno de sus tantos admiradores, incluso un estudioso e imitador de su obra. Y como no tenía intenciones iconoclastas le solicité una entrevista a fondo, de al menos una o media hora de conversación profunda y sincera. Me invitó a encontrarnos en París, a donde volaba de inmediato, se escurrió dentro del auto y hasta el sol de hoy.
SAN JUAN, 13 AÑOS DESPUES
Como en otras ocasiones, el director de noticias de mi canal, Miguel Cossío, tuvo que animarme: hace rato que se me quitaron los deseos de enfrentarme a los funcionarios castristas. Primero, porque me asquea y segundo, porque detesto repetirme. En el fondo lo que esperan de mí los productores y en cierta medida el público, ya no es el trasfondo de las preguntas sino el circo del enfrentamiento personal “con el enemigo”. Hasta hoy he hecho lo que mi corazón me dicta, y me resisto a batallar por encargo.
Con Silvio Rodríguez había otro ingrediente: no quería que se me rompiera el mito en la cara. Comprendía que 13 años atrás era yo, y no él quien había esquivado el encontronazo. Prefería seguir tarareando de lejos sus canciones a toparme de de cerca con el verdadero rostro del artista.
Cossío me propuso entonces que fuera en calidad de mensajero. Que llevara al trovador dos preguntas de parte de personas que viven dentro de Cuba. Me gustó la idea. Nadie podría decir luego que eran los cuestionamientos típicos del exilio miamense. Contactamos a Reina Luisa Tamayo y a Guillermo Fariñas. Cada uno elaboró una pregunta para Silvio. Con ellas en el bolsillo volé a San Juan.
LA CONFERENCIA
Entré a la conferencia de prensa con una credencial de CV24, la estación puertorriqueña con la que nuestro canal se acaba de hermanar. De cierta manera ahora somos la misma empresa, de modo que el carnet con foto que me facilitó su gerente general, Malule González, no fue un fraude, sino un ardid para evitar que nos pararan en la puerta. Malule es otra admiradora de la obra de Silvio, pero vivió demasiado tiempo entre cubanos y comprende nuestro drama. Ella, en este caso, también tenía sentimientos encontrados; pero actuó con una gran conciencia profesional. Se lo agradezco.
Nunca intento ser el primero en preguntar. No es recomendable. Es mejor que otros rompan el hielo y poder calibrar el ambiente. Pero en este caso el hielo era excesivamente cálido porque algunos periodistas actuaban como fanáticos entregados. He visto esa película muchas veces, así que no tuve más remedio que ejercer de aguafiestas.
—Buenas, Juan Manuel Cao, de América TeVe, Miami. Yo le traigo dos preguntas que le envían desde Cuba.
—¿Desde Cuba?
—Sí, desde Cuba. Y se las traigo escritas. Se las voy a entregar. Y dicen:
—Está bien. Me gustaría que esa señora, o usted, que es el que está presente —¿en su nombre, no?— me dijera cuáles son las declaraciones que yo hago fuera y que no hago dentro.
—Por ejemplo, el debate con Carlos Alberto Montaner, que no se publica dentro de Cuba.
—¡Ah, pero eso no es culpa mía! Eso es culpa de la prensa cubana que no lo publica. Yo hago el debate, y cuando hago el debate estoy en La Habana, no estoy aquí. Entonces yo digo las cosas. Todo lo que digo, lo digo desde Cuba. Y las críticas que hago en Cuba, las hago desde Cuba, no las hago desde ningún lugar. Aquí no le voy a hacer una crítica a la revolución. Las críticas que tengo a la revolución las hago desde el territorio nacional de Cuba, que es donde me corresponde hacerlo.
Volví a la carga:
—Y la segunda pregunta, si es tan amable, que le envían desde Cuba. Ellos… yo sólo he servido de puente…
—Ya veo.
—Claro. Porque ellos consideran que no hay libertad de prensa, no la pueden hacer allá, no se le pueden acercar a usted en la isla.
—¿Qué no se me pueden acercar en la isla? – se rió nerviosamente.
