Generacion Sacrificada
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Generacion Sacrificada
Los cuartetos de voces han marcado la música cubana. Las D'Aida, Los Rivero, Los Rufino, recorrieron el mundo. Pero pocos dejaron la huella de Los Meme. Las voces de Farah María, Miguel Ángel Piña, Héctor Téllez y Meme Solís constituirían (junto a Los Zafiros), el icono de la generación de los años sesenta.
Los jóvenes de entonces, para los que Jean Paul Sartre reclamó: "Fidel, no sacrifiques esta generación", aún suspiran por las canciones que les tocó vivir. Paradoja de la memoria, la historia de Los Meme y su fanaticada resumen la inútil prisa por construir el hombre nuevo, la represión y el desencanto de la última revolución. Porque la de Cuba es historia de revoluciones. Y de música.
(Meme Solís. (MYSPACE) )
En 1872, el general Calixto García, al atacar Holguín, ocupó los instrumentos de la banda municipal, pues sus integrantes, en medio del tiroteo, no dejaban de tocar. Y en 1957, cuando los marineros de Cienfuegos se levantaban en armas, Santa Clara esperaba el show "Cuba Canta y Baila", con Olga Guillot y Fernando Albuerne, para inaugurar el teatro Cloris.
¿Qué sería la historia sin la anécdota? ¿Cómo entender a Cuba sin sus músicos? La Guillot se apareció en Santa Clara un día antes del show y su pianista, Bobby Collazo, aún no llegaba. El oportuno empresario inventaría un concierto. Saldría a buscar al muchachito de Mayajigua, que estudiaba piano con Rita Chapú y se sabía todas las canciones de la Reina del Bolero.
En Santa Clara ponían bombas. El Instituto de Segunda Enseñanza era un polvorín. Pero camiones altoparlantes anunciarían el improvisado concierto y el pueblo (el mismo que escuchaba Radio Rebelde) colmaría el teatro. Esa noche, con un smoking alquilado, José Manuel Solís, el hijo de Lolo y Balbina, escuchó con 14 años, sus primeros aplausos, respiró distinto, se creyó estrella.
Pero escuchó a la Guillot advertirle: "oye bien, niño; eres muy buen pianista, pero aquí nadie va a venir a buscarte, tienes que irte para La Habana". Y allá se fue, a La Lisa, a la peluquería de una prima, donde, en las noches, le armaban un pimpampúm mientras buscaba trabajo de pianista. Que La Habana, con más de mil clubes con música en vivo, se desentendía de revoluciones.
El 9 de abril de 1958, la huelga general no lograba paralizar la capital. Sarita Montiel repletaba el teatro Blanquita, Nat King Cole desbordaba Tropicana. Frank Domínguez despertaba raras pasiones en La Gruta; José Antonio Méndez (ídolo de México) cantaba y bebía en el Saint John's. Los night clubs del Vedado querían estrellas. Para el recién llegado no era fácil.
Sería Fernando Albuerne quien lo pegaría en las noches habaneras. "Ponle una nota a mi pianista —le diría a un periodista— para que se empiece a conocer". Pero fue Gaspar Pumarejo, el fundador de la televisión en Cuba, el que protestó que José Manuel no era nombre artístico y, como una hermanita le decía Meme, sentenció: "¡Meme, ese será tu nombre!".
El rebautizado llegaría al popular Club 21, del Vedado, de la mano del dueño, Raúl González Jerez; semanas después acompañaba a Elena Burke en el Casino del Habana Hilton y Guillermo Álvarez Guedes, en su sello Gema, les grabaría el antológico LP La Burke canta. Su primer disco y decepción. En la carátula sólo aparecía la foto de Elena.
Llegó el comandante y mando parar
El 31 de diciembre de 1958, la consigna revolucionaria de las 03C: cero club, cero cine, cero cabaret, no daría resultado. La indolente capital del espectáculo despedía el año. Meme descargaba en el 7 Eleven del Hilton con la Señora Sentimiento, cuando Batista escapó en tres DC4, y el populacho se despachó con los casinos. Máquinas tragamonedas, mesas de póker, ruleta y bacará arderían en las calles.
