La alteración digital
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La alteración digital
La alteración digital
October 26, 2010
Por ERIC SCHMIDT y JARED COHEN, The New York Times, 25 de octubre de 2010
Duele ver este vídeo. En medio de gritos de miedo y dolor, una niña siria de una escuela de Aleppo es forzada a aguantarle las piernas en el aire a su condiscípula. Con desconcertante naturalidad, su maestro le pega una y otra vez en los pies con una vara a la escolar aprisionada.
El vídeo ha provocado un escándalo en Siria. Aunque allí están prohibidos Facebook y YouTube, las imágenes se han propagado como un virus y han registrado más de 4.000 visitas virtuales. Después que los bloggers y los medios locales se enteraron, el gobierno sirio inició una investigación y recientemente anunció el despido de los docentes que participaron.
Activistas sirios han empleado antes las tecnologías de conexión para promover protestas. En junio pasado, los usuarios de telefonía móvil utilizaron blogs y sitios de las redes sociales para coordinar un boicot contra las altas tarifas que cobran los proveedores de telecomunicaciones en Siria.
Sin embargo, la primera vez que los activistas aprovecharon estas tecnologías en una campaña exitosa por los derechos humanos fue en torno al incidente de la paliza en los pies. Es un ejemplo de que en sociedades represivas como la de Siria, donde los activistas tienen que estar alertas para no ser capturados, cada vez más ellos tienden a operar sitios web en lugar de oficinas; a captar seguidores antes que contratar personal; y a utilizar plataformas de código abierto en vez de depender de subvenciones.
La tecnología que ha permitido a millones de personas compartir fotos e información se está convirtiendo rápidamente en el más moderno instrumento del activismo político.
La historia, dessde luego, no siempre tiene un final feliz, sobre todo cuando los activistas no consiguen ocultar su identidad o, peor aún, cuando han sido infiltrados. Apenas unas semanas después de la exitosa campaña en Aleppo, ocurrió lo contrario en Damasco, donde las autoridades arrestaron a una joven blogger siria de 19 años bajo cargos de “espionaje”, la etiqueta más común que el gobierno cuelga a los disidentes.
Pero lo cierto es que en el siglo XXI las tecnologías de conexión no van a dejar de sorprendernos. De hecho, las nuevas tecnologías y el deseo de mayor libertad ya están alterando la política en los lugares más inverosímiles. En 2008, Oscar Morales, un ingeniero colombiano desocupado, utilizó las populares redes sociales, el vídeo y los servicios telefónicos basados en Internet para organizar masivas manifestaciones contra las FARC, la insurgencia marxista de Colombia.
En Irán el año pasado, un puñado de ciudadanos utilizó las tecnologías proxy y de elusión para sacar información del país y colgarla en YouTube, Twitter y otras plataformas. Aunque sólo tuvieron un modesto papel en la organización de las protestas en Irán, estas herramientas fueron fundamentales para captar la atención mundial.
Por más inspiradores que sean estos relatos, las tecnologías de conexión no siempre capacitan a los ciudadanos para fines positivos. Pueden servir por igual a activistas de derechos humanos y a terroristas. Sin embargo, lo más importante no es si estas tecnologías se utilizan para hacer el bien o el mal. La pregunta más importante es cómo van a afectar las relaciones entre los individuos y los Estados. No todos los gobiernos van a enfrentar de igual manera la turbulencia de una menguante autoridad estatal.
Si bien quedan muchos cabos por atar, parece claro que los gobiernos mejor capacitados para hacer frente a esta vorágine serán las democracias de libre mercado, y potencias autocráticas como China.
En el mundo en vías de desarrollo, los Estados parcialmente conectados o pendientes de conexión a la red enfrentan un régimen diferente de oportunidades y desafíos. La apuesta es riesgosa para los Estados con gobiernos centrales débiles, economías subdesarrolladas y poblaciones desproporcionadamente jóvenes y desempleadas. En estos países, las tecnologías de conexión están rompiendo las barreras de la edad, el género y el nivel socioeconómico. Aunque no eliminan los peligros asociados con el activismo, las tecnologías de conexión están ampliando los ámbitos tradicionales de la sociedad civil, y creando nuevos espacios y nuevas herramientas.
Sin embargo, muchos gobiernos de sociedades parcialmente conectadas a la Web se muestran cautelosos. La repentina invasión de las tecnologías de conexión supondrá una amenaza para el status quo, colocando a gobiernos ya frágiles en posiciones potencialmente inestables. Esto afectará principalmente a aquéllos que se esfuerzan por mantener una legitimidad política. Para ellos, cualquier cosa que cuestione el status quo, al partido gobernante, o su fachada de estabilidad, representa una amenaza.
