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Fidel es agente de la CIA ( ni a la inmunda se le ocurrriría)

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Fidel es agente de la CIA ( ni a la inmunda se le ocurrriría) Empty Fidel es agente de la CIA ( ni a la inmunda se le ocurrriría)

Mensaje por CalaveraDeFidel Mar Dic 28, 2010 8:14 am

¿Por qué, entonces, el gobierno americano propició la caída violenta de Batista, retirándole todo apoyo militar y diplomático, rechazando categóricamente cualquier gestión nacional que contemplara soluciones pacíficas y políticas a la crisis nacional? ¿Por qué el gobierno americano desconoció las recomendaciones de su propio embajador en La Habana, tácitamente facilitando que Fidel Castro y sus secuaces se apoderaran fácilmente del poder en Cuba?


¿Por qué cuando Castro recrudeció la violencia, persecución, crímenes y despojo, no se ofreció ayuda masiva a los primeros grupos de resistencia ciudadana que surgieron en la isla a finales de 1959 y principios del 60?

¿Por qué la absurda invasión a Bahía de Cochinos y la falta de apoyo de las fuerzas armadas americanas?

¿Por qué dejar que Castro se saliera con la suya en la crisis de los cohetes (octubre de 1962), cuando retó por igual a los gobiernos americano y soviético, poniendo en peligro la paz mundial?

¿Por qué involucrarse militarmente en Vietnam para enfrentar la amenaza roja y evitar “la caída en dominó” de los países asiáticos, cuando Cuba comunista, en el traspatio de los Estados Unidos, invadía los paises latinoamericanos, arriesgando una “caída continental en dominó”?

¿Por qué se les permitió a esbirros fidelistas torturar a soldados americanos en Hanoi?

¿Por qué invadir la República Dominicana y no Cuba?

¿Por qué permitirle a Cuba refugiar terroristas de los Panteras Negras americanas, la ETA vasca, el Ejército Republicano Irlandés, los Montoneros de Argentina, los Tupamaros de Uruguay y los Senderistas de Perú; por qué permitirle asilar a mafiosos como Robert Vesco?

¿Por qué permitir que el ejército castrista invadiera Angola y en vez de denunciarlo, calificarlo como “tropa estabilizadora” en palabras textuales de Andrew Jones, embajador ante las Naciones Unidas del gobierno de Jimmy Carter?

¿Por qué permitirle a Castro vaciar las cárceles del peor elemento criminal cubano y enviarlo a Miami a través del puente marítimo del Mariel?

¿Por qué expulsar a los comunistas cubanos de Granada y no de Cuba?

¿Por qué armar ampliamente a los contras de Nicaragua y no a los cubanos combatientes de Miami?

¿Por qué bombardear a Khadaffi y no a Fidel Castro?

¿Por qué Panamá y no Cuba?

¿Por qué permitirle al tirano cubano espías en los Estados Unidos, inclusive dentro del Departamento de Defensa?

¿Por qué se toleró impasiblemente que la fuerza aérea cubana derribara en aguas internacionales dos avionetas indefensas, lo que costó la vida de tres ciudadanos americanos?

¿Por qué Afganistán y no Cuba?

¿Por qué el silencio castrista ante el vertedero talibán en Guantánamo?

¿Por qué Saddam Hussein y no Castro?

¿Por qué Aristide y no el tirano cubano?

¿Por qué diez presidentes americanos –dentro del ancho espectro político washingtoniano– han permitido que Fidel Castro, un asesino, esclavice por más de 45 años a un país vecino y tradicionalmente amigo de los Estados Unidos?

¿Por qué –según afirma el propio déspota cubano– el gobierno americano ha intentado asesinarlo cientos de veces? Inconcebiblemente, sin éxito alguno.

Las respuestas pudieran ser largas, complejas y turbias, pero nosotros vamos a simplificarlas. Y desglosaremos profusamente la única explicación lógica al misterio que muchos han tratado de desenmarañar inutilmente:

La existencia y presencia de Fidel Castro en Cuba sirve a los mejores intereses de la nación norteamericana.

Tal vez porque el tirano cubano sea agente de inteligencia, espía o chivato de los Estados Unidos y facilite informes secretos, esenciales a la seguridad nacional del gran país del norte.

1948: Fidel Castro en Bogotá… ¿a las órdenes de la CIA?

Es ampliamente conocido que Fidel Castro mostró tempranas inclinaciones mafiosas desde sus años estudiantiles en Cuba. El chantaje, la violencia, el pistolerismo y hasta el asesinato, como el atentado mortal a Manolo Castro, presidente de la FEU (Federación Estudiantil Universitaria), fueron la funesta imagen de sus turbulentos años mozos en La Habana de la década del 40. Por eso, no sorprende que en 1948 participara en Colombia del sangriento bogotazo en el que cayera alevosamente asesinado Jorge Eliécer Gaitán, jefe del Partido Liberal colombiano, figura política destacada, de grandes probabilidades presidenciales, a quien funcionarios del Departamento de Estado americano y Edgar J. Hoover, director del FBI (Buró Federal de Investigaciones) habían calificado de izquierdista y acusaban de complicidad con dirigentes comunistas colombianos, continentales e internacionales.

En mensaje secreto de octubre de 1946 –ya desclasificado– el embajador americano en Bogotá advertía al Secretario de Estado, George Marshall que “Gaitán, hasta entonces demócrata, estaba coqueteando con los comunistas, apoyando la posición del Instituto Cultural Colombo-Soviético que pedía que los Estados Unidos se retiraran del Canal de Panamá”.

La acusación se fundaba en la sospecha del presidente colombiano Mariano Ospina que creía que Gaitán y sus seguidores preparaban un golpe de estado tipo trotskista para octubre de 1948.

William Wieland, funcionario del Departamento de Estado americano (posteriormente uno de los principales responsables del distanciamiento oficial de los Estados Unidos con el régimen de Batista) informaba confidencialmente que el abogado de la Sra. Gaitán era un “activo comunista”.

Con todos esos antecedentes, llega a Bogotá para asistir a la Novena Conferencia de Secretarios de Estados Panamericanos, a principios de abril de 1948, una delegación de la FEU cubana, en la que participaban Fidel Castro y su buen amigo y compañero de luchas Rafael del Pino.

