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Madoff manda a tomar por culo a las víctimas suyas

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Mensaje por CalaveraDeFidel Dom Jul 04, 2010 10:43 am


MADOFF `SE LIBERA´ EN LA CÁRCEL
«La gente no hacía más que darme dinero a espuertas para que se lo invirtiera. Y si les decía que no, se ofendían. ¡Era una pesadilla!»
D.R.
Madoff, al frente de su empresa, en 2008, antes de que estallase el escándalo.


Tiene 71 años y cumple una condena de 150 por la mayor estafa financiera de la historia. Vivía con todos los lujos en un penthouse de Manhattan y ahora lo hace en una celda minúscula en Carolina del Norte. Su ocupación: barrer el suelo de la cantina por 14 centavos la hora. Cuando se cumple un año desde que fuera sentenciado, hemos hablado con una veintena de reclusos que han compartido prisión con él. Ellos trazan el que quizá sea el retrato más auténtico del timador del siglo.


Llevaba un rato haciendo cola para que le diesen su medicación cuando otro preso le recriminó el daño causado con su fraude. De repente, Madoff estalló: «¡Mis víctimas se pueden ir a tomar por culo! ¡Me pasé 20 años aguantando a esa gente y ahora me han condenado a 150 años!».


La escena tuvo lugar una tarde del pasado mes de agosto, poco después de su ingreso en la penitenciaría federal de Butner, en Carolina del Norte. Bernard Madoff iba vestido como cualquier otro preso, con uno de los tres uniformes color caqui facilitados por la prisión, con su nombre y número impresos en el bolsillo de la camisa. Se estaba acabando el turno del patio, el momento del día preferido por los reclusos, durante el que Madoff suele pasear en compañía del capo mafioso Carmine Persico o del espía Jonathan Pollard. El ex financiero había ido a toda prisa al dispensario para recoger sus fármacos para la tensión. Como de costumbre, la cola era larga y avanzaba con lentitud. A ratos, bajo el sol.


De pronto, uno de los reclusos lo llamó por su nombre. Madoff está acostumbrado a que otros presos lo llamen así. Desde su llegada el 14 de julio, es corriente que los reclusos lo saluden a gritos mientras él barre el suelo de la cantina, la labor que tiene asignada. «Te hemos visto en la tele», le espetan. Madoff asiente con la cabeza y devuelve el saludo con un gesto. «¿Qué es lo que han dicho?», pregunta a veces.


Pero, esa tarde, que un preso le echase en cara el daño que había causado su timo a escala gigantesca (65 millardos de dólares) lo sacó de sus casillas como nunca ha vuelto a ocurrir. Así lo relata K. C. White, un atracador de bancos y preso veterano que en ese momento se encontraba en la enfermería. Y es que, para Bernie Madoff, vivir en la mentira se había convertido en un trabajo a tiempo completo que le producía una ansiedad insoportable y constante. «Era una pesadilla», dijo a los investigadores, haciendo hincapié una y otra vez en ello, como si él hubiera sido la auténtica víctima. «Ojalá me hubieran atrapado hace seis u ocho años...», explicó.


En consecuencia, la cárcel hasta cierto punto ha sido un alivio para él. Incluso su primer destino, el infernal Metropolitan Correctional Center (MCC), donde estuvo encerrado en una celda 23 horas al día, fue una especie de asilo. Ya no vivía con el miedo permanente de que un día llamaran a su puerta para decirle que «la fiesta se había terminado», por usar su propia expresión. Ahora podía ser él mismo.


En la cárcel ha tenido tiempo de difundir su propia versión de los hechos. En el MCC explicó que en realidad no le habían dejado otra opción. «La gente no hacía más que darme dinero a espuertas –dijo al psicólogo que trataba de ayudarlo a sobrellevar la vida en la prisión–. Y si les decía que no, se sentían menospreciados y se enfadaban conmigo.» Shannon Hay, un camello que compartió galería con Madoff en Butner antes de ser puesto en libertad en diciembre, le preguntó un día por sus delitos. «Según me dijo, se había limitado a desplumar a personas ricas y muy codiciosas, a personas que siempre querían más y más», explica Hay. En otras palabras, Madoff considera que ha esquilmado a personas que se lo tenían merecido.