El casino del Hilton se salvó en tablitas. Pero dos meses más tarde cerraría por decreto. Ante la protesta de sus trabajadores, lo volverían a abrir. El juego era vicio en Cuba desde el siglo XVIII, pero Fidel Castro lo acusaba de lacra de los yanquis. Carlos Puebla, en La Bodeguita del Medio, cantaría: Llegó el comandante y mandó a parar. La Habana recibiría turismo de revoluciones.
Los cabarés permanecerían abiertos. Meses después, la Freddy estallaba su vozarrón en el Cabaret del Capri y Meme Solís acompañaba al Cuarteto D'Aida (Moraima, Omara, Aideé, Leonora) en el Club 21 (Aida estuvo un año con un brazo enyesado), mientras explotaba el barco La Coubre y nacía la pavorosa consigna "Patria o Muerte".
Lo que Moraima Secada (voz solista de Las D'Aida) tenía de cantante, también lo tenía de difícil. Rompió con Aida Diestro. Y le cayó a Meme con que formara un cuarteto. Se sumarían Ernesto Marín y Wilfredo Riquelme. Nacían Los Meme. Adoptarían la línea de los cuartetos de filin, como Los Modernistas, pero con más fuerza interpretativa.
Vendrían los éxitos en el Amadeo Roldán, la televisión, las giras nacionales. El primer álbum Los Meme, donde una Moraima electrizante conjuraba: "Como alivio que rompa las cadenas...". Raúl Acosta sustituiría a Riquelme, Bobby Jiménez a Marín. Los Meme serían, por dos años, la atracción del show "Caperucita se divierte", en el Capri, junto a una Juana Bacallao que se comía al lobo.
El Capri era el lugar obligado de La Habana de mediados de los sesenta. Una Habana donde Sans Souci y Montmartre ya habían sido convertidos en almacenes, donde las victrolas, las cervezas y los boleros desaparecían de las esquinas. Una Habana donde surgía el movimiento de aficionados y los artistas profesionales eran vistos como herencia del pasado.
Una Habana sin Celia Cruz ni La Guillot (nacidas de la vieja Corte Suprema del Arte), pero también sin Freddy ni La Lupe, consagradas después de 1959. Una Habana donde se instalaban cañones en el malecón, donde se cavaban trincheras para una guerra imaginaria. Ya Sartre lo había advertido: "Si los Estados Unidos no existieran, quizá la Revolución Cubana los inventaría".
Los Beatles en revolución
Rock era una mala palabra. Luis Bravo había huido. Los Beatles estaban prohibidos. ¿Los Meme? Todavía no, porque cantaban boleros. Moraima cantaba agitando las manos, saltando, estremeciéndose y estremeciendo, se podía tomar tres tragos pero era espectacular. Y difícil. En Cienfuegos fue la ruptura. Moraima regresó a La Habana en avión, Meme en guagua.
¿Cómo sustituir a la Mora? Farah María era modelo del Capri. No cantaba pero era entonada. Meme la citó para ensayar horas y horas. Renovó el repertorio (del filin a la balada). Y cambió la armonía vocal. Cada uno se movería por su lado (parecería un grupo español). Una imagen atrevida para un país en revolución. Debutarían en la TV.
¡Y qué sorpresa! En el programa estaba Moraima, que no los saludó (Farah, aterrada). Pero cuando el cuarteto cantó de María Greever Lamento Gitano, la profesional Moraima se les acercó: "Suenan mejor que cuando yo estaba, porque parece que usted profesor (Meme bajó la cabeza apenado) tiene más tiempo para ensayar".
Ahí empezó el cuarteto con Farah a triunfar. Los periódicos dijeron que Otro Amanecer iba a ser la canción del año. ¡Y lo fue! Bobby Jiménez se va del cuarteto. En Santiago encuentran a Miguel Ángel Piña, la soñada tercera voz. Corría 1965, Los Meme graban su segundo álbum con versiones de temas extranjeros: El torrente, Sans toi. Se agota el mismo día. Sus conciertos en el salón de la Comunidad Hebrea se desbordan.
Los Meme son ídolos, Beatles en revolución. Pero en los cabarés de La Habana hay miedo. Los militares cargan a los faranduleros para las UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción en Camagüey. El cuarteto mimado (hijas de comandantes los adoran) logra sacar de esos siniestros campos de trabajo forzado a algunos bailarines.