Según se infiere de un libro publicado en 1994 por Ramón Conte, ex-agente de la CIA y participante de la invasión a Bahía de Cochinos, la agencia contrató a Castro y a Del Pino para asesinar a Gaitán: “el contacto –escribe Conte– fue Richard Salvatierra, un operativo de inteligencia asignado a la embajada americana en Bogotá”. Alejandro fue el nombre que Castro usó como agente secreto; era su segundo nombre. Del Pino, por su parte, veterano de la fuerza aérea yanqui era miembro de la reserva militar norteamericana.

En el año 2001, según reporta la revista colombiana La Semana, Gloria Gaitán, hija del asesinado político colombiano, denunció que un documental mostrado en la Cuba castrista afirmaba que la CIA tuvo participación en el asesinato de su padre. Sin dudas, una maniobra propagandística del régimen cubano tratando de desvirtuar la versión que se propagaba a la sazón en Colombia (al desclasificarse algunos documentos oficiales norteamericanos) sobre la probable participación de Castro y Del Pino en el vil asesinato al político liberal y la posterior revuelta popular que sacudió a Bogotá por varios días.

Según las crónicas de la época, al mediodía del nueve de abril de 1948, Gaitán salió de su oficina en un concurrido barrio central de la capital colombiana, cuando se le acercó, pistola en mano, un individuo de siniestro aspecto que le disparó tres veces por la espalda; el atacante salió huyendo perseguido por una airada turba que comenzó a golpearlo salvajemente hasta darle muerte pocas cuadras después. Cuentan que el individuo imploraba: “no me maten que yo no soy el asesino”, Un sospechoso, según testigos, estuvo toda la mañana esperando frente a la oficina del político, pero el cadáver que se identificó dactilarmente como Juan Roa, llegó tan destrozado a la morgue, que el general Sánchez Amaya, director del ejército colombiano, declaró que el cadáver estaba hecho una masa sanguinolienta lo que hacía imposible verificar si el occiso era el mismo individuo que se había visto toda la mañana acechando el edificio donde se hallaba la oficina de Gaitán.

En los días siguientes al asesinato se produjeron tantos saqueos y motines populares en Bogotá (ver foto abajo) que los investigadores policiacos no pudieron encontrar pistas que sirvieran para resolver dedinitivamente el misterioso asesinato. Los disturbios, según la policía bogotana, fueron dirigidos por Fidel Castro y Rafael del Pino a quienes muchos vieron por las calles portando rifles y dirigiendo la revuelta. Con fuertes sospechas de que también ambos estudiantes cubanos pudieran estar involucrados en el crimen, la policía fue a detenerlos al hotel en que se hospedaban sin encontrarlos, pero se incautaron de documentos, que aunque nunca hicieron públicos a la prensa, dijeron que “algunos habían sido escritos en tinta invisible.”

Huyendo de las autoridades, Castro y Del Pino se refugiaron en la embajada cubana en Bogotá, cuyo representante, Guillermo Belt era un destacado diplomático conservador, pro-americano, altamente apreciado en las esferas políticas y militares de Washington. Como en Colombia se habían suspendido todos los vuelos comerciales, Belt facilitó que Castro y Del Pino huyeran del país en un avión privado convenientemente fletado con premura por una compañía americana que se dedicaba a envíos y transporte. Al llegar a La Habana, Castro declaró a la prensa cubana que “se habían fugado del convulsionado país sudamericanio por cuenta propia usando nombres ficticios”. El suyo: Alejandro.

Ya salvo en Cuba, Fidel Castro y Rafael Del Pino se afiliaron al Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) dentro del cual –escribe Ramón Conte– sirvieron p0r algún tiempo de espías para la inteligencia americana que calificaba a algunos dirigentes del partido de Eduardo Chibás como agitadores “rosados”. Según fuentes fidedignas el líder ortodoxo despreciaba a Fidel Castro, en quien nunca confió.

Casi inmediatamente después del triunfo fidelista en 1959, Del Pino comenzó a conspirar contra la revolución, fue detenido, interrogado personalmente por Castro y condenado a 30 años de prisión. Philip Bonsal, entonces embajador americamo en La Habana, comunicó al Departamento de Estado que estaba muy “preocupado” con la captura de Del Pino, quien sirvió su encarcelamiento incomunicado y murió tras las rejas en 1977, según se denunció, asesinado por órdenes directas de Fidel Castro.

Eran aquéllos, tiempos cruciales en la relaciones soviético-cubana; los rusos aportaban a Castro cientos de millones de dólares anuales, no sólo tratando de remendar la descalabrada economía de la isla, sino también subvencionando las aventuras fidelistas en Africa y América Latina. Si alguien sabía secretos que podían desenmascarar al verdadero Castro era Del Pino; su muerte llegaba oportuna, en momentos críticos que precedieron a fundamentales revisiones en el Kremlin, a creciente descontento de la población cubana y a un cambio drástico en Washington de estrategias globales.

1959: Castro derroca a Batista: ¿cipayismo versus cipayismo?

Eduardo Chibás fue en Cuba uno de esos políticos seudo-revolucionarios al estilo de Haya de la Torre en Perú, que si hubiera gobernado la isla, poco hubiese logrado, ciertamente no habría terminado con la corrupción administrativa, la vulgar politiquería, las desmedidas ambiciones de poder, la lujuria mercantil, la insolencia elitista, la violencia gangsteril, o la miseria y la ignorancia ciudadanas.

Pero Chibás era un hombre honesto que detestaba a Fidel Castro y a los jóvenes militantes de igual calaña: homicidas, anarquistas, de creencias rentables, que se habían infiltrado en su Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Y desconfiaba profundamente de ellos. Por eso como espía, Castro encontró grandes dificultades dentro de los predios chibasistas, y aunque trató repetidamente de vender confidencias sobre figuras que no eran bien vistas en las altas esferas de la inteligencia washingtoniana, no le creyeron, porque mientras alardeaba de su militancia ortodoxa, enamoraba a una joven de familia batistiana y cobraba como botellero del gobierno de Carlos Prío Socarrás (1948-52). (Su amigo y compinche, Rafael del Pino, había recibido generosas asignaciones de la Renta de la Lotería y Castro fue uno de los beneficiarios). Además, ya los Estados Unidos tenían en Fulgencio Batista un aliado que podría en cualquier momento preciso, atajar las debilidades políticas del presidente Prío, al que Washington consideraba incapaz de enfrentar el gatillo alegre de los sangrientos revolucionarios de la época, contrarrestar una posible insurrección roja en Cuba, o detener electoralmente el avance vertiginoso de las fuerzas reformistas, inexpertas y potencialmente caóticas de Eddy Chibás.