El mundo del delito se rige por leyes propias. En la cárcel, Madoff no está considerado como un cáncer de la sociedad, sino como un hombre de éxito, admirado por sus logros incomparables. «Un héroe –dice Robert Rosso, preso condenado a cadena perpetua–. Bernie, seguramente, es el mayor estafador de todos los tiempos.»


Desde el día en que Bernard Lawrence Madoff, el preso número 61727-054, llegó al módulo de régimen menos severo de Butner, esposado y con grilletes, con el pelo cortado al estilo militar y con menos barriga que en su época de millonario, se convirtió en una celebridad, por mucho que sus admiradores ahora sean asesinos y criminales sexuales. El complejo carcelario de Butner por entonces ya contaba con varios notorios reyes del crimen. Pollard, venerado en Israel por su condición de espía a sueldo del país judío; Persico, el antiguo padrino de la familia mafiosa Colombo; Omar Ahmad-Rahman, el jeque ciego que ayudó a planear el atentado en el World Trade Center en 1993; los Rigas de Pensilvania, que llevaron a la quiebra a la compañía Adelphia... Pero Madoff descolla por encima de todos ellos. Los reclusos se acuerdan bien del día de su llegada. «Era como si el presidente estuviera de visita», me dicen. Los helicópteros de las cadenas de televisión sobrevolaban el recinto y la administración cerró parte de la cárcel. Todo para que un viejo estafador con problemas de tensión efectuara el ingreso mientras otros reclusos le proporcionaban el uniforme y le daban algunos consejos básicos. «Amigo, tú mantén la calma y haz lo que veas que hacen los demás», le recomendó un antiguo traficante de drogas.


El estafador ha tenido fans desde el mismo momento de su llegada. «Todo el mundo quería lamerle el culo», afirma Shawn Evans, que pasó 28 meses en Butner. Hasta le piden autógrafos a los que Madoff se niega rotundamente. Aunque esté en la cárcel, no tiene ninguna intención de restarle valor monetario a su nombre. «Estaba seguro de que se proponían vender su autógrafo en eBay», indica un preso.
Por sorprendente que resulte, su ego parece seguir intacto. H. David Kotz, inspector general de la SEC –el organismo regulador estadounidense que fracasó a la hora de descubrir la estafa piramidal–, consiguió entrevistarse con Madoff en la cárcel, en el curso de una investigación interna sobre cómo podía haber sucedido la catástrofe. El estafador no tardó en recordarle al inspector con quién estaba hablando. «Soy yo quien ha establecido muchas de las normas que rigen en el sector de la inversión», le dijo y se mostró despectivo con la SEC. Mientras imitaba los gestos y la forma de hablar de uno de los agentes del ente regulador, explicó que «el pobre hombre se puso a hablar conmigo dándose aires de investigador avezado, como si fuera el detective Colombo de la televisión, pero no era más que un imbécil. Todo lo que `Colombo´ tenía que hacer era efectuar una llamada telefónica para comprobar algunas cifras. El abecé de la contabilidad», zanjó Madoff ante el atónito Kotz.


«Bernie se pasea por la cárcel como si fuera el rey del mundo», afirma el recluso Keith Mack. Y para muchos presos, efectivamente, lo es. Un condenado por tráfico de drogas cuenta, admirado, que «Bernie me dijo un día que podía poner el dedo al azar en cualquier punto del globo terrestre y era más que probable que hubiera estado en persona o tuviera propiedades allí. Me dejó con la boca abierta». En otra ocasión, los reclusos estaban viendo la noticia de la subasta de la famosa colección de relojes de Madoff, formada por más de 40 piezas. El presentador explicó que cierto reloj había salido a la venta por 900 dólares, y Madoff (cuyo único reloj en este momento es un Timex Ironman, comprado en el economato por 41,65 dólares y que lleva grabado en la caja su número de preso) comentó: «¡Y pensar que me dijeron que ese reloj valía doscientos mil dólares!». Todos sus compañeros se echaron a reír.


