La crisis desnuda todas las falacias y miserias del libre mercado de Hayek
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La crisis desnuda todas las falacias y miserias del libre mercado de Hayek
La crisis desnuda todas las falacias y miserias del libre mercado de Hayek
Andrés Herrero
Rebelión
Resulta enormemente significativo que el distinguido profesor Hayek, defensor a ultranza de la libertad, proclamase su apoyo incondicional a un dictador tan sanguinario, corrupto y siniestro como el general Pinochet, al afirmar que:
- Cuando no existen reglas, alguien tiene que hacerlas. Una dictadura puede ser necesaria durante un cierto período de tiempo como forma de instaurar una democracia estable, limpia de impurezas… (¿los más de 30.000 chilenos asesinados en el golpe de Estado quizás? )…
La mejor manera de defender la libertad es imponerla a sangre y fuego. Las declaraciones de Hayek prueban que prefiere la legalidad surgida de las armas a la elegida pacíficamente por la mayoría de los ciudadanos, cuando éstos tienen la desgracia, o cometen la imprudencia, de desviarse de la buena senda. Pero no se trata aquí de juzgar tanto sus posturas políticas, como sus posiciones ideológicas.
El gran apóstol de la libertad del siglo XX, inició su fervorosa cruzada neoliberal en 1947, recién terminada la segunda guerra mundial, cuando fundó la Mont Pelerin Society, un elitista laboratorio de ideas o think thank, al que solo se accede por invitación, y que a lo largo de su historia ha contado en sus filas con 8 premios Nobel de Economía, desde él mismo, que fue además su primer presidente, hasta otras personalidades no menos célebres como Milton Friedman, George Stigler o Gary Becker. Desde el primer momento, este selecto club de cerebros, financiado por la fundación William Volker Fund, se consagró a la tarea de expandir las bases ideológicas de la revolución conservadora a lo ancho y largo del globo, desplegando una febril actividad que con el paso del tiempo se revelaría como una de las inversiones más rentables del capitalismo contemporáneo.
Desde tan privilegiado pedestal, Hayek ha estado impartiendo su lección magistral a la humanidad durante cincuenta años:
- Una dictadura se puede poner límites a sí misma y resultar así más liberal que una democracia totalitaria . Porque la democracia cumple una función higiénica: asegurar que los procesos políticos se conducen correctamente y permitir a la gente impedir que el gobierno haga ciertas cosas; pero la democracia no es un fin, sino que constituye tan solo un instrumento al servicio de la libertad, por lo que de ninguna manera tiene la misma categoría que ella. Desgraciadamente, la libertad está hoy gravemente amenazada por el afán de la mayoría, compuesta por gente asalariada, de imponer sus criterios y opiniones a los demás.
Como no podía ser menos, la mayoría constituye la mayor amenaza a la libertad y la democracia. Que la gente asalariada pretenda intervenir en la marcha de la sociedad, atenta contra el buen orden de las cosas. Cada cual tiene que dedicarse a lo suyo. Los currelas a trabajar sin rechistar, y los multimillonarios a ser libres y mandar. Al fin y al cabo, la libertad forma parte del patrimonio de los ricos (como todo lo demás), y sería imperdonable que se la dejasen arrebatar por un puñado de personas inferiores, mano de obra a su servicio. El mayor problema para los ricos es que se les acumula el trabajo, ya que “la necesidad de un poder capaz de garantizar la propiedad privada, propicia que los gobernantes tiendan a abusar de los poderes a ellos confiados”, lo que les obliga a controlar con pulso firme tanto al pueblo como al gobierno, ya que cualquiera de sus dos subordinados le puede traicionar.
Solo la fuerza permite conservar la riqueza (el botín acumulado), por lo que el poder no puede mostrarse débil ni hacer concesiones. Hayek, su portavoz autorizado, denuncia con sobrada razón que “los gobiernos se han convertido en instituciones de beneficencia”… solo que de la banca y las grandes corporaciones, no de las personas, se le olvida añadir.