Entonces, Fidel Castro se agazapó convenientemente, se hizo agente “dormido” y aunque trató de vender simples chivaterías al golpista Batista después del 10 de marzo de 1952, cuando no pudo, planificó el cruento ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba (26 de julio de 1953), que lo lanzó a prominencias nacionales y continentales, e hizo más atractivos, noticiosos y costosos sus posibles servicios futuros de espionaje.

Con razón, los servicios de inteligencia yanqui comenzaron a registrar de nuevo en sus siniestros cuadernos de bitácora, los pasos del nuevo líder y la útil colaboración que en los años por venir, un individuo de tal ralea pudiera rendirles desde el poder isleño.

Fidel Castro, astuto de nacimiento (ciertamente su única cualidad), siguió haciéndose el dormido, comprendía que su mejor momento de chivato vendría después. En el llano pragmático, no en la sierra romántica. De todas maneras, por aquellos tiempos, latinoamérica, con la excepción de la Argentina de Perón, era fielmente pro-americana, temía al macarthismo que todavía no había sido totalmente desprestigiado y presentía que la guerra fría se calentaría aún más. Sobraban, además, los confidentes regionales que servían por igual a dos amos. Pensaba Castro, acertadamente, que sus servicios de espionaje, serían de sumo valor al conquistar revolucionariamente la pasión de un pueblo tropicalmente cándido que detestaba a un régimen incapaz de contener el avance de los rebeldes en la montaña y de los terroristas en la ciudad.

Recolectaba algún dinero el revolucionario cubano en los Estados Unidos y empezaba a entrenarse en la selvas del este mexicano. En noviembre de 1956 desembarcaba en Oriente, Cuba. Parecía una aventura idílica, un sueño imposible, quijotesco, un esfuerzo titánico. Sin que nadie, jamás, se haya preguntado como se financió tan costosa invasión, tan bien planificada, tan efectiva que ninguno de sus líderes pereció en combate, ni al principio, ni al final. Lázaro Cárdenas había sido el mentor mexicano, pero no el financista, pues aunque rosado, anti-americano y amigo de Castro, se sabe que el ex-presidente azteca no quiso compartir peculado con el revoltoso cubano de incierto futuro. ¿Quién, entonces, estaba detrás del desembarco en las montañas orientales, acaso el mismo Eisnhower que en julio de ese año, en la Conferencia de Presidentes celebrada en Panamá había declarado desenfadadamente que “los gobiernos eran creados por los hombres para servir y no esclavizar” mientras Rafael Leónidas Trujillo, desde su trono dominicano, seguía aterrorizando a su pueblo?

Casi inmediatamente después del desembarco rebelde, la eficaz propaganda yanqui empezó a favorecer la causa fidelista, pintando a Batista como un lucifer, corrupto, brutal, en asociación diabólica con pérfidos mafiosos americanos. La prensa norteña reportaba casi diariamente que todos los funcionarios del gobierno batistiano, sin excepción, robaban al erario público, que los gángsters de Nevada dirigían la represión ciudadana, que las fuerzas armadas cubanas torturaban a mujeres y niños, que en el palacio presidencial se practicaba la brujería, que La Habana era el prostíbulo del mundo y el trampolín de cocaína para las calles de Chicago y Nueva York. Ante tal deleznable deterioro político y social, se arguía, era absolutamente necesaria una violenta revolución en Cuba. ¿Y quién mejor, propugnaba Herbert Matthews, periodista estrella del New York Times, que el romántico demócrata de la Sierra Maestra, el moderno Robin Hood de las Antillas, para redimir seráficamente la isla de tanto crimen y corrupción?

Matthews omitía convenientemente en sus reportajes el bagaje criminal y turbio de Fidel Castro y los antecedentes matarifes y comunistoides de destacados revolucionarios como el Che, Bayo, Raúl Castro, Universo Sánchez y Carlos Rafael Rodríguez. Y no mencionaba el afán fidelista de desprestigiar a otros grupos combatientes como la Organización Auténtica de Aureliano Sánchez Arango, el Segundo Frente del Escambray de Eloy Gutierrez Menoyo y la Federación Estudiantil Universitaria de José Antonio Echevarría, activos movimientos lugareños, sin aparente contacto con ninguna potencia extranjera.

Claro, escribía Matthews algo cierto, que los verdaderos patrocinadores del movimiento revolucionario no eran en realidad el explotado obrero, ni el ignorado campesino, sino prominentes cubanos, ricos, conservadores, pro-americanos, como Pepín Bosch, presidente de la firma Bacardí; Miguel Angel Quevedo, director de la Revista Bohemia; Jorge Mañach, destacado intelectual; Manuel Urrutía, magistrado: José Miró Cardona, presidente del Colegio de Abogados; Roberto Agramonte, profesor, candidato presidencial, sucesor de Chibás. Y en el órden interamericano, admiradas figuras continentales como José Figueres de Costa Rica, Rómulo Betancourt de Venezuela y Luis Muñoz Marín de Puerto Rico. ¿Cómo podía ser comunista, argumentaban Matthews y muchos otros simpatizantes en los Estados Unidos, una revolución que tuviera tal apoyo de probados demócratas?

Pero además, si la revolución era comunista, ¿por qué no una denuncia oficial norteamericana en tiempos turbulentos de espionaje y guerra fría? En la conferencia de Panamá, Batista había denunciado la amenaza roja para Cuba, Eisenhower se limitó a sonreir. Y se encogió de hombros.

