Pásenle esto a Burrilda
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Pásenle esto a Burrilda
http://lamalaletra.wordpress.com/2010/08/30/la-novela-que-leonardo-padura-escribio-por-mi/
Hace muchísimos años -hablo de la década del setenta- yo trabajaba en el Minint, pero la fachada de mi unidad militar era del Minfar y por tanto a todos los efectos externos trabajaba en el ejército. Una guagüita me recogía por la mañana y me dejaba por la tarde en la Playa de Marianao, y al costado de la pizzería Mare Aperto hacía la cola de la 79 y la 179 para regresar a casa. Como desde que tengo memoria el transporte ha sido crítico, me armaba de paciencia y de un libro para esperar. Una tarde en esa cola leía una biografía de Trotski y se me acercó un oficial; todavía no habían cambiado los grados para el equivalente de los de nuestra extinta hermana, así que les hablo de un capitán de los de antes, y con tono entre autoritario y condescendiente, me preguntó que cómo leía aquel libro. Yo sabía por mis círculos de estudio del revisionista y traidor y quería saber más. Esa razón le di al capitán que esperaba mi respuesta con mirada penetrante. Por él supe que Trotski era lectura prohibida para los miembros de las Fuerzas Armadas; hasta donde yo sabía, esa medida no era aplicada en el Minint. Un tiempo después me asusté en serio leyendo China, el otro comunismo, otro oficial, o el mismo, no sé, me preguntó hasta el número de mi unidad militar, preocupado sin duda por la pureza ideológica de los combatientes, allí donde tan mal se informaba del Index a los subalternos. A partir de aquel segundo incidente comencé a forrar los libros.
Hay más. Por aquella época y hasta 1979 las guaguas transitaban por la 5ta. Avenida, y muchas veces desde la guagua me extasié con el porte regio de dos galgos rusos paseando el tramo entre la calle 42 y la calle70 por el amplio paseo central de 5ta, unas veces con una mujer, que indudablemente paseaba los perros como una obligación; otras con un hombre alto, que pudiera haberme pasado inadvertido de no ser por los borzhoi. No fue hasta ahora que vine a saber que aquellos perros eran Ix y Dax, los mismos de mi novela, de la novela que Leonardo Padura escribió por mí.
Amor a los perros
El hombre que amaba los perros, a semejanza de su anterior La novela de mi vida, está narrada en tiempos diferentes y con personajes dispares que el narrador confabula con un denominador común: el amor a los perros. La elección de los personajes históricos no pudo ser más fuerte: Trotski, un nombre pronunciado entre susurros para hablar de sus escritos y en voz alta para denostarlo, visto en la novela como un hombre derrotado pero no vencido que algo me recordó al pescador Santiago de Hemingway.
Mercader, el asesino, un hombre puesto incondicionalmente al servicio de una causa, juguete de una fuerza incapaz de comprender, pero a la que se entrega posponiendo (o anulando) las dudas. Un engendro incómodo del que deben quedar registros secretos, no como el súper agente, sino como el objetivo de trabajo de los que vinieron después. Moscú confía, pero verifica… Sin embargo, terminé por sentir pena de ese hombre solitario e indeseado, potentísimo personaje, y más potente, por menor, la madre, de esa raza que como no entiendo le tengo miedo: esas madres que lejos de proteger a sus hijos los exponen con peculiar sentido del deber. Agradezco a la mano que escribió por mí los espléndidos retratos.
La vida de estos dos hombres me recuerda, como sólo el arte lo logra, cómo desde fecha muy prematura la revolución rusa y el movimiento comunista en general, se contaminaron con las miserias humanas, y el concepto revolucionario llega hasta nosotros adulterado y envilecido, maridado con el inmovilismo, la complacencia y el culto a la personalidad. Ya sabemos lo que puede engendrar el sueño de la razón.
Y si mi desazón no fuera suficiente, se arroja luz sobre un capítulo desconocido para mí sobre las relaciones de los servicios especiales de la Unión Soviética y la República Española, una página infamante más sobre la que en Cuba prefiere guardarse silencio bajo la cómoda filosofía de evitar la destrucción de la historia.
El tercero de los personajes, Iván, el ahistórico, el antihéroe, el miedoso, el pusilánime. Quizás demasiados reveses para un solo hombre, pero Iván es una época, una generación, un país. Su historia personal es la historia de un fracaso colectivo. Y podrá parecer desmesurado en su desgracia, pero, ¡tan real! Y con economía de personajes, las pinceladas necesarias para que un lector desprevenido, o un lector del porvenir, entrevea las sombras de la Revolución Cubana. Iván se fue haciendo entrañable, familiar, hasta volverse uno conmigo. Llevo a Iván en mi ADN. En una simbiosis intensa puso en palabras todo mi desencanto, el sentimiento de estafa, la sensación de pérdida de pureza, ese vacío que deja la confirmación de que los Reyes no existen.