—Dice:
—Bueno, yo creo que el que está dispuesto a dar la vida por la causa que sea, sea por la anexión de Cuba a los Estados Unidos, sea por la liberación de Cuba, no hay dinero que lo compre. El problema es el lugar, el lugar donde se pone uno. Y lo que uno defiende. Yo soy de los que defendemos la independencia de Cuba. ¿Eh? Y hay otros que defienden otra cosa. Allá ellos. Están en su derecho.
Intenté entonces hacer una pregunta propia, pero Silvio dijo que no podía convertir la conferencia de prensa en un debate. Algunos de los periodistas presentes me abuchearon y exigieron mi silencio. Obedecí disciplinadamente y me dispuse a escuchar. Pero el resto de las preguntas eran condescendientes. Fue curioso ver como el trovador, una vez que se sintió en su salsa, cambió totalmente de tono y afloró el funcionario. Hizo una defensa de la dictadura que dejó chiquita cualquier crítica anterior.
Para volver al ruedo aproveché que alguien le pidió una valoración de la música de su hijo, Silvito “el libre”, como se califica a sí mismo el joven. Rompí el silencio y dije: “Sus letras”. Y Silvio asumió el reto y habló elogiosamente de las letras y de la actitud contestataria de su cría. Aprobación paradójica, porque los textos y el talante de Silvito “el libre” son francamente todo lo contrario de la defensa que él, su progenitor, hace del régimen. Luego remató diciendo que en cuanto a la música el muchacho debía estudiar más.
—Usted propuso en su último disco quitarle la R a la palabra revolución y dejarla en evolución. ¿Qué diferencia hay entre revolución y evolución?
—Que revolución me parece que es un evento circunstancial y la evolución me parece una necesidad eterna.
Pero después de esa frase, se sumergió en un mar de elogios revolucionarios. Me resultaba difícil comprenderlo. Era como si el artista pensara que sus críticas aisladas constituyen una licencia moral para defender el régimen. Eso en el extranjero, porque dentro del país el razonamiento parece ser usado a la inversa: como si su defensa del sistema le permitiera ciertas críticas. En cualquiera de los dos casos es obvio que Silvio se sabe por encima del compatriota común, y juega con ello. A veces con justificaciones pueriles, llegando a negar una de las características obvias de la dictadura: la falta de libertad de expresión.
—¡Es absolutamente falso que en Cuba la gente no pueda dar opiniones! —aseguró Silvio enfáticamente—. Nosotros leemos eso y decimos: ¡Caballero! ¡Eso nada más lo dicen los que nunca han ido a Cuba! En Cuba tú te paras en una esquina y ves a todo el mundo diciendo lo que le da la gana. ¡En el tono que le da la gana, además! Y a nadie se le detiene, ni se le coarta…
Tuve deseos de poner en duda su afirmación con mi propio ejemplo: que estuve 3 años preso en Cuba por decir en las esquinas lo que me daba la gana. Pero no me pareció oportuno personalizar de esa manera. O a lo mejor debí recordarle que en nuestro país hay ahora mismo 24 periodistas presos y que esa es la cifra más alta del mundo por cada millón de habitantes y la segunda en cifras absolutas, después de China. O que hay alrededor de 60 prisioneros de conciencia reconocidos y adoptados por Amnistía Internacional, es decir, presos por delitos de opinión. Pero me callé porque ya me había echado en cara la intención de convertir la conferencia de prensa en un debate. Además, me quedé sin palabras ante la defensa que a renglón seguido hizo de los actos de repudio.
—… a nadie se le detiene, ni se le coarta, ni se le, bueno, tiene que ser, quizás, alguien que diga una cosa demasiado ofensiva y bueno, y que venga un vecino y le diga: no te permito que tú digas eso, no me da la gana. Pero eso pasa aquí también, eso pasa en todas partes, una persona que quiera callar la boca a otro porque no entiende o porque no soporta lo que digan.
