Cubanos de los que nadie quiere saber
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Cubanos de los que nadie quiere saber
lunes 21 de junio de 2010
Cubanos de los que nadie quiere saber
Son noticia cuando mueren varios a la vez. Como en enero ocurrió con una veintena de pacientes del Hospital Psiquiátrico de La Habana, fallecidos de hambre y frío. Si cuando tenían familias y fuerzas para trabajar a nadie les interesaba sus vidas y sus penas, ahora, ya viejos y enfermos, la gente prefiere mirar a otro lado e ignorarlos.
La existencia para Juan Domeq, 69 años, es un círculo vicioso. Todos los días se levanta a las 5:30 de la mañana para con su andar lento y titubeante llegar a un estanquillo de periódicos y comprar 50 ejemplares de Granma e igual número de Juventud Rebelde.
Domeq invierte 20 pesos (menos de un dólar) y si logra vender los cien ejemplares, obtiene una ganancia de 80 pesos, poco más de 3 dólares. Pero no todos los días puede vender esa cantidad de periódicos.
"A quienes caminan por las calles no les interesa lo que dice la prensa cubana. Además, el empleado del estanquillo, no siempre puede venderme 100 ejemplares, por lo general me vende entre 40 y 50. Si tengo un buen día, compro algunas viandas, leche o yogurt para mi esposa, desde hace 4 años paralítica en una cama. La escasa plata que gano vendiendo periódicos la gasto en alimentos, y tengo que estar con los ojos bien abiertos, pues ya la policía me ha puesto varias multas de 40 pesos, por vender la prensa sin tener licencia”, señala Juan Domeq, un anciano triste colmado de achaques que vive en una inmunda cuartería en el barrio de Lawton.
A la misma hora que Domeq se levanta para comprar la prensa, Antonio Villas, 64 años, impedido físico, se despierta y luego de tomar como desayuno una taza de café caliente, en su sillón de ruedas se dirige hacia la panadería del Mónaco, donde vende jabas (bolsas) de nailon, a peso cada una.
Según Villas, una persona le vende el centenar de jabas a 35 pesos. “Yo suelo estar entre 10 y 12 horas en la calle, a veces vendo hasta 200 jabas, pero la mayoría de las veces logro vender 80 o 90. Con lo que gano, entre 65 y 90 pesos (3 a 4 dólares), compro comida y guardo alguna calderilla para pagarle a una mujer que me lava la ropa. No pocas veces la policía me ha llevado para la estación y además de una multa, me decomisa las jabas. Pero en cuanto me dejan libre yo vuelvo a lo único que sé hacer para buscarme el dinero de forma honrada”, cuenta Antonio, un negro que perdió una pierna durante la guerra de Angola en 1987, y ahora vive en una choza de madera y techo de aluminio.
Con no mucha mejor suerte, Clara Rojas, 70 años, intenta buscarse un puñado de pesos. Es una mujer sucia y mal vestida que vive en un decrépito asilo de ancianos, en la barriada de la Víbora. Clara vende cigarrillos al menudeo. “En el asilo nos dan almuerzo y comida, pero tan mal elaborados que muchos viejos que allí residimos preferimos buscar algún dinero y comer en la calle".
Después de estar 14 horas vendiendo cigarrillos, sus ganancias le dan para una comida caliente en un tugurio estatal que a bajos precios vende arroz, potaje de chícharos y un pescado de sabor indefinido y repleto de espinas. Luego vuelve al asilo a dormir.
Juan, Antonio y Clara son tres ancianos con ligera demencia senil, cargados de achaques y sin familiares que los cuiden. Tienen que hacer milagros para sobrevivir en las duras condiciones del socialismo cubano. Y no son los únicos.
Cubanos de los que nadie quiere saber
Por Iván García
La existencia para Juan Domeq, 69 años, es un círculo vicioso. Todos los días se levanta a las 5:30 de la mañana para con su andar lento y titubeante llegar a un estanquillo de periódicos y comprar 50 ejemplares de Granma e igual número de Juventud Rebelde.
Domeq invierte 20 pesos (menos de un dólar) y si logra vender los cien ejemplares, obtiene una ganancia de 80 pesos, poco más de 3 dólares. Pero no todos los días puede vender esa cantidad de periódicos.
"A quienes caminan por las calles no les interesa lo que dice la prensa cubana. Además, el empleado del estanquillo, no siempre puede venderme 100 ejemplares, por lo general me vende entre 40 y 50. Si tengo un buen día, compro algunas viandas, leche o yogurt para mi esposa, desde hace 4 años paralítica en una cama. La escasa plata que gano vendiendo periódicos la gasto en alimentos, y tengo que estar con los ojos bien abiertos, pues ya la policía me ha puesto varias multas de 40 pesos, por vender la prensa sin tener licencia”, señala Juan Domeq, un anciano triste colmado de achaques que vive en una inmunda cuartería en el barrio de Lawton.
A la misma hora que Domeq se levanta para comprar la prensa, Antonio Villas, 64 años, impedido físico, se despierta y luego de tomar como desayuno una taza de café caliente, en su sillón de ruedas se dirige hacia la panadería del Mónaco, donde vende jabas (bolsas) de nailon, a peso cada una.
Según Villas, una persona le vende el centenar de jabas a 35 pesos. “Yo suelo estar entre 10 y 12 horas en la calle, a veces vendo hasta 200 jabas, pero la mayoría de las veces logro vender 80 o 90. Con lo que gano, entre 65 y 90 pesos (3 a 4 dólares), compro comida y guardo alguna calderilla para pagarle a una mujer que me lava la ropa. No pocas veces la policía me ha llevado para la estación y además de una multa, me decomisa las jabas. Pero en cuanto me dejan libre yo vuelvo a lo único que sé hacer para buscarme el dinero de forma honrada”, cuenta Antonio, un negro que perdió una pierna durante la guerra de Angola en 1987, y ahora vive en una choza de madera y techo de aluminio.
Con no mucha mejor suerte, Clara Rojas, 70 años, intenta buscarse un puñado de pesos. Es una mujer sucia y mal vestida que vive en un decrépito asilo de ancianos, en la barriada de la Víbora. Clara vende cigarrillos al menudeo. “En el asilo nos dan almuerzo y comida, pero tan mal elaborados que muchos viejos que allí residimos preferimos buscar algún dinero y comer en la calle".
Después de estar 14 horas vendiendo cigarrillos, sus ganancias le dan para una comida caliente en un tugurio estatal que a bajos precios vende arroz, potaje de chícharos y un pescado de sabor indefinido y repleto de espinas. Luego vuelve al asilo a dormir.
Juan, Antonio y Clara son tres ancianos con ligera demencia senil, cargados de achaques y sin familiares que los cuiden. Tienen que hacer milagros para sobrevivir en las duras condiciones del socialismo cubano. Y no son los únicos.
Foto: mrcharly, Flickr
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