Aparentemente, ya Fidel Castro era atractivo para los servicios de inteligencia yanqui, que aunque muchas veces luzcan ingenuos, desorientados, ineptos, absurdos, siempre, al final, aciertan, logran su propósito que no es otro que el de garantizar la supervivencia de la gran nación americana. A pesar de todo, de terrorismo, de subversión, de guerra, la inteligencia estadounidense sigue siendo la más efectiva del mundo, y éste el país más rico, libre y demócrata de la historia.

Pues bien, se corroboró lo que se había especulado, que ante la potencialidad de un triunfo revolucionario en Cuba, el líder barbudo podría ser útil a los intereses americanos en cuestiones de espionaje internacional. Si como estudiante, como bergante, como político, como revolucionario había servido bien, como gobernante podría ser espectacular espiando entre otros gobernantes del mundo.

Los durmientes a veces tienen el sueño liviano, sirven a corto plazo, en cuestiones ligeras; otros dormidos, sin embargo, de pesado sueño, demoran en despertar, pero cuando abren los ojos, resultan extremadamente utiles. Metáfora caprichosamente injertada aquí, para desestresar la emotiva cuestión, porque…

Earl T. Smith, embajador americano en Cuba durante los dos últimos años del gobierno de Batista, llegó a la isla con precisas instrucciones de propiciar la salida del general marcista del poder; sin embargo a los pocos meses de su misión, de entrevistarse con cientos de cubanos de todo origen y entender cabalmente como se había desvirtuado la crisis nacional, Smith llegó a la conclusión que era más inteligente, más sensato, buscar una salida alterna, no-revolucionaria, a Batista, una solución política, pacífica, neutral, utilizando para ello a líderes honestos e íntegros del gobierno y de la oposición, cuyo mayor interés era servir al país y evitar una revolución caótica que desatara una debacle institucional. Y así se lo informó a su Departamento de Estado.

Inutilmente. Ya para entonces en Washington se estaba jugando la baraja Castro. Ciegamente. O como el tuerto…

Hasta el presente, el americano promedio elucubra sobre la intervención de la CIA en cuestiones cubanas, pasadas y actuales. En la página internéticawww.anagramgenius.com, un participante Joe Fathallah escribe un anagrama con las letras del nombre Fulgencio Batista (gun battle is of CIA). La batalla armada es de la CIA. Y William Tunstall-Pedoe, escribe con las letras del nombre Fidel Castro el anagrama (docile farts). Pedos dóciles.

Porque la realidad es que aún aquéllos que achacan a Batista toda la responsabilidad de la llegada de Fidel Castro al poder, no pueden explicar que si el general era comunista (como algunos argüyen) ¿por qué, entonces, no pactar con el comunista Castro, compartir el poder?

¿No sería más lógico pensar que Batista, cipayo americano (como otros argüyen) le dejara el poder a alguien que en su momento pudiera servir los mejores intereses de su amo imperial del norte? ¿Otro cipayo?

1959-1961: Fidel Castro… ¿preparándoles la cama a los comunistas?

Es realmente significativo que una de los primeros asesinatos por fusilamientos que se llevaron a cabo durante aquel horripilante baño de sangre que se desató en Cuba después del primero de enero de 1959, fuera el del teniente José Castaño Quevedo, segundo jefe del BRAC (Buro de Represión a las Actividades Comunistas) durante el gobierno de Batista. Castaño había sido entrenado por los servicios de inteligencia americanos en labores de detección, infiltración y espionaje y era el responsable en la isla de mantener actualizadas las fichas policiacas de connotados comunistas y terroristas revolucionarios. En cuanto entraron a La Habana las fuerzas rebeldes, el Che Guevara inmediatamente envió un comando especial a capturar a Castaño Quevedo y confiscar todos sus archivos. El teniente fue internado en una celda aislada de La Cabaña, instalación militar capitalina, juzgado sumariamente en marzo y fusilado horas después del juicio. Pocos días antes, la embajada de los Estados Unidos en Cuba había pedido al gobierno revolucionario clemencia para Castaño, pero aparentemente el ex-funcionatrio del BRAC sabía demasiado, tal vez tenía pruebas fehacientes de las estrechas relaciones entre Fidel Castro y los servicios de inteligencia americanos.

El 17 de enero de 1959, ante la tumba de Chibás, Castro había anunciado públicamente que fusilaría a cientos de militares y personeros del régimen batistiano. Nada de tribunales establecidos, de justicia promulgada, de leyes vigentes; el comandante rebelde exclamó: “los vamos a matar”. La prensa nacional de México, por citar a la más notoria, condenó acerbamente al “barbón cubano” por la vesania criminal que había desatado en la isla contra militares vencidos y rendidos; en Oriente, Raúl Castro ejecutaba sumariamente a 73 soldados; Cornelio Rojas, jefe de la policía de Santa Clara, era fusilado públicamente en medio de una céntrica calle de su ciudad; el coronel Armando Suárez Suquet era ejecutado en estado de coma; el magistrado Arístides Pérez Abreu era fusilado sin apelación en Pinar del Río; el comandante Jesús Sosa Blanco era sometido a un circense juicio público y ejecutado con expediencia y así caían asesinados en los primeros ocho meses de revolución cerca de mil cubanos asociados con el gobierno de Batista y sin embargo, la embajada americana, a través de su ataché militar, sólo pedía clemencia para Castaño Quevedo, el espía que todo lo sabía.

Uno de los primeros intentos invasores para derrocar a Fidel Castro se produjo en Trinidad en agosto de 1959 cuando un grupo de cubanos que alegadamente estaban financiados por Rafael Leónidas Trujillo y dirigidos por Eloy Gutierrez Menoyo, líder rebelde del Segundo Frente del Escambray durante la lucha revolucionaria, a quien Victor Dreke, combatiente fidelista de las guerras africanas, acusa tácitamente en un reciente libro publicado en Cuba, de ser agente de la CIA. La invasión, se dice, fracasó porque Gutierrez Menoyo la denunció a Castro. Si ambas acusaciones son ciertas, la lógica entonces nos indica que Menoyo, agente americano, facilitó a Castro, también agente americano, su primer triunfo consolidativo en Cuba. El encarcelamiento y fusilamiento de los expedicionarios de Trinidad fue una gran “victoria” para el líder barbudo que ya empezaba a “denunciar” vehementemente que el imperio del norte quería estrangular la gloriosa revolución cubana.