En 1966, Héctor Téllez (del trío Voces de Oro) sustituye a Raúl. La imagen del cuarteto es una ventana al mundo pop. Cantan explosivas baladas de Meme y Carol Quintana. Graban un segundo álbum: Ahora traigo mi voz, Llegó la felicidad, Te olvidé, que se revende en bolsa negra o se cambia por un saco de malangas. La libreta de abastecimiento apretaba. Y la revolución también. En las cárceles hay miles de presos políticos.
La lista negra
Los puristas de la moral revolucionaria arremeten contra la televisión. Los hombres no podían cantar con pelos largos, ni con cinto ancho, ni con pantalones campana, ni con camisas de brillo. La nómina de los que no podían aparecer ante las cámaras estaba a la puerta de cada estudio. Los Meme pronto integrarían la lista negra.
Ninguno de los cuatro eran milicianos, ni del CDR. Y eran "extravagantes" (delito penado por las leyes revolucionarias). Se presentan en el estelar de televisión Desfile de la Alegría con unos trajes de vinyl negro y unos suéter de franjas metálicas. Sus admiradores chillaban. Cuando arrojaron los sacos al público (como Raphael), firmaron su sentencia. El Chino Diéguez, el director del programa, también fue suspendido.
Por un tiempo siguieron presentándose en cabarés. Meme fue el Príncipe de Cenicienta en el show del Internacional de Varadero. Pero el dueño del Olimpia de París, que había visto al cuarteto llenarle el Teatro García Lorca a Josephine Baker, quiso llevárselos con él. Pero no les autorizaron la gira. Sólo los incondicionales viajaban.
Dos años después, la ofensiva revolucionaria (1968) clausuró los cabarés. Implantaron la llamada Ley Seca. Daba grima ver a los músicos vagando como zombies. Cuando meses después los volvieron a abrir. La Habana era un cadáver. El diario Juventud Rebelde propugnaba a la canción protesta como el ideal estético del hombre nuevo.
En diciembre de 1969, José Manuel Solís quemó las naves. Presentó su salida del país. Farah María, Héctor Téllez y Miguel Ángel fueron obligados a leer declaraciones en la radio y la televisión donde repudiaban la traición de su director. Por su lealtad, el Consejo Nacional de Cultura impulsaría la carrera de los tres como solistas. Farah ganaría oro en el Festival de Sopot; pero, en Italia, la calificarían como "la bella cubana que dejó la voz en La Habana".
Por casi 20 años, Meme fue silenciado. Como si nunca hubiera existido. Y además, le negaban la salida. Desesperado, se acogió a la ciudadanía española de su padre. En 1987, el presidente Felipe González logró sacarlo de la Isla con una veintena de presos políticos. La prensa en Madrid había creado expectación con su llegada. Radio Martí trasmitiría para Cuba El show de Meme Solís.
Meme se reencontraría con su generación, en septiembre de 1988, en el Dade County Auditorium de Miami. Entre banderas cubanas y lágrimas, su fanaticada de entonces, tiñendo canas, corearía una por una todas las baladas que marcaron su tiempo. La magia de la música los devolvería a su juventud sacrificada, a su Isla en la memoria.
Desde entonces, cada año, el reencuentro se extiende. Meme invita a su concierto a los intérpretes de la generación que lo precedió: Olga Guillot, Blanca Rosa Gil; a sus contemporáneos: Martha Estrada, Luisa María Güel, Georgia Gálvez; a los que surgieron después: Maggie Carlés, Annia Linares, Mirtha Medina, Malena Burke, Albita Rodríguez, Xiomara Laugart. Cuatro generaciones de artistas cubanos han tomado el camino del exilio.
Muchos años después de repudiar a Meme, Farah María, Héctor Téllez y Miguel Ángel Piña le pidieron perdón a su director. Meme entendió las tristes circunstancias. ¿Acaso en nombre de la pureza revolucionaria los hijos no denunciaron a sus padres? Pero las inquisiciones pasan. La vida no la para nadie.
"Puesto que era necesaria una revolución —escribió Sartre alguna vez—, las circunstancias designaron a la juventud para hacerla. Sólo la juventud tenía suficiente pureza para llevarla a cabo".
