Hipocresias./Dictadores buenos, dictadores malos
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Hipocresias./Dictadores buenos, dictadores malos
domingo 28 de noviembre de 2010
Dictadores buenos, dictadores malos (I)
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por Roberto Alvarez Quiñones
¿Por qué los medios de difusión y los políticos de casi todo el mundo se refieren a Augusto Pinochet como el ex dictador chileno, y a Fidel Castro como el ex presidente cubano?
¿En qué proceso electoral fue elegido presidente de Cuba el general Raúl Castro? ¿En cuáles comicios democráticos fue electo antes su hermano Fidel?
¿Cuál es la razón por la que Anastasio Somoza, Rafael Leónidas Trujillo, Jorge Videla, Fulgencio Batista, Francois Duvalier y su hijo “Baby Doc”, Marcos Pérez Jiménez, Juan Carlos Onganía, José M. Velasco Ibarra, Humberto Castelo Branco , Juan María Bordaberry, René Barrientos, Alfredo Ovando, José Félix Uriburo, Juan Vicente Gómez, Pedro Aramburu, Porfirio Díaz, Carlos Castillo Armas, José María Guido, Gustavo Rojas Pinilla, Leopoldo Galtieri o Alfredo Stroessner, son ex dictadores y Fidel Castro es el ex presidente cubano pese a que llegó por la fuerza al poder en 1959 y todavía no lo ha soltado?
¿Hay dictadores buenos y dictadores malos?
Estas son preguntas que se hacen los cubanos, tanto los que viven en la isla como los dispersos por los cuatro puntos cardinales del planeta gracias a los dos “presidentes” que nunca nadie eligió.
La palabra dictador fue creada en la antigua república de Roma, hace 2,500 años, cuando en situaciones de extrema gravedad los cónsules, por orden del Senado, nombraban a un “dictator” que asumía todos los poderes generalmente por seis meses, hasta el restablecimiento de la normalidad.
Con el surgimiento de las democracias modernas en el siglo XIX, el término dictador volvió a ser utilizado para designar a todo jefe de gobierno que ejerce el poder “manu militari” (por la fuerza), de forma absoluta, haciendo trizas el principio enunciado por el barón de Montesquieu en el siglo XVIII de la independencia de los tres poderes en que se sustenta la democracia moderna: Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX los medios de comunicación de todo el mundo y los políticos latinoamericanos consideran dictador solo al hombre fuerte que es de derechas. Si es de izquierdas y antinorteamericano lo llaman presidente, aunque nadie lo haya elegido, oprima a su pueblo, sea corrupto hasta la médula y deje al país en ruinas.
En Nicaragua, los Somoza (padre e hijos), de extrema derecha, eran dictadores. Pero el sandinista Daniel Ortega, una vez derrocado Somoza en julio de 1979, se mantuvo en el poder por la fuerza hasta 1990, sin ser considerado dictador. Jamás un medio de prensa latinoamericano o estadounidense dejó de llamar presidente a Ortega en esos 11 años.
Tampoco fue considerado dictador el general Juan Velasco Alvarado, quien en 1968 encabezó en Perú un golpe militar contra el presidente Fernando Belaunde, democráticamente elegido, e instaló una dictadura militar nacionalista e izquierdista que gobernó hasta 1975. Velasco se autoproclamó “Presidente del Gobierno Revolucionario de Perú”, y así fue tratado pese a que encarcelaba o deportaba a sus oponentes políticos, suprimió la libertad de expresión y de prensa, nacionalizó algunas industrias fundamentales y estableció vínculos militares y políticos con la Unión Soviética --Moscú le entregó grandes cantidades de armamentos-- y con el régimen de Fidel Castro, mientras empobrecía a los peruanos.
En la vecina Bolivia el general Alfredo Ovando, golpista derechista era un dictador. Cuando en octubre de 1970 Ovando fue derrocado por otro general derechista, Rogelio Miranda, éste también fue dictador. Miranda fue depuesto casi de inmediato por un contragolpe militar encabezado por el izquierdista general Juan José Torres, quien ya no fue dictador porque se declaró antiimperialista y nacionalizó las minas principales del país. Diez meses después, en agosto de 1971, el “presidente” Torres fue derrocado por el general Hugo Banzer, dictador por su condición de derechista.
En Panamá, en 1968, el coronel Omar Torrijos dio un Golpe de Estado que derrocó al presidente constitucional Arnulfo Arias Madrid. Torrijos disolvió los partidos políticos, se autoascendió a general, asumió poderes absolutos con el título de “Líder Máximo de la Revolución” y se mantuvo por la fuerza en el poder hasta su muerte en un accidente de aviación, en 1981. Pero nunca fue considerado dictador porque era de izquierdas, antinorteamericano, amigo de Fidel Castro y obtuvo de Washington la devolución del Canal de Panamá.
Es obvio, pues, que los medios de comunicación en general manejan una visión ideologizada de lo que es un dictador, lo cual viola la objetividad periodística de la que tanto presumen
Dictadores buenos, dictadores malos (I)
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por Roberto Alvarez Quiñones
¿Por qué los medios de difusión y los políticos de casi todo el mundo se refieren a Augusto Pinochet como el ex dictador chileno, y a Fidel Castro como el ex presidente cubano?
