Viernes de Arenas
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Viernes de Arenas
Viernes de Arenas
December 8, 2010
Veinte años. Aniversario del adversario.
Suicidarse en invierno. Suicidarse para ganarle el maratón a los médicos y a los políticos (muchas veces indistinguibles) y también para patear a su público lector (que por entonces aún no existía), para putearlo veinte años más tarde. O sea, hoy.
Suicidarse cuando la belleza no alcance. Abrirse la cabeza cuando el cerebro ya no nos sirva para imaginar nuestra guerra en absoluta libertad. Para ejecutar nuestro delirio desde la paranoia, el panfleto y el complot. Para ponerse uno mismo la soga al cuello, la pistola en la sien o en el paladar blando (bajo la prótesis plástica), tirarse de cara al metro, las pastillas a cuncún cojones por la garganta, los pies al borde burdo de una azotea no de La Habana sino de Nueva York: la ciudad que nunca duerme sus pesadillas, mientras en el trópico roncamos la siesta o la resaca.
Matarse en el desarrollo. Aniquilarse joven y brioso, yegua con ganas furibundas de fornicar. Argh. Con irrigación gonadotrópica y humedades intestinas y semen para donar a los “pecadores nefandos” del Tercer Mundo, según el Viejo Testamento del Hombre Nuevo.
Matarse sin amor. En una cama sola. No yo, no todavía. Otro cubano límite lo hizo por mí. Se sacó de un tirón del mundo, en diciembre 7, un viernes venéreo de 1990, mientras Cuba se disponía a dinamitar su discursiva triunfalista e imponer otra (no menos despótica) para paliar la debacle: Período Especial, Guerra en Tiempos de Paz, Opción Cero, Estado de Excepción, Muerte o Muerte, Venceremos…
Estoy hablando de Reinaldo Arenas. El escritor. La maldición de los mediocres.
Su muerte coincidió con la de un mulato no tan bravío como este blanquito guajiro. Aniversario de un cortacabezas igual de templón, que se celebra hasta en la primera plana del periódico Granma. Antonio Maceo y olé, a quien no le caían en gracia ni traidores ni poetas ni maricones (muchas veces indistinguibles). Y Reinaldo Arenas triplemente lo fue. Se enorgullecía de habitar esos eriales de nadie, esos nichitos ninguneados de nuestra nación, esa marginalia materialista que linda con la locura a golpes de culo y de lucidez. Agrh. Falosofía zen.
En correspondencia, la Isla de la Inquina lo incineró. Cuba vomitó a Reinaldo Arenas y de esa culpa cómplice no se salva ni el Cardenal. Su biografía lo único que generó fue odio y envidia (y el dolor de quienes menos lo conocían, como su madre). Su obra lo único que genera es un pasmo en las manos y en la mirada, una arqueada de ¿cómo pudo este hijo de puta escribir así?
Reinaldo Arenas venía del futuro y él lo supo. Y lo dijo. La soledad de su misión fue autoimpuesta, porque un lobo herido no puede evitar la venganza hasta ver la sangre correr (más que la leche). Hay espíritus en los que cristalizan la rabia y la risa arrasadoras de las que carece el resto de la literatura local, embotada entre la tribuna y el tribunal, entre los cantos de un kamikaze comandantesco y la opereta o perreta en clave proletaria de una revolución. Puahfg.
Hoy, martes muerto del 2010, nadie a mi alrededor recuerda el cumpleaños de su suicidio con SIDA en USA (este viernes 10 se suicidan mis primeros 38 diciembres). Tampoco nadie de mi generación puede nombrar con exactitud el título de una sola de sus alucinantes novelas, excepto “Antes que anochezca”, que no es una novela sino una película pésima, no tan cartoonesca como castroonesca, para colmo creo que Made in Hollywood.
En lo personal, me alegro en el alma. Reinaldo Arenas no se merecía formar parte de los curriculos académicos que todo lo clasifican en -ismos temáticos. Reinaldo Arenas se ha ganado por sus timbales de lata (el bronce que se lo coma el lugarteniente negrón a caballo) la medalla de la desmemoria nacional, trofeo mejor que la cita culta y complaciente de un ministrico melenón, o aún peor, de las mil y una niñitas de bien con suficientes tiempo y plusvalía como para doctorarse a costa de sus manuscritos originales en una biblioteca del exilio. Gfrah.
Reinaldo Arenas cayó primero que Cuba, como esos dioses desalojados por los brutos que son el síntoma clínico de la caída del resto de su civilización. No hay Cuba después de Él, nadie se llame a engaño. Su suicidio fue sacrificial, sacro. Se inmoló para imaginar la inmunodeficiencia congénita de una isla imposible o al menos irrespirable.
Su obra es apocalíptica y acelerada como esta columna y, como tal, ingenua. Fue más grande que los sabios. Fue un muñón podrido y paridor, caotrópico (hongos envenenados contra la demagogia del dragón).
Hoy hace veinte años y todavía no hay el más sutil o singao síntoma de su resurrección. Reinaldo, así se hace, repinga, cuando uno está convencido en vida de ser un inmortal. Vencido por la masa por ser un inmoral. Árido de arenas movedizas donde te fermentó la sangre este archipiélago de ciénagas o siglas GULAG/UMAP.
Cubansummatum est!
(Perdóname, por tus planos punzantes de luz como piedras preciosas. Leer es la experiencia excéntrica de un horror ahistórico. Todo texto mío es fotofobia.)
Orlando Luis Pardo Lazo
La Habana
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