Turistas en la mirilla
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Turistas en la mirilla
miércoles 19 de enero de 2011
Turistas en la mirilla
No todos son malas personas. Saben varios idiomas y se aprenden la historia de los sitios interesantes de La Habana. Ricardo, 41 años, es licenciado en biología. Alejandro, 28 años, es un vulgar ratero que en sus aburridas horas detrás de los barrotes de una prisión de máxima severidad, aprendió inglés y también a cautivar a extranjeros de los dos sexos.
Les da lo mismo una cosa que otra. Desde beberse media docena de cervezas, charlando nimiedades con un vejete de San Sebastián, o ligar a una delgada y bonita francesa de Marsella.
Estos cazadores de turistas no tienen objetivo fijo. Son francotiradores. Salen a cazar para sobrevivir y “luchar” (conseguir) un puñado de dólares o euros que les haga la vida un poco más fácil en el paraíso revolucionario de los hermanos Castro.
Conozca la pinta de un jinetero. Desde que se levanta a las 7 de la mañana, Daniel, 26 años, se viste como un modelo. Ropa de marca. Agua de colonia de Hugo Boss y un Rolex de acero niquelado.
Se pone a merodear por los alrededores del hotel Inglaterra a ver qué cae. “A esa hora, los “yumas” están desayunando a cuerpo de rey, luego toman sus mapas de la ciudad para dar un paseo. Ahí aparezco yo, como un ángel caído del cielo. Y les hablo sobre cualquier tema, desde fútbol hasta la arquitectura de la ciudad. Prefiero 'trabajar' con chicas jóvenes que anden en grupo y tengan ganas de divertirse”.
La primera regla es hacer amigos. Un buen guía de turista, explica Ricardo, no debe caer en tentaciones y robar a la primera de cambio. “Conozco españoles astutos, que como cebo me han dejado su laptop y una billetera con dinero, sé que me están probando. Yo no robo, lo mío es pasar un buen rato, cultivar amistades y ver si un golpe de suerte me pone en mi camino a una apetitosa madrileña”.
Alejandro no piensa igual. Si lo ve fácil, hurta todo lo que aparezca. “Cierta vez me empaté con una inglesa madura, deseosa de sexo. Bebía cerveza a granel y cuando ya estaba ebria, la llevé a una casa particular. Enseguida se quedó dormida. En la cartera tenía 3 mil euros. Ése ha sido mi mejor pan (hurto)”.
La mayoría de las personas que en Cuba se dedican a merodear a los turistas no tienen malas intenciones. Eso sí, quieren beber y comer a lo grande. Obtener moneda dura. Y si les dan un chance, hacer el amor.
Pero ahí pueden empezar los enredos. Después de la cama, jineteras, pingueros o cazadores solitarios, prometen amor eterno. Conmovidos, los turistas suelen ofrecer matrimonio. Que en Cuba es sinónimo de una visa. Si eso estaba en sus planes, entonces encontró lo que buscaba en La Habana.
Turistas en la mirilla
Por Iván García
No todos son malas personas. Saben varios idiomas y se aprenden la historia de los sitios interesantes de La Habana. Ricardo, 41 años, es licenciado en biología. Alejandro, 28 años, es un vulgar ratero que en sus aburridas horas detrás de los barrotes de una prisión de máxima severidad, aprendió inglés y también a cautivar a extranjeros de los dos sexos.
Les da lo mismo una cosa que otra. Desde beberse media docena de cervezas, charlando nimiedades con un vejete de San Sebastián, o ligar a una delgada y bonita francesa de Marsella.
Estos cazadores de turistas no tienen objetivo fijo. Son francotiradores. Salen a cazar para sobrevivir y “luchar” (conseguir) un puñado de dólares o euros que les haga la vida un poco más fácil en el paraíso revolucionario de los hermanos Castro.
Conozca la pinta de un jinetero. Desde que se levanta a las 7 de la mañana, Daniel, 26 años, se viste como un modelo. Ropa de marca. Agua de colonia de Hugo Boss y un Rolex de acero niquelado.
Se pone a merodear por los alrededores del hotel Inglaterra a ver qué cae. “A esa hora, los “yumas” están desayunando a cuerpo de rey, luego toman sus mapas de la ciudad para dar un paseo. Ahí aparezco yo, como un ángel caído del cielo. Y les hablo sobre cualquier tema, desde fútbol hasta la arquitectura de la ciudad. Prefiero 'trabajar' con chicas jóvenes que anden en grupo y tengan ganas de divertirse”.
La primera regla es hacer amigos. Un buen guía de turista, explica Ricardo, no debe caer en tentaciones y robar a la primera de cambio. “Conozco españoles astutos, que como cebo me han dejado su laptop y una billetera con dinero, sé que me están probando. Yo no robo, lo mío es pasar un buen rato, cultivar amistades y ver si un golpe de suerte me pone en mi camino a una apetitosa madrileña”.
Alejandro no piensa igual. Si lo ve fácil, hurta todo lo que aparezca. “Cierta vez me empaté con una inglesa madura, deseosa de sexo. Bebía cerveza a granel y cuando ya estaba ebria, la llevé a una casa particular. Enseguida se quedó dormida. En la cartera tenía 3 mil euros. Ése ha sido mi mejor pan (hurto)”.
La mayoría de las personas que en Cuba se dedican a merodear a los turistas no tienen malas intenciones. Eso sí, quieren beber y comer a lo grande. Obtener moneda dura. Y si les dan un chance, hacer el amor.
Pero ahí pueden empezar los enredos. Después de la cama, jineteras, pingueros o cazadores solitarios, prometen amor eterno. Conmovidos, los turistas suelen ofrecer matrimonio. Que en Cuba es sinónimo de una visa. Si eso estaba en sus planes, entonces encontró lo que buscaba en La Habana.
Foto: joelouhabana, Flickr
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