Nosotros
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miércoles 4 de mayo de 2011
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La reacción española a la muerte de Osama Bin Laden es llamativa por sintomática. Pero si solo fuese el síntoma de esa enfermedad universal llamada antiamericanismo no habría mucho de qué hablar. Lo que se sabe no se pregunta. Pese a Osama Bin Laden haber sido el responsable de incontables muertes en todos los continentes a los lectores españoles se les anunciaba la novedad con frases como “Estados Unidos ha puesto fin a su peor pesadilla. Osama Bin Laden ha muerto”. Como si la estación de Atocha hubiese estallado en alguna ciudad de Nueva Inglaterra. Como si en las Torres Gemelas no hubiesen muerto ciudadanos de todo el mundo incluidos españoles. Incluso el padre de una de las víctimas del atentado de Atocha reconocía que “Osama era para nosotros un referente demasiado lejano”.
Ahora queda más claro que otras veces que aquel famoso artículo publicado en Le Monde dos días después del derribo de las Torres Gemela que rezaba “Todos somos americanos” intentaba menos convencer a sus lectores de su título que suplicar al antiamericanismo que por un momento se tomara un respiro mediante el uso saludable del “nosotros”. Un buen consejo incluso para gente -como yo- más reacia que la media al uso abusivo del nosotros. Demasiado convencido estoy de que el plural muchas veces encubre las (malas) intenciones o acciones de individuos muy específicos. Y sin embargo el 11 de septiembre del 2001 a la vista del humo rocoso que cubría el World Trade Center sentí que yo era parte de ese “nosotros” contra el que se había dirigido el ataque. No se trataba de un ataque contra el símbolo del capitalismo mundial o contra Norteamérica sino contra todo el que estuviese en la trayectoria de esos aviones, sin consideración de sexo, raza u origen nacional. O contra los que prefirieran vivir en un mundo donde no ocurrieran monstruosidades de ese calibre. Ese día tuve que reconocer que por mucho que intentara distinguir mi ser individual de todos los entusiasmos colectivos el dolor y el peligro compartidos irremediablemente me incluía en ese nosotros.
Ahora una escritora siempre lúcida intenta disculpar las muestras de entusiasmo de un grupo de jóvenes por la muerte de Osama Bin Laden justo en el lugar de su crimen más famoso. “Celebrarlo en plural tiene algo de victoria deportiva, algo naif, grosero” dice pero aclara que “tampoco me siento incluida entre los españoles que hablan de "ellos", de los americanos, como si hubieran sido 300 millones de personas los que hubieran puesto en su boca ese plural que provoca escalofríos”. No celebré un acto de justicia que me pareció más tardío que atropellado ni –consciente que de aspirar a ser Navy Seal me desaprobarían en el primer examen, aunque fuera oral- me sentí parte de los escuadrones que lo ejecutaron. Si algo me alegró fue saber que ninguno de los “nuestros” había muerto en la acción. Que la muerte de Osama no hubiera costado una gota más de sangre “nuestra”. Por mucho que se repita no se aplicó la ley del ojo por ojo a menos que se considere que los ojos de Bin Laden valiesen por los millares que sus órdenes cegaron en todo el mundo. Pero por pueril que me parezca me siento inclinado a entender la alegría de los que celebraron su muerte. Que ese entusiasmo súbito es mucho más lógico y auténtico que la distancia que me impongo ante un hecho cuyas consecuencias todavía están por ver.
Incluso la árida pluma de Baruch Spinoza reconoce la alegría como el más valioso de los sentimientos primarios porque a través de ella “el alma pasa a una mayor perfección, dado que aumenta o favorece nuestra capacidad de obrar” y señala como una de sus principales motivos la eliminación de aquello que inhiba esa misma capacidad. Y no hay dudas que a pesar de su comportamiento discreto en sus últimos años de existencia terrenal y suburbial Osama Bin Laden era la encarnación misma del miedo, ese encargado de anular el poder creador de los humanos en la misma medida en que era el símbolo máximo de la impunidad del terror. Quizás sea demasiado pedir compartir una alegría que parte de un hecho con menos implicaciones prácticas que aquellas que derivan su poder de los símbolos. Pero si todos los que rechazamos la dialéctica del terror nos negamos a aceptar el alivio que nos produce la muerte de Bin Laden, la identificación elemental y profunda que nos propone, estaremos reprimiendo el impulso básico que recorre lo mejor de la palabra humanidad, ese que nace de la alegría que nos produce enfrentarnos al terror, sobreponernos al miedo.