“Comenzamos domesticando al salvaje y debemos terminar domesticando al Estado”, sugiere. La coacción del gobierno es mala; la de los grupos de presión, estupenda. Nada resulta más nocivo para la salud de la sociedad, señala Hayek, que “confundir el ideal democrático con la tiranía de la mayoría ”. A la interminable legión de dictaduras del capital, militares, religiosas y oligárquicas que en el mundo han sido, nuestro experto en libertad agrega ésta de su cosecha, marca de la casa y patentada por él: “la tiranía de las masas”… ¡Recórcholis!... ¿Será que se han revolucionado demasiado éstas viendo el fútbol, se habrán declarado quizás en huelga de hambre para protestar por la programación televisiva, habrán atrapado a nuestro gran hombre en un atasco de tráfico un día que iba con prisa, o lo que todavía sería peor, pretenderán quizás llevadas de su osadía sin límites, acceder a un trabajo estable y unos ingresos suficientes que les permitan vivir con dignidad?
Hay que terminar de una vez con tanto libertinaje y desenfreno. La democracia, para no caer en el totalitarismo, tiene que tener límites, los humanos no. El peligro radica en los excesos de la mayoría, no de los individuos. Todo lo público repele a nuestro insigne intelectual, que aplaude calurosamente el intervencionismo estatal que reprime a las masas, mientras rechaza con idéntica energía que se ponga coto alguno a las ambiciones particulares. Pero si nadie más que el propio individuo puede determinar lo mejor para él, tampoco nadie distinto de la propia sociedad, podrá decidir lo mejor para ella. Exhortar a que “el individuo sea el juez supremo de sus fines”, significa convertirlo en la medida de todas las cosas, haciendo de su derecho a enriquecerse sin medida, la norma suprema de las relaciones humanas, y la expresión máxima de su libertad.
- Déjenme llamar por los familiares nombres de altruismo y solidaridad a los instintos primitivos que funcionaron bien en el grupo pequeño, pero que en la sociedad civilizada estamos obligados a abandonar. El socialismo solo es la nostalgia de la sociedad tribal.
La libertad de Hayek supone una patente de corso que otorga a los que consiguen alcanzar la cúspide de la depredación social, disponibilidad absoluta para comprar las vidas de sus semejantes, tasadas a su justo precio por el mercado… ¿y qué puede haber mejor que la libertad de explotar y ser explotados?...¡Al abordaje, muchachos!... Bienvenidos a bordo de la república independiente del capital, donde “somos libres porque no dependemos de que otras personas nos aprueben”…
¿Ah, no? … ¿y qué, sino eso, es tener que venderse y agradar todos los días a un jefe?... El mercado procura la misma libertad a los asalariados que las arenas del circo a los gladiadores romanos; el contrato del trabajador con la empresa recuerda al de la gacela con el león; si se descuida un segundo, lo devorarán.
¡Pero a cambio de eso, qué hermosa es la miseria practicada en libertad, y poder disfrutar de la oportunidad de ser despedidos, humillados y malpagados!… De la intemperie a la caja de cartón, sin despreciar los pasillos del metro, las filas del paro o las montañas de basura del vertedero, el neoliberalismo brinda a los humanos infinitas oportunidades de situarse en la vida… ¡y qué tranquilo se muere uno de hambre o de accidente laboral, sabiendo que el mercado lo ha dispuesto así!... Lo único que desentona en tan idílico panorama, es que “aunque el director general y el vagabundo son libres de vivir bajo el puente, solo uno de ellos lo hace”, como observa oportunamente el científico Henry Laborit, recordándonos que la única libertad que de verdad importa es la que nos favorece.