¿En qué proceso electoral fue elegido presidente de Cuba el general Raúl Castro? ¿En cuáles comicios democráticos fue electo antes su hermano Fidel?
¿Cuál es la razón por la que Anastasio Somoza, Rafael Leónidas Trujillo, Jorge Videla, Fulgencio Batista, Francois Duvalier y su hijo “Baby Doc”, Marcos Pérez Jiménez, Juan Carlos Onganía, José M. Velasco Ibarra, Humberto Castelo Branco , Juan María Bordaberry, René Barrientos, Alfredo Ovando, José Félix Uriburo, Juan Vicente Gómez, Pedro Aramburu, Porfirio Díaz, Carlos Castillo Armas, José María Guido, Gustavo Rojas Pinilla, Leopoldo Galtieri o Alfredo Stroessner, son ex dictadores y Fidel Castro es el ex presidente cubano pese a que llegó por la fuerza al poder en 1959 y todavía no lo ha soltado?
¿Hay dictadores buenos y dictadores malos?
Estas son preguntas que se hacen los cubanos, tanto los que viven en la isla como los dispersos por los cuatro puntos cardinales del planeta gracias a los dos “presidentes” que nunca nadie eligió.
La palabra dictador fue creada en la antigua república de Roma, hace 2,500 años, cuando en situaciones de extrema gravedad los cónsules, por orden del Senado, nombraban a un “dictator” que asumía todos los poderes generalmente por seis meses, hasta el restablecimiento de la normalidad.
Con el surgimiento de las democracias modernas en el siglo XIX, el término dictador volvió a ser utilizado para designar a todo jefe de gobierno que ejerce el poder “manu militari” (por la fuerza), de forma absoluta, haciendo trizas el principio enunciado por el barón de Montesquieu en el siglo XVIII de la independencia de los tres poderes en que se sustenta la democracia moderna: Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX los medios de comunicación de todo el mundo y los políticos latinoamericanos consideran dictador solo al hombre fuerte que es de derechas. Si es de izquierdas y antinorteamericano lo llaman presidente, aunque nadie lo haya elegido, oprima a su pueblo, sea corrupto hasta la médula y deje al país en ruinas.
En Nicaragua, los Somoza (padre e hijos), de extrema derecha, eran dictadores. Pero el sandinista Daniel Ortega, una vez derrocado Somoza en julio de 1979, se mantuvo en el poder por la fuerza hasta 1990, sin ser considerado dictador. Jamás un medio de prensa latinoamericano o estadounidense dejó de llamar presidente a Ortega en esos 11 años.
Tampoco fue considerado dictador el general Juan Velasco Alvarado, quien en 1968 encabezó en Perú un golpe militar contra el presidente Fernando Belaunde, democráticamente elegido, e instaló una dictadura militar nacionalista e izquierdista que gobernó hasta 1975. Velasco se autoproclamó “Presidente del Gobierno Revolucionario de Perú”, y así fue tratado pese a que encarcelaba o deportaba a sus oponentes políticos, suprimió la libertad de expresión y de prensa, nacionalizó algunas industrias fundamentales y estableció vínculos militares y políticos con la Unión Soviética --Moscú le entregó grandes cantidades de armamentos-- y con el régimen de Fidel Castro, mientras empobrecía a los peruanos.
En la vecina Bolivia el general Alfredo Ovando, golpista derechista era un dictador. Cuando en octubre de 1970 Ovando fue derrocado por otro general derechista, Rogelio Miranda, éste también fue dictador. Miranda fue depuesto casi de inmediato por un contragolpe militar encabezado por el izquierdista general Juan José Torres, quien ya no fue dictador porque se declaró antiimperialista y nacionalizó las minas principales del país. Diez meses después, en agosto de 1971, el “presidente” Torres fue derrocado por el general Hugo Banzer, dictador por su condición de derechista.
En Panamá, en 1968, el coronel Omar Torrijos dio un Golpe de Estado que derrocó al presidente constitucional Arnulfo Arias Madrid. Torrijos disolvió los partidos políticos, se autoascendió a general, asumió poderes absolutos con el título de “Líder Máximo de la Revolución” y se mantuvo por la fuerza en el poder hasta su muerte en un accidente de aviación, en 1981. Pero nunca fue considerado dictador porque era de izquierdas, antinorteamericano, amigo de Fidel Castro y obtuvo de Washington la devolución del Canal de Panamá.
Es obvio, pues, que los medios de comunicación en general manejan una visión ideologizada de lo que es un dictador, lo cual viola la objetividad periodística de la que tanto presumen
Última edición por Azali el Lun Nov 29, 2010 11:22 am, editado 1 vez
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Re: Hipocresias./Dictadores buenos, dictadores malos
lunes 29 de noviembre de 2010
Dictadores buenos, dictadores malos (II y final)
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por Roberto Alvarez Quiñones
No hay dictadores buenos y dictadores malos. Hay simplemente dictadores. Todos deben ser repudiados por igual, sea cual sea su afiliación política e ideológica. Quien gobierna por la fuerza y controla todos los poderes públicos, sin someterse al escrutinio popular, deviene negación de la democracia y hace regresar la sociedad a la Edad Antigua. Como decía Simón Bolívar, “huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos”.