La retórica anti-americana de Fidel Castro se espesó aún más, cual densa cortina de humo. Durante todo el año 1960, paralelo a las confiscaciones de grandes propiedades norteamericanas en la isla, Castro acusaba repetidamente a los Estados Unidos de explotadores, fascistas, militaristas, guerreros y vociferaba continuamente en la plaza pública, por radio y televisión que “los imperialistas piensan que pueden comprar a cualquiera”, “siempre andan buscando a alguien que se quiera vender”, “los revolucionarios haremos lo que la patria nos exija” y afirmaba convenientemente que seguiría el aforismo martiano de “hacer en cada momento lo que cada momento requiera”, pues mientras bramaba “el imperio nos odia”, “los Estados Unidos es un país de indigencia moral y social, sin sentido común”, “los dos candidatos presidenciales Nixon y Kennedy (foto a la derecha) son unos cobardes hipócritas” al mismo tiempo, incongruentemente, garantizaba un trato respetuoso a todos los americanos en Cuba y prometía no reclamar la base naval de Guantánamo como territorio cubano.

Indudablemente, ya Castro armaba el tingaldo apropiado para

En abril de 1960, ante unas insustanciales revueltas militares venezolanas, ofrecía mil soldados rebeldes, plenamente armados, para apuntalar en el poder a “su hermano” Rómulo Betancourt, proverbial figura política venezolana, fiel amigo de los Estados Unidos, quien posteriormente rompiera relaciones con el gobierno cubano por ingerencias ominosas en los asuntos internos de Venezuela.

En septiembre del mismo año Fidel Castro invitaba a 300 líderes negros americanos a visitar Cuba, “para mostrarles como se hacía una revolución”. Eran tiempos en que los Estados Unidos ebullía dentro de una explosiva caldera social, con la mayoría de su población afro-americana reclamando cívicamente la implementación de derechos abrogados por demasiado tiempo, bajo la lideratura del pacifista Martin Luther King; pero al mismo tiempo azuzada por militantes extremistas, anarquistas, comunistoides. que utilizaban la violencia, el asalto, el robo, la subversión y el terrorismo. La situación era grave, el gobierno trataba de prevenir una revolución social que pudiera arrasar con el eficiente sistema democrático del país. Y claro, supuestamente, el revolucionario cubano, “tan anti-imperialista”, “tan digno”, “tan valeroso”, “tan radical”, “tan anti-segregacionista”, “tan anti-washingtoniano” representaba para los radicales líderes negros americanos una esperanza de apoyo moral, estratégico y monetario. ¿O, acaso, no sería que Castro informaría minuciosan

En diciembre de 1960 Castro estableció íntimos contactos con el camarada Patrice Lumumba, primer ministro de la nueva República del Congo y le ofreció su “incondicional” apoyo revolucionario. Un año después el líder africano era derrocado, encarcelado y ejecutado sumariamente. Al final de 1961 Kwame Nkrumah, presidente socialista de Ghana, visitaba Cuba donde recibía promesa de “total cooperación”; cuatro años después tenía que huir a la comunista Rumanía donde moría a destiempo.

Leer entre líneas los tempranos discursos de Fidel Castro es un ejercicio clarificante; casi al principio de la revolución acusó a la prensa americana de estar vendida a descomunales monopolios comerciales, a gigantes agencias de publicidad, a la CIA y, sin embargo, han sido los grandes periódicos como el New York Times sus más efusivos justificadores desde los tiempos idílicos de la Sierra Maestra. ¿Por qué? ¿No es descabellado pensar que una empresa informativa, cualquiera, independiente, experimentada, exitosa, libre, apoye a alguien que la odie, que la quiera destruir como arrasó con la prensa independiente de su propio país? ¿No es precisamente la gran prensa americana el mejor guardián de la democracia, de las instituciones nacionales, de la libertad ciudadana? ¿Por qué justificar a un monstruo? ¿Por qué?

Se acercaba Bahía de Cochinos. Y Fidel Castro repetía una y otra vez que sabía de antemano los planes invasores. En un discurso pronunciado el 12 de diciembre de 1960, afirmó: “Dispongo de cierto tipo de información que me dice lo que el imperialismo está pensando, van a cometer el error de desembarcar pequeños grupos de hombres desde Guatemala…” Cuatro meses después se producía el desembarco en Girón ¿Guerra avisada?

Si la invasión de Playa Girón se hubiera planificado específicamente para fracasar, no se hubiesen cometido tantos errores. Obvios, estúpidos, repetidos. Pero, la misma gente que planificó Girón fue la gente que desembarcó en Normandía, que plantó la bandera en Iwo Jima, que liberó a Europa, que derrotó al Japón. Entonces, ¿por qué una acción militar tan absurda, tan mal calculada en número de hombres, en monto de respaldo dentro de la isla, en lugar escogido para el desembarco? ¿Por qué cambiar el plan original de infiltración guerrillera a invasión frontal, por qué desplazar a las aguas cubanas poderosas naves de guerra que no iban a retumbar sus cañones, por qué adelantarle a la prensa mundial detalles del ataque, por qué alertar al enemigo bombardeándole bases militares tres días antes del desembarco, por qué negarle cobertura aérea a los que peleaban al descampado, asediados inmisericordemente por los aviones castristas? ¿Por qué… por qué… por qué? Se pueden hacer decenas de preguntas similares, conjeturas, pero ¿no habrá sido Girón, en realidad, la consumación de un siniestro plan concebido desde el principio para solidificar a Castro, para hacerlo aparecer como un gran estratega militar, un brillante líder bélico, guerrero sin par, David frente a un Goliat despreciado en América Latina y en otros rincones del mundo? ¿No era un tipo así el mejor espía, el mejor confidente, el mejor chivato, que un envidiado y desdeñado imperio pudiera tener a su servicio?

Pues mientras la invasión de Bahía de Cochinos fracasaba, el presidente Kennedy jugaba golf en Virginia, Fidel Castro se declaraba marxista-leninista y se desparramaba en elogios a Nikita Kruschev, el último de los carismáticos dictadores soviéticos a quien llamaba “genial, simpático, abuelo bondadoso, de fascinante energía, entusiamo y capacidad de combate; un hombre extraordinario, un líder excepcional”.