Sin embargo, el padre del neoliberalismo intenta convencernos una y otra vez de que no se puede tener todo, libertad y casa, libertad y pan, libertad y trabajo; ya que “la justicia social en una sociedad de hombres libres no tiene ningún significado, solo es una ficción, que nadie sabe en qué consiste”. Pero sin necesidad de poseer una mente tan brillante como la suya, cualquiera puede fijar el mínimo vital de justicia social en que a ningún ser humano le falten 2.000 calorías diarias, una vivienda decente en que cobijarse y un empleo digno de ese nombre. Aunque Hayek no lo crea, la libertad de subsistir en la indigencia seduce a poca gente, por más que para él la única “injusticia consista en la violación del derecho a poseer”, obviando la infinitamente peor de desposeer a los demás. La libertad de comer para él no existe, por lo que con su demagogia habitual, califica como violentas las huelgas que efectúan los asalariados, pero no así los despidos masivos que realizan los patronos:
- Si se concede poder a los sindicatos para conseguir una participación mayor, el mercado no funcionará. Las amenazas al buen funcionamiento del mercado son aún más graves por el lado del trabajador que por el de la empresa.
La culpa de todo la tienen los de abajo, las víctimas, por no aceptar que su destino es sacrificarse por el bien de la economía. Sabido es que cuanto más crecen las filas del paro, más crecen los beneficios . Según Hayek l a condición necesaria para que el mercado funcione a las mil maravillas, es que sus dueños naturales, los Rockefeller, Rothschilds y compañía, se lleven la parte del león, como hacen sus parientes de la jungla, dado que las reglas son las mismas. “La democracia necesita de la escoba de los gobiernos fuertes” (como el de Pinochet o más), para sofocar el descontento de la mayoría, quebrar a los sindicatos y acabar con un sistema modélico de sanidad pública, como hizo su bien amada discípula Thatcher, la sin par “dama de hierro” , durante el período que rigió los destinos de Gran Bretaña. Reemplazar lo público y gratuito beneficioso para todos, por lo privado bueno solo para los pocos que pueden pagarlo, es algo que nunca podrán agradecerle lo suficiente los súbditos de su graciosa majestad.
De ser cierto como argumenta Hayek, que “la desigualdad de ingresos permite elevar el nivel de la producción”, entonces si se lograra concentrar toda la riqueza del planeta en manos de un solo hombre, la humanidad conocería una prosperidad sin precedentes, de paso que el interesado se lo pasaría de vicio. La desigualdad sí que propicia la prosperidad… pero solo la de los ricos.
- L as personas son diferentes y nada sería más injusto que igualar a personas que no lo son. La única igualdad posible es el trato que todo el mundo recibe del gobierno, y la igualdad sin excepción de todas las personas ante la ley. Tan pronto como alguien exige más, entra en conflicto con la libertad. La igualdad material sólo puede lograrse limitando la libertad…
… la libertad de algunos de apoderarse de todo. Los que atentan contra la libertad son los que exigen más salario no más beneficios. Nuestro impagable libertador profesional afirma que la igualdad es enemiga de la libertad, olvidando que, por definición, toda desigualdad implica jerarquía… ¿y cabe imaginar algo más opuesto a la libertad que la jerarquía... ¿o acaso dónde más libre se siente una persona es en presencia de su superior?... En lo que respecta al trato exquisitamente igualitario que el gobierno dispensa a todos los miembros de la sociedad sin excepción, basta observar la cantidad de veces que la autoridad disuelve a tiros las manifestaciones y huelgas de los empresarios, como hace con las de los obreros.
L a justicia reside en la desigualdad: principio al que se atuvo escrupulosamente a lo largo de toda su carrera política, su fiel escudera Thatcher que, sin sonrojarse, reconoció que "su trabajo era glorificar la desigualdad”, entendiendo por tal, aumentarla, cuando lo correcto hubiera sido refrenar las malas inclinaciones de los predadores humanos, para que pudieran convivir normalmente con los demás ciudadanos.
Hasta l os impuestos progresivos merecen la reprobación de Hayek porque infringen su norma suprema de tratar a todos por igual. “Que la regla se aplique uniformemente a todos los individuos, impide la progresión ascendente de la carga tributaria”, lo que implica que deben pagar lo mismo al fisco, Rockefeller que el parado, el dueño del banco que su empleado, el empresario con ganancias que el que se halla en bancarrota.