La trama va en un crescendo a la manera de las tragedias, los personajes signados por el fatum, condenados al desastre y abocados y vocados para ese desastre.
Hace muchos años que no apuraba un libro con la avidez que en mi juventud motivaban (u obligaban) aquellos best sellers, los primeros que conocí: Papillón, Chacal. El libro que ahora me mantuvo en vilo –y en vela- no sé si clasificaría para superventas, pero es un libro que todos los cubanos de entresiglos deberíamos leer.
Y no es un libro perfecto, la trama del personaje cubano, la que por cercana más me impresionó, aunque para mí es la menos lograda, me dejó una congoja incontrolable. Pero cuando uno le dedica a un libro hasta sus horas de sueño por llegar al final, no importan las imperfecciones. Ya lo dije: leí mi libro. Por eso mismo no puedo evitar mi disgusto con Padura cuando me engaña con una tirada sólo aceptable en un Félix B. Caignet: sentía que reventaría si no exprimía de una buena vez el pus que se me había enquistado en el grano del miedo. Es una frase impostada en el personaje e insólita en el narrador que se ha caracterizado por una prosa limpia que tanto debe a su oficio de periodista.
La edición, prestada y devuelta con gran pesar, es de Tusquets. Creo que los libros españoles de Leonardo Padura siempre han visto su edición cubana. Con esta novela, no sé, muchos lectores por acá van a mirar por encima de las páginas del libro y van a preguntarse si valió la pena, así como yo, que no puedo evitar, como en las tragedias clásicas, la catarsis mientras se me hace borroso esto que escribo.
Hace muchísimos años -hablo de la década del setenta- yo trabajaba en el Minint, pero la fachada de mi unidad militar era del Minfar y por tanto a todos los efectos externos trabajaba en el ejército. Una guagüita me recogía por la mañana y me dejaba por la tarde en la Playa de Marianao, y al costado de la pizzería Mare Aperto hacía la cola de la 79 y la 179 para regresar a casa. Como desde que tengo memoria el transporte ha sido crítico, me armaba de paciencia y de un libro para esperar. Una tarde en esa cola leía una biografía de Trotski y se me acercó un oficial; todavía no habían cambiado los grados para el equivalente de los de nuestra extinta hermana, así que les hablo de un capitán de los de antes, y con tono entre autoritario y condescendiente, me preguntó que cómo leía aquel libro. Yo sabía por mis círculos de estudio del revisionista y traidor y quería saber más. Esa razón le di al capitán que esperaba mi respuesta con mirada penetrante. Por él supe que Trotski era lectura prohibida para los miembros de las Fuerzas Armadas; hasta donde yo sabía, esa medida no era aplicada en el Minint. Un tiempo después me asusté en serio leyendo China, el otro comunismo, otro oficial, o el mismo, no sé, me preguntó hasta el número de mi unidad militar, preocupado sin duda por la pureza ideológica de los combatientes, allí donde tan mal se informaba del Index a los subalternos. A partir de aquel segundo incidente comencé a forrar los libros.
Hay más. Por aquella época y hasta 1979 las guaguas transitaban por la 5ta. Avenida, y muchas veces desde la guagua me extasié con el porte regio de dos galgos rusos paseando el tramo entre la calle 42 y la calle70 por el amplio paseo central de 5ta, unas veces con una mujer, que indudablemente paseaba los perros como una obligación; otras con un hombre alto, que pudiera haberme pasado inadvertido de no ser por los borzhoi. No fue hasta ahora que vine a saber que aquellos perros eran Ix y Dax, los mismos de mi novela, de la novela que Leonardo Padura escribió por mí.
Amor a los perros
El hombre que amaba los perros, a semejanza de su anterior La novela de mi vida, está narrada en tiempos diferentes y con personajes dispares que el narrador confabula con un denominador común: el amor a los perros. La elección de los personajes históricos no pudo ser más fuerte: Trotski, un nombre pronunciado entre susurros para hablar de sus escritos y en voz alta para denostarlo, visto en la novela como un hombre derrotado pero no vencido que algo me recordó al pescador Santiago de Hemingway.
Mercader, el asesino, un hombre puesto incondicionalmente al servicio de una causa, juguete de una fuerza incapaz de comprender, pero a la que se entrega posponiendo (o anulando) las dudas. Un engendro incómodo del que deben quedar registros secretos, no como el súper agente, sino como el objetivo de trabajo de los que vinieron después. Moscú confía, pero verifica… Sin embargo, terminé por sentir pena de ese hombre solitario e indeseado, potentísimo personaje, y más potente, por menor, la madre, de esa raza que como no entiendo le tengo miedo: esas madres que lejos de proteger a sus hijos los exponen con peculiar sentido del deber. Agradezco a la mano que escribió por mí los espléndidos retratos.
