Natividades: poca luz, mucha oscuridad.
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Natividades: poca luz, mucha oscuridad.
Ese tiempo obligatorio que llega cuando se comienza a oír el himno
de ese perfume que se hizo imperio, con una lágrima de nada en la
mejilla de una imponente rubia; De ese mueble que habla, donde salen películas
cargadas de amor pánfilo con las que se envenenan los niños y pudren
el músculo de sus emociones para siempre.
Estas fechas,
cuando los televisores siembran renos en tierra de vicuñas,
las ciudades con pasacalles de idiotas detrás de un muñeco barbado hecho
en los iu-es-ei, y todo el tramo ya se inaugura con un negocio de regalos sin justicia,
y con un baile de sonrisas gelatinosas, muertas y sin bondad que delegan la
administración del mundo a la providencia. Desde esa señal, todo es renuncia y trivialidad.
Me cuesta
recordar versos más torpes que esos que enriquecen sin freno el
alboroto pascual de la horrísona juglaresca callejera:
«pero mira cómo beben los peces en el río...por ver a dios nació».
No creo que sea beber lo que hacen esos boqueantes animalillos,
ni sé qué pinta ningún dios en su graciosa ceremonia alimentaria.
En la Plaza de Lavapiés madrileña,
en las esquinas viejas de la cornisa almeriense, en el barrio gótico
barcelonés y en otros rincones que imagino,
se ven gestos sonámbulos de los habitantes de las calles desiertas
en la noche-buena e inerte,
emigrantes desconcertados por la liturgia social del vacío,
gentes despatriadas que se han quedado fuera del
guión en un fiestón colectivo.
Esa
y algunas más, son noches egoístas dedicadas a la carnada
y vividas de espaldas, mientras se pregona una idea de amor perversa y banal.
Se trata, en realidad, de una verbena industrial omnipresente de
la que nadie se puede escapar si asoma la cabeza a cualquier
vecindario. Son dos semanas sin dios ni sinceridad, en las que los seres
independientes reciben sopapos de soledad que días antes ni se olían,
mientras un enjambre de para-cristianos asalta los baluartes fofos de las conciencias
con mensajes empalagosos.
de ese perfume que se hizo imperio, con una lágrima de nada en la
mejilla de una imponente rubia; De ese mueble que habla, donde salen películas
cargadas de amor pánfilo con las que se envenenan los niños y pudren
el músculo de sus emociones para siempre.
Estas fechas,
cuando los televisores siembran renos en tierra de vicuñas,
las ciudades con pasacalles de idiotas detrás de un muñeco barbado hecho
en los iu-es-ei, y todo el tramo ya se inaugura con un negocio de regalos sin justicia,
y con un baile de sonrisas gelatinosas, muertas y sin bondad que delegan la
administración del mundo a la providencia. Desde esa señal, todo es renuncia y trivialidad.
Me cuesta
recordar versos más torpes que esos que enriquecen sin freno el
alboroto pascual de la horrísona juglaresca callejera:
«pero mira cómo beben los peces en el río...por ver a dios nació».
No creo que sea beber lo que hacen esos boqueantes animalillos,
ni sé qué pinta ningún dios en su graciosa ceremonia alimentaria.
En la Plaza de Lavapiés madrileña,
en las esquinas viejas de la cornisa almeriense, en el barrio gótico
barcelonés y en otros rincones que imagino,
se ven gestos sonámbulos de los habitantes de las calles desiertas
en la noche-buena e inerte,
emigrantes desconcertados por la liturgia social del vacío,
gentes despatriadas que se han quedado fuera del
guión en un fiestón colectivo.
Esa
y algunas más, son noches egoístas dedicadas a la carnada
y vividas de espaldas, mientras se pregona una idea de amor perversa y banal.
Se trata, en realidad, de una verbena industrial omnipresente de
la que nadie se puede escapar si asoma la cabeza a cualquier
vecindario. Son dos semanas sin dios ni sinceridad, en las que los seres
independientes reciben sopapos de soledad que días antes ni se olían,
mientras un enjambre de para-cristianos asalta los baluartes fofos de las conciencias
con mensajes empalagosos.
xantarhori- Cantidad de envíos : 1006
Fecha de inscripción : 28/06/2012
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