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Breve tratado de comunismo culinario

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Breve tratado de comunismo culinario  Empty Breve tratado de comunismo culinario

Mensaje por Azali Miér Jul 21, 2010 9:26 am

7.21.2010


Breve tratado de comunismo culinario



Breve tratado de comunismo culinario  Cc

Luego de un cortés receso, confiando en que el Mercado habría de tropezar con sus propias paradojas y que la Memoria del hombre borraría las zonas grisáceas, los comunistas creen que está bien agitar de nuevo su banderola, vivaz e inspirada. Retoman la confianza perdida con el fin de siglo, publican artículos conminatorios, reciclan la prosa didáctica y se curan de la tartamudez.

Hasta ahora, los comunistas que he conocido no se han esforzado por desmarcarse del módulo original; sin embargo, basta repasar su ideario básico para comprobar cuánto se han alejado de la Causa. Porque no entiendo a esos que dicen ser comunistas y se atiborran de cerveza y chorizos, y tienen una billetera tan abultada que ha terminado por atrofiarles la nalga derecha. Comunistas de aire acondicionado y alberca posterior, de gesto estudiado y merienda subtropical. Uno esperaría encontrarse una turba de obreros, enervados y firmes, ojos inyectados de sangre, barba de tres días, picas al aire y ropa ennegrecida. Uno podría entenderlo. Pero por favor, estos intelectuales esponjosos, rollizos y perfumados, que dicen llevar la voz de la vanguardia obrera… estos turistas tacaños que terminan cogidos por el culo en un hotelucho habanero… por favor, señores…

Si usted declara ser comunista, podemos asumir que no cree en la iniciativa privada, y que prefiere un Estado que asuma todas las responsabilidades, desde la defensa nacional hasta la fabricación de almohadillas sanitarias. Ser comunista implica inclinarse ante los caudillos militares, desconfiar de la libre expresión, odiar todo tipo de manifestación religiosa, renunciar al arte y la literatura que examina al individuo contra el espejo de la humanidad. Ser comunista significa aplaudir la ineficiencia como acto de redención, porque un ciudadano no puede tener ventaja sobre los demás: la igualdad improductiva, como ha sido el caso cubano.

Los comunistas no entran a una discusión para perderla. Si los argumentos del contrario no pueden ser rebatidos, tendrán que acudir a la mordaza o la pateadura, en nombre de un sentido más trascendente. Desconfían de liderazgos femeninos, ya que las tareas redentoras son atributo del macho uniformado; son incapaces de celebrar triunfos deportivos, de cualquier especie, si hay visos de concordia global respaldados por capitales sospechosos; aborrecen la profusión de opiniones impresas y medios para su garantía, porque sólo existe la verdad proletaria; juegan según las reglas de la llamada democracia, para luego del triunfo desmontar sus componentes…

Los escritores comunistas terminan ahogados por el sentimiento, y por las deudas políticas. Haciendo una pira con lo que les sobra a Neruda, Guillén, Alberti y Aragón se pueden calentar muchas familias obreras en el invierno siberiano. La esencia de la escritura misma les contradijo, y les hizo escribir sus mejores páginas cuando estaban fuera de sí; o sea, cuando no podían creerse comunistas.

Los comunistas aman el contragolpe, la callejuela oscura y la refriega desigual. Pierden a sus mujeres en la cama porque el coito les parece un acto egoísta. Prefieren el aplauso y la ovación, siendo parte de la multitud. Cargan la culpa de sus cuerpos aburguesados, y las tradiciones cuyo fundamento nadie pude explicar…

Los comunistas tienen una gran limitación: el acto de comer. Ese ritual mundano, contra el que se han estrellado todas las teorías emancipadoras. Y en verdad, ¿existe mejor gratificación que ver a un comunista sentado a la mesa? ¡Por Dios, qué manera de extraviarse por senda oligárquica! ¡Un comunista mascando a dos carrillos, los ojos en blanco, las manos grasientas! ¡Qué espectáculo para Marx y Engels!

¿Es posible encontrar un comunista puro, en estos tiempos? La nación cubana, hasta donde han demostrado los hechos, sólo ha dado a luz un ejemplar auténtico de esa especie: Rubén Martínez Villena. Y quién sabe, si no hubiera muerto a los 35 años, quién sabe…
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Publicado por Manuel Sosa

http://lafincadesosa.blogspot.com/

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