Assange y yo
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Assange y yo
Assange y yo
December 19, 2010
Ha surgido una nueva teoría conspirativa. La gran paradoja de las teorías conspirativas es que suelen comenzar por conspiraciones reales. Por ejemplo, en 1903 apareció en Rusia un libro ferozmente antisemita que describía una supuesta confabulación de rabinos y judíos prominentes para destruir los fundamentos de la sociedad y conquistar el planeta. La obra se titulaba Los protocolos de los sabios de Sión y en realidad era una fabricación de la policía política rusa, la temible Okhrana, encaminada a darle sustento a los pogromos y a los ataques a la izquierda antizarista, en la que figuraban algunos rusos de origen judío.
Sin embargo, había una conspiración, pero no la de los sabios de Sión, sino la urdida por la policía política rusa. La obra era un plagio de un panfleto escrito varias décadas antes por el periodista Maurice Joly contra Napoleón III, titulado Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu. La policía política tomó el texto, lo adaptó a sus propósitos antisemitas, y lo puso en circulación hasta el día de hoy, dado que continúa reeditándose para consumo de un buen número de personas que viven convencidas de que detrás de cualquier suceso (la creación de Israel o el notable éxito de los judíos, por ejemplo) existe una oscura conspiración.
Pues bien, a otra escala, ahora ha vuelto a suceder lo mismo con relación a la prisión en Londres del señor Julian Assange. Súbitamente, la detención del señor Assange, luego puesto en libertad bajo fianza, dejó de ser un extraño pleito en torno al uso de condones, y se convirtió en una diabólica operación de la CIA. ¿Quiénes lo dicen? Lo afirman Israel Shamir, un judío ruso convertido al cristianismo que coincide con Ahmadineyad en desear la desaparición de Israel; Alexander Cockburn, el editor de Counterpunch; Keith Olbermann, un tal profesor Michael Seltzer de Oslo y otro parecido lunático de New York University llamado Mark Crispin Miller. Pero esos son sólo varios nombres de los cientos que repiten esta teoría en el mundo insondable de Internet o en periódicos de papel y tinta.
¿Cómo se originó esta nueva conspiración? Todo comenzó con Granma, el diario del Partido Comunista de Cuba. En ese periódico, que es el gran vocero de la tiranía, uno de sus empleados, el francocanadiense Jean-Guy Allard, refugiado en Cuba desde hace muchos años, publicó la mentira original: Anna Ardin era “una cubana anticastrista” que vivía en Suecia y escribía contra la revolución en una página de Internet de otro cubano, Alexis Gainza. Todos estaban al servicio de la CIA porque tenían relaciones con un connotado agente de ese organismo, que era yo. Ahí estaba la prueba de que Assange era víctima de una oscura trama de espías de Estados Unidos y sus aliados los exiliados cubanos. Anna Ardin había acusado a Assange de un delito sexual como parte de sus tareas como espía cubana de la CIA.
Todo, naturalmente, era falso y delirante. Se trataba de la utilización estratégica de un hecho notorio (Assange y los WikiLeaks) para atacar a los demócratas enemigos de la dictadura cubana. Esta era la crónica número 32 que Allard publicaba en mi contra como parte de la campaña sistemática de descrédito montada por la policía política en la Isla. El era el brazo ejecutor, el peón encargado del trabajo sucio. Si mañana se muere o se jubila, otro escribidor tomará su lugar.
En realidad ni Anna Ardin era cubana, ni Alexis Gainza recibe apoyo de Washington para sostener su página web (lo ayudan los liberales suecos), ni conozco a la señorita Ardin, ni he cruzado palabra con Assange, ni jamás he sido agente de la CIA ni de ningún cuerpo de inteligencia, primero porque mi vocación no es ésa, y, segundo, porque ni siquiera podría, aunque quisiera, dado que desde hace muchas décadas la ley norteamericana le prohíbe a la CIA reclutar a periodistas que trabajen en medios norteamericanos y puedan influir en Estados Unidos, como es mi caso.
Hay varias lecciones que deben extraerse de este episodio. La más importante es que no es posible tomar en serio ninguna información oficial proveniente de una dictadura, como es el caso de Granma. La segunda, que antes de suscribir las teorías conspirativas, es necesario analizar cuidadosamente el origen de estas construcciones motivadas por odios políticos o por visiones ideológicas. Cuando los periodistas olvidan esto último, acaban por traicionar a su público y por hacer el ridículo. Es lo que acaba de suceder.