Andrés Herrero
Rebelión
Resulta enormemente significativo que el distinguido profesor Hayek, defensor a ultranza de la libertad, proclamase su apoyo incondicional a un dictador tan sanguinario, corrupto y siniestro como el general Pinochet, al afirmar que:
- Cuando no existen reglas, alguien tiene que hacerlas. Una dictadura puede ser necesaria durante un cierto período de tiempo como forma de instaurar una democracia estable, limpia de impurezas… (¿los más de 30.000 chilenos asesinados en el golpe de Estado quizás? )…
La mejor manera de defender la libertad es imponerla a sangre y fuego. Las declaraciones de Hayek prueban que prefiere la legalidad surgida de las armas a la elegida pacíficamente por la mayoría de los ciudadanos, cuando éstos tienen la desgracia, o cometen la imprudencia, de desviarse de la buena senda. Pero no se trata aquí de juzgar tanto sus posturas políticas, como sus posiciones ideológicas.
El gran apóstol de la libertad del siglo XX, inició su fervorosa cruzada neoliberal en 1947, recién terminada la segunda guerra mundial, cuando fundó la Mont Pelerin Society, un elitista laboratorio de ideas o think thank, al que solo se accede por invitación, y que a lo largo de su historia ha contado en sus filas con 8 premios Nobel de Economía, desde él mismo, que fue además su primer presidente, hasta otras personalidades no menos célebres como Milton Friedman, George Stigler o Gary Becker. Desde el primer momento, este selecto club de cerebros, financiado por la fundación William Volker Fund, se consagró a la tarea de expandir las bases ideológicas de la revolución conservadora a lo ancho y largo del globo, desplegando una febril actividad que con el paso del tiempo se revelaría como una de las inversiones más rentables del capitalismo contemporáneo.
Desde tan privilegiado pedestal, Hayek ha estado impartiendo su lección magistral a la humanidad durante cincuenta años:
- Una dictadura se puede poner límites a sí misma y resultar así más liberal que una democracia totalitaria . Porque la democracia cumple una función higiénica: asegurar que los procesos políticos se conducen correctamente y permitir a la gente impedir que el gobierno haga ciertas cosas; pero la democracia no es un fin, sino que constituye tan solo un instrumento al servicio de la libertad, por lo que de ninguna manera tiene la misma categoría que ella. Desgraciadamente, la libertad está hoy gravemente amenazada por el afán de la mayoría, compuesta por gente asalariada, de imponer sus criterios y opiniones a los demás.
Como no podía ser menos, la mayoría constituye la mayor amenaza a la libertad y la democracia. Que la gente asalariada pretenda intervenir en la marcha de la sociedad, atenta contra el buen orden de las cosas. Cada cual tiene que dedicarse a lo suyo. Los currelas a trabajar sin rechistar, y los multimillonarios a ser libres y mandar. Al fin y al cabo, la libertad forma parte del patrimonio de los ricos (como todo lo demás), y sería imperdonable que se la dejasen arrebatar por un puñado de personas inferiores, mano de obra a su servicio. El mayor problema para los ricos es que se les acumula el trabajo, ya que “la necesidad de un poder capaz de garantizar la propiedad privada, propicia que los gobernantes tiendan a abusar de los poderes a ellos confiados”, lo que les obliga a controlar con pulso firme tanto al pueblo como al gobierno, ya que cualquiera de sus dos subordinados le puede traicionar.
Solo la fuerza permite conservar la riqueza (el botín acumulado), por lo que el poder no puede mostrarse débil ni hacer concesiones. Hayek, su portavoz autorizado, denuncia con sobrada razón que “los gobiernos se han convertido en instituciones de beneficencia”… solo que de la banca y las grandes corporaciones, no de las personas, se le olvida añadir.