No hay líderes mesiánicos por derecho divino con la misión histórica de guiar a sus pueblos, como alegan los líderes populistas. Suiza, Noruega y Luxemburgo son los tres países con más alto nivel de vida sobre la Tierra (según la ONU) y ninguno tiene caudillos “iluminados”.
Se entiende que en los países en desarrollo hayan surgido líderes populares que han encabezado procesos revolucionarios para derrocar regímenes dictatoriales. Lo que es inadmisible es que esos líderes en vez de restablecer las libertades democráticas se conviertan luego en tiranos peores que los derrocados. En el siglo XXI, las naciones no necesitan ya héroes sublimes --tipo Cid Campeador o Juana de Arco--, sino instituciones democráticas, estado de derecho y las libertades individuales que garanticen el desarrollo de la civilización.
Fidel y Raúl Castro llegaron al poder el primero de enero de 1959 luego de derrocar al dictador Fulgencio Batista –que gobernó Cuba por 6 años y 9 meses—, pero 52 años después siguen en el poder y no lo van a dejar mientras vivan.
Fidel prometió desde la Sierra Maestra que habría elecciones democráticas cuando triunfase la revolución, y que sería restablecida la Constitución de 1940. Pero 36 días después de asumir el control del país, el propio Castro redactó la “Ley Fundamental”, por la cual el Consejo de Ministros que él presidiría definitivamente una semana después asumió los tres poderes públicos. También abolió la Constitución de 1940, y lanzó la consigna de “¿Elecciones para qué?”.
En 51 años y 11 meses jamás en Cuba ha habido elecciones presidenciales y son ya muy ancianos los que recuerdan los últimos comicios de 1948, cuando fue elegido Carlos Prío presidente de la república.
No obstante, es cosa común leer melifluas crónicas como la que publicó el diario La Opinión, de Los Angeles, con motivo del cumpleaños de Fidel, y que tituló: “Cumple 84 años el ex presidente cubano”. Lo mismo hicieron las televisoras de Estados Unidos, y todos los medios del mundo.
Titulares como el anterior constituyen una afrenta al pueblo cubano, como es una ofensa para los chilenos llamar ex presidente a Pinochet.
Dictadores buenos, dictadores malos (II y final)
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por Roberto Alvarez Quiñones
No hay dictadores buenos y dictadores malos. Hay simplemente dictadores. Todos deben ser repudiados por igual, sea cual sea su afiliación política e ideológica. Quien gobierna por la fuerza y controla todos los poderes públicos, sin someterse al escrutinio popular, deviene negación de la democracia y hace regresar la sociedad a la Edad Antigua. Como decía Simón Bolívar, “huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos”.
No hay líderes mesiánicos por derecho divino con la misión histórica de guiar a sus pueblos, como alegan los líderes populistas. Suiza, Noruega y Luxemburgo son los tres países con más alto nivel de vida sobre la Tierra (según la ONU) y ninguno tiene caudillos “iluminados”.
Se entiende que en los países en desarrollo hayan surgido líderes populares que han encabezado procesos revolucionarios para derrocar regímenes dictatoriales. Lo que es inadmisible es que esos líderes en vez de restablecer las libertades democráticas se conviertan luego en tiranos peores que los derrocados. En el siglo XXI, las naciones no necesitan ya héroes sublimes --tipo Cid Campeador o Juana de Arco--, sino instituciones democráticas, estado de derecho y las libertades individuales que garanticen el desarrollo de la civilización.
Fidel y Raúl Castro llegaron al poder el primero de enero de 1959 luego de derrocar al dictador Fulgencio Batista –que gobernó Cuba por 6 años y 9 meses—, pero 52 años después siguen en el poder y no lo van a dejar mientras vivan.
Fidel prometió desde la Sierra Maestra que habría elecciones democráticas cuando triunfase la revolución, y que sería restablecida la Constitución de 1940. Pero 36 días después de asumir el control del país, el propio Castro redactó la “Ley Fundamental”, por la cual el Consejo de Ministros que él presidiría definitivamente una semana después asumió los tres poderes públicos. También abolió la Constitución de 1940, y lanzó la consigna de “¿Elecciones para qué?”.
En 51 años y 11 meses jamás en Cuba ha habido elecciones presidenciales y son ya muy ancianos los que recuerdan los últimos comicios de 1948, cuando fue elegido Carlos Prío presidente de la república.
No obstante, es cosa común leer melifluas crónicas como la que publicó el diario La Opinión, de Los Angeles, con motivo del cumpleaños de Fidel, y que tituló: “Cumple 84 años el ex presidente cubano”. Lo mismo hicieron las televisoras de Estados Unidos, y todos los medios del mundo.
Titulares como el anterior constituyen una afrenta al pueblo cubano, como es una ofensa para los chilenos llamar ex presidente a Pinochet.
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