Los presos le piden consejo continuamente sobre la mejor forma de invertir su dinero... Sin reparar en el hecho de que Madoff, un estafador, en realidad se ha pasado años sin efectuar inversión alguna. «Todos sueñan con volver a casa, montarse un negocio a lo grande y comprarse unas viviendas y coches fastuosos», cuenta un preso. Un día, cierto recluso llamado Barkley se acercó corriendo a Madoff, lo que sorprendió a quienes estaban cerca porque a los internos les está prohibido correr. Evans recuerda que un preso gritó en broma: «¡Cuidado, que lleva un cuchillo!». Cuando Barkley se le echó encima, Madoff reaccionó como si estuviera siendo atracado e hizo el gesto de entregarle su bolsa con productos del economato. Pero Barkley únicamente quería pedirle consejo. «El hombre tenía la idea de meterse en el sector inmobiliario cuando saliera del trullo y quería hacerle un par de preguntas a Bernie», comenta Evans riéndose.


También es cierto que ha tenido un par de choques verbales. Algunos han intentado sonsacarle dónde guarda ‘el botín’; otros le recriminan que no sea un tipo curtido en la cárcel. «No sabía ni cómo tenía que ducharse», recuerda Bowler (en Butner, los presos no se desvisten hasta que están en el mismo interior de las duchas). Además, tiene cierta fama de sucio y desordenado, lo que en el mundo carcelario es una falta de respeto hacia el compañero de celda.


Por suerte para él, Madoff ha sido destinado a la unidad Medium I de Butner, «la casa de colonias», como la denominan los presos. La Medium I alberga a 758 internos, la mayoría reclusos `blandos´, pero también acoge a aquellos que lo tendrían muy mal en otras prisiones, como los pedófilos o los informantes. Su entorno recuerda al de un campus universitario, con jardines cultivados por los propios internos. También hay gimnasio, biblioteca, mesas de billar, capilla, cancha de voleibol y una sauna. «Bernie se adaptó mejor que yo mismo–recuerda Hay, que dormía a unas pocas celdas de distancia de la de Madoff–. No daba la impresión de sentirse agobiado y nunca tuvo ataques de nervios o de pánico, cosa que a mí sí que me sucedió. De vivir en una casa valorada en ocho millones de dólares pasó a hacerlo en una celda minúscula. Yo me habría hundido, pero nunca oí que Bernie se quejara.»


En Butner, Madoff no ha tardado en dotarse de ciertas comodidades. Contrató a un recluso para que le hiciera la colada por ocho dólares al mes. «La lavandería era mi chanchullo –explica Bowler–. En principio, yo le cobraba diez dólares, la tarifa habitual, pero Bernie es agarrado a más no poder y se la hice por ocho.» Una vez por semana, Madoff se acerca al economato con una lista de la compra. Los presos sólo están autorizados a gastar 290 dólares al mes, pero los precios son razonables. Una radio cuesta 17,95; unos pantalones de chándal, 18,85 dólares; una ración precocinada de macarrones con queso, el plato preferido de Madoff, cuesta 60 centavos; y su refresco favorito, coca-cola light, 45 centavos. Madoff está suscrito a un par de periódicos que le llegan por correo ordinario, al igual que las novelas de misterio de autores como Dean Koontz y John Grisham, que devora con avidez. De vez en cuando participa en apuestas, cuyos resultados se rigen escrupulosamente por los de Las Vegas.
Nada más ingresar, hizo lo posible por que le fueran asignados algunos trabajos. Por su edad no está obligado a trabajar, pero ¿cómo matar el tiempo si no? Al principio intentó ser asignado a la cuadrilla de jardineros, luego se ofreció para trabajar como secretario en el departamento presupuestario del centro. «De eso ni hablar», le dijo el supervisor entre risas. Comenzó haciendo labores de pintor de brocha gorda, pero enseguida fue asignado a la cantina, donde se dedica a barrer restos de comida por 14 centavos a la hora, la tarifa estipulada para los recién llegados.