¿Estaba ya, desde entonces, el barbudo cubano “preparándoles la cama” a los comunistas rusos, porque secretamente –al parecer sin que nadie lo supiera– les planteaba que almacenaran ojivas nucleares en territorio isleño?

La apocalípsis: el mundo al borde de la debacle atómica, la guerra de los imperios. Y Fidel Castro, el protagonista más importante de la posible devastación terráquea. ¿Tiene ello sentido, el matarife cubano, el tiranuelo de poca monta, el guerrillero sin batallas, poniendo en peligro el futuro de la humanidad? ¿Quién se lo cree?

La Trampa

Nikita Kruschev cayó en la trampa de los cohetes. Ansioso de impresionar al Komitern soviético de su firmeza stalinista y borrar la payasería zapateril mostrada ante las Naciones Unidas, o su ridículo papel de bondadoso visitante a los trigales de Iowa; cuando Fidel Castro le planteó la necesidad de construir en territorio cubano bases nucleares para “defender la revolución contra un ataque imperialista”, dudó inicialmente porque ya su enviado especial a La Habana y a Washington en la primavera de 1962, A. Adzhubei, le había informado que Kennedy “no tenía intención alguna de invadir a Cuba, a lo que Castro reaccionó gratamente”. Sin embargo, ante la posterior insistencia castrista de que los yanquis eran mentirosos, que se planeaba una inminente invasión a suelo cubano y que “la heroicidad del pueblo no era suficiente para derrotar a los brutales agresores” sino que “también era necesario el apoyo incondicional del poderoso arsenal atómico de la Unión Soviética”, el máximo dirigente comunista accedió a la infame petición del tirano barbudo, aunque con ello se pudiera desatar una hecatombe nuclear que costaría la vida a cientos de miles de seres humanos.

Lo que no sabía Kruschev –que Castro sí sabía– era que en una reunión confidencial de enero de 1962, entre el entonces Secretario de Justicia americano, Robert Kennedy y altos jefes militares del pentágono, se había decidido combatir al déspota cubano “únicamente por medio del aislamiento y desestabilización económica para que se mantuviera ocupado en resolver crisis nacionales dentro de la isla y dejara de inmiscuirse en la política latinoamericana”. Dato interesante resulta que durante la misma reunión, Kennedy “se asombraba” de que la comunización cubana había sido más rápida y exitosa que la de los países de Europa oriental; lo que hacía de Fidel Castro el discípulo socialista perfecto, pues aunque había nacido en cuna de oro y recibido formación escolar jesuíta, se declaraba ser un convencido “marxista-leninista”. ¿A quién trataba de impresionar el cubano, al gobierno americano que lo sabía criminal, a su propio pueblo que le demostraba una admiración pasional, o al soviético a quien podría utilizar como “buey de oro” con sólo fingir ser un aliado útil y sincero a la causa comunista, en el mismo corazón de América, a noventa millas de los Estados Unidos?

¿A quién, en realidad, ha servido más Castro en su longeva piratería del poder cubano, a los soviéticos que tuvieron que mantenerlo económicamente por casi 30 años o a los Estados Unidos que ridiculizaron al imperio comunista el 29 de octubre de 1962?

La secuencia de acontecimientos alrededor de la crisis de los cohetes, es bien peculiar, sumamente confusa, e indicativa de que Fidel Castro, sagaz, supo que su tercera rentable coyuntura histórica se aproximaba (primera: triunfo revolucionario; segunda: Playa Girón).

Según documentos secretos del régimen cubano, el 24 de octubre, el capitán Pedro Luis (sin apellido) oficial de información del ejército fidelista, le comunicaba a Castro que “por los datos concretos que poseemos, no hay evidencia alguna de agresión inmediata por parte del imperialismo”, a lo que el tirano sardónicamente respondía que era muy importante terminar el estado de alerta para reanudar las labores de fumigación, pues las plagas a las cosechas podían hacer más daño que el enemigo.

Y sin embargo, dos días después, el 26 de octubre, Castro denunciaba ante la televisión cubana “una inminente invasión americana” y ordenaba derribar uno de los aviones U-2 que volaba sobre ls isla en misión de reconocimiento, lo que en si, tácitamente, era una declaración de guerra a los Estados Unidos. Aunque nada sucedía.

Pero Kruschev, alarmado por el peligro en ciernes, cablegrafiaba a Castro pidiéndole mesura y recordándole que los aviones espías americanos volaban regularmente sobre Cuba sin ser derribados y éste no era el momento propicio para repelerlos agresivamente pues “ello podría desatar la tercera guerra mundial.”

Castro respondía que estaba ordenando inmediatamente evitar otro derribamiento y agradecía a su camarada los esfuerzos por lograr una coexistencia pacífica entre todos los países del mundo, “por lo que reciba usted, camarada Kruschev, mi más profunda admiración.”

Al día siguiente, 27 de octubre, Castro ordenaba a su canciller Raúl Roa, negar públicamente que en Cuba hubiese bases nucleares, aunque ya el canciller norteamericano, Adlai Stevenson había mostrado detalladas fotos de los silos operacionales en San Cristóbal, Guanajay y Sagua la Grande.

Y ese mismo día, Castro cablegrafiaba a Kruschev pidiéndole que disparara un mísil nuclear sobre alguna ciudad americana, como “la única forma de evitar la agresión imperialista contra Cuba.”

El 29 de octubre, los barcos rusos que viajaban a Cuba con las ojivas nucleares, esquivaban el poderío marítimo de los Estados Unidos que bloque

En el sur de la Florida, miles de soldados americanos aguardaban órdenes de invadir a Cuba y los aviones U-2 volaban constantemente sobre territorio isleño, sin ser molestados.

Fidel Castro se desgañitaba ladrando, pero no mordía. ¿No ha sido siempre su abyecta técnica de gobierno?

Alardeaba de haber obtenido “garantías” de que Cuba no sería invadida por los Estados Unidos, en un pacto no escrito “Kennedy-Kruschev” que por no tener fuerza legal, podría ser ignorado en cualquier momento.