Ante tales argumentos, preferí ponerlo a discutir con sus propios patrocinadores, mas no aceptó el reto. Le recordé que la prensa oficial cubana, no la de Miami, acababa de publicar una caricatura en la que se ve a un trovador, guitarra en mano, acusado de hacerse rico con la canción social, más bien acusado de atreverse a criticar la revolución después de hacerse rico con la canción social. Fue a todas luces el mecanismo que el régimen escogió para advertir a él o a Pablo Milanés, que no eran inmunes. Se veía muy claramente. Les estaban enseñando los dientes.
Pero Silvio aseguró no sentirse aludido porque, según su cuenta, esa caricatura había sido publicada tres días antes de sus críticas, y agregó que los salseros también se habían hecho ricos y otros artistas igual. Le pregunté si le parecía mal, y aseguró que no, que le parecía perfecto que alguien que hiciera bien su trabajo se hiciera rico con él, fuera un cantante, o un periodista, si era bueno —puntualizó.
Al final de la conferencia, cuando sentí que no interrumpía a nadie, hice mi última pregunta.
—Hay una canción suya: hermosa e introspectiva, que dice: “Me he dado cuenta de que miento, siempre he mentido, siempre he mentido. He escrito tanta inútil cosa, sin descubrirme, sin dar conmigo”.
No me dejó terminar los versos.
—Eso yo le escribí cuando estaba a punto de cumplir los 21 años.
Lo que no logro saber es cuándo miente: ¿cuándo habla a favor o cuándo habla en contra?
Y entonces Silvio intentó mirarme a los ojos.
—Miento cuando no me comprendo… cuando no me comprendo.
Juan Manuel Cao
Miami
Junio 7, 2010
Se suponía que el unicornio era azul. Pero yo lo he visto de muchos colores, como esos reptiles que se adaptan al entorno inmediato.
Mis dos encuentros con el trovador Silvio Rodríguez se han producido en Puerto Rico. El primero hace 13 años, cuando al día siguiente de su concierto me le acerqué en el hotel. No le gustó que parte de la música del Unicornio Azul me recordara cierto pasaje de la Traviata de Verdi. Era un elogio, pero lo tomó como una crítica, frunció el seño y yo cambié de tema. Le mencioné entonces a algunos amigos comunes: a los caricaturistas Luis Ruiz y a Tulio Raggi, colegas olvidados de su época de dibujante. Con ese pretexto lo retuve otros dos minutos.
Mi intención era entrevistarle. El camarógrafo aguardaba a unos pasos, pero me abstuve. No quería salirme con un microfonazo de barricada. Acababa de lanzarle uno a Pablo Milanés sin sacar nada en claro. Fue también en San Juan, donde Pablito, de tan esquivo, me obligó a una pregunta demasiado concisa: ¿Por qué un artista tan bueno apoya una causa tan mala? Se descompuso y no supo qué responder, dijo que me estaba valiendo de la sorpresa. (El video lo pueden encontrar en Youtube). Creo que sintió cierta vergüenza. Un sentimiento que su colega parece desconocer u ocultar.
Con Silvio no quería hablar sólo de política. Hay un sinnúmero de detalles de su quehacer artístico que me interesan mucho más que su funambulismo ideológico. Fui uno de sus tantos admiradores, incluso un estudioso e imitador de su obra. Y como no tenía intenciones iconoclastas le solicité una entrevista a fondo, de al menos una o media hora de conversación profunda y sincera. Me invitó a encontrarnos en París, a donde volaba de inmediato, se escurrió dentro del auto y hasta el sol de hoy.
SAN JUAN, 13 AÑOS DESPUES
Como en otras ocasiones, el director de noticias de mi canal, Miguel Cossío, tuvo que animarme: hace rato que se me quitaron los deseos de enfrentarme a los funcionarios castristas. Primero, porque me asquea y segundo, porque detesto repetirme. En el fondo lo que esperan de mí los productores y en cierta medida el público, ya no es el trasfondo de las preguntas sino el circo del enfrentamiento personal “con el enemigo”. Hasta hoy he hecho lo que mi corazón me dicta, y me resisto a batallar por encargo.
