TERSITES
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Sunday, July 18, 2010
Dos tabacos para el violinista en reposo
Era el año de 1986 y hacía un calor horrible en La Habana cuando mi amigo Guille me propuso venderme unos discos de rock que había traído de Budapest, adonde había ido a hacer una licenciatura en economía y a abrir sus inocentes ojos verdes. Guille era un brillante economista pero su bondad natural lo hacía el vendedor más torpe que haya navegado las aguas del Rin Danubio. Me los vendió a 10 pesos como si fueran discos de Farah María, Noel Nicola o Alfredito Rodríguez, aunque eran de Paul McCartney, Elton John y Simon & Garfunkel.
Los tres discos fueron el fondo musical de innumerables tardes de té y conversaciones con mis amigos "raros", como decía mi abuela, en la sala de mi casa. Finalmente se los cambié a alguien por la edición Aguilar de las Obras Completas de Lorca. Otro buen negocio.
Ocho años más tarde, en mi primera visita a New York, saliendo un día del MoMA, bajé la infinitas escaleras eléctricas de la estación del metro de 5ta y 53 y adiviné que era la que aparece en otro disco de S&G que nunca tuve: Wednesday Morning 3AM. Ese fue uno de los tantos detalles que me llevaron a entender que todos somos neoyorkinos, porque llevamos en la memoria fichas diversas del rompecabezas que es New York: los libros y el cine, los discos y la música, los cuadros y las fotos van regalándonos piezas de una ciudad soñada. Llegar a New York es ver las fichas que faltaban en el sueño, ver el rompecabezas armado en un instante y darse cuenta al mismo tiempo que es más hermoso y más indescifrable de lo que imaginábamos.
Al año siguiente, cuando MD y este escriba nos largamos de Miami con destino a New York, teníamos un solo cassette en el carro. En esas 24 horas debimos haber escuchado unas 15 veces los "Greatest Hits" de Simon & Garfunkel. Aún hoy me es imposible oír "America" sin recordar ese viaje por el New Jersey Turnpike (sin saber cómo íbamos a comer la próxima semana), mientras los dos judíos de Queens cantaban precisamente aquello de "Counting the cars on the New Jersey Turnpike/They've all gone to look for America".
Unos meses más tarde conseguí un trabajo de traductor en una compañía que estaba en el Rockefeller Center. La estación de la 5ta y 53 se hizo un destino cotidiano. Por esa época, uno de los personajes habituales de la estación era un mulato elegante, de ojos inteligentes y chispeantes, vestido con pantalones de khaki y camisa de algodón, que se paraba cada día, de la mañana a la noche, al pie de las escaleras. Su ropa era de colores discretos y estaba razonablemente limpia. El hombre parecía estar a medio camino entre los 30 y los 40, y llevaba siempre un violín en la mano izquierda y el arco en la derecha. "Un violinista mendigo", hubiese pensado cualquiera.
Pero nunca lo vi pedir dinero —aunque aceptaba el que le dieran— ni tocar el violín. Lo único que hacía era comentar las noticias del día con su voz de profeta, en tono irónico y recriminatorio. "La bolsa ha subido hoy, y los ricos se van a casa tan contentos... ¿y que va a pasar mañana? Ah, ya nadie quiere pensar en eso. Pero lo que sube, baja, ya verán". Su acento parecía de Boston más que de Harlem o de Georgia.
De vez en cuando nos saludábamos. Un día hablamos un poco más que de costumbre y me preguntó que de dónde era. Cuando le dije que de Cuba, se le iluminaron los ojos. "Ah, de Cuba. Yo admiro mucho a Fidel Castro. ¿No me podrías conseguir un tabaco cubano? Me encantan los tabacos cubanos. Mejor consígueme dos." Le dije que se los conseguiría, pero que tendría que esperar.
Mi compañía se mudó a la calle 34 y a veces veía al violinista en abstinencia parado en su esquina habitual. Me fui olvidando de él y de nuestras conversaciones hasta que un buen día me hice de una caja de Cohíbas. Al día siguiente puse dos en mi mochila y me bajé en 5ta y 53, pero mi amigo no estaba allí. Varias veces, al pasar en el tren por la estación, lo busqué vanamente en su esquina. Me fumé los Cohíbas y me olvidé del asunto y del mendigo elegante.
Dos años más tarde, regresando a casa de madrugada, pasé en el tren por 5ta y 53. Al salir el tren de la estación, vi por la ventana a mi antiguo conocido. Estaba sucio y mucho más flaco; sus ojos, que antes eran los de un iluminado, parecían finalmente los ojos derrotados de un mendigo. Serían casi las 3 de la mañana, aunque no creo que fuera miércoles como en la portada del disco. En los días que siguieron me fijé al pasar por la estación, pero no estaba. No lo he vuelto a ver desde entonces. Y es como si otra vez le faltara una pieza a mi rompecabezas de New York.