Arthur Schlesinger, asesor del presidente Kennedy, afirmaba que “Kruschev había cometido un error de cálculo peligroso.” Y en una reunión de Robert Kennedy con altos oficiales de seguridad norteamericanos se había planteado la necesidad de “usar nuevos e imaginativos medios para librarnos de Castro.”

Aparentemente perdía Kruschev y Castro, ganaba Kennedy. ¿De verdad?

Pues, incongruentemente después de la debacle, del cuasi holocausto, Kennedy accedía a pagar el cuantioso rescate que las “cortes judiciales” castristas habían demandado para liberar de la cárcel a los expedicionarios de Bahía de Cochinos.

En marzo de 1963, Fidel Castro viajaba a Rusia a “conversar” con Kruschev y declaraba que “las relaciones entre la Unión Soviética y Cuba eran cercanas, tan fraternalmente sólidas que nada así jamás había sucedido antes en la historia del mundo.” Sin mencionar, por supuesto, que los soviéticos lo ignoraron en las negociaciones durante la crisis de los cohetes.

En conferencia televisiva de junio 5 de 1963, Castro empleó cuatro horas en describir minuciosamente su visita a los predios comunistas rusos, elogiando a su pueblo, su sistema, su patriotismo, sus líderes y sin embargo en interminables peroratas por ciudades soviéticas, Castro dejó entrever sus verdaderas intenciones cuando afirmó: “los cientos de jóvenes cubanos que estudian en Rusia son centinelas de la revolución” ¿Chivatos?

Y dijo que todo lo que veía, equipos de guerra, agrícolas, experimentos termo-nucleares, fábricas de aviones, carros y camiones, muelles de portaviones y bases submarinas, lo iba anotando en un pequeño libro para que no se le olvidara después describir en detalles el formidable adelanto industrial del mundo comunista. “Me he familiarizado –declaró Castro– con la poderosa maquinaria militar del campo socialista”.

Fue tan eficaz en alardear su conversión marxista-leninista, que le otorgaron la Medalla de Héroe Soviético. Lo que aprovechó para pedirle a Kruschev sustancial ayuda económica que “salvará la revolución cubana, que siempre será fiel a los principios comunistas”. Y para comenzar pidió 2000 tractores y aunque sólo le dieron 1500, con ello empezó para Cuba un exorbitante subsidio permanente que desangró la economía soviética y contribuyó fundamentalmente a su desmoronamiento. El chantaje castrista fue efectivo. Démosle crédito al tirano cubano. Cobraba con las dos manos.

En su conferencia televisiva Castro, ademas, afirmó que Cuba estaba segura que “jamás habría una invasión americana a la isla”, mientras grupos exiliados se infiltraban constantemente en la isla introduciendo toneladas de armas para una esperada sublevación popular. Inefectivo, pues “extrañamente” los cargamentos eran siempre “descubiertos” por los fidelistas a los pocos días de llegar a suelo cubano.

Y concluía Castro su conferencia de principios de 1963, diciendo: “estamos dispuestos a normalizar las relaciones diplomáticas con los Estados Unmo contra nosotros, pero la Unión Soviética nos defenderá, cueste lo que cueste.”

La cama estaba hecha. La trampa. Los soviéticos pagaron bien caro la confianza en un traidor. De pícara monta. Nikita Kruschev fue destituído en 1964 y murió en 1971 sin pena, ni gloria. Olvidado y despreciado por sus propios camaradas.

Fidel Castro: ¿Asesino de Kennedy y del Che?

John F. Kennedy sabría o no que Fidel Castro vendía secretos al “imperio”, cuya política fundamental siempre ha sido la supervivencia, pero en el orden personal despreciaba profundamente al déspota cubano, a quien consideraba un abominable dictador que reprimía brutalmente a un pueblo que todavía lo idolatraba, aunque discrepara de sus métodos de gobierno.

Por eso no extraña que cuando el popular presidente americano fuera baleado mortalmente en Dallas, Texas, aquel infausto 22 de noviembre de 1963, Castro fuese uno de los primeros sospechosos del alevoso crimen. El acusado directo, Lee Harvey Oswald, era simpatizante comunista, militaba en la organización “Trato Justo para Cuba”, estaba casado con una rusa, había vivido en Moscú y pocos días antes del asesinato, había visitado la embajada sovética en Ciudad Mexico “pidiendo una visa para visitar la isla fidelista”.

En declaraciones a la policía y al servicio secreto, inmediatamente después del asesinato, Oswald dijo que “apoyaba la revolución cubana y consideraba a los exiliados sus enemigos.” Además, Fidel Castro repetía entre sus íntimos que “Kennedy tendría que pagar sus crímenes por Bahía de Cochinos y la Crisis de los Cohetes.” En un discurso público de enero de 1963, el tirano cubano bramaba que “Kennedy degradaba el cargo que ocupaba” y que él “lo odiaba pues le había garantizado a la Brigada 2506 en Miami, que le devolvería la bandera cubana en una Habana libre.” “Eso es una amenaza del presidente imperialista que no puedo tolerar” se desgañitaba gritando Castro, once meses antes del asesinato.

Hasta el mismo Lyndon Johnson en su autobiografía relató que durante su lúgubre viaje a Washington para tomar posesión del cargo presidencial, se preguntó cien veces si Fidel Castro no era en realidad el asesino intelectual de Kennedy.

Ciertamente todo indicaba que Castro, utilizando a Oswald y a otros sicarios, estaba comprometido hasta la saciedad en el infame crimen. Hasta los mismos que achacan a la CIA estar detrás del hecho, piensan que Fidel Castro, como doble agente, tuvo participación importante en la tragedia de Dallas.

Pero, sin embargo, a pesar de todas las pruebas en contra del déspota cubano, en los 26 volúmenes publicados por la Comisión Warren que investigó “exhaustivamente” el asesinato presidencial, no aparece mención alguna a la posible o probable complicidad de Fidel Castro en el sangriento acontecimiento. ¿Qué peculiar, verdad?