Con Silvio Rodríguez había otro ingrediente: no quería que se me rompiera el mito en la cara. Comprendía que 13 años atrás era yo, y no él quien había esquivado el encontronazo. Prefería seguir tarareando de lejos sus canciones a toparme de de cerca con el verdadero rostro del artista.
Cossío me propuso entonces que fuera en calidad de mensajero. Que llevara al trovador dos preguntas de parte de personas que viven dentro de Cuba. Me gustó la idea. Nadie podría decir luego que eran los cuestionamientos típicos del exilio miamense. Contactamos a Reina Luisa Tamayo y a Guillermo Fariñas. Cada uno elaboró una pregunta para Silvio. Con ellas en el bolsillo volé a San Juan.
LA CONFERENCIA
Entré a la conferencia de prensa con una credencial de CV24, la estación puertorriqueña con la que nuestro canal se acaba de hermanar. De cierta manera ahora somos la misma empresa, de modo que el carnet con foto que me facilitó su gerente general, Malule González, no fue un fraude, sino un ardid para evitar que nos pararan en la puerta. Malule es otra admiradora de la obra de Silvio, pero vivió demasiado tiempo entre cubanos y comprende nuestro drama. Ella, en este caso, también tenía sentimientos encontrados; pero actuó con una gran conciencia profesional. Se lo agradezco.
Nunca intento ser el primero en preguntar. No es recomendable. Es mejor que otros rompan el hielo y poder calibrar el ambiente. Pero en este caso el hielo era excesivamente cálido porque algunos periodistas actuaban como fanáticos entregados. He visto esa película muchas veces, así que no tuve más remedio que ejercer de aguafiestas.
—Buenas, Juan Manuel Cao, de América TeVe, Miami. Yo le traigo dos preguntas que le envían desde Cuba.
—¿Desde Cuba?
—Sí, desde Cuba. Y se las traigo escritas. Se las voy a entregar. Y dicen:
Me acerqué a la mesa y le entregué la primera carta. Silvio respondió:
26 de mayo de 2010
Banes, provincia de Holguín, Cuba
Estimado Silvio:
¿Sería usted capaz de sostener dentro de Cuba las mismas declaraciones que hace fuera? ¿Por qué esa doble moral? ¿Qué haría usted si le mataran a un hijo por sólo pedir democracia y libertad?
Respetuosamente
Reina Luisa Tamayo Danger
Madre de Orlando Zapata Tamayo, prisionero de conciencia muerto en huelga de hambre, el 23 de febrero del año 2010
—Está bien. Me gustaría que esa señora, o usted, que es el que está presente —¿en su nombre, no?— me dijera cuáles son las declaraciones que yo hago fuera y que no hago dentro.
—Por ejemplo, el debate con Carlos Alberto Montaner, que no se publica dentro de Cuba.
—¡Ah, pero eso no es culpa mía! Eso es culpa de la prensa cubana que no lo publica. Yo hago el debate, y cuando hago el debate estoy en La Habana, no estoy aquí. Entonces yo digo las cosas. Todo lo que digo, lo digo desde Cuba. Y las críticas que hago en Cuba, las hago desde Cuba, no las hago desde ningún lugar. Aquí no le voy a hacer una crítica a la revolución. Las críticas que tengo a la revolución las hago desde el territorio nacional de Cuba, que es donde me corresponde hacerlo.
Volví a la carga:
—Y la segunda pregunta, si es tan amable, que le envían desde Cuba. Ellos… yo sólo he servido de puente…
—Ya veo.
—Claro. Porque ellos consideran que no hay libertad de prensa, no la pueden hacer allá, no se le pueden acercar a usted en la isla.
—¿Qué no se me pueden acercar en la isla? – se rió nerviosamente.
—Dice:
Silvio hizo una leve mueca y respondió.
26 de mayo, 2010
Santa Clara, Villa Clara, Cuba
Silvio:
¿Usted cree que alguien que está dispuesto a dar la vida en una huelga de hambre hay algún dinero posible que lo pueda comprar?