También están los llamados estados fallidos, que, aunque no son numerosos, tienen resonancia mundial. Caóticos e incapaces de actuar coherentemente, son guaridas naturales de las redes criminales y terroristas las que pueden albergar resentimientos locales, pero acarician ambiciones regionales y globales. Si bien en estos países las tecnologías de conexión pueden ser canales de innovación, también permiten la exportación de conductas criminales y terroristas.
En todo el mundo, grupos sin fines de lucro y activistas individuales encaran nuevas oportunidades. A través de la tecnología, van a seguir moldeando el comportamiento gubernamental y corporativo al promover la libertad de expresión, y proteger a los ciudadanos de los gobernantes que les amenazan.
Sin embargo, tendrán que adaptarse al nuevo entorno en que operan. Esto significa que, entre otras cosas, tendrán que garantizar que los esfuerzos para denunciar los abusos no acaben fortaleciendo a aquellos gobiernos acostumbrados a escudarse en movilizaciones nacionalistas; que cuando proceda tendrán que trabajar entre telones; y que deberán aprovechar para sus propios fines la tecnología del sector privado.
La innovación constante plantea retos difíciles a las personas y los gobiernos de todo el mundo. Hasta los usuarios mejor informados y más activos dentro de la tecnología se verán arrastrados por un torbellino de nuevos dispositivos y servicios. En una época en la que el poder del individuo y el grupo crece por día, aquellos gobiernos dispuestos a remontar la ola tecnológica estarán sin duda en mejor posición para hacer valer su influencia y atraer a otros a sus órbitas. Aquellos que no se presten a hacerlo, se encontrarán en una porfía con sus ciudadanos.
* Eric Schmidt es el presidente y director ejecutivo de Google. Jared Cohen es el director de Google Ideas y miembro adjunto del Consejo de Relaciones Exteriores. Una versión más larga de este artículo aparece en la edición de noviembre/diciembre de la revista Foreign Affairs.
Traducción de Rolando Cartaya.
http://www.penultimosdias.com/
Duele ver este vídeo.
October 26, 2010
Por ERIC SCHMIDT y JARED COHEN, The New York Times, 25 de octubre de 2010
Duele ver este vídeo. En medio de gritos de miedo y dolor, una niña siria de una escuela de Aleppo es forzada a aguantarle las piernas en el aire a su condiscípula. Con desconcertante naturalidad, su maestro le pega una y otra vez en los pies con una vara a la escolar aprisionada.
El vídeo ha provocado un escándalo en Siria. Aunque allí están prohibidos Facebook y YouTube, las imágenes se han propagado como un virus y han registrado más de 4.000 visitas virtuales. Después que los bloggers y los medios locales se enteraron, el gobierno sirio inició una investigación y recientemente anunció el despido de los docentes que participaron.
Activistas sirios han empleado antes las tecnologías de conexión para promover protestas. En junio pasado, los usuarios de telefonía móvil utilizaron blogs y sitios de las redes sociales para coordinar un boicot contra las altas tarifas que cobran los proveedores de telecomunicaciones en Siria.
Sin embargo, la primera vez que los activistas aprovecharon estas tecnologías en una campaña exitosa por los derechos humanos fue en torno al incidente de la paliza en los pies. Es un ejemplo de que en sociedades represivas como la de Siria, donde los activistas tienen que estar alertas para no ser capturados, cada vez más ellos tienden a operar sitios web en lugar de oficinas; a captar seguidores antes que contratar personal; y a utilizar plataformas de código abierto en vez de depender de subvenciones.
La tecnología que ha permitido a millones de personas compartir fotos e información se está convirtiendo rápidamente en el más moderno instrumento del activismo político.
La historia, dessde luego, no siempre tiene un final feliz, sobre todo cuando los activistas no consiguen ocultar su identidad o, peor aún, cuando han sido infiltrados. Apenas unas semanas después de la exitosa campaña en Aleppo, ocurrió lo contrario en Damasco, donde las autoridades arrestaron a una joven blogger siria de 19 años bajo cargos de “espionaje”, la etiqueta más común que el gobierno cuelga a los disidentes.