Publicado por Enrisco en 17:18
http://enrisco.blogspot.com/
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La reacción española a la muerte de Osama Bin Laden es llamativa por sintomática. Pero si solo fuese el síntoma de esa enfermedad universal llamada antiamericanismo no habría mucho de qué hablar. Lo que se sabe no se pregunta. Pese a Osama Bin Laden haber sido el responsable de incontables muertes en todos los continentes a los lectores españoles se les anunciaba la novedad con frases como “Estados Unidos ha puesto fin a su peor pesadilla. Osama Bin Laden ha muerto”. Como si la estación de Atocha hubiese estallado en alguna ciudad de Nueva Inglaterra. Como si en las Torres Gemelas no hubiesen muerto ciudadanos de todo el mundo incluidos españoles. Incluso el padre de una de las víctimas del atentado de Atocha reconocía que “Osama era para nosotros un referente demasiado lejano”.
Ahora queda más claro que otras veces que aquel famoso artículo publicado en Le Monde dos días después del derribo de las Torres Gemela que rezaba “Todos somos americanos” intentaba menos convencer a sus lectores de su título que suplicar al antiamericanismo que por un momento se tomara un respiro mediante el uso saludable del “nosotros”. Un buen consejo incluso para gente -como yo- más reacia que la media al uso abusivo del nosotros. Demasiado convencido estoy de que el plural muchas veces encubre las (malas) intenciones o acciones de individuos muy específicos. Y sin embargo el 11 de septiembre del 2001 a la vista del humo rocoso que cubría el World Trade Center sentí que yo era parte de ese “nosotros” contra el que se había dirigido el ataque. No se trataba de un ataque contra el símbolo del capitalismo mundial o contra Norteamérica sino contra todo el que estuviese en la trayectoria de esos aviones, sin consideración de sexo, raza u origen nacional. O contra los que prefirieran vivir en un mundo donde no ocurrieran monstruosidades de ese calibre. Ese día tuve que reconocer que por mucho que intentara distinguir mi ser individual de todos los entusiasmos colectivos el dolor y el peligro compartidos irremediablemente me incluía en ese nosotros.
Ahora una escritora siempre lúcida intenta disculpar las muestras de entusiasmo de un grupo de jóvenes por la muerte de Osama Bin Laden justo en el lugar de su crimen más famoso. “Celebrarlo en plural tiene algo de victoria deportiva, algo naif, grosero” dice pero aclara que “tampoco me siento incluida entre los españoles que hablan de "ellos", de los americanos, como si hubieran sido 300 millones de personas los que hubieran puesto en su boca ese plural que provoca escalofríos”. No celebré un acto de justicia que me pareció más tardío que atropellado ni –consciente que de aspirar a ser Navy Seal me desaprobarían en el primer examen, aunque fuera oral- me sentí parte de los escuadrones que lo ejecutaron. Si algo me alegró fue saber que ninguno de los “nuestros” había muerto en la acción. Que la muerte de Osama no hubiera costado una gota más de sangre “nuestra”. Por mucho que se repita no se aplicó la ley del ojo por ojo a menos que se considere que los ojos de Bin Laden valiesen por los millares que sus órdenes cegaron en todo el mundo. Pero por pueril que me parezca me siento inclinado a entender la alegría de los que celebraron su muerte. Que ese entusiasmo súbito es mucho más lógico y auténtico que la distancia que me impongo ante un hecho cuyas consecuencias todavía están por ver.
Incluso la árida pluma de Baruch Spinoza reconoce la alegría como el más valioso de los sentimientos primarios porque a través de ella “el alma pasa a una mayor perfección, dado que aumenta o favorece nuestra capacidad de obrar” y señala como una de sus principales motivos la eliminación de aquello que inhiba esa misma capacidad. Y no hay dudas que a pesar de su comportamiento discreto en sus últimos años de existencia terrenal y suburbial Osama Bin Laden era la encarnación misma del miedo, ese encargado de anular el poder creador de los humanos en la misma medida en que era el símbolo máximo de la impunidad del terror. Quizás sea demasiado pedir compartir una alegría que parte de un hecho con menos implicaciones prácticas que aquellas que derivan su poder de los símbolos. Pero si todos los que rechazamos la dialéctica del terror nos negamos a aceptar el alivio que nos produce la muerte de Bin Laden, la identificación elemental y profunda que nos propone, estaremos reprimiendo el impulso básico que recorre lo mejor de la palabra humanidad, ese que nace de la alegría que nos produce enfrentarnos al terror, sobreponernos al miedo.
Publicado por Enrisco en 17:18
http://enrisco.blogspot.com/
Re: Nosotros
¿Quién publicó eso? ¿Por qué ocultarse para reproducir un artículo de opinión? ¿habrá que ceder al juego de Sócrates de manejar sus mariclons cuando le avergúenza susacribir según qué cosas?
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
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Azali- Admin
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Re: Nosotros
Sí, eso ya lo sé.
CalaveraDeFidel- Cantidad de envíos : 19144
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Azali- Admin
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