Guillermo Fariñas, en huelga de hambre desde el 24 de febrero de 2010
—Bueno, yo creo que el que está dispuesto a dar la vida por la causa que sea, sea por la anexión de Cuba a los Estados Unidos, sea por la liberación de Cuba, no hay dinero que lo compre. El problema es el lugar, el lugar donde se pone uno. Y lo que uno defiende. Yo soy de los que defendemos la independencia de Cuba. ¿Eh? Y hay otros que defienden otra cosa. Allá ellos. Están en su derecho.
Intenté entonces hacer una pregunta propia, pero Silvio dijo que no podía convertir la conferencia de prensa en un debate. Algunos de los periodistas presentes me abuchearon y exigieron mi silencio. Obedecí disciplinadamente y me dispuse a escuchar. Pero el resto de las preguntas eran condescendientes. Fue curioso ver como el trovador, una vez que se sintió en su salsa, cambió totalmente de tono y afloró el funcionario. Hizo una defensa de la dictadura que dejó chiquita cualquier crítica anterior.
Para volver al ruedo aproveché que alguien le pidió una valoración de la música de su hijo, Silvito “el libre”, como se califica a sí mismo el joven. Rompí el silencio y dije: “Sus letras”. Y Silvio asumió el reto y habló elogiosamente de las letras y de la actitud contestataria de su cría. Aprobación paradójica, porque los textos y el talante de Silvito “el libre” son francamente todo lo contrario de la defensa que él, su progenitor, hace del régimen. Luego remató diciendo que en cuanto a la música el muchacho debía estudiar más.
—Usted propuso en su último disco quitarle la R a la palabra revolución y dejarla en evolución. ¿Qué diferencia hay entre revolución y evolución?
—Que revolución me parece que es un evento circunstancial y la evolución me parece una necesidad eterna.
Pero después de esa frase, se sumergió en un mar de elogios revolucionarios. Me resultaba difícil comprenderlo. Era como si el artista pensara que sus críticas aisladas constituyen una licencia moral para defender el régimen. Eso en el extranjero, porque dentro del país el razonamiento parece ser usado a la inversa: como si su defensa del sistema le permitiera ciertas críticas. En cualquiera de los dos casos es obvio que Silvio se sabe por encima del compatriota común, y juega con ello. A veces con justificaciones pueriles, llegando a negar una de las características obvias de la dictadura: la falta de libertad de expresión.
—¡Es absolutamente falso que en Cuba la gente no pueda dar opiniones! —aseguró Silvio enfáticamente—. Nosotros leemos eso y decimos: ¡Caballero! ¡Eso nada más lo dicen los que nunca han ido a Cuba! En Cuba tú te paras en una esquina y ves a todo el mundo diciendo lo que le da la gana. ¡En el tono que le da la gana, además! Y a nadie se le detiene, ni se le coarta…
Tuve deseos de poner en duda su afirmación con mi propio ejemplo: que estuve 3 años preso en Cuba por decir en las esquinas lo que me daba la gana. Pero no me pareció oportuno personalizar de esa manera. O a lo mejor debí recordarle que en nuestro país hay ahora mismo 24 periodistas presos y que esa es la cifra más alta del mundo por cada millón de habitantes y la segunda en cifras absolutas, después de China. O que hay alrededor de 60 prisioneros de conciencia reconocidos y adoptados por Amnistía Internacional, es decir, presos por delitos de opinión. Pero me callé porque ya me había echado en cara la intención de convertir la conferencia de prensa en un debate. Además, me quedé sin palabras ante la defensa que a renglón seguido hizo de los actos de repudio.
—… a nadie se le detiene, ni se le coarta, ni se le, bueno, tiene que ser, quizás, alguien que diga una cosa demasiado ofensiva y bueno, y que venga un vecino y le diga: no te permito que tú digas eso, no me da la gana. Pero eso pasa aquí también, eso pasa en todas partes, una persona que quiera callar la boca a otro porque no entiende o porque no soporta lo que digan.