Habría que preguntarse: ¿valió la pena tanta pureza? Que responda la gerontocracia de ahora: ¿valió la pena la revolución?
cubaencuentro.com
Tomado de Baracutey Cubano
Los jóvenes de entonces, para los que Jean Paul Sartre reclamó: "Fidel, no sacrifiques esta generación", aún suspiran por las canciones que les tocó vivir. Paradoja de la memoria, la historia de Los Meme y su fanaticada resumen la inútil prisa por construir el hombre nuevo, la represión y el desencanto de la última revolución. Porque la de Cuba es historia de revoluciones. Y de música.
(Meme Solís. (MYSPACE) )
En 1872, el general Calixto García, al atacar Holguín, ocupó los instrumentos de la banda municipal, pues sus integrantes, en medio del tiroteo, no dejaban de tocar. Y en 1957, cuando los marineros de Cienfuegos se levantaban en armas, Santa Clara esperaba el show "Cuba Canta y Baila", con Olga Guillot y Fernando Albuerne, para inaugurar el teatro Cloris.
¿Qué sería la historia sin la anécdota? ¿Cómo entender a Cuba sin sus músicos? La Guillot se apareció en Santa Clara un día antes del show y su pianista, Bobby Collazo, aún no llegaba. El oportuno empresario inventaría un concierto. Saldría a buscar al muchachito de Mayajigua, que estudiaba piano con Rita Chapú y se sabía todas las canciones de la Reina del Bolero.
En Santa Clara ponían bombas. El Instituto de Segunda Enseñanza era un polvorín. Pero camiones altoparlantes anunciarían el improvisado concierto y el pueblo (el mismo que escuchaba Radio Rebelde) colmaría el teatro. Esa noche, con un smoking alquilado, José Manuel Solís, el hijo de Lolo y Balbina, escuchó con 14 años, sus primeros aplausos, respiró distinto, se creyó estrella.
Pero escuchó a la Guillot advertirle: "oye bien, niño; eres muy buen pianista, pero aquí nadie va a venir a buscarte, tienes que irte para La Habana". Y allá se fue, a La Lisa, a la peluquería de una prima, donde, en las noches, le armaban un pimpampúm mientras buscaba trabajo de pianista. Que La Habana, con más de mil clubes con música en vivo, se desentendía de revoluciones.
El 9 de abril de 1958, la huelga general no lograba paralizar la capital. Sarita Montiel repletaba el teatro Blanquita, Nat King Cole desbordaba Tropicana. Frank Domínguez despertaba raras pasiones en La Gruta; José Antonio Méndez (ídolo de México) cantaba y bebía en el Saint John's. Los night clubs del Vedado querían estrellas. Para el recién llegado no era fácil.
Sería Fernando Albuerne quien lo pegaría en las noches habaneras. "Ponle una nota a mi pianista —le diría a un periodista— para que se empiece a conocer". Pero fue Gaspar Pumarejo, el fundador de la televisión en Cuba, el que protestó que José Manuel no era nombre artístico y, como una hermanita le decía Meme, sentenció: "¡Meme, ese será tu nombre!".
El rebautizado llegaría al popular Club 21, del Vedado, de la mano del dueño, Raúl González Jerez; semanas después acompañaba a Elena Burke en el Casino del Habana Hilton y Guillermo Álvarez Guedes, en su sello Gema, les grabaría el antológico LP La Burke canta. Su primer disco y decepción. En la carátula sólo aparecía la foto de Elena.
Llegó el comandante y mando parar
El 31 de diciembre de 1958, la consigna revolucionaria de las 03C: cero club, cero cine, cero cabaret, no daría resultado. La indolente capital del espectáculo despedía el año. Meme descargaba en el 7 Eleven del Hilton con la Señora Sentimiento, cuando Batista escapó en tres DC4, y el populacho se despachó con los casinos. Máquinas tragamonedas, mesas de póker, ruleta y bacará arderían en las calles.
El casino del Hilton se salvó en tablitas. Pero dos meses más tarde cerraría por decreto. Ante la protesta de sus trabajadores, lo volverían a abrir. El juego era vicio en Cuba desde el siglo XVIII, pero Fidel Castro lo acusaba de lacra de los yanquis. Carlos Puebla, en La Bodeguita del Medio, cantaría: Llegó el comandante y mandó a parar. La Habana recibiría turismo de revoluciones.
