Sorbetos y helados
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Sorbetos y helados
domingo 16 de enero de 2011
Sorbetos y helados
Tiene noventa años. Se subió al P4 dando tumbos, en una mano un bastón y en la otra una jaba de nylon. Eran las diez de la noche. No quiso sentarse porque se quedaba en tres paradas y su voz sonó tan triste que me dieron ganas de cargarlo. Mientras atravesábamos 23 me iba contando cómo era cada calle y cada casa antes de 1959. La mayoría de las informaciones me resultaban inaudibles pero me daba pena confesarlo. Por instantes parecía que hablaba para sí mismo y no para nosotros.
Nos bajamos juntos, o para ser exactos, lo bajé yo a él en 23 y 10 y caminamos hasta 12. Vive en Marianao pero siempre hace una parada en la panadería para comprar pan. “Tengo un huevo en la casa y solo no me gusta, con pan es mejor.” Quiso entrar al “Ten Cent” pero estaba cerrado. “Abuelo, ¿qué hace usted en el Coppelia a las diez de la noche?” me atreví a preguntarle aunque imaginaba la respuesta “Vendo sorbetos para los helados. Hoy me quedaron cantidad.” Y me enseñó los paqueticos de cinco pesos. “Ahora tengo que esperar la 55, porque las otras guaguas me dejan muy lejos”.
Imaginé su casa de paredes amarillas y techo de cabillas reventadas, puertas destartaladas y ventanas rotas. Pensé en su soledad delante de la hornilla para freír un huevo y calentar pan. Me pregunté si al menos tendría un radio o un televisor para entretenerse. Lo vi levantarse a las seis y llenar su jabita de sorbetos y salir para la parada de la guagua y pararse en una de las entradas de Coppelia el día entero y pregonar con voz de moribundo “Sorbetos, sorbetos”.
Cuando nos despedimos me dejó su triste certeza de final miserable, de supervivencia hasta el fin, de muerte en abandono. “Tenga cuidado con el frío” le grité mientras miraba el hueco en la parte de atrás de su chaleco. Con pasitos muy cortos siguió su camino y yo de nuevo me pregunté qué será el socialismo.
Publicado por Claudia
Sorbetos y helados
Foto: Claudio Fuentes Madan |
Nos bajamos juntos, o para ser exactos, lo bajé yo a él en 23 y 10 y caminamos hasta 12. Vive en Marianao pero siempre hace una parada en la panadería para comprar pan. “Tengo un huevo en la casa y solo no me gusta, con pan es mejor.” Quiso entrar al “Ten Cent” pero estaba cerrado. “Abuelo, ¿qué hace usted en el Coppelia a las diez de la noche?” me atreví a preguntarle aunque imaginaba la respuesta “Vendo sorbetos para los helados. Hoy me quedaron cantidad.” Y me enseñó los paqueticos de cinco pesos. “Ahora tengo que esperar la 55, porque las otras guaguas me dejan muy lejos”.
Imaginé su casa de paredes amarillas y techo de cabillas reventadas, puertas destartaladas y ventanas rotas. Pensé en su soledad delante de la hornilla para freír un huevo y calentar pan. Me pregunté si al menos tendría un radio o un televisor para entretenerse. Lo vi levantarse a las seis y llenar su jabita de sorbetos y salir para la parada de la guagua y pararse en una de las entradas de Coppelia el día entero y pregonar con voz de moribundo “Sorbetos, sorbetos”.
Cuando nos despedimos me dejó su triste certeza de final miserable, de supervivencia hasta el fin, de muerte en abandono. “Tenga cuidado con el frío” le grité mientras miraba el hueco en la parte de atrás de su chaleco. Con pasitos muy cortos siguió su camino y yo de nuevo me pregunté qué será el socialismo.
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