Ante tales argumentos, preferí ponerlo a discutir con sus propios patrocinadores, mas no aceptó el reto. Le recordé que la prensa oficial cubana, no la de Miami, acababa de publicar una caricatura en la que se ve a un trovador, guitarra en mano, acusado de hacerse rico con la canción social, más bien acusado de atreverse a criticar la revolución después de hacerse rico con la canción social. Fue a todas luces el mecanismo que el régimen escogió para advertir a él o a Pablo Milanés, que no eran inmunes. Se veía muy claramente. Les estaban enseñando los dientes.
Pero Silvio aseguró no sentirse aludido porque, según su cuenta, esa caricatura había sido publicada tres días antes de sus críticas, y agregó que los salseros también se habían hecho ricos y otros artistas igual. Le pregunté si le parecía mal, y aseguró que no, que le parecía perfecto que alguien que hiciera bien su trabajo se hiciera rico con él, fuera un cantante, o un periodista, si era bueno —puntualizó.
Al final de la conferencia, cuando sentí que no interrumpía a nadie, hice mi última pregunta.
—Hay una canción suya: hermosa e introspectiva, que dice: “Me he dado cuenta de que miento, siempre he mentido, siempre he mentido. He escrito tanta inútil cosa, sin descubrirme, sin dar conmigo”.
No me dejó terminar los versos.
—Eso yo le escribí cuando estaba a punto de cumplir los 21 años.
Lo que no logro saber es cuándo miente: ¿cuándo habla a favor o cuándo habla en contra?
Y entonces Silvio intentó mirarme a los ojos.
—Miento cuando no me comprendo… cuando no me comprendo.
Juan Manuel Cao
Miami
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Re: Mis encuentros con el unicornio
Muy buen artículo de Cao.
Silvio no parece darse cuenta de que miente y siempre ha mentido...
alver.
Silvio no parece darse cuenta de que miente y siempre ha mentido...
alver.
Alver- Cantidad de envíos : 6935
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Re: Mis encuentros con el unicornio
El sabe lo que hace..sus milloncitos lo tiene que resguardar..
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Azali- Admin
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Re: Mis encuentros con el unicornio
Claro!
El tiene que cuidar de su dinerito.Y el sabe que si habla cualquier cosita en contra del gobierno,le quitan su dinero y no puede ni chistar.
Para lo que le cuesta al gobierno llegar y decirle: Silvio,como hablaste esto o lo otro de la revolucion,el dinero que tienes en el banco y la casa que tienes no te pertenecen,todos tus bienes quedan o pasan a manos de la Revolucion y el gobierno cubano(que son lo mismo).Y como Silvio sabe todo eso y sabe que el gobnierno le quita todo lo que el posee y no pasa nada y el no tendria derecho alguno a reclamar nada,pues entonces o se calla o le hace el juego al gobierno.Silvio sera' feo y descolorido,pero bobo no es.
alver.
El tiene que cuidar de su dinerito.Y el sabe que si habla cualquier cosita en contra del gobierno,le quitan su dinero y no puede ni chistar.
Para lo que le cuesta al gobierno llegar y decirle: Silvio,como hablaste esto o lo otro de la revolucion,el dinero que tienes en el banco y la casa que tienes no te pertenecen,todos tus bienes quedan o pasan a manos de la Revolucion y el gobierno cubano(que son lo mismo).Y como Silvio sabe todo eso y sabe que el gobnierno le quita todo lo que el posee y no pasa nada y el no tendria derecho alguno a reclamar nada,pues entonces o se calla o le hace el juego al gobierno.Silvio sera' feo y descolorido,pero bobo no es.
alver.
Alver- Cantidad de envíos : 6935
Fecha de inscripción : 26/02/2009
Re: Mis encuentros con el unicornio
El unicornio y el unihoyo
comocomo- Cantidad de envíos : 2208
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Re: Mis encuentros con el unicornio
Y hablando lo que debe , sabe que mantendra sus viajecitos y privilegios intactos..
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