Los cabarés permanecerían abiertos. Meses después, la Freddy estallaba su vozarrón en el Cabaret del Capri y Meme Solís acompañaba al Cuarteto D'Aida (Moraima, Omara, Aideé, Leonora) en el Club 21 (Aida estuvo un año con un brazo enyesado), mientras explotaba el barco La Coubre y nacía la pavorosa consigna "Patria o Muerte".
Lo que Moraima Secada (voz solista de Las D'Aida) tenía de cantante, también lo tenía de difícil. Rompió con Aida Diestro. Y le cayó a Meme con que formara un cuarteto. Se sumarían Ernesto Marín y Wilfredo Riquelme. Nacían Los Meme. Adoptarían la línea de los cuartetos de filin, como Los Modernistas, pero con más fuerza interpretativa.
Vendrían los éxitos en el Amadeo Roldán, la televisión, las giras nacionales. El primer álbum Los Meme, donde una Moraima electrizante conjuraba: "Como alivio que rompa las cadenas...". Raúl Acosta sustituiría a Riquelme, Bobby Jiménez a Marín. Los Meme serían, por dos años, la atracción del show "Caperucita se divierte", en el Capri, junto a una Juana Bacallao que se comía al lobo.
El Capri era el lugar obligado de La Habana de mediados de los sesenta. Una Habana donde Sans Souci y Montmartre ya habían sido convertidos en almacenes, donde las victrolas, las cervezas y los boleros desaparecían de las esquinas. Una Habana donde surgía el movimiento de aficionados y los artistas profesionales eran vistos como herencia del pasado.
Una Habana sin Celia Cruz ni La Guillot (nacidas de la vieja Corte Suprema del Arte), pero también sin Freddy ni La Lupe, consagradas después de 1959. Una Habana donde se instalaban cañones en el malecón, donde se cavaban trincheras para una guerra imaginaria. Ya Sartre lo había advertido: "Si los Estados Unidos no existieran, quizá la Revolución Cubana los inventaría".
Los Beatles en revolución
Rock era una mala palabra. Luis Bravo había huido. Los Beatles estaban prohibidos. ¿Los Meme? Todavía no, porque cantaban boleros. Moraima cantaba agitando las manos, saltando, estremeciéndose y estremeciendo, se podía tomar tres tragos pero era espectacular. Y difícil. En Cienfuegos fue la ruptura. Moraima regresó a La Habana en avión, Meme en guagua.
¿Cómo sustituir a la Mora? Farah María era modelo del Capri. No cantaba pero era entonada. Meme la citó para ensayar horas y horas. Renovó el repertorio (del filin a la balada). Y cambió la armonía vocal. Cada uno se movería por su lado (parecería un grupo español). Una imagen atrevida para un país en revolución. Debutarían en la TV.
¡Y qué sorpresa! En el programa estaba Moraima, que no los saludó (Farah, aterrada). Pero cuando el cuarteto cantó de María Greever Lamento Gitano, la profesional Moraima se les acercó: "Suenan mejor que cuando yo estaba, porque parece que usted profesor (Meme bajó la cabeza apenado) tiene más tiempo para ensayar".
Ahí empezó el cuarteto con Farah a triunfar. Los periódicos dijeron que Otro Amanecer iba a ser la canción del año. ¡Y lo fue! Bobby Jiménez se va del cuarteto. En Santiago encuentran a Miguel Ángel Piña, la soñada tercera voz. Corría 1965, Los Meme graban su segundo álbum con versiones de temas extranjeros: El torrente, Sans toi. Se agota el mismo día. Sus conciertos en el salón de la Comunidad Hebrea se desbordan.
Los Meme son ídolos, Beatles en revolución. Pero en los cabarés de La Habana hay miedo. Los militares cargan a los faranduleros para las UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción en Camagüey. El cuarteto mimado (hijas de comandantes los adoran) logra sacar de esos siniestros campos de trabajo forzado a algunos bailarines.