© Firmas Press
Carlos Alberto Montaner
Miami-Madrid
December 19, 2010
Ha surgido una nueva teoría conspirativa. La gran paradoja de las teorías conspirativas es que suelen comenzar por conspiraciones reales. Por ejemplo, en 1903 apareció en Rusia un libro ferozmente antisemita que describía una supuesta confabulación de rabinos y judíos prominentes para destruir los fundamentos de la sociedad y conquistar el planeta. La obra se titulaba Los protocolos de los sabios de Sión y en realidad era una fabricación de la policía política rusa, la temible Okhrana, encaminada a darle sustento a los pogromos y a los ataques a la izquierda antizarista, en la que figuraban algunos rusos de origen judío.
Sin embargo, había una conspiración, pero no la de los sabios de Sión, sino la urdida por la policía política rusa. La obra era un plagio de un panfleto escrito varias décadas antes por el periodista Maurice Joly contra Napoleón III, titulado Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu. La policía política tomó el texto, lo adaptó a sus propósitos antisemitas, y lo puso en circulación hasta el día de hoy, dado que continúa reeditándose para consumo de un buen número de personas que viven convencidas de que detrás de cualquier suceso (la creación de Israel o el notable éxito de los judíos, por ejemplo) existe una oscura conspiración.
Pues bien, a otra escala, ahora ha vuelto a suceder lo mismo con relación a la prisión en Londres del señor Julian Assange. Súbitamente, la detención del señor Assange, luego puesto en libertad bajo fianza, dejó de ser un extraño pleito en torno al uso de condones, y se convirtió en una diabólica operación de la CIA. ¿Quiénes lo dicen? Lo afirman Israel Shamir, un judío ruso convertido al cristianismo que coincide con Ahmadineyad en desear la desaparición de Israel; Alexander Cockburn, el editor de Counterpunch; Keith Olbermann, un tal profesor Michael Seltzer de Oslo y otro parecido lunático de New York University llamado Mark Crispin Miller. Pero esos son sólo varios nombres de los cientos que repiten esta teoría en el mundo insondable de Internet o en periódicos de papel y tinta.
¿Cómo se originó esta nueva conspiración? Todo comenzó con Granma, el diario del Partido Comunista de Cuba. En ese periódico, que es el gran vocero de la tiranía, uno de sus empleados, el francocanadiense Jean-Guy Allard, refugiado en Cuba desde hace muchos años, publicó la mentira original: Anna Ardin era “una cubana anticastrista” que vivía en Suecia y escribía contra la revolución en una página de Internet de otro cubano, Alexis Gainza. Todos estaban al servicio de la CIA porque tenían relaciones con un connotado agente de ese organismo, que era yo. Ahí estaba la prueba de que Assange era víctima de una oscura trama de espías de Estados Unidos y sus aliados los exiliados cubanos. Anna Ardin había acusado a Assange de un delito sexual como parte de sus tareas como espía cubana de la CIA.
Todo, naturalmente, era falso y delirante. Se trataba de la utilización estratégica de un hecho notorio (Assange y los WikiLeaks) para atacar a los demócratas enemigos de la dictadura cubana. Esta era la crónica número 32 que Allard publicaba en mi contra como parte de la campaña sistemática de descrédito montada por la policía política en la Isla. El era el brazo ejecutor, el peón encargado del trabajo sucio. Si mañana se muere o se jubila, otro escribidor tomará su lugar.
En realidad ni Anna Ardin era cubana, ni Alexis Gainza recibe apoyo de Washington para sostener su página web (lo ayudan los liberales suecos), ni conozco a la señorita Ardin, ni he cruzado palabra con Assange, ni jamás he sido agente de la CIA ni de ningún cuerpo de inteligencia, primero porque mi vocación no es ésa, y, segundo, porque ni siquiera podría, aunque quisiera, dado que desde hace muchas décadas la ley norteamericana le prohíbe a la CIA reclutar a periodistas que trabajen en medios norteamericanos y puedan influir en Estados Unidos, como es mi caso.
Hay varias lecciones que deben extraerse de este episodio. La más importante es que no es posible tomar en serio ninguna información oficial proveniente de una dictadura, como es el caso de Granma. La segunda, que antes de suscribir las teorías conspirativas, es necesario analizar cuidadosamente el origen de estas construcciones motivadas por odios políticos o por visiones ideológicas. Cuando los periodistas olvidan esto último, acaban por traicionar a su público y por hacer el ridículo. Es lo que acaba de suceder.
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Carlos Alberto Montaner
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