La vida de estos dos hombres me recuerda, como sólo el arte lo logra, cómo desde fecha muy prematura la revolución rusa y el movimiento comunista en general, se contaminaron con las miserias humanas, y el concepto revolucionario llega hasta nosotros adulterado y envilecido, maridado con el inmovilismo, la complacencia y el culto a la personalidad. Ya sabemos lo que puede engendrar el sueño de la razón.
Y si mi desazón no fuera suficiente, se arroja luz sobre un capítulo desconocido para mí sobre las relaciones de los servicios especiales de la Unión Soviética y la República Española, una página infamante más sobre la que en Cuba prefiere guardarse silencio bajo la cómoda filosofía de evitar la destrucción de la historia.
El tercero de los personajes, Iván, el ahistórico, el antihéroe, el miedoso, el pusilánime. Quizás demasiados reveses para un solo hombre, pero Iván es una época, una generación, un país. Su historia personal es la historia de un fracaso colectivo. Y podrá parecer desmesurado en su desgracia, pero, ¡tan real! Y con economía de personajes, las pinceladas necesarias para que un lector desprevenido, o un lector del porvenir, entrevea las sombras de la Revolución Cubana. Iván se fue haciendo entrañable, familiar, hasta volverse uno conmigo. Llevo a Iván en mi ADN. En una simbiosis intensa puso en palabras todo mi desencanto, el sentimiento de estafa, la sensación de pérdida de pureza, ese vacío que deja la confirmación de que los Reyes no existen.
La trama va en un crescendo a la manera de las tragedias, los personajes signados por el fatum, condenados al desastre y abocados y vocados para ese desastre.
Hace muchos años que no apuraba un libro con la avidez que en mi juventud motivaban (u obligaban) aquellos best sellers, los primeros que conocí: Papillón, Chacal. El libro que ahora me mantuvo en vilo –y en vela- no sé si clasificaría para superventas, pero es un libro que todos los cubanos de entresiglos deberíamos leer.
Y no es un libro perfecto, la trama del personaje cubano, la que por cercana más me impresionó, aunque para mí es la menos lograda, me dejó una congoja incontrolable. Pero cuando uno le dedica a un libro hasta sus horas de sueño por llegar al final, no importan las imperfecciones. Ya lo dije: leí mi libro. Por eso mismo no puedo evitar mi disgusto con Padura cuando me engaña con una tirada sólo aceptable en un Félix B. Caignet: sentía que reventaría si no exprimía de una buena vez el pus que se me había enquistado en el grano del miedo. Es una frase impostada en el personaje e insólita en el narrador que se ha caracterizado por una prosa limpia que tanto debe a su oficio de periodista.
La edición, prestada y devuelta con gran pesar, es de Tusquets. Creo que los libros españoles de Leonardo Padura siempre han visto su edición cubana. Con esta novela, no sé, muchos lectores por acá van a mirar por encima de las páginas del libro y van a preguntarse si valió la pena, así como yo, que no puedo evitar, como en las tragedias clásicas, la catarsis mientras se me hace borroso esto que escribo.
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
Re: Pásenle esto a Burrilda
Se' de antemano lo que Matilda va a decir al respecto:
1--Primero dira' que eso es MENTIRA del "gusano" que lo escrbio'.
2-Y segundo,dira' que ella no es fidelista,que defiende a la revolucion cubana,pero que no es fidelista,sino troskysta.
Alver.
1--Primero dira' que eso es MENTIRA del "gusano" que lo escrbio'.
2-Y segundo,dira' que ella no es fidelista,que defiende a la revolucion cubana,pero que no es fidelista,sino troskysta.
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Alver- Cantidad de envíos : 6935
Fecha de inscripción : 26/02/2009
Re: Pásenle esto a Burrilda
Por eso a Regina le impedían leer a Trotsky en Cuba. Un día Burrilda me lo negó, cuando se estrelló como el VW escarabajo aquella Celia Hart.
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
Fecha de inscripción : 21/02/2009
Re: Pásenle esto a Burrilda
O el escarabajo que hicieron estrellar?
Matilda es una imbecil, que quiere hacer creer que es tal o mas cual titulada... la tipa es panfletaria, repite como buena carnera de rebanno, y le importa un bledo si Troski si fue asesinado por los mismos que defiende, porque son gente manipulables sin convicciones propias.
Matilda es una imbecil, que quiere hacer creer que es tal o mas cual titulada... la tipa es panfletaria, repite como buena carnera de rebanno, y le importa un bledo si Troski si fue asesinado por los mismos que defiende, porque son gente manipulables sin convicciones propias.
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Azali- Admin
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Fecha de inscripción : 27/10/2008
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