“Comenzamos domesticando al salvaje y debemos terminar domesticando al Estado”, sugiere. La coacción del gobierno es mala; la de los grupos de presión, estupenda. Nada resulta más nocivo para la salud de la sociedad, señala Hayek, que “confundir el ideal democrático con la tiranía de la mayoría ”. A la interminable legión de dictaduras del capital, militares, religiosas y oligárquicas que en el mundo han sido, nuestro experto en libertad agrega ésta de su cosecha, marca de la casa y patentada por él: “la tiranía de las masas”… ¡Recórcholis!... ¿Será que se han revolucionado demasiado éstas viendo el fútbol, se habrán declarado quizás en huelga de hambre para protestar por la programación televisiva, habrán atrapado a nuestro gran hombre en un atasco de tráfico un día que iba con prisa, o lo que todavía sería peor, pretenderán quizás llevadas de su osadía sin límites, acceder a un trabajo estable y unos ingresos suficientes que les permitan vivir con dignidad?
Hay que terminar de una vez con tanto libertinaje y desenfreno. La democracia, para no caer en el totalitarismo, tiene que tener límites, los humanos no. El peligro radica en los excesos de la mayoría, no de los individuos. Todo lo público repele a nuestro insigne intelectual, que aplaude calurosamente el intervencionismo estatal que reprime a las masas, mientras rechaza con idéntica energía que se ponga coto alguno a las ambiciones particulares. Pero si nadie más que el propio individuo puede determinar lo mejor para él, tampoco nadie distinto de la propia sociedad, podrá decidir lo mejor para ella. Exhortar a que “el individuo sea el juez supremo de sus fines”, significa convertirlo en la medida de todas las cosas, haciendo de su derecho a enriquecerse sin medida, la norma suprema de las relaciones humanas, y la expresión máxima de su libertad.
- Déjenme llamar por los familiares nombres de altruismo y solidaridad a los instintos primitivos que funcionaron bien en el grupo pequeño, pero que en la sociedad civilizada estamos obligados a abandonar. El socialismo solo es la nostalgia de la sociedad tribal.
La libertad de Hayek supone una patente de corso que otorga a los que consiguen alcanzar la cúspide de la depredación social, disponibilidad absoluta para comprar las vidas de sus semejantes, tasadas a su justo precio por el mercado… ¿y qué puede haber mejor que la libertad de explotar y ser explotados?...¡Al abordaje, muchachos!... Bienvenidos a bordo de la república independiente del capital, donde “somos libres porque no dependemos de que otras personas nos aprueben”…
¿Ah, no? … ¿y qué, sino eso, es tener que venderse y agradar todos los días a un jefe?... El mercado procura la misma libertad a los asalariados que las arenas del circo a los gladiadores romanos; el contrato del trabajador con la empresa recuerda al de la gacela con el león; si se descuida un segundo, lo devorarán.
¡Pero a cambio de eso, qué hermosa es la miseria practicada en libertad, y poder disfrutar de la oportunidad de ser despedidos, humillados y malpagados!… De la intemperie a la caja de cartón, sin despreciar los pasillos del metro, las filas del paro o las montañas de basura del vertedero, el neoliberalismo brinda a los humanos infinitas oportunidades de situarse en la vida… ¡y qué tranquilo se muere uno de hambre o de accidente laboral, sabiendo que el mercado lo ha dispuesto así!... Lo único que desentona en tan idílico panorama, es que “aunque el director general y el vagabundo son libres de vivir bajo el puente, solo uno de ellos lo hace”, como observa oportunamente el científico Henry Laborit, recordándonos que la única libertad que de verdad importa es la que nos favorece.