En 1966, Héctor Téllez (del trío Voces de Oro) sustituye a Raúl. La imagen del cuarteto es una ventana al mundo pop. Cantan explosivas baladas de Meme y Carol Quintana. Graban un segundo álbum: Ahora traigo mi voz, Llegó la felicidad, Te olvidé, que se revende en bolsa negra o se cambia por un saco de malangas. La libreta de abastecimiento apretaba. Y la revolución también. En las cárceles hay miles de presos políticos.
La lista negra
Los puristas de la moral revolucionaria arremeten contra la televisión. Los hombres no podían cantar con pelos largos, ni con cinto ancho, ni con pantalones campana, ni con camisas de brillo. La nómina de los que no podían aparecer ante las cámaras estaba a la puerta de cada estudio. Los Meme pronto integrarían la lista negra.
Ninguno de los cuatro eran milicianos, ni del CDR. Y eran "extravagantes" (delito penado por las leyes revolucionarias). Se presentan en el estelar de televisión Desfile de la Alegría con unos trajes de vinyl negro y unos suéter de franjas metálicas. Sus admiradores chillaban. Cuando arrojaron los sacos al público (como Raphael), firmaron su sentencia. El Chino Diéguez, el director del programa, también fue suspendido.
Por un tiempo siguieron presentándose en cabarés. Meme fue el Príncipe de Cenicienta en el show del Internacional de Varadero. Pero el dueño del Olimpia de París, que había visto al cuarteto llenarle el Teatro García Lorca a Josephine Baker, quiso llevárselos con él. Pero no les autorizaron la gira. Sólo los incondicionales viajaban.
Dos años después, la ofensiva revolucionaria (1968) clausuró los cabarés. Implantaron la llamada Ley Seca. Daba grima ver a los músicos vagando como zombies. Cuando meses después los volvieron a abrir. La Habana era un cadáver. El diario Juventud Rebelde propugnaba a la canción protesta como el ideal estético del hombre nuevo.
En diciembre de 1969, José Manuel Solís quemó las naves. Presentó su salida del país. Farah María, Héctor Téllez y Miguel Ángel fueron obligados a leer declaraciones en la radio y la televisión donde repudiaban la traición de su director. Por su lealtad, el Consejo Nacional de Cultura impulsaría la carrera de los tres como solistas. Farah ganaría oro en el Festival de Sopot; pero, en Italia, la calificarían como "la bella cubana que dejó la voz en La Habana".
Por casi 20 años, Meme fue silenciado. Como si nunca hubiera existido. Y además, le negaban la salida. Desesperado, se acogió a la ciudadanía española de su padre. En 1987, el presidente Felipe González logró sacarlo de la Isla con una veintena de presos políticos. La prensa en Madrid había creado expectación con su llegada. Radio Martí trasmitiría para Cuba El show de Meme Solís.
Meme se reencontraría con su generación, en septiembre de 1988, en el Dade County Auditorium de Miami. Entre banderas cubanas y lágrimas, su fanaticada de entonces, tiñendo canas, corearía una por una todas las baladas que marcaron su tiempo. La magia de la música los devolvería a su juventud sacrificada, a su Isla en la memoria.
Desde entonces, cada año, el reencuentro se extiende. Meme invita a su concierto a los intérpretes de la generación que lo precedió: Olga Guillot, Blanca Rosa Gil; a sus contemporáneos: Martha Estrada, Luisa María Güel, Georgia Gálvez; a los que surgieron después: Maggie Carlés, Annia Linares, Mirtha Medina, Malena Burke, Albita Rodríguez, Xiomara Laugart. Cuatro generaciones de artistas cubanos han tomado el camino del exilio.
Muchos años después de repudiar a Meme, Farah María, Héctor Téllez y Miguel Ángel Piña le pidieron perdón a su director. Meme entendió las tristes circunstancias. ¿Acaso en nombre de la pureza revolucionaria los hijos no denunciaron a sus padres? Pero las inquisiciones pasan. La vida no la para nadie.
"Puesto que era necesaria una revolución —escribió Sartre alguna vez—, las circunstancias designaron a la juventud para hacerla. Sólo la juventud tenía suficiente pureza para llevarla a cabo".
Habría que preguntarse: ¿valió la pena tanta pureza? Que responda la gerontocracia de ahora: ¿valió la pena la revolución?
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