Pero lo cierto es que en el siglo XXI las tecnologías de conexión no van a dejar de sorprendernos. De hecho, las nuevas tecnologías y el deseo de mayor libertad ya están alterando la política en los lugares más inverosímiles. En 2008, Oscar Morales, un ingeniero colombiano desocupado, utilizó las populares redes sociales, el vídeo y los servicios telefónicos basados en Internet para organizar masivas manifestaciones contra las FARC, la insurgencia marxista de Colombia.
En Irán el año pasado, un puñado de ciudadanos utilizó las tecnologías proxy y de elusión para sacar información del país y colgarla en YouTube, Twitter y otras plataformas. Aunque sólo tuvieron un modesto papel en la organización de las protestas en Irán, estas herramientas fueron fundamentales para captar la atención mundial.
Por más inspiradores que sean estos relatos, las tecnologías de conexión no siempre capacitan a los ciudadanos para fines positivos. Pueden servir por igual a activistas de derechos humanos y a terroristas. Sin embargo, lo más importante no es si estas tecnologías se utilizan para hacer el bien o el mal. La pregunta más importante es cómo van a afectar las relaciones entre los individuos y los Estados. No todos los gobiernos van a enfrentar de igual manera la turbulencia de una menguante autoridad estatal.
Si bien quedan muchos cabos por atar, parece claro que los gobiernos mejor capacitados para hacer frente a esta vorágine serán las democracias de libre mercado, y potencias autocráticas como China.
En el mundo en vías de desarrollo, los Estados parcialmente conectados o pendientes de conexión a la red enfrentan un régimen diferente de oportunidades y desafíos. La apuesta es riesgosa para los Estados con gobiernos centrales débiles, economías subdesarrolladas y poblaciones desproporcionadamente jóvenes y desempleadas. En estos países, las tecnologías de conexión están rompiendo las barreras de la edad, el género y el nivel socioeconómico. Aunque no eliminan los peligros asociados con el activismo, las tecnologías de conexión están ampliando los ámbitos tradicionales de la sociedad civil, y creando nuevos espacios y nuevas herramientas.
Sin embargo, muchos gobiernos de sociedades parcialmente conectadas a la Web se muestran cautelosos. La repentina invasión de las tecnologías de conexión supondrá una amenaza para el status quo, colocando a gobiernos ya frágiles en posiciones potencialmente inestables. Esto afectará principalmente a aquéllos que se esfuerzan por mantener una legitimidad política. Para ellos, cualquier cosa que cuestione el status quo, al partido gobernante, o su fachada de estabilidad, representa una amenaza.
También están los llamados estados fallidos, que, aunque no son numerosos, tienen resonancia mundial. Caóticos e incapaces de actuar coherentemente, son guaridas naturales de las redes criminales y terroristas las que pueden albergar resentimientos locales, pero acarician ambiciones regionales y globales. Si bien en estos países las tecnologías de conexión pueden ser canales de innovación, también permiten la exportación de conductas criminales y terroristas.
En todo el mundo, grupos sin fines de lucro y activistas individuales encaran nuevas oportunidades. A través de la tecnología, van a seguir moldeando el comportamiento gubernamental y corporativo al promover la libertad de expresión, y proteger a los ciudadanos de los gobernantes que les amenazan.
Sin embargo, tendrán que adaptarse al nuevo entorno en que operan. Esto significa que, entre otras cosas, tendrán que garantizar que los esfuerzos para denunciar los abusos no acaben fortaleciendo a aquellos gobiernos acostumbrados a escudarse en movilizaciones nacionalistas; que cuando proceda tendrán que trabajar entre telones; y que deberán aprovechar para sus propios fines la tecnología del sector privado.
La innovación constante plantea retos difíciles a las personas y los gobiernos de todo el mundo. Hasta los usuarios mejor informados y más activos dentro de la tecnología se verán arrastrados por un torbellino de nuevos dispositivos y servicios. En una época en la que el poder del individuo y el grupo crece por día, aquellos gobiernos dispuestos a remontar la ola tecnológica estarán sin duda en mejor posición para hacer valer su influencia y atraer a otros a sus órbitas. Aquellos que no se presten a hacerlo, se encontrarán en una porfía con sus ciudadanos.
* Eric Schmidt es el presidente y director ejecutivo de Google. Jared Cohen es el director de Google Ideas y miembro adjunto del Consejo de Relaciones Exteriores. Una versión más larga de este artículo aparece en la edición de noviembre/diciembre de la revista Foreign Affairs.
Traducción de Rolando Cartaya.
http://www.penultimosdias.com/
Duele ver este vídeo.
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