Sin embargo, el padre del neoliberalismo intenta convencernos una y otra vez de que no se puede tener todo, libertad y casa, libertad y pan, libertad y trabajo; ya que “la justicia social en una sociedad de hombres libres no tiene ningún significado, solo es una ficción, que nadie sabe en qué consiste”. Pero sin necesidad de poseer una mente tan brillante como la suya, cualquiera puede fijar el mínimo vital de justicia social en que a ningún ser humano le falten 2.000 calorías diarias, una vivienda decente en que cobijarse y un empleo digno de ese nombre. Aunque Hayek no lo crea, la libertad de subsistir en la indigencia seduce a poca gente, por más que para él la única “injusticia consista en la violación del derecho a poseer”, obviando la infinitamente peor de desposeer a los demás. La libertad de comer para él no existe, por lo que con su demagogia habitual, califica como violentas las huelgas que efectúan los asalariados, pero no así los despidos masivos que realizan los patronos:
- Si se concede poder a los sindicatos para conseguir una participación mayor, el mercado no funcionará. Las amenazas al buen funcionamiento del mercado son aún más graves por el lado del trabajador que por el de la empresa.
La culpa de todo la tienen los de abajo, las víctimas, por no aceptar que su destino es sacrificarse por el bien de la economía. Sabido es que cuanto más crecen las filas del paro, más crecen los beneficios . Según Hayek l a condición necesaria para que el mercado funcione a las mil maravillas, es que sus dueños naturales, los Rockefeller, Rothschilds y compañía, se lleven la parte del león, como hacen sus parientes de la jungla, dado que las reglas son las mismas. “La democracia necesita de la escoba de los gobiernos fuertes” (como el de Pinochet o más), para sofocar el descontento de la mayoría, quebrar a los sindicatos y acabar con un sistema modélico de sanidad pública, como hizo su bien amada discípula Thatcher, la sin par “dama de hierro” , durante el período que rigió los destinos de Gran Bretaña. Reemplazar lo público y gratuito beneficioso para todos, por lo privado bueno solo para los pocos que pueden pagarlo, es algo que nunca podrán agradecerle lo suficiente los súbditos de su graciosa majestad.
De ser cierto como argumenta Hayek, que “la desigualdad de ingresos permite elevar el nivel de la producción”, entonces si se lograra concentrar toda la riqueza del planeta en manos de un solo hombre, la humanidad conocería una prosperidad sin precedentes, de paso que el interesado se lo pasaría de vicio. La desigualdad sí que propicia la prosperidad… pero solo la de los ricos.
- L as personas son diferentes y nada sería más injusto que igualar a personas que no lo son. La única igualdad posible es el trato que todo el mundo recibe del gobierno, y la igualdad sin excepción de todas las personas ante la ley. Tan pronto como alguien exige más, entra en conflicto con la libertad. La igualdad material sólo puede lograrse limitando la libertad…
… la libertad de algunos de apoderarse de todo. Los que atentan contra la libertad son los que exigen más salario no más beneficios. Nuestro impagable libertador profesional afirma que la igualdad es enemiga de la libertad, olvidando que, por definición, toda desigualdad implica jerarquía… ¿y cabe imaginar algo más opuesto a la libertad que la jerarquía... ¿o acaso dónde más libre se siente una persona es en presencia de su superior?... En lo que respecta al trato exquisitamente igualitario que el gobierno dispensa a todos los miembros de la sociedad sin excepción, basta observar la cantidad de veces que la autoridad disuelve a tiros las manifestaciones y huelgas de los empresarios, como hace con las de los obreros.
L a justicia reside en la desigualdad: principio al que se atuvo escrupulosamente a lo largo de toda su carrera política, su fiel escudera Thatcher que, sin sonrojarse, reconoció que "su trabajo era glorificar la desigualdad”, entendiendo por tal, aumentarla, cuando lo correcto hubiera sido refrenar las malas inclinaciones de los predadores humanos, para que pudieran convivir normalmente con los demás ciudadanos.
Hasta l os impuestos progresivos merecen la reprobación de Hayek porque infringen su norma suprema de tratar a todos por igual. “Que la regla se aplique uniformemente a todos los individuos, impide la progresión ascendente de la carga tributaria”, lo que implica que deben pagar lo mismo al fisco, Rockefeller que el parado, el dueño del banco que su empleado, el empresario con ganancias que el que se halla en bancarrota.
Dalton77- Cantidad de envíos : 3837
Fecha de inscripción : 19/02/2009
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