Aunque durante el gobierno de Lyndon Johnson se intensificaron las acciones secretas contra Cuba, infiltrando comandos de asalto que supuestamente diezmarían las tropas revolucionarias armando a insurrectos, haciendo sabotajes a la infaestructura isleña y realizando atentados personales, la realidad es que ningún alto oficial fidelista ha sido jamás ejecutado por los “contra-revolucionarios” y a pesar del embargo económico y la “rebeldia” popular, el oprobioso régimen fidelista nunca ha sido desestabilizado al punto de su derrocamiento, ni siquiera de enfrentar una grave crisis de sostenimiento. Aún cuando denunciaba “una inminente agresión imperialista” Castro se daba el lujo de viajar por el mundo y de incoar actos subversivos contra gobiernos legales de Asia, Africa y Latinoamérica.

Es más, en octubre de 1965, Johnson le regaló a Fidel Castro la fuga de Camarioca (puerto central en Matanzas, Cuba) por donde emigraron hacia los Estados Unidos decenas de miles de cubanos, ante la complacencia de un tirano que se podía librar, sin violencia ni represion, sin fusilar o atiborrar cárceles, de cuanto ciudadano se sintiera descontento o afectado por sus radicales medidas revolucionarias de cuestionable corte comunista. A ese efecto, inmediatamente, Castro facilitó dos aviones diarios para transportar cubanos al “imperialismo” sin costo alguno. Generosidad apabullante con quienes calificaba de “gusanos”.

¿Pudiéramos imaginarnos cuántos dictadores de América Latina se hubieran perpetuado en el poder si los Estados Unidos les hubiesen aceptado recibir en su suelo libre y generoso al enemigo, opositor, disidente o derelicto social que quisiera abandonar el país? Todavía tendríamos en el poder a Perón, a Trujillo, a Noriega.

Claro, todo tiene su precio. Y muchos dictadores latinoamericanos, aunque despreciables, no volaron tan bajo como Castro, quien vendía “favores” a la CIA, incluyendo la entrega de su compinche el Che Guevara. (Foto de ambos a la derecha)

A diferencia de Fidel Castro, burgués aprovechado, que nunca ha disparado un tiro en combate, el Che era un convencido revolucionario. Criminal, vil, valiente, osado, implacable, fanático, doctrinal, siempre fue para el tirano un enemigo en potencia. Un rival revolucionario con proyección internacional, quien dada su popularidad en los ámbitos más radicales de Cuba y del continente, podría en algún punto, representarle al déspota cubano un serio problema de mando, de orientación gubernamental, o tal vez llegar a descubrir sus siniestras conexiones con organizaciones de inteligencia norteamericanas.

Aquí no relataremos las muy conocidas aventuras del Che, sólo digamos que de su periplo por Africa y su llegada a Bolivia, el gobierno de los Estados Unidos estaba plenamente informado. En documentos secretos de la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos, ya desclasificados, se consigna que:

En octubre de 1965 (a raíz de Camarioca), Castro había denunciado el fracaso económico bajo la égida del Che en Cuba y se oponía a sus planes de exportar la dinámica revolucionaria a latinoamérica y Africa, en vez de concentrarse en un mejor trabajo por el régimen isleño.

A fines de 1966, el Che arriba a Bolivia, portando innumerables documentos falsos, todos elaborados en Cuba.

En abril de 1967 un contingente de 16 Boinas Verdes americanos es despachado urgentemente a Bolivia para entrenar las tropas que buscarían al Che por las impenetrables montañas andinas.

En junio de 1967 Kosygin, el primer ministro soviético, acusa a Fidel Castro de haber enviado al Che a Bolivia, sin informárselo al partido comunista local.

En agosto de 1967, justificándose, Castro acusa a la Unión Soviética de “haber traicionado su legado revolucionario, negando apoyo a los movimientos facciososo de latinoamérica”.

Poco después llegan a La Paz, Bolivia, dos agentes cubano-americanos de la CIA con instrucciones específicas para la captura del Che, quien es apresado el 8 de octubre y ejecutado en su celda al día siguiente. (Foto arriba)

El 11 de octubre de 1967, Walter Rostow, asesor presidencial americano, le escribe un memo a Johnson: “La muerte del Che Guevara tendrá consecuencias importantes, pues el final de este revolucionario agresivo, romántico, desalentará a los movimientos revolucionarios de América Latina que tratan de derrocar a sus gobiernos por medios violentos.”

Cínicamente, Fidel Castro declaraba en La Habana que la vida del Che había sido “una gloriosa página de la historia revolucionaria” cuando en realidad nadie se beneficiaba más de la muerte (a la derecha, foto de los restos de Guevara enterrados en Las Villas, Cuba) del esbirro argentino-cubano: el déspota se libraba de un peligroso retador, se ganaba un mártir al estilo “Camilo” y le probaba a sus amos que su “colaboración” en los años por venir podría ser de significativo valor pues si pudo entregar al Che a pesar de todo su “prestigio revolucionario”, podría hacer cualquier cosa que le conviniera al “imperio”. Así ha sido. Continuaremos…
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Mensaje por Azali Mar Dic 28, 2010 8:45 am

Cosas asi siempre he oido decir .......no lo acabe de leer , no se si el que escribio esto se pregunta, por que siempre han hablado en secreto en la base naval de guantanamo? con presidentes como Bush tambien se dio...y to' muy en secreto..

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Mensaje por Alver Mar Dic 28, 2010 11:44 am


Buen...Buenísimo tema ,cala.Para alquilar balcones .
Yo sin haber leido nunca antes sobre varios aspectos que tratas o trata este artículo me habia preguntado varias cosas al respecto,por ejemplo,si al Che Guevara no lo habria entregado a la CIA y traicionado, quien tu sabes.Y lo comparaba mas o menos con lo que iba a hacer Chavez con los guerrilleros FARC,a cambio de algo o sabria Dios por cuales razones?

Ese articulo esta' muy bueno y esclarecedor,para quien quiera saber y analice detenidamente los hechos y las situaciones.

Algunos ,sobre todo los defensores castristas obsecados,diran que son especulaciones y mentiras,antes de ni tan siquiera leerlo...

Alv.




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Mensaje por Elsananteco Mar Dic 28, 2010 3:15 pm

Que fumate, man? Fidel es agente de la CIA ( ni a la inmunda se le ocurrriría) 147439

Y por que carajos no pones el link del Buey que escribió eso?
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