La cárcel es un entorno tribal, y lo normal es que cada uno se mezcle con los suyos. Los presos se agrupan por el lugar de origen, la raza, el `marrón´ o la duración de su condena, y Madoff pertenece a un grupo que se hace llamar `los de la perpetua´. El espía Pollard, de 55 años, es el jefe de esta pandilla (si bien su condena no es de por vida, se ha pasado encarcelado la mayor parte de su etapa adulta). Pero da la impresión de que Madoff está por encima de las jerarquías de la prisión, como corresponde a un famoso de su nivel. Se lleva bien con los reclusos negros, con los que charla y bromea de vez en cuando, y también con los homosexuales (unos 25 lo son abiertamente), una tribu aparte. Son observados con una mezcla de desprecio abierto y fascinación encubierta. Madoff, que al fin y al cabo es un neoyorquino con mundo, se lleva especialmente bien con ellos y suele defenderlos. Hasta se muestra amistoso con un preso detestado por pedófilo: Marvin Hersh, condenado a 105 años y conocido como El Monstruo de Florida. Antiguo maestro, Hersh adoptó a un adolescente centroamericano de quien abusó de forma reiterada. Madoff juega al scrabble con él.


La vida en Butner es bastante agradable en comparación con otras cárceles, pero, con todo, en prisión, el peligro es como la electricidad estática: siempre flota en el aire. Según The Wall Street Journal, en diciembre Madoff se vio envuelto en una trifulca, tras la cual fue hospitalizado con la nariz rota y varias costillas fracturadas. Las andanzas de Madoff son siempre muy comentadas en los mentideros de la prisión, y son incontables las versiones de lo sucedido. Una teoría afirma que Madoff fue agredido a modo de aviso. «Porque es muy arrogante», indica un interno. Pero Madoff, en su momento, dijo a sus amigos que lo que pasó fue que en el dispensario se equivocaron al darle la medicación para la tensión y que, un tanto aturdido, se cayó y se hizo daño. Sus compañeros lo creen. «Si a Bernie le hubieran pegado una paliza, yo habría sido el primero en tomar cartas en el asunto», afirma un corpulento preso neoyorquino que dice ser amigo del estafador. La administración de la cárcel niega que hubiera agresión alguna, lo mismo que su propio abogado. Pero está claro que los internos prefieren no airear los trapos sucios. Madoff sabe que cualquier preso implicado en una reyerta, incluso como víctima, puede ser castigado con «el agujero»: confinamiento solitario en una celda de castigo durante 23 horas al día. O sea, mejor estarse callado.


Pasara lo que pasara, Madoff continúa con su rutina sin dejar traslucir demasiado lo que piensa. Cuentan que, últimamente, por las noches pasea en silencio por los pasillos. Hay una cuestión que para él resulta muy dura y que todos los presos entienden: la separación de la familia. Incluso en la prisión, Madoff sigue considerándose un hombre de familia. Sin embargo, sus hijos han dejado de formar parte de su vida. Su situación legal es delicada, y los abogados les han aconsejado no comunicarse con su padre. Su esposa, Ruth, es la única que sigue a su lado. Aunque ha sido absuelta, está en la ruina: durante un tiempo incluso se vio obligada a notificar todo desembolso superior a cien dólares.


Ruth ha visitado Butner varias veces. Después de uno de esos encuentros, Madoff comentó a un preso con melancolía: «Se ha ido a jugar un rato al golf sola», el deporte que ambos practicaban juntos. Los presos «se cachondearon» de él. «Voy a salir pronto, y ya me encargaré de hacerle compañía por las noches», decía uno. Pollard, el amigo de Madoff, también se sumaba a las pullas: «Mejor será que comas bien y te mantengas en forma para que cumplas con tu mujercita». Madoff se ríe de los chistes, pero es un hombre realista. «Tengo 71 años y me han caído 150 de condena», fue su respuesta. «Lo último que me preocupa es estar en forma.»
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Mensaje por CalaveraDeFidel Dom Jul 04, 2010 10:57 am

Vean a los colegas de Bernie

http://xlsemanal.finanzas.com/web/articulo.php?id=57098&id_edicion=5327&salto_pagina=2
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Mensaje por mikimbyjodon1 Dom Jul 04, 2010 11:40 am

yo siempre e dicho que algo muy bueno siempre tiene algo malo escondido,esa gente recibia un interes de 7 y 10% cuando las otras firmas solo daban un 3 o un 4% caballero, ahora a llorar al parque de la creche mi barrio...... Madoff manda a tomar por culo a las víctimas suyas Icon_lol
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