Digamos que era un hombre muy peculiar, como el de esta canción de Simon y Garfunkel.
http://tersitesexcathedra.blogspot.com/2010/07/dos-tabacos-para-el-violinista-en.html#comments
Dos tabacos para el violinista en reposo
Era el año de 1986 y hacía un calor horrible en La Habana cuando mi amigo Guille me propuso venderme unos discos de rock que había traído de Budapest, adonde había ido a hacer una licenciatura en economía y a abrir sus inocentes ojos verdes. Guille era un brillante economista pero su bondad natural lo hacía el vendedor más torpe que haya navegado las aguas del Rin Danubio. Me los vendió a 10 pesos como si fueran discos de Farah María, Noel Nicola o Alfredito Rodríguez, aunque eran de Paul McCartney, Elton John y Simon & Garfunkel.
Los tres discos fueron el fondo musical de innumerables tardes de té y conversaciones con mis amigos "raros", como decía mi abuela, en la sala de mi casa. Finalmente se los cambié a alguien por la edición Aguilar de las Obras Completas de Lorca. Otro buen negocio.
Ocho años más tarde, en mi primera visita a New York, saliendo un día del MoMA, bajé la infinitas escaleras eléctricas de la estación del metro de 5ta y 53 y adiviné que era la que aparece en otro disco de S&G que nunca tuve: Wednesday Morning 3AM. Ese fue uno de los tantos detalles que me llevaron a entender que todos somos neoyorkinos, porque llevamos en la memoria fichas diversas del rompecabezas que es New York: los libros y el cine, los discos y la música, los cuadros y las fotos van regalándonos piezas de una ciudad soñada. Llegar a New York es ver las fichas que faltaban en el sueño, ver el rompecabezas armado en un instante y darse cuenta al mismo tiempo que es más hermoso y más indescifrable de lo que imaginábamos.
Al año siguiente, cuando MD y este escriba nos largamos de Miami con destino a New York, teníamos un solo cassette en el carro. En esas 24 horas debimos haber escuchado unas 15 veces los "Greatest Hits" de Simon & Garfunkel. Aún hoy me es imposible oír "America" sin recordar ese viaje por el New Jersey Turnpike (sin saber cómo íbamos a comer la próxima semana), mientras los dos judíos de Queens cantaban precisamente aquello de "Counting the cars on the New Jersey Turnpike/They've all gone to look for America".
Unos meses más tarde conseguí un trabajo de traductor en una compañía que estaba en el Rockefeller Center. La estación de la 5ta y 53 se hizo un destino cotidiano. Por esa época, uno de los personajes habituales de la estación era un mulato elegante, de ojos inteligentes y chispeantes, vestido con pantalones de khaki y camisa de algodón, que se paraba cada día, de la mañana a la noche, al pie de las escaleras. Su ropa era de colores discretos y estaba razonablemente limpia. El hombre parecía estar a medio camino entre los 30 y los 40, y llevaba siempre un violín en la mano izquierda y el arco en la derecha. "Un violinista mendigo", hubiese pensado cualquiera.
Pero nunca lo vi pedir dinero —aunque aceptaba el que le dieran— ni tocar el violín. Lo único que hacía era comentar las noticias del día con su voz de profeta, en tono irónico y recriminatorio. "La bolsa ha subido hoy, y los ricos se van a casa tan contentos... ¿y que va a pasar mañana? Ah, ya nadie quiere pensar en eso. Pero lo que sube, baja, ya verán". Su acento parecía de Boston más que de Harlem o de Georgia.
De vez en cuando nos saludábamos. Un día hablamos un poco más que de costumbre y me preguntó que de dónde era. Cuando le dije que de Cuba, se le iluminaron los ojos. "Ah, de Cuba. Yo admiro mucho a Fidel Castro. ¿No me podrías conseguir un tabaco cubano? Me encantan los tabacos cubanos. Mejor consígueme dos." Le dije que se los conseguiría, pero que tendría que esperar.
Mi compañía se mudó a la calle 34 y a veces veía al violinista en abstinencia parado en su esquina habitual. Me fui olvidando de él y de nuestras conversaciones hasta que un buen día me hice de una caja de Cohíbas. Al día siguiente puse dos en mi mochila y me bajé en 5ta y 53, pero mi amigo no estaba allí. Varias veces, al pasar en el tren por la estación, lo busqué vanamente en su esquina. Me fumé los Cohíbas y me olvidé del asunto y del mendigo elegante.
Dos años más tarde, regresando a casa de madrugada, pasé en el tren por 5ta y 53. Al salir el tren de la estación, vi por la ventana a mi antiguo conocido. Estaba sucio y mucho más flaco; sus ojos, que antes eran los de un iluminado, parecían finalmente los ojos derrotados de un mendigo. Serían casi las 3 de la mañana, aunque no creo que fuera miércoles como en la portada del disco. En los días que siguieron me fijé al pasar por la estación, pero no estaba. No lo he vuelto a ver desde entonces. Y es como si otra vez le faltara una pieza a mi rompecabezas de New York.
Digamos que era un hombre muy peculiar, como el de esta canción de Simon y Garfunkel.
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Azali- Admin
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Re: TERSITES
no los conocia?????
alevanta la piedra comay
Gusanamente feliz, Luis
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llabrada- Cantidad de envíos : 598
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